Por Sasha S. Hilas (*)
A partir de una serie de apuntes, la autora reflexiona sobre la coyuntura política y afectiva a poco de transcurrir el primer año de gobierno de Javier Milei. Reflexiona en torno a que, la llegada al poder de La Libertad Avanza, es el corolario de un proceso más largo de pérdida de experiencia colectiva, que implica la desvinculación entre el pasado y el presente. Ante un presente huérfano, desarraigado de su pasado y sus futuros emancipatorios, aparece la pregunta por cómo se siente este tiempo, llevándonos a revisar las sensaciones de incertidumbre y precariedad.
“En el matadero
un día, una abeja
picó la mano
de un carnicero”.
Abbas Kiarostami, en El viento y la hoja
Nota 1. Tiempo presente, un punto de partida
Una suerte de cansancio existencial se cierne sobre nuestro tiempo presente.1 Al parecer, se trata de algo más que de un cansancio por las noticias constantes sobre la suerte del país, la situación económica y las condiciones de trabajo cada vez más sofocantes. La llegada de un gobierno anarco-capitalista, como cresta de una ola de nuevas derechas, pone de manifiesto que vivimos una época de crisis de sentidos. El gobierno de Javier Milei se presentó como una alternativa a “los mismos de siempre”, proponiendo reencontrar a la Argentina con una gloria que le fue robada tiempo atrás. El “fenómeno Milei” se vio apoyado en gran medida por jóvenes entusiastas que encontraban en sus diagnósticos y recetas algo que hacía más mella que la propia historia de nuestro país. Lo “nuevo”, sin embargo, es lo siempre viejo. Detrás de ese manto de novedad estaban las explotaciones y servilismos que la Argentina ya supo habitar. Las experiencias de nuestro pasado, sobre todo las que son sostenidas por el amplio abanico del progresismo, no encontraban su sentido, oídos que las escuchen ni recuerdos que las convoquen. Así, el imperativo vuelve a ser como en 2015, “dejar de mirar para atrás”. Si el presente de las nuevas derechas se ha desentendido del pasado: ¿se desconecta también del futuro?
La vocación de separar el presente del pasado es la de liberarlo de su historia. Las promesas de buen vivir del anarco-capitalismo al poder, motivadas por el progreso técnico-financiero a cualquier costo, son el corolario de un largo proceso de desgarro temporal que le quita al presente su pasado cargado de sentido. Tanto procesos como el estallido social del 2001, el menemismo o la última dictadura cívico-militar, como las victorias sociales y políticas en materia de derechos –que representan puntos de inflexión en disputas por qué vidas cuentan como vidas y según qué criterios– se alejan cada vez con mayor velocidad del recuerdo y de la experiencia. En silencio, la raíz sensible de la experiencia colectiva fue extirpada del pueblo. A este no le queda más que la mera información de lo que “ha sido”, la cual, sin poder inspirarlo, permanece carente de relieve e importancia. El pasado, entonces, ha dejado de circular como imágenes e historias cargadas de sentido. Tal como creía el crítico berlinés Walter Benjamin en “El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nikolái Leskov” [1936] las narraciones son experiencias colectivas, las cuales no solo infunden sentido a la trama histórica sino que también tejen una comunidad. Un presente sin pasado es un tiempo huérfano. En este nuevo régimen, el presente no queda por fuerza aliviado y listo para atrapar las promesas renovadas de un tiempo mejor. No se orientará necesariamente a un porvenir en clave emancipatoria. La orfandad temporal que vivimos expone la necesidad que tenemos hoy de nuestra historia y, en tanto individuos, lo faltos que estamos de lo colectivo.
