Hacia un populismo de los cuidados: una vida no fascista

Por Roque Farrán (*)

El autor se propone intervenir en la coyuntura actual a partir de un ethos filosófico orientado por los afectos y la necesidad de definir como adversario político un personaje conceptual: el fascista. Para ello delimita primero distintas dimensiones de la experiencia (ética, política, filosofía), postula el abandono de la grilla clasificatoria izquierda/derecha, y plantea la orientación pulsional afectiva que opera en la base de la sociedad. Así es posible caracterizar al fascismo como una interpelación subjetiva transhistórica y oponerle otra forma de vida y de pensamiento, un populismo de los cuidados, a partir del tratamiento de puntos concretos que reelaboran el clásico decálogo foucaultiano sobre la vida no fascista.

“Aquel que tiene (muchos) amigos, no tiene ningún amigo”.

Aristóteles

“El hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde sólo se obedece a sí mismo”.

Spinoza

El arte de las distinciones y el deseo de reunión

Los amigos de mis amigos no son mis amigos; la amistad para mí no es transitiva ni generalizable, sino siempre una relación única con una singularidad absoluta que se teje de a poco. Nunca fui muy afecto a la lógica de grupos y las identificaciones miméticas, a decir verdad, tampoco a las subordinaciones e idealizaciones respectivas. Quizá eso defina el ethos filosófico. No obstante, además de la amistad, existe la arena política donde tenemos que aprender a convivir y aliarnos con aquellos que, si bien pueden no simpatizarnos, necesitamos para hacer frente a un enemigo que nos quiere destruir. Mientras que la ética es cuidarnos a nosotros mismos, tanto de falsas amistades como del peor enemigo: los mandatos crueles del superyó (Freud, 2014). Todo esto implica practicar el sutil arte de las distinciones, porque no todo es lo mismo.

La libertad, agitada como bandera publicitaria por un sector político que ejerce la crueldad, debe ser cuestionada. La libertad no es una meta ideal ni un axioma de partida, es una práctica que necesita ejercitarse en distintos niveles, velocidades y alturas. Como quien aprende a volar, conviene practicar el despegue y aterrizaje antes de largarse por cielos abiertos. Hay momentos de aceleración, suspensión y freno; hay vuelos rasantes, intermedios y de grandes alturas, allí donde se puede contemplar el conjunto; pero si no supiéramos cada tanto situarnos en una línea o punto del espacio, jamás podríamos volver a tierra o dirigirnos hacia ningún lado. El pensamiento libre no es una conquista asegurada del espacio exterior o un saber absoluto, sino ese mismo ejercicio que sabe manejarse en el conjunto de determinaciones y cuándo conviene cada cosa. El sentido de oportunidad responde al deseo, y asimismo, el captar qué nos permite aumentar o disminuir nuestra potencia de obrar (Spinoza, 2006). Hay una inteligencia material que puede ser ejercida por cualquiera que así lo entienda. Y es lo que motiva, en casos de necesidad y urgencia, el deseo de reunión.

El Papa ha propuesto recientemente, por ejemplo, una reunión de veinte premios nobeles para pensar los problemas de la humanidad. Puede sonar demasiado espectacular y rimbombante el llamado, pero me parece acertado. Creo que por instinto de supervivencia un poco todos nos estamos juntando a pensar la cosa, desde distintos lados, convocados por diversos sectores, gremios, disciplinas, etc. He tratado de responder afirmativamente a las invitaciones que me han hecho porque es también mi inquietud: cómo salir de este embrollo, cómo no rendirnos ante la destrucción que avanza. El problema mayor es poder reconocer y apreciar lo que hace el otro, aunque no coincidamos en todo, aunque tengamos fuertes diferencias. Que nos una el amor y no el espanto. El uso de la inteligencia en toda su potencia, que es siempre colectiva, resulta crucial. Pero también el asumir el riesgo de hablar en nombre propio, porque uno siempre lo hace a través de sus marcas singulares. Estamos haciendo cosas, nos estamos juntando, no estamos entregados, solo hay que encontrar el modo de componerse virtuosamente con otros y dejar las pequeñas vanidades de lado. 

