La reunión de las crías

Por Matías Barnes (*)

La premisa en la que se afirma Jeta Brava es la construcción colectiva, sin descuidar la subjetividad de cada voz que contiene: potenciar las búsquedas personales en un marco de creación grupal. Este artículo es un recorrido por la vida de este joven colectivo, que en octubre de 2022 publicó su tercer libro: “La reunión de las crías”. Luego de una pandemia, el libro se presenta como “una herramienta cultural para volver a salir a crear comunidad. Un mapa para encontrarse y multiplicarse”. En ese itinerario extenso y prolífico, el Colectivo Cultural Jeta Brava comparte su experiencia en CDC. Una presentación, un convite, un porvenir.

2022. Actualidad y tiempo presente. Todos estos años de gente reunida alrededor de un proyecto de inclusión y promoción de los derechos humanos a través de la palabra literaria da cuenta de lo que somos. Relata el desarrollo de un colectivo que nació allá por el año 2014 a la vera del río Primero, donde vivió y recitó sus versos escritos en rima María Isabel Montañez (Poesía y resistencia, Eduvim, 2016). María Isabel, nuestra alma mater, fue quien inició este recorrido de reconocimiento territorial de la poética barrial de la ciudad. Su historia como mujer y poeta nos llevó a querer visibilizar todas esas voces que habían sido postergadas y excluidas desde la centralidad clasista de la cultura urbana.

2019. Cronología. En noviembre de 2019 cerrábamos el año de presentaciones de A su corazón que emana pólvora. Habíamos recorrido escuelas secundarias, radios comunitarias, la Feria del Libro de Córdoba, el teatro recuperado por la lucha barrial La Piojera, encuentros audiovisuales, seminarios y jornadas de profesionales y estudiantes de psicología como disertantes, festivales universitarios y vecinales compartiendo lecturas, canciones de rock nacional, hip hop y freestyle, expuesto en congresos literarios provinciales, compartido la palabra en consejos barriales, bibliotecas populares, ciclos y foros desde el mes de mayo cuando se presentó por primera vez en comunidad A su corazón que emana pólvora.

Nuevos y prometedores aires para el crecimiento del colectivo se avecinaban en el 2020. Nunca vimos llegar una pandemia, tal vez como el resto de la humanidad.

2017. 2018. 2019. Retrospectiva. Hacía dos años y medio – desde febrero de 2017- que se venía gestando de manera planificada y organizada A su corazón que emana pólvora. Primero como una idea en el aire a materializar, pensando en la posibilidad de crear un proyecto que diera cuenta de una cartografía de voces juveniles en torno a la literatura que se estaba produciendo en distintos lugares de la ciudad y que no era reconocida culturalmente dentro del entramado legitimado (por la crítica, las instituciones educativas y la academia). Posteriormente, en segundo lugar, para empezar a ponerle cuerpo concreto a la idea, dimos inicio a cinco talleres de escritura creativa de manera simultánea. A su corazón, sería nuestro segundo libro, que teníamos la intención de publicar apenas consiguiéramos el financiamiento necesario para solventar los costos editoriales y de imprenta. Iba a ser nuestro primer libro de poemas, cuentos, microrrelatos y canciones de rap escritas por treinta y cuatro jóvenes de trece a diecinueve años de edad de barrios de la periferia de la ciudad y escuelas secundarias públicas de Córdoba Capital. Aquellos textos surgieron como consecuencia entonces de esos talleres de producción literaria realizados en el Jerónimo Luis de Cabrera, la casa de música Rayuela, el Espacio de Memoria Campo de La Ribera en articulación con la escuela Florencio Escardó, el IPEM 18 de Argüello y la casa cultual de Richard en El Sauce. Desarrollados por un equipo multidisciplinar de poetas, músicas y músicos, narradoras y narradores, comunicadoras y comunicadores, raperos y profes de literatura, durante cinco, seis y siete meses según el territorio.