Nota 2. Pérdida de la experiencia
El trasfondo que subsiste a lo largo de “El narrador” es la potencia política de la rememoración. La inclinación de Benjamin por las narraciones, como una artesanía oral que vincula generaciones y transmite experiencias, es la contracara de su consideración sobre la novela y la información. Si la novela deja al individuo en su soledad y la información lo incita a perseguir “la novedad”, las narraciones pueden producir lo colectivo. Esto se debe a que el acto de narrar es una actividad artesanal o, más bien, una comunicación artesanal constituida por lo material y lo espacio-temporal. El ensayo también ofrece un diagnóstico de su tiempo, cuando llama la atención sobre un hecho peculiar. La Gran Guerra dejó en Alemania un ruido informativo sobre la guerra, pero no experiencias transmitidas de boca en boca que produjeran el tejido social de forma colectiva.2
Hoy, a poco menos de cien años de este ensayo, casi nada favorece a la narración, la transmisión de experiencias y lo colectivo, mientras que todo beneficia la ansiedad y el aislamiento que caracteriza a la información. Los portales de noticias y los referentes periodísticos ya ni siquiera se esfuerzan por difundir información verificable, como lo prueban los casos cada vez más frecuentes de fake news y el fenómeno de la posverdad. Al contrario, la narración requiere de un espacio de tiempo relajado, gobernado por el aburrimiento, que nos permita dejar de atender a nosotros mismos y a nosotras mismas y entregarnos a la escucha. La atención sostenida por el interés de preservar lo que nos cuentan vuelve a la memoria un recurso colectivo. Benjamin supo decir que “[e]l recuerdo en efecto es lo que funda la cadena de la tradición que transmite lo acontecido de una generación a la siguiente” (2009, p. 56). Sin embargo, se han ido extinguiendo las actividades y los momentos de aburrimiento que favorecen la escucha, de modo que si las historias no son transmitidas el arte de contarlas se pierde.
Nuestra actualidad nos arroja a un presente cada vez más acelerado, vertiginoso y fragmentado, bajo un régimen capitalista y neoliberal que solo produce tiempo de trabajo y de consumo, reduciendo el espacio para un tiempo liberado de esa lógica. La opresión de un tiempo presente que olvida su pasado e impone una temporalidad anclada en las necesidades del día a día, obtura las posibilidades de futuro, volviéndolas fantasmáticas y vagas. Este presente estira sus límites y niega otros tonos temporales, a la vez que provoca una suerte de orfandad temporal en la cual los eventos actuales no guardan relación con los pasados ni son capaces de engendrar otros en el futuro. Se configura entonces como un presente eterno y sin devenir. Si el pasado y el futuro se desvanecen, si estamos ansiosos y nos volvemos individuos aislados y oprimidos, el tono afectivo de nuestra época estará asentado sobre la ansiedad, la velocidad y el imperativo de adaptación. El presente sin devenir, huérfano del pasado y sin un futuro en clave emancipatoria al cual invocar, es un presente marcado por la incertidumbre.
Nota 3. Incertidumbre y optimismo cruel
El tiempo en el que estamos se inscribe en un capitalismo tardío, una modernidad con sus normas y guiones afectivos específicos, que vuelven a determinadas vidas viables mientras otras quedan a la vera del camino. Esos guiones redundan en la producción y reproducción de normas a través de nuestra conducta, vinculadas tanto al exitismo, el consumo, la heteronormatividad, como al nacionalismo exacerbado y al individualismo. Dentro de la corriente teórica del feminismo denominada giro afectivo, teóricas y teóricos como Jack Halberstam, Sarah Ahmed, Lauren Berlant, Eve K. Sedgwick y Ann Cvetkovich, llevaron adelante diversas críticas en torno a los guiones afectivos, planteando una veta innovadora que comprende que las emociones, lejos de contraponerse a lo racional y de estar relegadas al ámbito meramente íntimo, atraviesan la esfera pública y política.3
En esta deriva, Lauren Berlant ha desarrollado la noción de optimismo cruel, como aquella exigencia que recae sobre los sujetos de sostener un estado psíquico de optimismo frente a condiciones que precarizan cada vez más la vida. Aunque no todo optimismo es cruel, la noción permite explorar el por qué nos mantenemos a flote y corremos a favor de la marea de una serie de guiones y vínculos a los que estamos acostumbrados sin interrumpir su curso. El optimismo cruel aparece cuando las cosas que deseamos “obstaculizan nuestra prosperidad” (Berlant, 2020, p. 19); pero, al mantenernos a flote en una actitud optimista sobre esas mismas condiciones de posibilidad de lo que queremos, vamos desgastándonos poco a poco. En nuestro presente neoliberal y tecnológico, las prácticas económicas recurren a la inestabilidad inducida en una escala sin precedentes, dando forma a una realidad que habilita la pregunta de cómo se siente este tiempo. Se asume aquí que el capitalismo no solo es un régimen económico, político y temporal, sino también afectivo. Proyectos colectivos como Public Feelings –nacido en Texas en 2001, al calor de las dinámicas emocionales post 11 de septiembre–, han desarrollado que sentirse mal no es solamente un padecimiento individual provocado por circunstancias privadas o condiciones químico-biológicas, sino una instancia personal de cómo se siente vivir en un mundo regulado según reglas específicas. Vivir en un mundo organizado de forma injusta, tanto en los aspectos globales como en la vida de todos los días puede hacernos sentir mal, para lo cual es importante recordar una intervención pública que Ann Cvetkovich repone en Depresión: un sentimiento público (2024): “¿deprimid*? puede que sea capitalismo” (Cf. Cvetkovich, 2024).