Por supuesto, no todos somos amigos ni pensamos igual, pero no por eso somos enemigos ni debemos odiarnos. Un asunto de disputa irrisorio es la ubicación en el espectrograma ideológico: quién está a la derecha o izquierda de quién. Planteo que tenemos que dejar de lado la grilla clasificatoria “derecha/izquierda” porque no sirve a la disputa política real; se encuentra demasiado mancillada y desdibujada. Por el lado de las posiciones ultraderechistas gobernantes es calificado de izquierda todo lo que no se ajusta a su visión mesiánica y autodestructiva; por el lado de las posiciones críticas todos son sospechados de no ser suficientemente de izquierda, entonces resulta de allí el purismo y la división intestina. Tenemos que orientarnos mejor por los afectos y las dinámicas pulsionales, antes que por consignas ideológicas, porque la tarea de composición es urgente y no hay tiempo para precisiones epistemológicas sobre categorizaciones históricas desancladas de lo que acontece realmente. Urge tomar posición y guiarse por lo que aumenta la potencia de obrar: una ontología práctica de los afectos.

Ante todo, tenemos que caracterizar de manera efectiva a nuestro adversario político: el fascista. El fascismo neoliberal odia, por eso descuida y hace daño (lo examinaremos en el próximo apartado). La definición del fascista en términos afectivos es bien simple: aquel que odia a los vulnerables y ama a los poderosos. Es una orientación subjetiva estructurante, no solo individual o empírica. La fórmula de esta racionalidad política en la actualidad ya la sintetizó brillantemente Foucault (2007): “Hacer vivir, dejar morir”. Los efectos desastrosos están a la vista, y van a empeorar. Hoy no son necesarias grandes promesas o elocuentes discursos para responder a la destrucción desatada, apenas una propuesta política que apunte al cuidado en todos los frentes y modos posibles: un “populismo de los cuidados”. No hablemos más de derecha o izquierda, entonces, hablemos de qué gobierno es capaz de cuidar a su pueblo. Algo tan simple como eso. 

Los legados históricos se heredan en gestos efectivos, prácticos e inteligentes, no responden a meras declamaciones doctrinarias. Reafirmo aquí la frase de Evita: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”. Todavía no escuché a nadie refutar el sofisma libertario que tanto repite el presidente: que la justicia social es una aberración porque los recursos son finitos y las necesidades infinitas. La conexión entre lo finito y lo infinito forma parte nodal de nuestro legado filosófico: que los humanos seamos finitos no impide que podamos conectar con el infinito actual a partir de nuestras creaciones artísticas, científicas, políticas y amorosas; que los recursos sean finitos no impide que incesantemente busquemos fórmulas de uso y recombinaciones distributivas para dar el salto a lo infinito que implica la generosidad y la justicia social; que el Estado haya ampliado esas posibilidades, a partir de la creación de nuevos derechos, cifra la singularidad histórica del peronismo. Al contrario, negar la finitud nos condena a la estupidez del círculo ilimitado de lo mismo: la teología económico-política del neoliberalismo como dogma de la ganancia que nos empobrece por todas partes.

El fascista como personaje conceptual

Debemos preguntarnos ¿por qué en determinadas épocas de la humanidad se asume la necesidad del mal como si fuese una respuesta inteligente? Lo que se hace difícil de soportar es la estupidez inherente a esa respuesta y la suposición de saber que conlleva. Si el mal fuese inteligente no tendría ningún problema en asumir su necesidad; el punto es que la maldad siempre me ha parecido demasiado estúpida, limitada, mediocre. La maldad empieza por destruir y termina auto destruyéndose, no tiene una potencia real. Desde una ontología pulsional, basada en los descubrimientos freudianos, podemos encontrar algunos hilos que nos orienten. La sociedad, sin dudas, debe ser pensada desde los afectos, pero también debemos entender lo que está en juego en la recurrencia de una problemática común.