A partir de esa experiencia de 2017, trascendental para nuestra existencia, un grupo de jóvenes escritoras y escritores sostuvo su participación de manera continua dentro del espacio taller. Espacio que llamamos taller madre y/o taller de base. El taller madre es el lugar de encuentro semanal que desde hace cinco años nuclea y propicia nuestras reuniones y producciones artístico culturales. Cada encuentro, es leída y conceptualizada la obra de una autora o autor. La dinámica que le continúa a esa lectura es el intercambio de opiniones al respecto de lo que nos generó lo leído. Posteriormente se propone realizar una actividad en común como eje disparador de escritura. Cuarenta y cinco minutos, cincuenta, de silencio, es el tiempo que posibilita la escritura personal. Escritura que se traduce en textos que se trazan en hojas de cuadernos o pantallas de celulares, para que, finalmente, quienes tengan ganas ese día y se animen, sin presiones ni obligaciones, voluntariamente, compartan lo creado para ser recibido mediante una escucha atenta que no juzga despectivamente, ni menosprecia, pero sí aporta devoluciones de valoraciones positivas o preguntas que intentan encontrar un entrelíneas, un trasfondo, que aborde la raíz del nacimiento de esos escritos. Esa metodología es parte de nuestra pedagogía de formación y participación democrática e identitaria.

La importancia de las instituciones para la vida en comunidad. Durante 2018 y 2019, El Jero (IPEM 138) fue nuestro refugio, amparo y oportunidad de continuidad para poder seguir encontrándonos con jóvenes que no solo eran estudiantes del cole, sino que también llegaban desde otras escuelas y barrios de la ciudad y que habían participado de los talleres de producción que hicieron nacer A su corazón que emana pólvora. La dirección de la escuela apostó por la continuidad de ese espacio que habíamos erigido en 2017. Un acto de valentía política para los tiempos que transcurrían asfixiantes y oscuros en un marco de recortes a la educación pública a nivel nacional.

2020. Con la llegada de la pandemia la incertidumbre nos hizo reconfigurar nuestro entramado comunicacional interno y externo y repensar las posibilidades de creación en relación al incipiente escenario de conmoción sanitaria y la pérdida del encuentro comunitario.

Ante la necesidad de decir y poder exteriorizar a través de la escritura lo que el aislamiento estaba haciéndoles vivir y sentir a les jóvenes de Jeta Brava, nació Poéticas sonoras para saltar muros. Desde el encierro había que poder ponerle palabras a lo que nos atravesaba emocionalmente como sociedad y, subjetivamente, a lo que cada emocionalidad sumergida en el desconcierto estaba sintiendo. Así, mediante ejes de escritura similares a los del taller madre, compartidos en el grupo de WhatsApp que supimos armar, empezaron a crearse los textos que serían el hilo conductor de las producciones audiovisuales (video poemas / video minutos) que compartimos formalmente en mayo de 2020 vía IGTV y que fueron producidas colaborativamente por el equipo de comunicación y realización audiovisual de Jeta Brava. El futuro apocalíptico, tecnocrático y distópico había llegado, profundizando desigualdades estructurales e injusticias históricas difíciles de revertir en aquel tiempo presente y también en este para la juventud argentina.

A mitad de 2020 pudimos reunirnos por primera vez de manera presencial en la costanera del río Suquía para pintar un mural de la mano de Hacé Pintar. Ahí volvimos a vernos presencialmente después de meses de virtualidad. Era extraño y hermoso ver otra vez a personas tan cercanas que construyen una identidad colectiva desde hace años sin pixeles de por medio. La premisa era sostenerse para no hundirse en la apatía social del aislamiento preventivo y obligatorio.

