Imaginarios de pasado, presente y futuro en el gobierno de Milei. Consideraciones sobre el régimen temporal de La Libertad Avanza

Por Mario César Russo (*)El autor ensaya algunas consideraciones para pensar el lugar que ocupan los imaginarios temporales en las estrategias políticas del gobierno del presidente Javier Milei y su partido político, La Libertad Avanza. Toma como base el concepto de “régimen temporal” —en tanto conjunto de relaciones entre la política y la concepción y comprensión del tiempo— y propone la tesis de que el régimen temporal del actual gobierno nacional se asienta en la construcción de un tiempo tripartito (pasado glorioso remoto — presente en crisis — futuro glorioso remoto) que permea todo su propuesta política.

Yo veo al futuro repetir el pasado

Veo un museo de grandes novedades

Y el tiempo no para, no para

No para

El tiempo no para, Bersuit Vergarabat

El presente escrito tiene como objetivo aportar algunas consideraciones acerca del lugar que ocupan los imaginarios temporales en las estrategias políticas del gobierno del presidente Javier Gerardo Milei y su partido político, La Libertad Avanza. Sin embargo, vale aclarar que algunas de estas consideraciones no son exclusividad de este gobierno, sino que corresponden a una matriz ideológica de pensamiento neoliberal más amplia, que da sustento a una fase avanzada del capitalismo electrónico-informático (Lins-Ribero, 2012).

En primer lugar, creemos pertinente indicar que todo régimen político (en tanto proyecto político institucionalizado) siempre va asociado a un régimen temporal.

Sí por régimen político entendemos al conjunto de instituciones y leyes que permiten la organización del Estado y el ejercicio del poder, por régimen temporal se entiende al conjunto de relaciones entre la política y la concepción y comprensión del tiempo (pasado, presente y futuro), y sus implicaciones para otorgar sentido a la realidad.

A fines analíticos, se puede decir que cada régimen temporal se compone de 2 elementos yuxtapuestos:

  1. El tiempo de la estructura o tiempo objetivo. Compuesto por las macro tendencias del sistema capitalista y los medios de producción, circulación y consumo y las políticas concretas tomadas por el Estado.

  2. El tiempo de la coyuntura o tiempo subjetivo. Compuesto por los discursos, imágenes y sistemas simbólicos que construyen las políticas potenciales o reales del Estado.

Ambos tiempos no se pueden pensar de forma separada, ya que operan simultáneamente sobre nuestra concepción del presente, el pasado y el futuro. A raíz de esto, la pregunta que nos interesa indagar es, ¿de qué manera incide este régimen temporal en la construcción de la visión del presente, la memoria y la construcción de un horizonte de futuro en el gobierno de Javier Milei?

Para dar respuesta tentativa a este interrogante, vemos que el régimen temporal del gobierno de La Libertad Avanza se ordena en torno a la construcción de un tiempo tripartito, entendido como: Pasado remoto glorioso – Presente en crisis – Futuro remoto glorioso. En el discurso del gobierno actual, este imaginario pasa por una lectura que privilegia los factores económicos como único indicador de bienestar y libertad. Así surge una lectura teleológica de la historia que se puede reducir al esquema: Modelo Liberal agroexportador del siglo XIX – Crisis Fiscal y Moral – Potencia mundial dentro de 40 años.

Para entender mejor el impacto de cómo se construye y opera este régimen temporal, intentaremos apuntar algunas cuestiones sobre su concepción del pasado, del presente y del futuro y sus posibles efectos en los imaginarios sociales de la población.

Pasado remoto glorioso

La construcción libertaria del pasado se elabora recuperando selectivamente experiencias de éxito económico vinculadas con la libertad de mercado y negando los aspectos problemáticos de estas políticas. Debe ser un pasado alejado en el tiempo, ya que su relato no se centra en la experiencia concreta, sino en el discurso del mito. Mientras más alejado en el tiempo, mejor, dado que no habrá forma de refutar esa narrativa por parte de testigos directos del proceso histórico.

Por un lado, se busca construir un “reinicio” de la historia nacional en torno a criterios netamente económicos y a valores ligados al mercado y a la moral burguesa. Su mito fundante se ancla en la Argentina liberal de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Su origen se remonta a un tiempo económicamente próspero y con un rol del Estado que beneficiaba a las clases dominantes. Asimismo, esto va siempre ligado a la reivindicación de las ventajas del modelo económico agro-exportador, negando las consecuencias del desigual acceso a la tierra, de acumulación de la riqueza, la escasa distribución de los ingresos y la tendencia estructural de dicho modelo en la concentración de poder político en una minoría oligárquica.

