Por Esteban Torres (*)
¿Cómo se inscriben los proyectos de derecha que pugnan en las elecciones nacionales en la cultura y la historia política argentina? Al calor de los debates que atraviesan la coyuntura argentina por estos días, Esteban Torres (docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales) propone una lectura en perspectiva histórica, pero sin dejar de lado lo coyuntural y urgente. Aportes para pensar una realidad crítica y en proceso de transformación.
I.
Javier Milei personifica la renovación estética de una fracción de la política argentina que históricamente definió su identidad de derecha contra los proyectos independentistas. Cuando asumimos que el núcleo de la identidad política nacional la redefine el peronismo en el siglo XX, debemos reconocer que el movimiento popular liderado por Perón fue el portador de un ideario de liberación nacional que se enciende en toda América Latina con las independencias políticas formales de España a principios del siglo XIX. De este modo, las ideologías europeas que arribaron con las olas inmigratorias de los siglos XIX y XX, incluyendo el imaginario antagonista entre derecha e izquierda, se incrustaron en una cultura política que venía conformándose en la lucha entre fuerzas independentistas y fuerzas colonizadoras. En el plano de las ideas económicas, las primeras fueron portadoras de programas industrialistas y medidas proteccionistas, mientras que los movimientos colonizadores buscaron imponer doctrinas librecambistas y medidas aperturistas. Asociado a ello, los poderes independentistas promovieron los bienes públicos para un desarrollo nacional autónomo, en contraste con los agentes colonizadores que perseguían la privatización y la extranjerización de la economía. Desde el siglo XIX hasta hoy, el poder político nacional se viene repartiendo entre estos dos núcleos, bajo el predominio histórico de la derecha aperturista. Es por ello que cuando Milei señala como enemigos a los zurdos, a los comunistas, a los socialistas, a los neomarxistas, no apunta en primera instancia contra quienes se autodefinen de izquierdas, sino contra aquellos que sostienen convicciones nacionalistas. Aquí no me refiero a un nacionalismo dominante, supremacista, sino a una versión independentista, referenciada en un Estado rebelde, competente, y protector antes que opresor. Se trata de un tipo de nacionalismo igualitario, basado en el principio de autodeterminación de los pueblos que proliferó en América Latina, Asia y África con el avance del proceso de descolonización. En su aspecto más elemental, el reclamo de soberanía del Sur Global apuntaba al fin del saqueo de los recursos naturales. Las corrientes vasallas contemporáneas, que hoy se autodefinen como liberales, suelen denominar a este ideario democrático autonomista “populismo”. El antagonismo histórico mencionado permite explicar porqué en la coyuntura actual el enemigo principal de Milei y del conjunto de la derecha argentina es el kirchnerismo, y por extrapolación el peronismo. En el primer tercio del siglo XIX lo fueron el unionismo continental de San Martín y el federalismo de Artigas, y a principios del siglo XX el yrigoyenismo. Hoy, avanzado el siglo XXI, el odio se concentra en la figura de Cristina Fernández de Kirchner porque, de continuar gravitando en la política, seguirá latente la posibilidad de realizar ese viejo anhelo anticolonial de la patria liberada. Es por el mismo motivo que el bolsonarismo vuelca su odio sobre el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula antes que sobre los partidos de izquierda minoritarios. No hace falta ser un historiador sobresaliente -aunque sí honesto- para reconocer que desde las primeras independencias del siglo XIX hasta hoy, las pocas experiencias exitosas de transformación igualitaria de las realidades nacional y latinoamericana se comprometieron con una idea de patria y con una política soberanista. Y no caben dudas que continuará siendo así en Argentina en un futuro próximo. Para las elecciones presidenciales de octubre, será Sergio Massa quien represente a las fuerzas democráticas e independendistas, con las pronunciadas limitaciones que impone la coyuntura.
II.