Cerramos el año con una invitación de los Espacios de Memoria Córdoba para ser parte de Mirar y contar, relatos para armar rompecabezas inacabados. Un proyecto cultural que pretendió actualizar las miradas sensibles a la hora de abordar las historias de personas que habitaron la ciudad y fueron perseguidas en el marco del contexto del terror implantado por la última dictadura cívico–eclesiástica-militar, el secuestro y desaparición de jóvenes militantes cordobeses de la escuela Manuel Belgrano. La experiencia de Poéticas sin dudas fue el escenario de experimentación y potenciación previa que nos permitió trabajar las tramas audiovisuales que aparecieron desenlazadas en Mirar y contar y que titulamos Un pedacito de campo entre la mugre.

2021. Entre presencialidad y virtualidad seguimos sosteniendo lo transitado. Haber construido un piso común consistente de participación previa y una identidad colectiva marcada por la intervención activa y protagonista de voces juveniles fue uno de los hechos fundamentales que nos permitió poder seguir alimentando la interacción activa durante la pandemia. No era un grupo a construir, sino que, por el contrario, era un grupo que venía de presentar un libro en 2019 y estaba gestando otro proyecto editorial más hasta que llegó el coronavirus.

Fortalecimiento de la autoestima y formación. Uno de los ejes fundamentales que se plantearon desde el inicio de los talleres, allá por 2017, fue que las y los jóvenes pudieran encontrar herramientas que les permitieran en el mediano y largo plazo estar al frente del dictado de talleres literarios y de rap en instituciones y territorios de la ciudad, para comenzar nuevamente a generar el ciclo de acrecentamiento de la autoestima, la valoración y validación de los discursos generacionales y potenciar las voces ficcionales de otras y otros jóvenes de la ciudad a través del hacer cultural.

En abril de 2021 tuvimos nuestra primera reunión virtual con la editorial de la UPC (Universidad Provincial de Córdoba) para empezar a darle forma al segundo libro de jóvenes que se venía: La reunión de las crías.

Huellas, rasgos y signos identitarios. Nuestra impronta identitaria se desprende de la premisa de la construcción colectiva no regida por lo homogéneo, criada por la multiplicidad, la pluralidad, lo heterogéneo, diverso y democrático. Una identidad colectiva que no desdibuja la subjetividad de cada voz, sino que potencia la búsqueda personal en un marco de creación grupal. Creemos fervientemente en los objetivos alcanzados como parte de un proceso sostenido, planificado, multidisciplinar, sensitivo, perceptivo y deseante que fortalezca, fomente y construya una trama propositiva posterior a cualquier mirada crítica sobre la realidad. Nunca nos quedamos solo en el pensamiento y enunciado crítico. Creemos en los procesos. Respetamos los procesos. No creemos en recetas, en modelos impuestos de aplicación instantánea, moldes de contenidos efímeros, importados, figuras de entrenadores motivacionales que aleccionan con el láser de lo conveniente para el mercado concentrado y la corrección política del funcionamiento de una vida en aparente armonía y salvaciones individuales que desconocen de tensiones, conflictos y posiciones sociales producto de puntos de partida desiguales.

Todo este trayecto transitado y construído colectivamente nos permitió llegar a La reunión de las crías. La reunión de las crías no es solo un libro editado y publicado en octubre de 2022 de la mano de la UP (editorial de la Universidad Provincial de Córdoba). LRDLC es una herramienta cultural para volver a salir a crear comunidad. Un mapa para encontrarse y multiplicarse en horizontes poco habitados hasta el momento por la literatura de esta ciudad. LRDLC significó volver a rehacer un libro que estaba finalizado en 2020 y que la pandemia demandó replantearse. Replantearse las palabras y los sentidos para repreguntarse por lo dicho, lo no dicho, lo oculto y lo evidente de cada situación mundana. La reunión de las crías es una huella cultural hija del tiempo que viven las juventudes del comienzo del siglo XXI en una ciudad austral del mundo, acechada por el sistema capitalista salvaje y su fruto contaminante, el calentamiento global y los desastres económicos y naturales que están dando avisos de urgencia sobre un terreno explotado y saqueado. LRDLC es una antología del año 2022 escrita por jóvenes de la ciudad de Córdoba, Argentina, Sudamérica, América Latina, hispanohablante. Como dice su prólogo:

La reunión de las crías es el tercer libro del colectivo cultural Jeta Brava. Lo anteceden Poesía y resistencia (2016) y A su corazón que emana pólvora (2019).