Existe un extendido debate en torno a cómo calificar a las nuevas derechas o ultraderechas; debate que incluye, por supuesto, la puesta en duda de su novedad. En todo caso, más acá de las complicaciones nominales y sus diversas caracterizaciones históricas, continuidades y discontinuidades conceptuales, el pensamiento filosófico materialista procede atendiendo a la singularidad como modulación práctica de ciertas figuras transhistóricas, invariantes o constantes genéricas. Para no caer en la figura del tipo ideal sociológico, no obstante, trama sus personajes conceptuales en relación a diversos componentes y materiales actuales articulados en un plano de inmanencia o problemática más vasta que es necesario reconstruir. Dicha tarea no es neutral o aséptica, nos implica en la lectura retroactiva de diversas tradiciones, luchas y debates.

Así como Badiou (2008) reconstruyó la figura del revolucionario de Estado a partir de cuatro invariantes subjetivas reconocibles en distintos períodos históricos y regímenes políticos (voluntad, confianza, igualdad, terror), resulta necesario reconstruir ahora la figura transhistórica del fascista como ethos o estilo de interpelación subjetiva. No se trata de una caracterización sociológica o teórico-política exclusiva que agrupe individuos empíricos, sino de una construcción conceptual que anuda heterogéneos niveles, temporalidades y componentes. Por supuesto que tanto Badiou, como Deleuze y Guattari (1985), nos brindaron algunos elementos imprescindibles para entender filosóficamente el fascismo, pero tenemos que actualizarlos a la luz de lo que nos sucede en el presente en nuestra coyuntura.

En primer lugar, el fascista siempre se pone del lado de los más poderosos, sean personajes, naciones, Estados o corporaciones. Es algo que se puede ver tanto en los fascismos totalitarios tradicionales, claramente apoyados en el conjunto de la estructura estatal, como en los actuales libertarios que pueden rechazar el papel de modesto organizador social del Estado local, pero fortalecen los aparatos represivos y enaltecen Estados belicistas fuertes como EE.UU o Israel, a los cuales se subordinan incondicionalmente; también ofrecen todas las ventajas económicas y legales posibles a las corporaciones multinacionales (fondos de inversión, etc.) y los empresarios poderosos como Elon Musk, mientras dejan que se hundan pequeñas y medianas empresas.

En segundo lugar, como correlato de lo anterior, el fascista detesta a los más vulnerables, sean minorías sociales o sujetos subordinados en las relaciones de poder imperantes: trabajadores, migrantes, mujeres, niños, ancianos, personas con capacidades diferentes, etc. La diferencia del fascismo actual con el anterior es que no necesita postular un solo enemigo a destruir, sino que, acorde a la multiplicidad inherente a las sociedades contemporáneas, enfoca diversos enemigos y restaura jerarquías; la destrucción pasa entonces por los mecanismos y dispositivos al uso: hostigamiento en redes, medios de comunicación, desfinanciamiento estatal, además de los clásicos servicios de inteligencia.

En tercer lugar, toma primacía la batalla cultural, como el aspecto subjetivo y afectivo de su interpelación ideológica. Si bien los medios y modos actuales se apoyan fuertemente en la tecnología digital y su multiplicación algorítmica, resulta reconocible como una invariante transhistórica el carácter moralizante agresivo y vituperante de los sacerdotes, predicadores y religiosos de todos los tiempos, apoyados en diversos púlpitos, con el lenguaje mesiánico del castigo divino y la renuncia al goce en función de promesas futuras, inmune a toda refutación, argumentación racional o simple invocación a la sensibilidad y consideración del otro.

En cuarto lugar, hay que admitir que este fanatismo acendrado por todos los medios, prendido de las peores pulsiones de la sociedad y exacerbando al máximo el malestar en la cultura, sólo puede encontrar como vía de resolución la autodestrucción. Su potencia impotente le viene justamente de ese jugar al borde y el desborde permanentes. Ninguna réplica en espejo ni llamado a la razonabilidad argumental pueden tener efectos allí, si no entendemos cuál es nuestra implicación en el desorden que ha producido este síntoma tan peligroso para la existencia del conjunto. Devenir causa adecuada de lo que nos afecta resulta crucial; no es hora de reproches o culpabilizaciones, sino de acción concertada.

