La política, la cotidianeidad y las violencias: experiencias de participación electoral

Por Julieta Delpino (*)

La sanción de la Ley de voto joven en octubre de 2012 abrió la puerta para que chicas y chicos de 16 y 17 años pudieran participar en elecciones nacionales. En esta crónica en clave personal, Julieta Delpino relata su experiencia en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto de 2019, las primeras en las que pudo ejercer su derecho a votar y a participar como fiscal partidaria. Recuerda su ansiedad y comparte sensaciones y reflexiones de aquella jornada marcada por la militancia, las pasiones, los enfrentamientos y una convicción: construir desde el amor.

11 de agosto de 2019, con 17 años voto a presidente y fiscalizo por primera vez. Eran las PASO aún pero la ilusión se hacía presente, porque no era simplemente la acción de meter el voto en la urna, tenía la oportunidad de apoyar un proyecto en el que realmente creía. Me levanté a las 7 de la mañana, ansiosa, tenía que estar a las 8 en el colegio y vivía a tres cuadras pero no me importaba, ya quería arrancar. Sentía que fiscalizando y con mi voto era por primera vez parte del proyecto nacional, y porque después de mucha espera se hacía efectivo ese derecho al voto joven que había acompañado con tan solo 14 años en Córdoba. Ese es de mis primeros recuerdos de militancia1..


Me levanto y bajo a hacerme un café; ya lo había hecho mi vieja, que no lo decía pero también tenía ilusión por mí. La noche anterior medio en secreto me había confesado que los iba a votar. Sentí la esperanza de que la militancia había dado sus frutos.

Llego al colegio a las 7:45 para que me designen la mesa. Por suerte me espera un amigo como fiscal general. Porque los amigos es de las mejores cosas que te deja la militancia, esos que comparten y entienden la pasión con la que haces lo que haces.

Entro al colegio y me reciben con malas noticias: faltó la presidenta de mesa. El manual indica que, en esos casos, le corresponde al primer o primera votante del día quedarse como presidente. Sin embargo, siendo realistas, sucede que la gente llega y al ver la situación no quiere votar, entonces comienza a atrasarse el día. Frente a eso, los fiscales generales acordaron que algunos de los fiscales de mesa ocuparan esos lugares. Una vez que todos accedieron a esa solución había que decidir quién se quedaba como presidente en cada mesa. En mi caso las cosas estaban bastante claras; las opciones eran una mujer del partido opuesto, que hacía más de cinco elecciones que fiscalizaba, o yo, que era la primera vez. Todes (me incluyo) pensábamos que ella era idónea, ahora no estoy tan segura.

A pesar de eso, la primera parte del día estuvo bien, nos propusimos poder conversar ya que íbamos a estar solas todo el día. Pudimos charlar, pero ojalá hubiésemos estado solas todo el día.

Soy mujer, joven y no soy de clase alta. Pero sí vengo de una familia de clase media, que me respetó siempre en todos los sentidos y me transmitió los mejores valores que podría haber pedido. Me siento privilegiada, y es por eso que milito. Es innegable que he sufrido las consecuencias de esta sociedad patriarcal y adultocéntrica, pero jamás podría ponerme en el lugar de víctima, porque siempre pude ver otras realidades. Si no milito yo, que tengo la fuerza mental, el sustento económico y el apoyo para hacerlo, ¿quién lo va a hacer?. Porque nadie te lo dice, pero se necesitan todas esas cosas para militar en política. Pones el cuerpo, la cabeza, tiempo y plata, y muchas veces te encontrás en espacios hostiles e individualistas. Con el tiempo elegís tus espacios y encontrás esos compañeros de militancia que te siguen a todos lados.

La mañana estuvo tranquila, pero vi venir la lentitud de la improvisada presidenta de mesa. Yo no sabía mucho, así que elegí no opinar. Hacia el mediodía se empezó a complicar, era domingo y la gente quería votar e irse a comer con la familia. Éramos la única mesa con fila de 20 personas constantemente. En ese momento llegó otra fiscal a quedarse en nuestra mesa, entre las dos intentábamos agilizar pero era imposible. La gente empezó a molestarse, era entendible. El límite lo cruzaron los que comenzaron a tratarnos mal. Ojalá hubiesen sido sólo votantes, y no los dos fiscales generales que cuando vieron el panorama nos crucificaron. Nos hicieron el resto del día imposible. De mala manera, nos pedían entrar demasiado seguido al cuarto oscuro, cuando había 30 personas esperando. Nos hostigaban y apuraban, con comentarios despectivos e insultantes. Fue de mis primeras experiencias con esa parte de la política que no está tan buena. Más tarde entendí que eso era cotidiano, incluso hacia dentro de algunos espacios.

La tarde fue eterna, comimos algo recién a las 16, estaba descompuesta porque dentro del colegio no corría el aire. Me motivaba solo la convicción por la cual estaba ahí. Ya faltaba poco, pero seguía llegando gente. Me llegaba información de que se comentaba que, a pesar de ser las PASO, estaba votando gran parte de los padrones. Lo veía en mi mesa, me ponía contenta. Que linda la democracia.

