Evita mirada desde Córdoba. Memorias en disputa.

Por César Tcach (*)

En un arco que recorre desde mediados de los cuarenta hasta los setenta, César Tcach revisa el vínculo de la política cordobesa -o parte de ella- con Eva Perón: de su lugar en la campaña del ‘45 a la distancia con los militares y las familias patricias de la provincia, de las disputas con el peronismo local por la promoción del voto femenino al recelo de la Iglesia con su fundación, de la intentona golpista de Benjamín Menéndez a la organización de las milicias obreras de autodefensa, de la reivindicación de los cincuenta al lugar que le otorgaron las organizaciones del peronismo revolucionario en los setenta. Córdoba y Evita no tuvieron un vínculo lineal, ni sencillo, pero aún resulta clave para pensar nuestro presente.

25 de mayo de 1973: Cámpora asume la presidencia del país. Al anochecer, Córdoba era una fiesta de juventudes. Primero cientos y luego miles de jóvenes se agolpaban sobre la sede que la Juventud Peronista ocupaba en una vieja casona alquilada en la tercera cuadra de la avenida Hipólito Yrigoyen. En esos momentos iniciales, pronto el grito de “Perón / Evita / la patria socialista” se hizo escuchar con entusiasmo.  Otra parte de la multitud respondió: “Perón / Evita / la patria peronista”. En ese acto primigenio estaba inscripto ya el clivaje del desgarramiento que atravesó el país en los meses y años subsiguientes.

Aquella noche, de la avenida Yrigoyen se marchó a la Cárcel de Encausados en la calle Belgrano, desde cuyos barrotes situados en las celdas mas altas pudieron escucharse los discursos de dos presos políticos. Las columnas del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), también presentes, unificaron a la multitud al grito de “Primera ley vigente / libertad a los combatientes”. Pocas semanas después se escuchó por primera vez en las calles de Córdoba la nueva versión de la marcha peronista. La penúltima estrofa decía: “Ayer fue la resistencia / hoy Montoneros y FAR / y mañana el pueblo entero / en la guerra popular”; y la estrofa final remataba: “Con el fusil en la mano / y Evita en el corazón / Montoneros Patria o Muerte / para la liberación”. Ambas, resignificaban la figura de Eva Perón al asociarla a la violencia revolucionaria y la estrategia de guerra popular.

El peronismo clásico había reivindicado siempre su papel de tutela sobre las masas pobres: era la “madrina de los humildes”. Cuando en 1954 la Municipalidad de Córdoba organizó un concurso literario en su homenaje, el ganador fue el sacerdote Francisco Company, quien destacaba en clave religiosa, patriarcal y paternalista: Perón “la tomó en sus manos, como una blanda arcilla, y con trazos seguros de alfarero de conciencias, le imprimió el sello de sus propia personalidad, sin deformarle su recio temperamento. Perón trasegó en el generoso corazón de esta mujer el licor de sus bellos y grandes ideales, hasta transfigurarla”1. Y en las antípodas de una mirada de izquierda añadía: “la Ayuda Social es la contra-arma más perfecta que puede crearse para neutralizar la acción de los agitadores sociales –los zapadores rojos-, que actúan sin descanso, enmascarados o no, dentro y fuera del Movimiento. Estos últimos son los que Evita llama “infiltrados”, cuya peligrosidad para ella no es un misterio”2. La construcción de sentido presente en su texto, era ratificada por Ramón Vocos, quien obtuvo el segundo premio. Sostenía en tono análogo: “Predestinada por Dios, Eva Perón trajo en los pliegues de su alma la más cristiana y la más humanista de todas las misiones: el amor”3.

A tenor de lo expuesto, se comprende la hondura de la disputa por su memoria en el interior del peronismo: la memoria construida en los años cincuenta se contraponía a la promovida en los años setenta por las organizaciones del peronismo revolucionario, básicamente: FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros.

¿Líder revolucionaria o madrina de los humildes?

La investigación histórica permite constatar que Evita distó de contar con el beneplácito de los militares que promocionaron la figura de Perón. Tampoco contó con la simpatía de los integrantes de familias patricias de Córdoba –Novillo Saravia, Aliaga Argañaraz, Díaz de Santa Catalina, entre muchas otras– que apadrinaron el nacimiento del peronismo en la provincia mediterránea. Un itinerario biográfico que se empeñaba en desafiar “la moral y las buenas costumbres” (abonado por romances vinculados a su carrera artística como adolescente que había emigrado a Buenos Aires en búsqueda de nuevos horizontes) y un estilo desenfadado, “políticamente incorrecto”, de expresarse y relacionarse, alimentaban la desconfianza.

