Por Guido Montali (*)
En este ensayo el autor sostiene que la promesa libertaria, todavía, tiene la forma de la espera y, tal vez, es aún uno de sus principales capitales políticos. Un sostenido malestar social funciona como su condición de verosimilitud. La individualización del futuro guía la narrativa libertaria. Y las instituciones públicas, que contienen a los ya dañados lazos sociales, están en la mira de su ofensiva. La inquietud por los espacios comunes es un gran interrogante de cara al futuro.
Acercamientos
Una primera disposición, acaso clásica, lleva a entablar relaciones entre modos de organización social y vivencias de las temporalidades. Las formas en que concebimos y sentimos al tiempo toman sentido en el marco de determinados órdenes sociales y no de otros. Por caso: David Harvey (2017) encontraba que, luego de agrietada la hegemonía del modelo fordista-keynesiano, se producían correspondencias entre el régimen de acumulación flexible, los sistemas de regulación social y las experiencias del espacio y el tiempo, a partir de lo que denominó una “compresión espacio-temporal”. Las experiencias del tiempo también involucran aquello que las sociedades hacemos con el pasado. Las memorias colectivas, ha sido insistentemente subrayado, son prácticas sociales, resultados de procesos de luchas, de intereses contextuales, de justificación de proyectos y acciones. Tratamos al pasado en función del presente, con momentos de mayor o menor agonalidad.
¿Y qué hacemos con los futuros? Extensamente se ha discutido sobre los grandes relatos del “desarrollo”, del “progreso”, de las “flechas temporales uniformes” y de su lento desvanecerse, sin nunca apagarse por completo, con la modernidad tardía. Marina Garcés (2019) acentúa la crisis de las “promesas” de esos futuros. Si bien con el desarrollo del capitalismo la prosperidad era la promesa que organizaba los horizontes sociales, enfrentamos, de acuerdo a la filósofa española, un tiempo donde “todo se acaba”. Pasó con la modernidad, la historia, las ideologías, las revoluciones; con el progreso, el desarrollo, el crecimiento y, ahora también, con la vida misma ante la crisis climática. La inquietud por el futuro, la pregunta “hacia dónde”, incluye progresivamente el “hasta cuándo”. Si en los imaginarios modernos la garantía era llegar a algún lugar, sea que el proceso fuese reformista, etapista o revolucionario, en el “hasta cuando” el tiempo asume la forma de límite. La socióloga Carmen Leccardi (2015) estudió cómo, en semánticas biográficas de jóvenes, los futuros parecen significarse más por la incerteza que por las posibilidades: más como límites que como recursos.
Estas referencias, amplias y heterogéneas, invitan a reconocer que los procesos de coyuntura se inscriben en aquellos de más larga duración. Evocarlas permite no exotizar al presente, no darle el carácter de excepcionalidad. Pero tampoco agotan la comprensión de las coyunturas, de sus relaciones de fuerzas, de sus transformaciones culturales e ideológicas, porque allí las semánticas temporales toman su coloración específica. Y porque es allí también donde se puede identificar cómo determinadas narrativas encuentran, en su circulación pública, condiciones de verosimilitud.
Los capitales políticos son primordialmente simbólicos, derivan del proceso que lleva a que unos actores sean reconocidos como agentes legítimos en la enunciación de problemas y soluciones. Se fundan sobre la creencia y el reconocimiento. Y se completan con aquello que Bourdieu llamó la “alquimia de representación”. En la coyuntura argentina, las narrativas libertarias continúan nutriéndose del desgaste de los espacios que organizaron la vida política argentina desde la crisis del 2001 y, quisiera proponer, de la interpelación de sensibilidades sociales vinculadas a experiencias temporales de la crisis. Construir verosimilitud y legitimidad en torno a la espera es parte de su capital político. La espera trama las acciones y las expectativas en una relación particular con el tiempo, asociada a una promesa a cumplir en algún futuro, más o menos próximo. Pero la aceptación de la espera también reseña pasados que la justifican.