En esta ocasión, diecisiete autores escribieron sus textos de ficción en formato poesía, canciones de rap y cuentos.

La reunión de las crías nace de la experiencia creativa de encontrarse a escribir semana a semana en los talleres literarios desarrollados y sostenidos durante los últimos tres años. Encuentro a encuentro estos textos fueron construyéndose desde una mirada subjetiva y, a la vez, social.

LRDLC es una antología ficcional de relatos territoriales de Córdoba. Una locución audaz de voces reunidas en torno a la necesidad popular de hacerse oír a través de la palabra literaria”.

Porque el lenguaje y la literatura con que se cuenta el entramado circundante siempre es materia en disputa. Porque la poesía y la literatura pueden ser un edulcorante que se anexa a tarjetas de la buena suerte, agendas de notas personales, libros de autoayuda y calendarios de oficinas con frases trilladas que sirven complacientemente al orden conservador o puede ser el destello que irradia un fuego interno que inquieta, pregunta, indaga, perfora, dispara, ensancha, abre ventanas, derrumba estereotipos, libera, moviliza, cicatriza heridas, crea imágenes de emocionalidades distintas a las dominantes y también puede ser el arte de la expresión que se pregunta por el amor no vencido, entregado, vacío, el amor insurrecto alzado contra la idea complaciente del liberalismo entreguista. Creemos en una literatura (un hacer cultural) que interpela subjetividades y comunidades e invita a las y los lectores a hacer foco en todo lo que resta por transformar en esta ciudad y en este extenso suelo terrenal en peligro de extinción que habitamos y llamamos mundo.

(*) Coordinador General de Jeta Brava.


Cuatro autorxs de LRDLC. Julieta Salinas (22), Zoe Nan (21), Rodrigo Corro (20) y Elías Basualdo (18) son cuatro de diecisiete autoras y autores de La reunión de las crías. Sus textos expresan parte de la identidad literaria del libro. Esta selección que compartimos a continuación invita a ustedes a hacer un mapeo incipiente por una obra inmersa en un recorrido de múltiples sentidos territoriales y ciudadanos, a través de una prosa punzante y una poética inaplazable. Julieta Salinas, Zoe Nan, Rodrigo Corro y Elías Basualdo vienen desarrollando su escritura creativa desde el año 2017 cuando eran estudiantes de la escuela secundaria pública. Sus nombres no solo representan el transcurso y persistencia de una construcción colectiva sostenida y continua dentro de Jeta Brava, sino que, también, dan cuenta de la correspondencia que existe entre ejercicio, tiempo y escritura y la obstinación necesaria que hace falta tener en la búsqueda de hallar y desarrollar una voz propia que no copie y exprese las preocupaciones existenciales y anhelos maravillosos de su tiempo.


UNA ROSA

Zoe Nan

El pibe de la esquina de mi casa vende rosas desde hace quince años.

A los ocho años, ya sabía en qué fechas se vendía más y cuáles eran los colores favoritos de la gente. Se ponía una remera de Maradona, aunque decía que no le gustaba el fútbol, pero sí Maradona. Llenaba un balde blanco con agua fría hasta la mitad y ahí ponía todas las rosas. Al sacarlas, envolvía las más caras con un papel plateado y las más baratas iban sueltas en un papel madera.

El pibe ponía música en su celular sin auriculares a todo volumen, eso hacía que la gente se molestara. Cada tres canciones, cambiaba de género. A veces ponía cumbia, a veces cuarteto, a veces rock, y por ahí, cuando la gente lo miraba mal, cantaba fuerte para que creyeran que estaba loco. «Cuando la gente que no compra flores, se envenena, solo hay que hacerlo más fuerte», decía.