Si la sociedad está atravesada por pulsiones destructivas, conservadoras y eróticas, tenemos que tramar con suma delicadeza y a la vez con firmeza todos los dispositivos comunicacionales, culturales y formativos que apelan a la fuerza del deseo y de Eros como respuesta al llamado de aniquilamiento y autodestrucción que enciende siempre a los ánimos fascistas. Contrarrestar por todos los medios posibles las alegrías del odio y el regocijo de la crueldad, no con amonestaciones y recriminaciones morales, sino con verdaderos actos de amor, perseverancia en el ser y composición virtuosa. Tenemos que ser implacables en esta hora. 

Propongo dos puntos de confrontación clave para salir de esta lamentable situación en la que pareciera que nadie piensa lo que nos sucede: (1) A la inteligencia artificial debemos oponerle una inteligencia material que hace cuerpo los saberes; (2) A la invocación de las fuerzas del cielo, oponerle el entramado de fuerzas inmanentes realmente existentes. Para hacerlo necesitamos exceder todas las grillas dicotómicas, incluida la clásica derecha/izquierda, y pensar una ontología pulsional que nos permita orientarnos afectivamente en el presente. Se trata de asumir tendencias impuras, pero rigurosamente entrelazadas. 

Pensar las pulsiones como tendencias ineluctables que nos atraviesan y exceden, no como instintos naturales. La pulsión erótica tiende a componer, la pulsión tanática a descomponer, el conatus a preservar. Si solo existiera una de ellas no sería posible la vida tal como la conocemos: si solo hubiese tendencia a la composición, suma o multiplicación, no sería posible hacer lugar o espacio para lo nuevo, todo se saturaría y volvería cada vez más inhabitable; si solo hubiese tendencia a la descomposición, retorno a lo inorgánico o la estabilidad absoluta, el universo se congelaría y sería igualmente inhabitable; si solo hubiese perseverancia en el ser, cada ente estaría chocando con otros, disputando espacios y oportunidades, pero no serían posibles la destrucción ni la composición. 

¿Cómo se entrelazan estas pulsiones? El conatus requiere asistencia tanto de Eros como de Thánatos: no hay perseverancia en el ser si no se destruye lo que se contrapone a ello y si no se compone con lo que aumenta la potencia de actuar. Pero también Eros necesita que haya perseverancias que componer y destrucciones que liberen nuevos componentes. Por último, Thánatos exige composiciones a las cuales descomponer y persistencias a las que acabar definitivamente. En el medio, nosotros, inventando dispositivos o medios que privilegian unas por sobre otras, que agudizan o cronifican tendencias. Podemos explicar la estupidez humana o la banalidad del mal cuando una pulsión se impone sobre las otras y el armado resulta altamente empobrecedor. Es la realidad política que estamos viviendo. Para salir de esta situación horrorosa tenemos que entender cómo nos afecta singularmente cada decisión o medida, en lugar de ensayar argumentaciones ad hoc, realizar cálculos improbables de intereses a futuro, o disputar lugares en el presente. La política puede recuperar el pensamiento, no todo está perdido, pero hay que proponer una forma de vida que entrelace las pulsiones.

Preceptos para una vida no fascista en clave latinoamericana 

Cuando leo esa suerte de decálogo para el militante que es “Una introducción a la Vida no-Fascista”, escrito por Foucault como prefacio al Anti-Edipo de Deleuze-Guattari, no puedo dejar de pensar que habría que rectificarlo en algunos puntos cruciales, al menos luego de las experiencias políticas atravesadas en Latinoamérica desde mitad del siglo pasado. Pienso, claro, fundamentalmente en el peronismo y los movimientos nacional-populares. Pues en ellos se encontraba y neutralizaba in nuce el virus fascista que proliferaba abiertamente en Europa y también tras la mascarada (neo)liberal norteamericana que supimos padecer de manera recurrente en sucesivos golpes e invasiones. Porque, como formuló claramente Perón (2016) en La comunidad organizada, el problema mayor era cómo no caer en el chantaje de la polarización entre el individualismo acérrimo del capitalismo y la “insectificación” de los sujetos que proponía el totalitarismo, plantear así una “tercera posición” en cierta forma autónoma al juego de fuerzas imperantes. Una suerte de transindividualidad virtuosa se insinuaba así, ligada a la promoción de los afectos alegres y a todo aquello que aumentara la potencia de obrar: el único remedio ante la vida fascista basada en el odio y el resentimiento (las “alegrías del odio”). 