Presentes cíclicos
Otra disposición lleva a preguntarse por la relación entre un problema construido para el análisis y un problema social. Que sea vivenciado como tal por grupos, por actores concretos. Sugiero, a sabiendas de que la afirmación requeriría de mayor elaboración, que las inquietudes por los futuros próximos son un tema de coyuntura. Sin ser un problema público explícitamente, en el sentido de que distintos colectivos lo visibilicen, que tenga consagración estatal, que sea parte de una discusión reconocida; sí puede ponderarse al futuro próximo como una dimensión importante de los malestares sociales. Veamos en corta retrospectiva.
En un informe publicado en marzo del 2022, el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) presentó los resultados de una investigación cualitativa titulada “Encrucijadas de la política en la post-pandemia”. Con el objetivo de comprender representaciones de la democracia, sus instituciones y las transformaciones ideológicas luego del Covid-19, el informe aseveraba:
“La palabra crisis aparece como el nombre del presente y como la expresión de formas del malestar social reprimidas por las grandes narrativas de la pandemia. Esta crisis y este malestar tienen una temporalidad cíclica y agobiante en la experiencia de los ciudadanos. La falta de trabajo, la precarización y la inflación son sus síntomas principales (…) Las imágenes en las que se inscribe la crisis son las de un tiempo eterno, circular, aunque con altibajos (…) En las imágenes de la crisis y del malestar que traen los entrevistados se repite la imposibilidad de crecer hacia el futuro, en consonancia con esa temporalidad catastrófica”. (LEDA, 2022, pp. 9-14)
La investigación evaluaba, luego, cómo estas experiencias de la crisis habilitaban un marco propicio para la legitimidad de narrativas como las de La Libertad Avanza. La política “tradicional” no sólo era responsable de la crisis, sino que tampoco conocía o proponía salidas a esa temporalidad cíclica.
El informe Latinobarómetro 2023, sección Argentina, incluía la pregunta por el “estado del país”, con las opciones: “está progresando”, “está estancado”, “está en retroceso” y “no sabe”. El 90% respondió entre “estancado” y “en retroceso”, con esta particularidad: mientras el “estancado” fue mayoritario entre las dos primeras franjas etarias de la encuesta (15-25 y 26-40), el “retroceso” lo fue entre las últimas dos (41-60 y más de 61). La economía era el “principal problema”, en una situación “muy mala”, pero tampoco era mejor la expectativa para el próximo año: “igual” o “peor”. Las “oportunidades para conseguir trabajo”, se creía, estaban “poco garantizadas”1. El 60% se mostraba entre “no muy satisfecho” y “nada satisfecho” con el funcionamiento de la democracia (lo que no invalidaba su apoyo como forma de gobierno) y el 75% con los partidos políticos.
Durante la campaña electoral de 2023, las narrativas libertarias abordaron el presente nacional como el de una catástrofe inminente. Combinaban elementos del pasado como desviación y/o error y apuntaban responsables actuales y pretéritos. Pero auguraban, a partir de una transformación radical, un futuro promisorio. Esa narrativa, como señalaron Micaela Cuesta y Lucía Wegelin (2023), se configuró como una “catástrofe anunciada” que saturó de imágenes la crisis del presente: “cuando todo lo malo ya está sucediendo, los imaginarios de futuro se adelgazan”. Salir de la catástrofe y avanzar hacia el reino de la prosperidad requería, y al parecer lo sigue haciendo, de un padecimiento social inevitable. Más del que ya se manifestaba. El malestar acumulado sobre una temporalidad que, sea cíclica o estancada, inquietaba a distintos sectores de la sociedad y erosionaba la legitimidad de las instituciones, justificaba la espera. Construía un capital escaso. En presente: da tiempo aún a la promesa.