Se enojaba cuando cortaban las calles porque sabía que ese día no iba a poder vender y me preguntaba enojado por qué la gente que puede laburar se queja del trabajo. Yo no sabía qué explicarle.

«Se ve que se murió una vieja porque vino uno y me compró todas las blancas, esas son para los muertos», decía y se persignaba tirando un beso al cielo.

Un día me vio con el pelo rojo y me pegó un grito: «Flaca, ¡tengo unas rosas del mismo color de tu pelo! Ojalá duren, son las más bonitas que vi. ¿Viste esa película, la de la princesa? Están para salir ahí».

Le gustaba el catorce de febrero y el Día de la Madre, según decía, «porque había que festejar el amor». «¡Hasta la florería no paro!», gritaba mientras se reía.

Un día me frené en la esquina para cruzar la calle y le pregunté cómo le había ido y se sentó triste.

—Hace seis horas que estamos, la gente ya no compra flores.

—¿Ni las rojas?

—No, ni esas.

El balde seguía lleno con el mismo ramo de hacía tres días. El agua empezó a ponerse verde y comenzaron a caer los pétalos, que fueron llenando la vereda azul. Cada día que pasaba, las flores se veían más feas y tenían menos posibilidades de que las compraran. El pibe lo sabía, yo también. «La gente ya no compra flores», decía.

Por una semana no lo vi. La música no se escuchaba y decían que no lo habían visto pasar más con las rosas. Algunos decían que andaba de novio y que le daba todas las flores a ella. Otros decían que se las regalaba a una chica que le gustaba para ver si le daba bola. Otros, más turbios, me decían que seguro se había muerto o andaba escabio por ahí. Quienes decían eso no sabían ni de quién hablaban.

La esquina la ocupó otro chabón, un poco menos piola, que daba tarjetas. Lo vi un par de semanas seguidas repartiendo. Le compré una que tenía el dibujo de Hello Kitty con un corazón y, en él, una frase estampada: «En este mundo ganan los que siguen». De fondo sonaba una canción de La Mona y la frase «luchá, luchá y seguí», repetía el estribillo.

Miré la tarjeta otra vez, el viento se había llevado lo que quedaba de los pétalos rojos. Yo le cambiaría la frase a la tarjeta de Hello Kitty: «Las cosas más lindas nunca ganan con el tiempo».


***

TIEMPO

Rodrigo Corro

Mis manos. Tengo mis manos posadas sobre mis piernas; no puedo moverlas, ni siquiera puedo sentirlas.

Estoy frente al escritorio, observando cómo se pudre la madera a paso lento, viendo cómo las gotas descienden por un agujero en el techo.

Las paredes que me rodean están oscurecidas, tapando —lo que antes era— un verde lima. Faltan pedazos, falta la puerta, las bisagras tienen señal de forcejeo, no hay siquiera focos. No hay luz y se está haciendo de noche, lo noto por el haz de luz que entra por ese pequeño agujero. Los hongos afloran de entre medio de lo roto, del escritorio y las paredes, dando vida a los objetos muertos.

De mis manos brotan pequeñas llagas de donde va a crecer vida, tornando el paisaje de manera más orgánica. Mis manos —casi no existen— se volvieron brotes, mis pies se fusionaron con la tierra, haciendo raíces.

Mientras corre el tiempo, dejo una gota caer y arrastrarse por lo que antes fue un rostro y ahora se ha vuelto corteza.

Aun sin ojos, sin rostro, sin piernas ni brazos, sigo viendo el tiempo pasar, convirtiendo los cimientos de mi casa en un frondoso bosque. Llenos de pequeñas plantas, de pequeños senderos donde pasa la luz, donde las ratas se pelean por un pequeño trozo de corteza, donde algunas dejan de existir y se convierten en pequeñas flores, con el irreversible tiempo en contra, para volverse pétalos arrugados y con falta de alma.

Mi corteza apenas toma consciencia. Fui un hombre, tuve cuerpo y un alma limitada, encerrada en pequeños y débiles cuerpos.