En Optimismo cruel, Berlant señala la existencia de una precariedad estructural que se infiltra en el terreno afectivo y, si bien se hace sentir como ansiedad, tristeza, opresión y falta de sentido, llega a expandirse hasta moldear la estructura y la experiencia dominante del presente. Así, la autora desarrolló el concepto de precariado, una clase global que expone a la precariedad ya no en tanto condiciones de vida padecidas por determinados grupos, sino como “un modo de vida, una atmósfera afectiva o una verdad existencial acerca de las contingencias de la vida”, las cuales toman un tono tenebroso: “que no existe ninguna garantía de que la vida que uno quiere puede o haya de ser construida” (2020, pp. 350-351). La categoría de precariado echa por tierra la creencia de que las tensiones entre capitalismo y democracia quedan prácticamente difuminadas con un acceso limitado a la vida pública electoral, la privacidad y el consumo. Esta creencia reviste, sin embargo, un valor central en la medida en la que nos mantiene optimistas, fantaseando que la buena vida –con sus promesas de éxito, movilidad social ascendente y estabilidad– está al alcance de todas y todos.
En el eterno presente en el que estamos, la emergencia del precariado como una nueva clase afectiva desbarata las sensaciones de estabilidad y dirección. La precariedad impregna todas las esferas de nuestra vida y oprime la certeza de un futuro gobernado por el progreso y la buena vida. A esto se agrega el aislamiento, la privatización de lo común y el extremo individualismo, perdiendo espacios de pertenencia, comunidad y alianzas. ¿Cuál es nuestro lugar? Son preguntas que no tienen respuesta (Cf. Berlant, p. 355). Poco a poco el precariado se ha adaptado a una sensación de precariedad que hoy podríamos señalar como la experiencia paradigmática de nuestro tiempo; una precariedad que puede hacerse sentir como una desorientación indefinida, sin saber cuándo terminará.4 De modo tal que aquí la adaptación se eleva hasta volverse un imperativo. Sin embargo, no se trata de orientarse hacia la buena vida y las promesas de felicidad, sino mantenerse a flote en unas condiciones que se experimentan como un callejón sin salida.
Esta sensación de impasse abarca diversos tipos de experiencias de atasco, punto muerto y el esfuerzo por “mantenerse a flote”, ya sea provocado por un evento concreto que nos deja sin saber cómo vivir, un desgaste que nos quita el rumbo, o por la disolución de viejas seguridades. Así, con unas condiciones de vida cada vez más cambiantes, se derrumban las formas normativas que permitían “la reproducción de fantasías heredadas acerca de lo que significa querer formar parte de algo” (Berlant, 2020, p. 366) –de la clase trabajadora, de cierta burguesía, del emprendedurismo–. Adaptarse no es una elección, sino una exigencia. Mientras parece que nos orientamos a la buena vida, somos pacientes y nos mantenemos optimistas, nos vamos desgastando sin que se cuestione la crueldad de este momento. Una atmósfera de incertidumbre envuelve la vida de todos los días, y sentimos la presión subjetiva de “echarle ganas” aun cuando eso implique sufrimiento. ¿Cuándo fue que las seguridades se difuminaron? ¿Cuándo fue que nos acostumbramos a esperar un próximo golpe que precarice más nuestra vida? Las modulaciones temporales de la violencia también residen en esas pequeñas inestabilidades que vuelven un imposible la vida cotidiana. Aunque los guiones afectivos de nuestro tiempo marquen caminos que exijan la adaptación y el optimismo, la incertidumbre se hace sentir como una suerte de desorientación profunda: no sabemos dónde estamos, cuál es nuestro lugar y hacia dónde debemos orientarnos. Ante una mínima estabilidad, tampoco sabemos cuándo vendrá el golpe que lo eche por tierra, como repone Ponce de León. Vivimos un presente eterno y huérfano, con condiciones cada vez más opresivas. Si la pregunta que orientó estos párrafos fue cómo se siente este tiempo y cuál es la tonalidad afectiva de un colectivo fragmentado, nuestra exploración crítica señala como características fundamentales la orfandad temporal, la desorientación y la incertidumbre.