Mi éxito, mi malestar
Las lógicas temporales del capitalismo financiarizado se apoyan en la velocidad, en la inmediatez y, en ese marco, se exacerban los discursos de separación entre política y economía o, dicho de otro modo, del rechazo a que sea la política la que planifique el futuro. Esta separación que, según Nancy Fraser (2023), es estructurante del capitalismo pero que no hace más que limar una de sus condiciones de posibilidad (la de la dependencia de los capitales de los poderes públicos), se tensa al extremo en la coyuntura. La narrativa libertaria lo apuntala sin tapujos: no sólo porque la política esté viciada de corrupción, de falta de transparencia, sino también porque ralentiza, porque sus regulaciones no permiten el libre desarrollo de las fuerzas productivas traccionadas por las vanguardias del capital.
El espíritu refundacional libertario, de nombres rimbombantes como el de la “Ley de Bases y puntos de partida para la Libertad de los Argentinos” se sustenta, sin embargo, en el más mundano de los principios: “no hay plata”. El “equilibrio fiscal”, aunque no parece muy convocante, es la cuerda sobre la que se camina hacia las buenas noticias. Pero en el tránsito sobre su fragilidad, se aconseja el empujoncito: “que compitan”, ha indicado el presidente en distintas intervenciones públicas. Este contractualismo libertario, de individuos atomizados en sociabilidad mercantil bajo el principio de la competencia, prescinde de clases sociales, de pueblos o colectivos de solidaridad. La competencia, promete, será el mecanismo de igualación social. A la incertidumbre por el futuro se la enfrenta con creatividad y novedad, se la valoriza (como se valoriza el capital).
No es demasiado aventurado pensar que el reverso de esa valorización, individualizante y competitiva, no sea otro que la privatización del malestar social. Como proponen Leandro Barttolotta e Ignacio Gago, de una crisis que se vivencie más como “implosión” que como “explosión” o “estallido”. De cansancios silenciosos que se “aguantan”. Cansancios que esperan. No en el mismo sentido, pero sí recurriendo a la misma metáfora, Ezequiel Adamovsky (2023) sugiere que estamos ante una fase implosiva del capitalismo y, como tendencia, frente a la consolidación de un individualismo autoritario. Sin más “afueras” por conquistar, el capital presiona hacia “adentro”: en las tramas de los vínculos sociales, de las relaciones con unx mismx, de los tiempos libres. En un orden social percibido frágil, con los espacios y las expectativas de proyección comprimidas, los otros sociales se vuelven un riesgo y, como señala el autor: “el individuo que se creía autónomo se siente amenazado y enarbola su derecho a defender el ilusorio espacio vital que le habían prometido”.
En la misma mesa: espacios y futuros
Los futuros son órdenes de sentido que se apoyan en la materialidad de lo social. Haríamos bien en considerar correspondencias y tensiones entre tendencias estructurales, formas en que se gestionan en las distintas instituciones que organizan las relaciones sociales y experiencias de grupos y actores. Lógicamente, también en plantear distintos horizontes de cercanía o lejanía: futuros próximos, futuros en cuanto proyectos de acción en el mediano plazo, futuros como imágenes lejanas que se caracterizan aún por su carácter especulativo. Y, como punto de partida, que posiciones, trayectorias y desiguales distribuciones de capitales permiten comprender representaciones de futuros, sean estas metaforizadas como “recursos”, “límites”, “incertidumbres” o cualquier otra figura. Pero esos esbozos deben atender a un aspecto que es, a mi entender, de sensible actualidad. Estamos en una coyuntura que pone en entredicho el imaginario de la virtud garantista de las instituciones públicas como espacios de pretendida igualación y movilidad social. Un cuestionamiento, en pocas palabras, de las promesas de futuro que esas instituciones, aún golpeadas, todavía afirman que pueden sostener.