Abandonadas a la mera existencia, donde el tiempo pasa y destruye todo, pasando por las venas miles de fármacos para agilizar la muerte o alargar ese perecedero cuerpo. Suena la alarma del teléfono, me despierta, dejando mi sueño a merced del olvido. Estoy sentado en mi escritorio, viendo la PC y escuchando la lluvia caer.

Y una gota que desciende del techo va cayendo sobre el escritorio, marcando el sentido del reloj, marcando el paso del tiempo.


***

CONTROVERSIAS QUE DEFINEN AL EQUILIBRIO COMO UN CONCEPTO SUBJETIVO

Elías Basualdo

Entendemos las circunstancias más plácidas como disparos electroneuronales que nos someten por consecuencia al estado más puro y abstracto de alteración.

Me dice que soy una máquina dispuesta a autodestruirse. No me importa si lo confirmo. Sabe —en mis estados más inconscientes— que lo he aceptado. La esperanza se tornó una meta inalcanzable. El deseo prodigioso de solventar su expectativa sobre mí se ha convertido en una piedra gigante aplastando mi espalda. Ahora bien, imaginémonos a mí, como un cuerpo esquelético temblando en un prado lejano y extenso, con el torso descubierto. ¿Pueden ver algo más allá del horizonte? ¿Se imaginan una compañía para ese cuerpo insignificante en la cosmosidad de la chacra? ¿Pueden sentir el frío atravesando las capas de su piel? Esa soledad, inquebrantable y punzante, es como defino metafóricamente las situaciones que me competen y me ubican como un hombre incompetente en un sistema social que todos los días osa destruirme.

El finde pasado la visité a la vieja. Ella me mira y no sabe dónde verme. Esquiva las pupilas encontrando el ahogo de su atención en una foto nuestra del 2008, cuando tenía cuatro años, posando con la cara asustada: «Estabas rebonito, papi». La foto es un cuadro bidimensional que me encierra en un retrato. Una cara y mueca que me obliga a pararme por la eternidad.

Cuando vislumbré tu rostro, en un marco tenue y difuso, tu cuerpo contenía partículas de luz disfrazadas de gotitas. Unía los puntos para esclarecer algún camino, otra ruta guiada por tus pensamientos o una vía de escape para no culpar tu exilio y desaparición, como el detonante de los desastres más tortuosos de mi vida.

Tu mano se acercó como masa sustancial espiritual que desconozco. El tacto es un quebramiento de una máscara ridícula. Siento tu perfume como un aroma que me recorre la faringe. Me recuerda el campo extenso en una soledad primaveral, cuando las hierbas y burritos desprendían sus fragancias en un atardecer, apagándose como llama debilitándose. Cuando enfoqué la mirada, te difundiste entre mis pensamientos y desapareciste.

Imagínenme como una cara flotante, sucumbida por la carencia de un aspecto saludable, ineludiblemente envuelto en ojeras por la carencia de sueño, mirándome en el marco de un espejo. ¿Hay algo que podrían imaginarse más allá del habitáculo de azulejos o el foco desprendiendo un brillo amarillento? ¿Podrían socorrer de auxilio o ignorar exorbitantemente la sangre en el lavamanos? ¿Qué compuestos fisiológicos describen o explayan el comportamiento del sujeto? ¿Podrían encontrarlo o imaginarlo en una situación inexorable sobre la que decidió e insistió en estar? ¿Cómo se construye una razón pendiente que guíe, cuide y conserve al sujeto en el equilibrio abstracto y ridículo de la vida misma?

Apagó la luz y envolvió su cuerpo entre colchas para descansar otra noche.


***

LA SEGUNDA NOCHE

Julieta Salinas

I

Nos vamos a Cosquín a laburar. El bondi se come los baches y el día está húmedo y pesado. Llegamos. Nos reunimos atrás del escenario, somos los últimos en la lista. Él, impaciente, se prende un cigarrillo; yo, aguantándome las ganas de fumar, cierro los ojos y siento que esto recién comienza.