Se acercaba el cierre de la votación y los fiscales generales acechaban la nuestra. No confiaban, y lo habían dejado claro durante todo el día. Desgraciadamente estaba acostumbrada al destrato por parte de adultos, con la excusa de “la experiencia”. Sí, la experiencia y la falta de humildad y empatía.

Cerramos la urna y festejé internamente pensando que ya en un rato me iba (no fue así). Nos adentramos al cuarto oscuro, con dos fiscales extra que venían a vigilar. La presidenta no lo hacía mal, pero era lenta. Todos se desesperaban ante la norma de que ella era la única que podía tocar los sobres de los votos. Yo disfrutaba y sufría al mismo tiempo.

Entonces, cuando creía que no podía empeorar, empezaron los insultos hacia mis candidatos. Eran todos de partidos distintos, sin embargo se aliaron de una manera cínica e innecesaria. Chistes irónicos que solo hacen reír a quien los dice.

Cansancio, enojo y hartazgo se mezclaban con la emoción de los mensajes positivos que llegaban. Ya faltaba poco. Vino el fiscal general de mi partido y me relajé, pero los malos tratos también fueron hacia él. Ahí entendí, por primera vez, que el odio no era culpa mía. Estaba (está) dentro de algunas personas, es la forma que conocen para relacionarse. Es muy profundo y no desaparece de un día para el otro desgraciadamente.

Sostuvimos cómo pudimos un escrutinio que duró más de tres horas. Éramos la última mesa del colegio. Se discutieron votos absurdos. Peleamos algunos y cedimos otros. Esos no iban a definir el resultado; ya se habían cerrado todas las urnas del país. El del correo esperaba ansioso en la puerta hasta que al fin le dijimos que ya estaba.

Fui hacia el resto de mis compañeros fiscales con un poco de vergüenza por ser la mesa más lenta de todo el colegio. La reacción me sacó la vergüenza en un segundo. Me aplaudieron y abrazaron. Es por esa gente que sigo teniendo esperanza y convicción. Desde el amor se construyen otras cosas.

Después de ese día volví a fiscalizar siempre en elecciones nacionales, que fueron tres más. Por suerte ninguna fue tan terrible, aunque de una manera un poco poética dos años después, también en unas PASO, volvió a faltar la presidenta de mesa designada. Misma situación, dos mujeres fiscales. Esta vez yo era la que tenía “experiencia” y para la otra era la primera vez. Me hice cargo, con el orgullo que siento por ser ciudadana argentina y con la bandera de la democracia ante todo. También fue cansador y también intentaron hostigarme fiscales “experimentados”. Sin embargo, defendí con responsabilidad el procedimiento que correspondía y logramos, junto a la otra fiscal, mantener una mesa ordenada y rápida durante todo el día. Estos dos ejemplos son la vida misma, cómo se aprende de las experiencias y cómo te haces más fuerte con cada una.

Ese día terminó con un improvisado festejo en el Patio Olmos, con mucha cerveza y fernet, y acompañada de grandes amigues. Sin dudas esa experiencia es ya anecdótica, pero también me marcó y a partir de ahí entendí muchas cosas.

Entendí que la violencia va a estar siempre, pero que sí existen otras formas. También entendí que somos en parte las juventudes quienes venimos a mostrar que hay diversas maneras de ser y hacer política, y que todas son válidas siempre y cuando sean desde la empatía, el respeto y la convicción de que lo colectivo es esencial. Porque no estamos solos, sino que somos con otros y por otros. Entendí lo fundamental del voto joven (y con él, los demás derechos políticos hacia este sector), porque es la forma en la que se institucionaliza y se hace efectiva la participación de las juventudes. Pero también entendí junto a eso, que los jóvenes somos mucho más que un rango etario o una “etapa” de la vida que se debe transitar solo para llegar a la vida adulta. Somos ese gran grupo que simboliza el momento en el que todas las personas se descubren y se encuentran (o se desencuentran) a sí mismas. El momento en el que se forjan las ideas propias y se descartan otras. El momento de explorar y divertirse, pero también afianzarse y decidir. Tantas cosas hay por decidir.

Así que hoy, a casi diez años de la sanción de la ley de voto joven en mi querida Argentina, brindo por todas las maneras posibles que hay de ser joven. Por esa pasión e intensidad con la que hacemos las cosas. Por ese motor lleno de energía que aunque intentaron silenciar nunca pudieron. Por los compañeros que lucharon por el boleto estudiantil, por quienes acompañaron la lucha obrera, por las mujeres jóvenes que encarnaron la marea verde, por las disidencias que lograron la ley de identidad de género. Por todes, todas y todos. Porque cuando la juventud se pone en marcha, el cambio es inevitable.

(*) Candidata a Secretaria de las Juventudes de la CTA Córdoba. Miembro de la Mesa Ejecutiva del Consejo Municipal de Ambiente de Villa Allende. Estudiante de la Carrera de Lic. en Desarrollo Local y Regional de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM) – Sede Córdoba.


1 Se incorporaron en el texto tuits que fueron compartidos en el proceso que sitúa la narración de experiencia, con la intención de darle cuerpo a las expresiones y vivencias.

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