Por este motivo, la propuesta de la Ley “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” simula inscribirse bajo la línea de pensamiento iniciada por Juan Bautista Alberdi y sus “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina” (1852), así como el Pacto de Mayo pretende inscribirse en la línea temporal iniciada por la Revolución de Mayo (1810), ratificada en la Pacto Federal (1831) y que concluye en el Acuerdo de San Nicolás (1853) con la redacción de la primera Constitución Nacional Argentina. De esta manera se legitiman las políticas del gobierno, dejando por fuera todo aquello que no encaje con sus ideales libertarios.

Asimismo, dentro del imaginario temporal libertario, este régimen busca repetir la lógica propuesta por la autodenominada Revolución Libertadora, cuyo objetivo central era presentar la existencia del peronismo como una desviación de la idea de “libertad” como criterio rector en la construcción de la Nación Argentina, planteado bajo el esquema “Revolución de mayo – Batalla de Caseros – Revolución Libertadora”.

Por otro lado, hay una selección intencionada de la experiencia histórica y la memoria reciente. El peronismo, en tanto experiencia histórica genérica (“70 años de gobierno peronistas” a eliminar), se presenta como una desviación de la historia argentina que debe ser suprimida para que se pueda seguir con las políticas económicas ligadas a criterios liberales que caracterizan su imaginario del pasado. Sin embargo, este régimen temporal también entiende que debe construir su legitimidad sobre una memoria viva concreta, por lo que propone una reivindicación del gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1999) centrada exclusivamente en aquellos aspectos que son funcionales a la construcción del discurso libertario, como la paridad peso-dólar, la estabilidad económica, la entrada de capitales y grandes multinacionales extranjeras, pero como ya se dijo, negando los aspectos problemáticos de las políticas neoliberales.

Esto pone en evidencia que este régimen temporal no se asienta sobre el “tiempo de la historia”, concreto, vivenciado y comprobable, sino sobre el “tiempo del mito”, abstracto, lejano e incomprobable. Esta forma de concebir el tiempo pasado, desobliga al gobierno de tener que justificar su visión histórica y los desliga de cualquier responsabilidad ética y moral con aquellos que queden por fuera o enfrentados a dicha visión.

Presente en crisis

Para este régimen temporal, el tiempo presente se describe como el transcurso de una profunda crisis sin precedentes. Esto es fundamental para el régimen político, ya que legitima y habilita la implementación de medidas que tienden, lisa y llanamente, a aumentar la acumulación de capital en los sectores más altos de la sociedad por parte del mercado y la eliminación de todo tipo de políticas de asistencia social por parte del Estado.

La clave de esta visión temporal consiste en presentar esta situación como producto de una sumatoria de distintas crisis que, como vimos en el apartado anterior, tienen su origen en un tiempo pasado que ha perdido su elemento guía: el respeto de las libertades individuales del mercado. Esto produce no solo crisis económica, sino también una crisis política y, sobre todo, una crisis moral en el pueblo argentino.

La sumatoria de estas 3 crisis, acumuladas y extendidas a lo largo del tiempo, es la raíz de los problemas que aquejan a la sociedad argentina y que se presenta en múltiples formas que se entremezclan y amalgaman en un todo inseparable. La primera, la crisis económica, cuyo principal síntoma es la inflación y la falta trabajo, es producto de décadas de intervencionismo estatal que “atrofió” el aparato productivo haciéndolo ineficiente y costoso. La segunda, la crisis política, representada en una clase política corrupta denominada “la casta” cuyas medidas produjeron un crecimiento desmedido de las instituciones estatales y el aumento del déficit presupuestario, desviando el sentido que el libertarismo le otorga al Estado. La tercera, la crisis moral, es vista como lo más grave a superar, ya que da como resultado un pueblo que ha sido “corrompido”: dependiente de políticas asistencialistas; falto de valores ligados a las virtudes del trabajo, el ahorro y el esfuerzo individual; y, por ende, incapaz de entender las virtudes del mercado y la propiedad privada.

En consecuencia, para este gobierno, una conducta de austeridad del Estado y de sacrificio por parte de la mayoría de la población se presenta como la única manera de salir de esta profunda crisis. Esta cosmovisión, compuesta de una mezcla de moral judeo-cristiana y moral burguesa, tiene una lectura teleológica y pasiva del tiempo: como algo que se desarrolla independientemente de los individuos y completamente ajeno de sus intereses, sentimientos y sentidos.

En efecto, al enarbolar como objetivo fundamental la obtención de un equilibrio fiscal, el gobierno busca modelar la conducta de la sociedad en función de justificar la acumulación de capital en manos de una minoría a costa del sacrificio de la mayoría. El sacrificio actual, para obtener un bienestar futuro, aparece como un valor moral superior, aún a costa de negar las propias condiciones de existencia que pueden llevar a que dicho futuro prometido tampoco se realice.