La primera vez que Eva Duarte estuvo en Córdoba fue en 1936, a la edad de 17 años, participando de modo secundario en una obra de teatro denominada Miente y serás feliz…, de una compañía de comedias porteña que realizó una gira por el interior del país. Gobernaba la provincia el radical Amadeo Sabattini, cuya administración se caracterizaba por su honradez administrativa y reformismo social. Pero las preocupaciones políticas aún estaban lejos de la bella y pujante adolescente, pronto desvinculada del elenco teatral por las presiones de la esposa del director de la compañía, José Franco.

Una década más tarde, el 27 de diciembre de 1945, cuando llegó a la estación de Alta Córdoba el tren que traía a Perón –embarcado ya en la campaña electoral que lo conduciría a la presidencia–, Evita no lo acompañó.

La locomotora traía en su parte anterior un cartel con la efigie del coronel Perón y los vagones llevaban sus costados cubiertos de letreros hechos con carbón o tiza, en los cuales se leía “¡Viva Perón!”. Tampoco hubo referencias a Evita en el acto de proclamación de la candidatura, que unas horas después tuvo lugar en la céntrica intersección de Colón y General Paz. Es probable que su ausencia haya sido una elección estratégica: el discurso de Perón hizo hincapié en la herencia del cristianismo (aspecto grato al sector de la élite tradicionalista y conservadora que lo respaldaba en la provincia) y en la necesidad de afianzar los derechos ciudadanos mediante procedimientos limpios y constitucionales (aspecto que endulzaba los oídos de la potencial masa de votantes radicales) En estos primeros momentos de configuración del peronismo en Córdoba, el carisma de Perón era exclusivo y excluyente.

Al respecto, el diario Córdoba señalaba: Perón vino a familiarizarse con el peronismo de Córdoba, pero “las candidaturas más importantes serán resueltas en la Capital Federal por el coronel en persona”.

Tras el triunfo electoral, la figura de Evita se agigantó al compás de su creciente protagonismo político. Cuando en octubre de 1946 visitó Córdoba, rehusó asistir al banquete organizado en su honor por el gobernador Argentino Auchter y el peronismo local en la sede del distinguido Jockey Club, considerado por muchos –en aquellos años– como un reducto de la oligarquía.

Su actitud estaba en sintonía con las críticas formuladas por el Partido Laborista (formado en su mayor parte por sectores sindicales que habían adherido al peronismo), que denunciaba el papel preponderante de “oligarcas” y “estancieros coloniales” en el gobierno provincial.

Cabe recordar que en esta época, Martín Ferreyra, hijo del dueño del palacio más importante de la ciudad, ilustre terrateniente y copropietario de Caleras Malagueño –amén de tesorero de la campaña electoral que llevó a Auchter a la gobernación–, era postulado por éste como candidato a la intendencia de la ciudad, generando las iras del sector laborista.

El voto femenino

En 1947, la promoción del voto femenino generó nuevos roces entre Evita y el peronismo local. En el debate que tuvo lugar en la Legislatura, los principales referentes del oficialismo eran partidarios de negarles a las mujeres el derecho de ser elegidas para cargos gubernamentales y concederles el derecho al voto más tarde que a los varones: a los 22 años.

El diputado peronista Manuel Martín Federico sostuvo que darles a las mujeres “la carga de los cargos electivos es equivalente a darles la responsabilidad de hacer el servicio militar… a nuestras madres y a nuestras esposas no les interesa”.4

Desde esta mirada, la concesión de ese derecho alejaba a las mujeres de “sus deberes naturales”. El presidente del bloque, Raúl Luccini –futuro gobernador de la provincia entre 1952-55–, compartió esta postura y se retiró de las sesiones.

Finalmente, Córdoba siguió el ejemplo nacional (con la aquiescencia de otros sectores políticos), pero debido a la falta de unanimidad en el interior del bloque peronista, se dejó en libertad de acción a sus integrantes para que cada uno votase de acuerdo a sus convicciones.

En 1949, el gobernador de Córdoba, brigadier Juan San Martín, donó a la Fundación Eva Perón alrededor de 100 hectáreas para la construcción de casas destinadas a estudiantes argentinos y extranjeros. Tras la caída de Perón, en 1955, muchas ya estaban en condiciones de ser ocupadas, pero no fue así dado que la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) resolvió –en función de la falta de espacios para su funcionamiento– adecuar y ampliar las instalaciones para trasladar allí parte de sus facultades e institutos.

Las acciones de la Fundación Eva Perón, cuya personería jurídica fue obtenida en 1948, molestaban a la Iglesia –por romper el cuasi monopolio de la beneficencia social– y competían con las atribuciones del Estado y sus ministerios.

Partido Peronista Femenino y clase obrera

En 1949, el poder de Evita se acrecentó con la creación del Partido Peronista Femenino, cuya representante en Córdoba era Elsa Chamorro. Las primeras unidades básicas femeninas se constituyeron en 1950, pero en Córdoba tuvieron menos éxito que en otras provincias. En las elecciones de 1951, las primeras en que votan las mujeres, la provincia donde hubo mayor porcentaje de voto femenino a Perón fue Chaco (82%) y la que en menos porcentaje lo favoreció fue Córdoba (52%). Ese mismo año, Córdoba fue el primer lugar del país donde la materia “Justicialismo Argentino” pasó a ser obligatoria en todas las escuelas primarias provinciales.