Terminamos el día sábado, son casi las tres de la mañana. Él está ebrio. A mí me duelen los pies y solamente deseo dormir. El escenario tecno da inicio en el enorme predio de Punilla. Él se pasea con su mirada perdida y yo estoy pasada de sueño. Oigo que me balbucea en el oído y me pregunta a dónde podemos comprar marihuana. Fastidiada, le respondo que «no, a esta hora no», y me pregunta «¿y de lo otro?». Lo miro.

Él se tambalea mientras camina hacia uno de los costados de una de las carpas de comida. Es el rincón de los borrachos. Más de medio predio debe haber atravesado por el barro de orina. «Vamos», le digo cansada, con las zapatillas mojadas y la ropa que emanaba todo el alcohol de la barra donde habíamos estado trabajando todo el día. «¿A dónde?», me dice, esperando que yo le dé una respuesta. Ya son las cinco de la mañana. «Vamos a tirarnos a lado del río, por lo menos», contesto disgustada.

Cruzamos el puente y nos tiramos en la arena. Él se duerme y supongo que todo ese alcohol que ha bebido hará efervescencia en el sueño. Tengo miedo: hay un sujeto tirado al lado de los arbustos, a unos metros de nosotros, y se oyen las voces de los que pasan por el puente. El clima es de los rocanroles de la noche.

En un par de horas, tenemos que volver a laburar. Me tiro al río para despabilar mi cara de amanecida y sacarme del cuerpo los restos de arena.

II

De golpe cayó la segunda noche. Él se la había pasado bebiendo mientras atendía la barra. Atendiendo a los clientes con esa euforia propia de los estímulos del alcohol. Yo preferí mantenerme sobria. Alguien tenía que ser «el» responsable para regresar a Córdoba.

Mientras entregaba los fernets y la cerveza —de fondo tocaba Ciro—, por detrás de mí provino un grito que me estremeció completamente: «¡PUTO!», se escuchó violentamente. Él estaba protagonizando la escena más violenta de la noche, a los empujones, al borde de las piñas, con el otro pibe de la barra. Me descompuse completamente, el aire comenzó a faltarme. Veía cómo las personas pasaban al lado mío y estaba con mis manos sujetas a mi pecho.

Me senté en una de las tarimas y tomé un golpe de aire para decirle «basta», y él cayó al lado mío de rodillas, pidiéndome perdón. Vomitó y se levantó para seguir peleando. No sé de dónde salió la lluvia, pero el chaparrón de agua fría solapó la noche.

Aún no recuperaba mi respiración, él se fue. Me dejó en medio del diluvio cuando se apagaron las luces del escenario, donde no había bolsa que me cubriera. Era inevitable, me iba a mojar toda. Tan inevitable como que iba a volver a casa sola. Pasé a buscar mi paga por una de las carpas. Él se fue antes de cobrar. Yo lloraba mientras me iba a la ruta a tomar el primer colectivo que pasara.

Llegué a Córdoba con mil ampollas en los pies. Eran las cuatro de la mañana y todavía no andaban las líneas de colectivo que me llevaban a mi barrio. Estaba muy cansada. Paré como a tres taxis, ya no me importaba gastar la mitad de lo que trabajé, solamente quería regresar. Ninguno me llevó.

Me senté en la 27 de abril, desahuciada por todo, pensando en qué diría mi madre, que por qué había regresado sin él. Pasó una hora y comenzaron a pasar los colectivos. Me tomé el primero, aquel que me dejaba más lejos.

Llegué a casa. Eran casi las siete. Golpeé la puerta. Se escuchó cómo se levantó corriendo ella; nos esperaba a los dos. Mientras escuchaba cómo corría las cosas que trababan la puerta, me imaginaba su reacción al verme sola. Abrió la puerta. Quebré en llanto, de aquellos que te asfixian. En medio de ese momento tenso, le dije: «Mi papá no volvió conmigo».

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