Esta forma de presentar el tiempo actual como una profunda crisis, tiene una doble implicancia política. Por un lado, oculta la inestabilidad estructural del modo de producción capitalista y su capacidad de producir crisis cíclicas y beneficiarse de ellas, haciendo recaer la culpa de la crisis en conductas particulares de los individuos. Por otro lado, simultáneamente, logra anular la capacidad de acción política de los individuos, ya que impide toda forma de entender a la política como la transformación actual de la realidad y lo desplaza a una espera de un venidero “futuro glorioso remoto”.

Futuro glorioso remoto

El pensador y divulgador Alejandro Gallino (2020) sostiene que en la actualidad estamos atravesando una crisis del pensamiento utópico. Esto se manifiesta en ausencia de ideas o, al menos, de imágenes de futuros alternativos. Según este autor, “la clausura del futuro parece hoy tan severa que la sociedad comienza a buscar alternativas en el pasado, en la nostalgia por los tiempos mejores”. El autor señala, a su vez, que podemos distinguir dos tipos de utopías: la primera, que denomina “especulación realista”, toma modelos concretos de las experiencias históricas para la construcción de futuros realizables dentro de contextos concretos. En este caso este tipo de utopía se centra en el tiempo histórico concreto.

La segunda, pensada como un ideal forjado libremente en la imaginación, no tiene en cuenta las condiciones históricas concretas impuestas por la realidad; es decir, aparece aislada de toda existencia y experiencia histórica particular. A diferencia de la anterior, esta utopía se encuentra vinculada con lo que definimos como el “tiempo del mito”.

En este sentido, la utopía libertaria se articula en torno al objetivo de recuperar un pasado glorioso remoto, cuyos fundamentos radican, como ya dijimos, no en el tiempo histórico concreto, sino en el tiempo del mito. El objetivo manifiesto del gobierno es “transformar a Argentina en una potencia mundial económica”, pero no hoy, sino en un tiempo difuso o lejano (“dentro de 40 años” en palabras del propio presidente).

Ese tiempo futuro glorioso, está marcado por la concreción de las promesas actuales, tales como la estabilización económica, la dolarización, la llegada de inversiones extranjeras, que actualmente no se pueden dar y se deben esperar. El éxito de estas medidas permitirían desarrollar un polo tecnológico digital en nuestro país (aspirando a ocupar el “4to lugar en producción de tecnología digital junto con EE.UU, UE, y China”) y transformar a Argentina en una potencia mundial. La posibilidad de abrir el mercado y permitir el ingreso de inversiones extranjeras ligadas a los sectores tecnológicos se presenta como la solución a los problemas de la sociedad argentina, ya que en el discurso libertario engloban todo lo necesario para superar las crisis antes mencionadas: las inversiones generan puestos de trabajo, los trabajadores deberán ser eficientes, los salarios serán altos y elevarán la calidad de vida y, por ende, ya no se dependerá de la asistencia del Estado. Sin embargo, este discurso es selectivo, ya que al igual que con la visión del pasado, también se niegan los efectos negativos y excluyentes del mercado.

En ese sentido es importante rescatar que “el futuro influye en el presente tanto como el pasado”, tal como indica Nietzsche (1896). En función de nuestra visión de futuro, el día a día transcurre afectando al presente y, consecuentemente, al pasado. Es preciso recordar que el futuro es también previsión, no solo consecuencia de nuestras acciones y, por ende, depende tanto del pasado como del ahora.

En efecto, la utopía libertaria se presenta como una tecno-utopía, ligada a las capacidades transformadoras de las tecnologías, las cuales no son entendidas como elementos al servicio de la sociedad, sino al servicio del capital y la reproducción capitalista. En este contexto, propio de la posmodernidad y de un capitalismo electrónico-informático, el proyecto de futuro se encuentra asociado al mercado capitalista. Esto se debe a que, actualmente, las utopías nacen en el seno del mercado capitalista; es decir, que están dentro de las ideologías dominantes. Por este motivo, sostenemos que las utopías actuales son utopías capitalistas desarticuladas, fragmentadas, que excluyen a gran parte de la sociedad, y la utopía libertaria, no es la excepción.

(*) Docente en la Universidad Nacional de Rafaela (UNRaf) y becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).


Bibliografía:

GALLINO, Alejando (2020). ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?. Bs. As: Siglo XXI Editores.

NIESTZCHE, Friedrich (2005). Más allá del bien y del mal. España: Alianza Editorial.

LINS RIBEIRO, Gustavo (2018). El precio de la palabra. La hegemonía del capitalismo electrónico-informático y el googleísmo. En Revista Desacatos: Revista de Ciencias Sociales, Nº. 56.

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