Nota 4. Emociones, una clave de lectura
La presión subjetiva de nuestro tiempo nos hace sentir que no existe garantía de que la vida que uno quiere pueda ser construida, al tiempo que fortalece el optimismo cruel que nos estrecha a una resiliencia alienada del “tener que levantarse a trabajar al día siguiente” no importa qué. Un presente sin interrupción se expande hasta tapar el horizonte y la cuestión de cómo orientarnos a otros porvenires permanece en suspenso. Ante tal escenario, cabe preguntarse a qué se puede echar mano para desbaratar, al menos un poco, este presente abandonado a su suerte. Aunque nos hemos desentendido de nuestro pasado, y parece que ya no tenemos a quién pedirle que nos cuente cómo hemos llegado hasta aquí, cómo era el mundo antes y qué sueños animaban las luchas, las emociones suelen ser una buena clave de lectura. Así como permiten rastrear la organización y gestión de la violencia de nuestro tiempo, como vimos junto a Berlant, las emociones pueden ser un recurso para interrumpir los guiones normativos dominantes y habilitar otras temporalidades, que no sean las de la lógica del capital. Caminos posibles son la despatologización de la tristeza y la desaceleración, como desarrolla Dionisio, o una exploración en torno a la desorientación en un presente dañado, como trabaja Dahbar.
En una perspectiva que se pregunta por los afectos y las normas que reproducen esta vida –normas temporales, caracterizadas por la velocidad, la adaptabilidad y la paciencia–, hay que poner el ojo en otros afectos que puedan sabotear esta reproducción y soporte. La insistencia de Berlant de combinar en la noción de optimismo cruel la violencia con el estado de buena predisposición del optimismo, responde a esta tarea crítica. Por supuesto, está también la atención de autoras como Sara Ahmed a “la promesa de la felicidad” (2019), una forma de sostener regímenes normativos que tiran por la borda otras formas de vidas que no pueden prosperar en estas reglas del juego, exitistas, capitalistas, individualistas y heteronormadas. El lente crítico del giro afectivo no solo ha señalado, mediante las emociones, la trama normativa y afectiva dominante, sino que ha contribuido a pensar y encontrar qué más hay aquí. Ahmed recupera la infelicidad queer como un modo de orientarse hacia otras direcciones, no alineadas con las normas dominantes. Dahbar (2021) ha puesto a trabajar la figuración feminista para proponer figuraciones temporales como la interrupción, la imagen dialéctica, el anacronismo y la temporalidad queer, todas ellas tan inspiradoras como concretas, con las cuales reelaborar y reconocer otros tiempos posibles. Jack Halberstam (2018) revisa el fracaso como afecto, en una exploración crítica donde se concibe a ciertos modos de habitar el fracaso como un arte queer, dado que se tratan de formas irredentas y antinormativas de vivir, más que ser un punto muerto. Ann Cvetkovich (2024) se ha propuesto trabajar con la depresión como un sentimiento público, no sólo para entender cómo se siente el capitalismo y qué características tiene ese sentir, sino para elaborar una resistencia al mundo que nos oprime y hacerle la guerra a las preocupaciones, a partir de lo que ha denominado la utopía del hábito cotidiano.
Resulta entonces que las emociones son una clave de lectura crítica y una poderosa llave para descubrir y fabricar alianzas, marcar otros caminos sobre el suelo, reforestar al tiempo abriéndonos a otras temporalidades y vincularnos a otros materiales y actividades (Cvetkovich, 2018, 2024; Halberstam, 2018; Muñoz, 2020, 2023). Todas estas posibilidades implican un trabajo artesanal por otro tiempo y contra este tiempo, el cual produce una opresión que anida en los espacios más cotidianos y corrientes. La atención de Benjamin durante sus últimos años estuvo orientada a las cosas pequeñas, a los detalles que guardan una potencia disruptiva aunque muchas veces pase desapercibida: la narración, la memoria, la naturaleza, las imágenes y lo marginal. Lo disruptivo no siempre salva al mundo por completo, pero tal vez sí pueda ajustarlo al menos un poco (Cf. Benjamin, 2014). Por el momento, el mundo de todos los días no exige necesariamente ejemplaridad revolucionaria ni grandes luchas para reorientarse, sino movimientos pequeños que se ofrezcan como una interrupción. Entonces, lo pequeño y cotidiano, como perder el tiempo, desacelerar y fracasar, también puede ser el refugio de una tarea crítica para el porvenir.
