Apertura y clausura de futuros

Por Juan Galo Biset (*)

El autor expone reflexiones en torno al futuro compartidas con guardias de seguridad privada en la ciudad de Córdoba. El escrito se enmarca en su trabajo final de licenciatura, y pretende ser una herramienta para pensar la coyuntura actual. A partir de la idea de apertura y clausura de futuros, interroga acerca de cómo se construyen, cómo se imaginan y, fundamentalmente, quiénes son sujetos de los futuros imaginados (e imaginándose) y los futuros construidos (y construyéndose).

A continuación se presentan una serie de reflexiones que nacen de algunas entrevistas que realicé con guardias de seguridad, en el marco de mi trabajo de licenciatura. En muchas de estas charlas pude identificar que, para algunos de ellos (todos ellos eran hombres en virtud de la particular división sexual del trabajo en este sector), el futuro no era relevante en cuanto se lanzaban al ejercicio de proyectarse ellos mismos en un tiempo venidero, sino que era relevante para otros. El futuro de ellos ya estaba dibujado y, en última instancia, era una continuación (en el peor de los casos una profundización) de su presente. Muchos de ellos me decían abiertamente que sus futuros estaban clausurados. No utilizaban esta metáfora específica, pero se aproximaban a ella cuando me comentaban que “su tiempo se les había pasado” o “que se les había pasado el tren”. Sin embargo, frente a estos futuros clausurados también invocaban otros futuros abiertos: los de generaciones venideras, o generaciones ya venidas, pero aún al amparo de cuidados, cariños, y personas pavimentándoles lo que tarde o temprano serán sus presentes.

La distintiva capacidad humana de tomar fracciones temporales del presente y ocuparlas no solamente en pensamiento y proyección, sino en actividad proyectada hacia el futuro nos remite a la modernidad, y a la singular idea de la conformabilidad de la realidad por la acción. La época moderna estaría basada en el dominio racional del mundo y fundamentada en una relación de los seres sociales con el tiempo caracterizada por la dirección unilateral de este último, en donde el mismo sería irreversible y marcha (o progresa, según los apologistas) hacia un objetivo. Esta idea de la flecha del tiempo, y su característica direccionalidad hacia adelante, compuesta por un itinerario que va desde el pasado al presente y de éste al futuro, parece ser la forma en que nosotros, como seres sociales hijos, hijas, hijes de la modernidad, hemos dado respuesta al problema de la posición que ocupamos en el flujo del tiempo.

Pareciera ser que, en tiempos de crisis, una de las formas que las personas tienen de hacerle frente, es la de desanclar las construcciones de futuro de uno para pasar a convertirse en construcciones futuras para otros. Sobre todo, otros que pertenecen a generaciones más recientes, sean hijes, sobrines, hijes de amiges, entre otras. El actual gobierno de La Libertad Avanza y su decidida búsqueda de una intensificación de las condiciones que determinan a la crisis, está propiciando todos los elementos para que el futuro se desancle de muchas personas y éstas se encuentren con sus recursos aminorados y, en términos temporales, relegadas a un futuro del cual no serán parte, y hacia el cual les es imposible proyectarse. Hay algo sádico y quizás este sea un signo distintivo, entre muchos otros, del actual régimen político en la promesa de que, si se sostiene la actual orientación política, de aquí a veinte, treinta, o la cantidad de años que tenga a bien invocar el gobierno, la realidad argentina será de riqueza y fortuna. Hay algo sádico no espero poder apoyar por completo ni rechazar por completo esta idea en la promesa.

En épocas de crisis y de la incertidumbre que las caracteriza, pareciera ser que la construcción de futuros se lleva a cabo por quienes orientan hacia el futuro su acción, a sabiendas de que el sujeto de la experiencia de ese futuro, no será uno, sino otros. Para utilizar el sugerente título del libro de Josetxo Beriain, “la tiranía del presente” que caracteriza a los regímenes temporales de este tipo de gobiernos que parecen bregar por cierta aceleración, redunda en que las posibilidades de proyecciones futuras y de construcción de futuro se ubiquen en un futuro extendido en el tiempo, lejano al presente en el cual se lo construye, o se lo intenta construir. Futuros que ni siquiera quienes están intentando construirlos, esperan poder vivirlos. Al futuro sosegado de las épocas de bonanza económica, caracterizado por la previsibilidad, la capacidad de proyección, la aseguración contra riesgos y la posibilidad de los sujetos de orientar sus acciones hacia el futuro, imaginándose a ellos mismos en dicho futuro, se le opone un “futuro crítico”, como le llama Ramón Ramos Torre, caracterizado por la negación de los elementos que caracterizarían al “futuro sosegado”.