A continuación, transcribo el célebre escrito de Foucault, y luego propongo la modulación latinoamericana de cada uno de estos preceptos.

El Anti-Edipo es una Introducción a la Vida No-Fascista. 

Este arte de vivir contra toda forma de fascismo, ya sea actual o inminente, conlleva cierto número de principios esenciales que sintetizaría de la siguiente manera si fuera a hacer de este gran libro un manual o guía para la vida cotidiana: 

  • Libera la acción política de toda paranoia unitarista y totalizante. 
  • Desarrolla la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, y no por subdivisión y jerarquización piramidal. 
  • Deja de creer en las viejas categorías de lo Negativo (ley, límite, castración, falta, carencia), que el pensamiento occidental sacralizó durante tanto tiempo como una forma del poder y un acceso a la realidad. Prefiere lo que es positivo y múltiple, diferencia en vez de uniformidad, flujos en vez de unidades, arreglos móviles en vez de sistemas. Cree que lo que es productivo no es sedentario sino nómade. 
  • No pienses que uno tiene que estar triste para ser militante, incluso si aquello contra lo que uno está luchando es abominable. Es la conexión del deseo con la realidad (y no su retirada hacia formas de representación) lo que posee fuerza revolucionaria. 
  • No utilices el pensamiento para fundamentar una práctica política en La Verdad; ni utilices la acción política para desacreditar, como mera especulación, una línea de pensamiento. Utiliza la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como multiplicador de las formas y dominios para la intervención de la acción política. 
  • No le demandes a la política que restituya los “derechos” del individuo, tal como los ha definido la filosofía. El individuo es producto del poder. Lo que hace falta es “des-individualizar” por medio de la multiplicación y el desplazamiento, combinaciones diversas. El grupo no debe ser un lazo orgánico que una individuos jerarquizados, sino un constante generador de des-individualización. 
  • No te enamores del poder.

Van entonces mis puntualizaciones y modulaciones latinoamericanas, populistas y materialistas. 

En primer lugar, que la acción política sea liberada de la necesaria subsunción a la lógica totalizante de lo Uno, me parece lo más deseable; pero, igualmente, hay una alternativa a la dicotomía entre proliferación-dispersión-yuxtaposición, por un lado, y estructuración jerárquica-piramidal-estratificada, por el otro; dicha alternativa la señala la lógica del anudamiento borromeo o el trenzado solidario, vía la alternancia posicional de los términos en juego. Es lo que he llamado nodaléctica o nodalogía, que se diferencia tanto de la estructura piramidal y de las esferas autocontenidas, como también del rizoma dispersivo y los flujos deseantes. Entre la rigidez y la fluidez, hay modos de ordenamiento que pueden alternar las disposiciones lógicas y afectivas. Ejercitarnos en una matriz lógica flexible que dé lugar a los movimientos afectivos sin caos ni rigidez.

En segundo lugar, la oposición entre lo negativo y lo positivo, entre la uniformidad y la diferencia, los arreglos móviles en lugar de los sistemas, lo nómade en lugar de lo sedentario, etc. Otra vez allí se hace necesario mostrar que la negatividad inherente, incluso la pulsión de muerte, puede y debe ser anudada a la pulsión de vida y el deseo de autoconservación, y no simplemente denegada o rechazada de plano; porque de no ser así, ésta retorna de manera sintomática produciendo aún más daño o impotencia. Eso nos permite pensar la nodaléctica entre el movimiento y el reposo, el corte y el recomienzo, el pasaje por arriba y por debajo de los términos en juego, contingentes y variables: las diferencias irreductibles que encuentran un modo singular de anudarse, aunque siempre siguiendo el orden del trenzado solidario. Podemos pensar sistemáticamente sin erigir sistemas inconmovibles. Para ello, como dirán los mismos Deleuze y Guattari en “¿Qué es la filosofía?”, es necesario cambiar la noción de sistema (igualmente Foucault en “¿Qué es la Ilustración?”, donde explicita la “sistematicidad” de sus investigaciones micropolíticas). Ejercitarnos en una sistematicidad abierta y sujeta a los acontecimientos.