En los últimos años de su vida, es posible constatar una suerte de radicalización discursiva de Eva Duarte de Perón, que agudizó el odio que despertaba en los factores de poder económico y eclesiástico. Tras el intento golpista de Benjamín Menéndez en 1951, convocó a la cúpula de la Confederación General del Trabajo (CGT) para organizar milicias obreras de autodefensa, iniciativa que fue desautorizada por el general Perón. Ese mismo año, no obstante, fue impotente para conjurar la huelga de los obreros ferroviarios (alentada por comunistas y socialistas) y el general Perón optó por aplicarles la Ley de Organización de la Nación para Tiempos de Guerra, que implicaba la intervención militar en la resolución del conflicto.

En la última Navidad de su vida, sostuvo en un mensaje editado por la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación: “No puede haber amor donde hay explotadores y explotados. No puede haber amor donde hay oligarquías dominantes llenas de privilegios y pueblos desposeídos y miserables. Porque nunca los explotadores pudieron sentirse hermanos de sus explotados”. Y añadía: “Que haya una sola clase de hombres, los que trabajan”.5

El culto a Evita

Una ley del 15 de julio de 1952 convirtió a su libro La razón de mi vida (cuya redacción fue obra de un periodista valenciano, Manuel Penella de Silva) en texto escolar. Asimismo, el libro Evita –compuesto por dibujos con frases como “Mi hermanita y yo amamos a mamá, papá, Perón y Evita”– fue aprobado por el Ministerio de Educación como “libro de lectura de primer grado inferior”. De este modo, a diferencia de los Estados de Bienestar que se construían en Europa, los componentes emancipatorios de su prédica a favor de la ciudadanía social se vinculaban a una relación de tutela carismática sobre los sectores populares que, en los hechos, tendía a liquidar el pluralismo político.

Tras su muerte, el departamento Pocho cambió su nombre por el de Eva Perón y su retrato (realizado por el pintor Francisco Vidal) pasó a presidir, junto con los de San Martín y Perón, el recinto de sesiones de la Legislatura. En julio de 1953 –según consta en un documento que hallé en el Archivo General de la Nación– se realizó una colecta en el Banco de Córdoba para enviar un ramo de flores a la Capital Federal con motivo del primer aniversario de la muerte de Eva Perón.

El empleado Alberto Garzón se negó a colaborar, razón por la cual se le abrió un sumario y fue despedido. Garzón dijo en su defensa: “Yo me guío exclusivamente por los dictados de mis sentimientos y de mi conciencia”. Pero el abogado subdirector de Asuntos Legales del banco, Samuel Linares Bretón, opinó que la negativa de Garzón constituía “una falta grave porque implica un agravio a la personalidad de la señora Eva Perón, que por ley de la Nación es su jefa espiritual”. Y añadía: “No es ningún atenuante la circunstancia invocada por el empleado, por cuanto, como argentino y ciudadano, está obligado al acatamiento a las leyes de la Nación (…) Todas las fuerzas de la Nación –armadas, trabajadores, intelectuales, etcétera– se unieron en un solo y cálido tributo, por lo que no es aceptable que un individuo, permaneciendo ajeno a ese sentimiento, haya agraviado su memoria”. Concluía: “Todo ello hace que su falta sea grave”.

En consecuencia, el directorio del Banco de Córdoba, presidido por Armando Vicini, lo dejó cesante por “haber agraviado la augusta memoria de la jefa espiritual de la Nación”. Este episodio, lejos de ser un dato de color, desnudaba la tensión entre unanimismo sacralizado y pluralismo democrático presente en las prácticas políticas del primer peronismo. En los años subsiguientes, y sobre todo a partir de la revolución cubana, la disputa por su memoria entre los sectores izquierdistas y derechistas del peronismo alcanzó su punto más álgido durante el periodo presidencial de María Estela Martínez de Perón. Frente a ella, los jóvenes militantes de la JP (Regionales) y Montoneros esgrimieron en movilizaciones multitudinarias una consigna épica: “Si Evita / viviera / sería Montonera”.

(*) Profesor Titular Plenario. Investigador Principal de CONICET. Director de la Maestría en Partidos Políticos del Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC.


1 El Arte Glorifica a Eva Perón, Municipalidad de Córdoba, 1954, p. 60.

2 Ibid. p. 95.

3 Ibid. p. 141.

4 TCACH, César (2014), Obreros rebeldes, sexo y religión en el origen del peronismo cordobés. En: Macor, Dario- Tcach, César, La invención del peronismo en el interior del país, p. 42, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe (segunda edición).

5 PIGNA, Felipe (2012), Evita, jirones de su vida, Buenos Aires, Ed. Planeta, pp. 298-299.

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