Este es un blanco predilecto del gobierno de La Libertad Avanza. Superficialmente, por el funcionamiento de las instituciones, en algunos casos, por su misma razón de seguir existiendo. ¿Podemos conjeturar entonces que una parte del debate sobre los futuros próximos en la coyuntura es espacial? No de los espacios comprimidos del individualismo a lo Adamovsky, o no sólo de esos, sino de aquellos que podían actuar como contratendencia: los colectivos. Quizás en visualizar espacios comunes, y en construir en su cobijo otras promesas, se hallen nuevos desafíos. Por ahora, ante este estado de cosas, a veces no encontramos otra respuesta más que reflejos de conservación. Recuerdo, de todos modos, una reflexión de Jorge Luis Borges acerca de que la creación y la conservación, enemistados a veces, pueden sin embargo ser sinónimos.
La película “The Old Oak” (2023), última del largo recorrido del director británico Ken Loach, propone lo que parece su atisbo final de resistencia. El desgastado espíritu del dueño del bar que lleva el nombre del film, si bien tiene razones personales, sugiere una tristeza política. De generaciones de mineros que, en condiciones de explotación, lograban organización y espacios de convivencia de clase, a sus hijos que conversan entre cervezas sobre la decadencia del pueblo, sus viviendas abaratadas y el rechazo hacia la inmigración siria. El mencionado personaje desliza: “toda una forma de vida desaparecida para siempre”, cuyo rastro sólo queda en las fotos de un salón que no utiliza hace veinte años. Pero la relación que entabla con una inmigrante lo lleva a habilitar un espacio de sociabilidad entre locales y recién llegados, motivado por el recuerdo de una frase pegada bajo una de las fotos: “quienes comen juntos, permanecen juntos”. Una imagen del pasado que permite un gesto preciso, de cuidado en el presente. Un cuidado guiado menos por grandes narrativas emancipatorias (que la película añora, por momentos torpemente) que por el reconocimiento de formas elementales de la vida colectiva.
(*) Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y becario postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
1 Representación que coincide con los datos de la Encuesta de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica: en 2023 “sólo el 40,4% de la población económica activa de 18 y más años logró acceder a un empleo pleno de derechos (…) “el 8,8% de esta población se encontraba abiertamente desempleado y el 24,3% sometida a un subempleo inestable (…) Al mismo tiempo, el 26,5% contaba con un empleo regular pero precario” (Donza y Salvia, 2024. p. 6).
Referencias
ADAMOVSKY, Ezequiel (2023). Del Antiperonismo al individualismo autoritario. Buenos Aires: UNSAM.
BARTTOLOTTA, Leandro y GAGO, Ignacio (2023). Implosión. Apuntes sobre la cuestión social en la precariedad. Buenos Aires: Tinta Limón.
CUESTA, Micaela y WEGELIN, Lucía (2023). Una catástrofe anunciada. Revista Anfibia. Recuperado de: https://www.revistaanfibia.com/una-catastrofe-anunciada/
DONZA, Eduardo y SALVIA, Agustín (2024). Persistentes desigualdades estructurales del escenario laboral argentino en un contexto de incertidumbre (2010-2023). Barómetro de la Deuda Social Argentina. Buenos Aires: EDUCA. Recuperado de: https://uca.edu.ar/es/noticias/post/persistentes-desigualdades-estructurales-del-escenario-laboral-argentino-en-un-contexto-de-incertidumbre-2010-2023
FRASER, Nancy (2023). Capitalismo caníbal. Buenos Aires: Siglo XXI.
GARCÉS, Marina (2019). Condición póstuma, o el tiempo del ‘todo se acaba’. Revista Nueva Sociedad (283), septiembre-octubre. Recuperado de: https://nuso.org/articulo/condicion-postuma-o-el-tiempo-del-todo-se-acaba/
HARVEY, David (2017). La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires: Amorrortu.
Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LESA) (2022). Encrucijadas de la política en la postpandemia. Informe cualitativo #4, Primera Parte. UNSAM. Recuperado de: https://www.unsam.edu.ar/leda/docs/P1%20-%20Representatividad%20politica.pdf
LATINOBARÓMETRO (2023). Análisis en línea. Recuperado de: https://www.latinobarometro.org/latOnline.jsp
LECCARDI, Carmen (2015). Sociologías del tiempo. Santiago: Finis Terrae.