En tercer lugar, la cuestión de los afectos. Claro que no es necesario estar triste para ser militante. Casi diríamos que hoy pensamos todo lo contrario. Pero no por ello hay que caer en el patetismo de la alegría obligatoria. También es necesaria la templanza en los afectos, poder transitar procesos de duelo, no autoflagelarse con la culpa sino admitir ciertos pasajes afectivos, etc. Sobre todo, tener en cuenta que el conocer la causa de lo que nos entristece ya produce un afecto alegre, y considerar la propia potencia de obrar resulta fundamental para sostener la alegría. El deseo conecta con lo real que nos excede, pero no lo hace de manera simple y directa: hay que saber hacer ciertos anudamientos cruciales. Ejercitarnos en los pasajes y modulaciones afectivas comprendiendo su causa en vez de hipostasiar afectos y forzarnos a sentir de determinada manera.

En cuarto lugar, la verdad no es dogmática ni desestima otras líneas de pensamiento; la verdad es genérica y toca la potencia en su infinitud inmanente; no excluye nada ni a nadie. En ese mismo sentido, es necesario entender que la política es un pensamiento, una verdad singular-genérica que no excluye ni se subordina a otros pensamientos, ni siquiera a la práctica filosófica que propone composiciones entre ellos. De allí que la sistematicidad propiciada por la filosofía cobre otro valor, sea móvil, flexible y rigurosa; invente conceptos, planos de inmanencia y nudos singulares. Exceder la lógica de los derechos hacia los mecanismos de poder y sus modos de subversión, no implica rechazar el lazo orgánico ni promover solo la des-individualización; conviene más bien pensar en procesos de transindividuación donde se muestren otros modos no jerárquicos de hacer lazo y sostener las singularidades en su irreductibilidad, incluso haciendo uso de los derechos adquiridos y otros dispositivos (p. e., tecnologías). Ejercitarnos en preceptos y axiomas que consideramos verdaderos en lo que afirman, convenientes en lo que prescriben y útiles según las circunstancias; en fin una pragmática —antes que dogmática— de la verdad.

Por último, aclararía “no te enamores del poder… de manera idealista”, practica más bien una erótica del poder y del saber que remitan al cuidado de sí, cultiva un ethos relacional que muestre la afectividad variable de los dispositivos y no su desafectación lisa y llana (la importancia de los afectos y transferencias en la política). Es que la alegría no puede ser un mandato o un fin, la alegría surge de cierta composición virtuosa y no podemos negar que hay momentos de descomposición y recomposición donde los afectos mutan, el asunto es ser realistas y acompañar esos procesos, no hipostasiar los modos singulares con un deber ser. Ejercitarnos en una comprensión de nosotros mismos realista, pragmática y materialista, en lugar de proponer sistemas ideales o imperativos morales.

(*) Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS – UNC – CONICET).

 


Bibliografía

BADIOU, Alain (2008). Lógicas de los mundos: El ser y el acontecimiento, II. Buenos Aires: Manantial.

DELEUZE, GillesGUATTARI, Félix (1985). El Anti Edipo: capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Paidós. 

FREUD, Sigmund (2014). Obras completas: El yo y el ello y otras obras: 1923-1925. Buenos Aires: Amorrortu.

FOUCAULT, Michel (2007). Seguridad, territorio, población: curso en el Collége de France, 1977-78, Buenos Aires: FCE.

PERÓN, J. D. (2016). Perón: la comunidad organizada (1949). Incluye la Reforma Constitucional sancionada por la Convención Nacional Constituyente en 1949. (2. a ed. / director: Prof. Oscar Castellucci), Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación.

SPINOZA, Baruch (2006). Ética demostrada según el orden geométrico (Vidal Peña, trad.). Madrid: Alianza Editorial

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