(*) Becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) (Instituto de Humanidades de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba).
1 Junto a Federico Uanini hemos desarrollado “¿Cómo enfrentamos el cansancio que afecta la política?” un breve análisis sobre la pérdida de la experiencia y el cansancio en nuestro presente, a pocas semanas de la asunción de Javier Milei a la presidencia de la Nación. Disponible en: https://latinta.com.ar/2023/12/26/crisis-memoria-cansancio/
2 Encontramos fragmentos de “El narrador” en otro texto anterior y mucho más breve llamado “Experiencia y pobreza” [1933], que se detiene en particular sobre la pobreza de experiencia producto de la guerra de trincheras, las nuevas tecnologías bélicas implementadas en la Primera Guerra Mundial y la inflación económica en la Alemania de la década de 1920.
3 Además, esta corriente discute las polaridades adentro/afuera, íntimo/público, femenido/masculino, emocional/racional, para mostrar cómo esas categorías están y permanecen imbricadas. En su disputa contra los guiones afectivos dominantes, diversos autores y diversas autoras del giro se han dedicado desde la década de 1980 a desmantelar y desordenar los sistemas morales que afirmaban la existencia de buenas y malas emociones, activas y pasivas, patológicas y no patológicas, como los trabajos de Ann Cvetkovich demuestran sobradamente. Referentes locales de esta corriente son Cecilia Macón, María Victoria Dahbar, Eduardo Mattio, Natalia Tachetta, val flores, Ianina Moretti Basso, Julia Crossa, entre otras y otros.
4 Al respecto, María Victoria Dahbar ha trabajado el concepto de desorientación en “Entre la normalización del deseo y su falla: apuntes ante la desorientación”, presentado en el Simposio “Democratizar los placeres: Conversaciones en torno a las sexualidades y los erotismos”, parte del XII Encuentro Interdisciplinario de Ciencias Sociales y Humanas “Democratizar el presente: desafíos epistémicos, interpelaciones políticas” el cual tuvo lugar del 24 al 26 de julio de 2024 en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Mi intervención en el mismo simposio también sigue la estela de la desorientación en la teoría queer, con un trabajo titulado “Deseos indefinidos: anime, queeridad y desorientación”.
Bibliografía
AHMED, Sara. (2019). La promesa de la felicidad. Una crítica al imperativo de la alegría. Buenos Aires: Caja negra.
BENJAMIN, Walter (2007). “Experiencia y pobreza” en Obras libro II/vol. 1. Madrid: Abada Editores.
_______________ (2009). “El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nikolái Leskov” en Obras libro II/vol. 2. Madrid: Abada Editores.
_______________ (2014). “Franz Kafka: En el décimo aniversario de su muerte” en Sobre Kafka: Textos, discusiones, apuntes. Buenos Aires: Eterna cadencia editora.
BERLANT, Lauren (2020). Optimismo cruel. Buenos Aires: Caja negra.
CVETKOVICH, Ann. (2024). Depresión: un sentimiento público. Buenos Aires: Coloquio de perros
DAHBAR, María Victoria. (2021). Otras figuraciones: sobre la violencia y sus marcos temporales. Córdoba: Editorial Asentamiento Fernseh.
___________________ (2024). “Entre la normalización del deseo y su falla: apuntes ante la desorientación” en XII Encuentro Interdisciplinario de Ciencias Sociales y Humanas “Democratizar el presente: desafíos epistémicos, interpelaciones políticas”, 24, 25 y 26 de julio de 2024, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ponencia no publicada.
HALBERSTAM, Jack. (2018). El arte queer del fracaso. Madrid: Editorial Egales.
HILAS, Sasha. (2024). “Deseos indefinidos: anime, queeridad y desorientación”, en XII Encuentro Interdisciplinario de Ciencias Sociales y Humanas “Democratizar el presente: desafíos epistémicos, interpelaciones políticas”, 24, 25 y 26 de julio de 2024, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ponencia no publicada.
MUÑOZ, José Esteban. (2020). Utopía queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa. Buenos Aires: Caja negra.
__________________ (2023). El sentido de lo marrón. Performance y experiencia racializada del mundo. Buenos Aires: Caja negra.
UANINI, Federico e HILAS, Sasha (2023). “¿Cómo enfrentamos el cansancio que afecta la política?” en La tinta. Disponible en: https://latinta.com.ar/2023/12/26/crisis-memoria-cansancio/