A medida que más gana en lejanía el futuro, es decir, a medida que crece la distancia que separa el futuro imaginado y proyectado del presente en el cual se lo imagina y se lo proyecta, más pierde en nitidez, más pierde en las expectativas respecto a vivirlo por quienes lo están construyendo, y más se desancla de ellos, para volcarse en otros. Es un poco en virtud de esta lejanía y su característica falta de nitidez, que muchos de estos futuros adquieren cierto cariz de “fe” en la mejoría, de ilusiones y de esperanza. El actual régimen político y el futuro que invoca, ese futuro de gloria, casi de utopía libertaria, está eminentemente fundamentado en cierta explotación de la esperanza. Se trata de una explotación directamente proporcional al sacrificio del presente, se evoca un futuro de bondades: del país como potencia, de un país que se ha deshecho de la “casta” política, por ejemplo. De nuevo: hay algo de sádico en el pedido de un sacrificio.

La idea típicamente moderna que al futuro le asigna el carácter de novedad, identificada por Koselleck como una idea que enfatiza la asimetría entre el espacio de la experiencia y el horizonte de la expectativa, aún resulta vigente en la actualidad. La asimetría entre el espacio de la experiencia y el horizonte de la expectativa puede ensancharse y achicarse. A medida que más se ensancha esta brecha, la apertura del futuro, es decir, las posibilidades del futuro y la certidumbre en la conformabilidad del futuro por parte de la acción, más se verifica. Y lo contrario ocurre en cuanto esta brecha se achica. La apertura y clausura de futuros, en este sentido, está claramente relacionada con la coyuntura. Cuando la coyuntura presente se impone maciza y autoritaria, el espacio de la experiencia imaginado como un punto de fuga del cual se desprenden numerosos horizontes de expectativas pierde relevancia.

Cuando el peso de la realidad presente se vuelve poco soportable, el futuro no puede comenzar, para utilizar la frase de Luhmann; y, en todo caso, el horizonte de expectativa se torna una continuación del espacio de la experiencia. Una vez más, el agotamiento de otra promesa: en este caso, la moderna, que reúne a la noción de futuro y a la de novedad y las junta para hacerlas inseparables. El futuro se vuelve sinónimo de presente y, en muchos casos, esto no deja de ser trágico.

El futuro continúa siendo una categoría relevante de análisis social y de construcción de la realidad. La apertura o clausura del mismo no deja de estar emparentada con la posición social de que disfruten los sujetos. En este sentido, la apertura del futuro, y con ello, la asimetría entre el espacio de la experiencia y el horizonte de la expectativa, por un lado, y la clausura del futuro, y con ello, la ruptura entre estos dos términos, por otro, variará de acuerdo a los grados en que la realidad presente se imponga a los sujetos. El actual régimen político, decidido a intensificar y acelerar las condiciones que determinan a la crisis, se encuentra abriendo y cerrando futuros a mansalva. De manera violenta, son muchos más los que está cerrando de los que está abriendo y, por esas ironías a las cuales se puede arribar a través de manipular el lenguaje con metáforas, el futuro que se encuentra decidido a abrir es el de una apertura vehemente de los mercados; el de una sociedad entendida como sinónimo de mercado; peor aún: un mercado que antecede a la sociedad, un mercado que crea a la sociedad, en lugar de una sociedad que crea a los mercados. Quienes bajo este modelo puedan labrarse un futuro, no cabe duda, resultan numéricamente inferiores a quienes bajo este modelo se vean relegados (no digo que esto sea lo único que ocurre) a desanclarse del futuro. Trastocando un poco la ley general de acumulación capitalista propuesta por Marx, ¿no cabría decir que a mayor apertura de unos futuros en un polo de la sociedad corresponde una mayor clausura de otros?

De ello se desprende que, acerca del futuro, es mejor pronunciarse en plural antes que en singular.

(*) Egresado de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y becario de maestría en la Universidad de Puebla (México).

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