Apuntes sobre el conflicto

Por Javier Cristiano (*)

1. El ataque del gobierno a la universidad tiene una historia y tiene unas condiciones estructurales. La historia es conocida: se remonta a los noventa, si se quiere una fecha simbólica a 1995, con la Ley de Educación Superior; continúa con la Alianza y el recorte de López Murphy; sigue con Macri y vuelve de manera explosiva ahora con Milei. Básicamente es la historia del sometimiento del estado a los flujos internacionales del capital, del servicio directo de los gobiernos a fracciones específicas y muy reducidas del poder económico, y en líneas generales de un capitalismo de negocios seguros y/o rápidos, carente de todo proyecto de sociedad integrada. En ese capitalismo la universidad no solo no tiene importancia: es parte de los gastos que se exige recortar o suprimir a un estado al que se ha sometido mediante la deuda. Destaca objetivamente, por supuesto, el paréntesis histórico que significó el kirchnerismo, en este proceso como en tantos otros. Pero también destaca, en perspectiva histórica, justamente su carácter de paréntesis.

2. Tanto la tendencia general, como sus excepciones, remiten a la condición estructural macro de la etapa “postfordista” del capitalismo. Que es la etapa en la que se consuman y hacen visibles las principales características que Marx atribuyó al capital: la de ser un movimiento ciego, que no mira nada más allá de sí mismo; la de ser expansivo e inquieto, buscar siempre nuevos territorios; la de ser destructivo, de todo lo que se le opone o no se le amolda. En los años del Welfare State esto parecía exagerado porque el capital era disciplinable políticamente. Hoy la correlación de fuerzas se ha invertido y gran parte de la geopolítica del mundo consiste en repartir los costos de ese capital desbocado. Milei expresa la quintaesencia de este juego y de la posición que en él se quiere asignar a los estados periféricos: la de una zona liberada, coto de caza para que el capital satisfaga sus instintos y vuelva más calmo a casa. La salida de los BRICS, el alineamiento incondicional con Estados Unidos, el escandaloso abandono de la neutralidad histórica en política internacional, son piezas coherentes de un puzle en el que, de nuevo, la universidad no tiene cabida.

3. Pero que la universidad no tenga cabida tiene distintos significados en diferentes coyunturas. Para los gobiernos anteriores, que tenían pretensiones de legitimidad aproximadamente en línea con la idea de hegemonía, el interés racional solía poner a la universidad en segundo plano, como un blanco que no era conveniente atacar frontalmente. Cierto sentido táctico explica que los ataques directos hayan sido a fin de cuentas esporádicos. El actual gobierno parece o bien no responder a esa lógica, o bien contar con condiciones sociales que le permiten salir indemne del ataque. Esas condiciones son las que han convertido a la sociedad, en muchos de sus pliegues, en un objeto extraño para nosotros: las redes, el mundo digital en general, la fragmentación, la multiplicidad de heridas producidas por la crisis y la pandemia, entre otros muchos fenómenos, han producido una mutación que va más rápido que nuestros conceptos y nuestras investigaciones. Pero posiblemente estemos ante un gobierno que opera con otra lógica, distinta de la legitimidad de mediano plazo. Un gobierno que es finalmente lo que dice ser: un medio del capital, que simplemente ayuda a que se mueva como lo haría si solo él existiera en el mundo. Un apéndice del proceso de valorización.

4. Pero por supuesto está también la masiva reacción social, que reunió en la calle a actores tan heterogéneos y que supone, quizás, un acuerdo tácito acerca de los desastres que augura la concretización del proyecto para casi todos, no solo para los pobres y excluidos. Con optimismo podría tomarse como uno de esos “núcleos de buen sentido” de los que hablaba Gramsci. Pero también es hijo del miedo, que no es tonto, como suele decirse, pero que tampoco es un analista brillante ni promueve comportamientos heroicos. Entender ese consenso es en cualquier caso una de las tareas estratégicas, porque de él depende mucho de lo que sigue y porque muy posiblemente sea más acotado y en algunos casos más frágil y manipulable de lo que parece.

5. La movilización se nutre también de esperanzas, de proyectos, de expectativas sobre el futuro. En particular de lxs jóvenes, que han vuelto a ser protagonistas y que son el principal destinatario del trabajo de la universidad. También aquí parece importante ir más allá de las consignas y asumir los retos que encierra la crisis del futuro, la mengua de las promesas y de las garantías, que caracteriza en general a la época y que la crisis agudiza. La universidad no puede evitar ser portadora de esa crisis porque tampoco ella puede prometer demasiado. Sus bases también han sido minadas: la razón, la ciencia, la transferencia tecnológica, etcétera. Y forma parte de una sociedad que ni siquiera puede garantizar el trabajo, durante décadas abc del contrato tácito de la universidad con sus estudiantes. Rearticular, en este contexto, el sentido de la universidad con los proyectos e ilusiones de lxs jóvenes parece también una tarea primordial.

6. Dos términos que hemos usado mucho en estas semanas son “defensa” y “resistencia”. Connotan lo que es evidente: que estamos en inferioridad de condiciones frente a un enemigo extremadamente poderoso. Pero no hay duda que ese camino se estrecha y se hace sinuoso si no se integra a un proyecto alternativo de sociedad y de estado del que depende en última instancia todo lo demás. Es una obviedad pero hay que subrayarlo porque bien podría el pragmatismo conducir a una actitud diferente, la de limitar el objetivo a lo sectorial, conformarnos con salvar lo nuestro, como ocurre hoy con tantos y en tantos lugares. Una de las cosas que ha entendido bien el gobierno es la fragilidad que supone la dependencia económica y lo fácil que resulta, en una sociedad atomizada, doblegar voluntades con prebendas. La claudicación de gobernadores, legisladores o jueces vale como advertencia de lo que de todos modos es una imposibilidad práctica: la sociedad reducida a mercado ya no es una sociedad; y sin sociedad la universidad, efectivamente, carece de sentido.

(*) Docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

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