No hay ni habrá diferencias programáticas entre La Libertad Avanza y el núcleo dominante de Juntos por el Cambio porque ambos grupos representan en primera instancia, con toda nitidez, a las históricas corrientes vasallas de la política nacional. Es por esta triste coincidencia que ambas fuerzas políticas no tendrán mayores inconvenientes para tejer alianzas estrechas de aquí en adelante, ganen o pierdan las próximas elecciones. Más aún: si alguna de dichas agrupaciones resulta victoriosa, es probable que varios dirigentes reconocidos del espacio perdedor directamente recalen en las filas del ganador. No todo bloque de derecha es vasallo, pero sí el argentino. A lo largo de la historia, toda política vasalla ha sido esencialmente una política de servidumbre voluntaria a los poderes extranjeros. A cambio de ello, esta fracción política recibió jugosos beneficios económicos, o simplemente limosnas. Al ser una derecha dependiente, las habituales rencillas entre facciones tienden a desactivarse cuando no resultan convenientes para los poderes externos que las promueven. Es por ello que no tiene demasiado sentido enfatizar la diferencia entre una nueva y una vieja derecha en Argentina, una moderada y otra radical, una institucional y otra rupturista. Los discursos actuales de los candidatos hablan más por lo que callan que por lo que explicitan. Aquí no estoy señalando que no existan diferencias entre Milei y Macri, Milei y Bullrich, Milei y Menem, Milei y la dictadura. Simplemente considero que no resultarán determinantes del comportamiento futuro de cada una de las fracciones políticas. En todo caso, la novedad actual, si es que la hay, es la increíble persistencia del movimiento de integración que se genera entre dos agrupamientos de derecha cuando comparten una misma disposición vasalla. Para muchos analistas, el acercamiento público entre Milei y Macri se produjo más rápido de lo esperado, y dejó entrever una unidad de acción futura más orgánica que la imaginable a priori. Ahora bien, ello sucedió principalmente porque la aproximación entre ambos no la determinaron ellos. Sin caer en psicologismos, debemos reconocer que todo servilismo es un comportamiento desprovisto de autoestima. A lo largo de la historia, los políticos vasallos argentinos, por el hecho de concebirse inferiores a sus pares occidentales dominantes, pretendieron obtener el reconocimiento de estos a partir de entregarse a un vínculo de subordinación incondicional. Una generación tras otra, el pueblo argentino observó impávido como estos personajes se arrodillaban gustosamente antes que alguien se los demande. Desde la década del setenta del siglo XX hasta hoy, gobiernos vasallos con todas las letras fueron las dictaduras militares, las presidencias de Carlos Menem y el gobierno de Mauricio Macri. Todos ellos endeudadores seriales del país. Además de grandes tragedias, nos regalaron una colección de postales imborrables de postración nacional. Hombres y partidos políticos vasallos, con poderes adjudicados desde arriba, que optaron por descargar la impotencia que genera ese vínculo de capitulación humana arremetiendo contra todo aquello que pueda alimentar un proceso esperanzador de autonomía y de bienestar nacional. Estamos enfrentando a títeres robustos, sujetos a poderosos intereses externos, cebados con un dineral, pero también dispuestos a actuar por su cuenta en la baldosa de libertad que les dejan. No hay nada peor para los promotores del vasallaje nacional que un movimiento autonomista dispuesto a resguardar el patrimonio público y alcanzar un desarrollo soberano para su pueblo. Creo que este es el verdadero trasfondo de la amenaza de exterminar el CONICET. El problema principal para Milei no es la cultura del trabajo de los científicos en tanto laburantes estatales, ni siquiera el volúmen de recursos económicos que consume dicho organismo del exiguo presupuesto nacional. Intuyo que esas referencias se agotan en su discurso de odio. El verdadero obstáculo que visualizan Milei, Macri y quienes les dan órdenes, es que la actividad científica plenamente realizada es el motor del desarrollo autónomo integral de las naciones desde el siglo XX. En la actualidad, no existe un solo país desarrollado en el planeta que no cuente con un sistema científico protagónico de carácter público. No es accidental que la ciencia comprometida, financiada por el Estado, siempre haya generado un rechazo visceral de la derecha argentina. Aquella representa el principal antídoto contra todas las pobrezas que padecemos, comenzando por la ignorancia fabricada desde la política, y por la cultura vasalla que viene conformando la trama dependiente de nuestra modernidad desde hace siglos.
(*) Profesor a cargo de la Cátedra “Teorías y procesos de cambio social” en la Carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS). Investigador permanente del Instituto de Investigación Social (IfS) de la Goethe-Universität Frankfurt.