Por Paulo Ravecca (*)
La irrupción de líderes de ultraderecha como Javier Milei no solo generan desconcierto, sino que ofrecen una oportunidad crucial para realizar una autocrítica profunda de la democracia y de la academia actual, especialmente desde la mirada latinoamericana. Este análisis expone cómo la apropiación elitista de discursos progresistas y la naturalización estadounidense en la producción de conocimiento han allanado el camino para el auge de figuras que, al vender “productos” políticos, desnudan la mercantilización subyacente de la democracia. La “motosierra” de Milei, un símbolo de la terapia de shock neoliberal, no sólo resuena con políticas pasadas impuestas en el Sur Global, sino que plantea la urgente necesidad de reinventar la imaginación democrática y de construir alternativas de cambio estructural, más allá del electoralismo y las identidades fragmentadas.
¿Qué revela de la democracia actual la llegada al gobierno de líderes como Javier Milei? En este artículo sugiero que el avance de la ultraderecha constituye una oportunidad para la autocrítica y para una comprensión lúcida de la sociedad y de la academia actuales.
Desde arriba no se entiende
O. Táíwò (2022) argumenta que las élites se han apropiado de todo, incluso de los discursos emancipatorios como el feminismo, el antirracismo y el lenguaje inclusivo. Con independencia de si son liberales, progresistas o radicales, las élites generan resentimiento cuando dan cátedra en derechos y formas correctas de pensar, ofreciendo solamente su aprobación moral como si ésta fuera en sí misma importante. Se olvidan de que las buenas intenciones no alcanzan en un mundo en que el mandato de mercantilizarlo todo nos atraviesa de parte a parte. Esta autocomplacencia y narcisismo se vieron en acto durante los días de asunción del gobierno de Yamandú Orsi en Uruguay, cuando tecnócratas, dirigentes y militantes inundaron las redes sociales con selfies celebratorias recordándole al mundo lo importantes que son.
La banalidad y la vanidad progresistas ofrecen estatus quo desigualitario con retoques y muchas selfies. El gesto grotescamente neoliberal del self-branding “nacional y popular” suele desplazar a la autorreflexión genuina, tan trabajosa como necesaria en un mundo doliente y roto. En este contexto, no sorprende que el recurso discursivo de la casta usado por Javier Milei haya funcionado con tanta efectividad como lo hizo. Después de todo, tiene su ‘momento de verdad’ y capta algo que ha estado pasando en Argentina, en Brasil, en Uruguay y mucho más allá. Sin duda, hay allí una clave del crecimiento de la ultraderecha.
Los canadienses también pueden morir
A la crítica de lo que Olúfẹ́mi O. Táíwò llama elite capture—es decir, la apropiación elitista de las narrativas progresistas—hay que sumar el fenómeno que podríamos llamar American capture, o sea, la apropiación estadounidense de todo, incluyendo las palabras (como América) y de los mapas (de donde desapareció el Golfo de México). Esto lo practican incluso colegas y activistas bienintencionados, quienes suelen naturalizar su autoridad epistémica aun cuando tratan de cuestionarla. Los estadounidenses son quizá el caso más extremo porque dictan los términos de su propia crítica y seleccionan qué voces del sur se oyen y legitiman. Dos por tres, se van de shopping y casting académico a América Latina, tejiendo relaciones de subordinación que no se pueden nombrar —todo en nombre de la crítica.
Otras veces simplemente nos ignoran. En septiembre pasado, en el congreso anual de la Asociación Americana de Ciencia Política, se presentó un trabajo sobre “trumpismo global” que reducía a personajes tan diversos y complejos como Milei, Bolsonaro u Orbán a lo que podríamos llamar “pequeños Trumps”. Esta forma de razonar reproduce el imperialismo a través del análisis crítico y reduce el mundo a un reflejo inferior de sí mismo.
Cuando se respira imperio resulta difícil poder pensarlo. Cuando se es dueño del mundo no se lo puede ver.
Este imaginario de superioridad se expresa también en la reacción de los canadienses a las recientes amenazas de Trump a su soberanía. Su idea de que Canadá debe transformarse en el estado 51 ha generado incredulidad, confusión y muchos adjetivos como “insane”, “crazy” y similares, así como una insistencia en la pregunta dolorida y obsesiva de cómo puede hacernos esto a nosotros, su aliado más fiel.
Mirado con ojos de periferia, sin embargo, la situación no tiene nada de surreal. Los canadienses no son especiales y también pueden ser conquistados y vejados como cualquier otro pueblo del planeta. La historia es dinámica: los que explotan y mueren en las noticias pueden cambiar.1 Tampoco sorprende el erosionamiento brutal de la democracia estadounidense, donde la corrupción a la mayor escala posible se está desenvolviendo frente a nuestros ojos.2 En América Latina ya hemos experimentado los aspectos antidemocráticos (y corruptos) del imperio una y otra vez, pero cuando se lo decimos a nuestros colegas del norte, el mensaje no es bien recibido o no es escuchado en toda su amplitud teórico-política.
Una mirada desde la periferia lúcida y crítica —los adjetivos importan porque, como en todos lados, en el sur hay de todo— tiene mucho para decir sobre la situación global actual, incluyendo a Donald Trump. Las tragedias y las experiencias de resistencia en nuestras sociedades tienen carácter “universal”. Es más: a veces en ellas puede intuirse el futuro del norte.
Los apegos a la jerarquía informan estilos de conocimiento que reproducen el poder en lugar de desmantelarlo analíticamente. Creerse superior a los demás no parece un buen punto de partida ni para la democracia ni para el análisis. Por todo esto la mirada reflexiva desde los márgenes geográficos e institucionales es esencial.
El problema es esta democracia (y esta academia)
Apegos a la desigualdad similares a los que exhibe la ultraderecha han formado parte del liberalismo y de la hechura de la democracia moderna desde siempre. Las narrativas sobre la democracia en Norteamérica, que se han vuelto de consumo global, ignoran activamente una y otra vez la cuestión de la esclavitud y del genocidio indígena. En manuales de ciencia política se proclama a Estados Unidos como la gran democracia desde su fundación (!). Y los canadienses están orgullosos de la democracia que, según el Estado mismo, ha cometido genocidio. ¿Cómo es posible poner las palabras democracia, esclavitud y genocidio juntas?
Por su parte, la ciencia política nació racista y ha sido imperialista. Esto no es una observación inflada de ideología. Para percatarse de ello basta leer trabajos sólidos y detallados sobre la historia de la disciplina en los Estados Unidos como Foundations and American Political Science, de Emily Hauptmann, o Race and the Making of American Political Science de Jessica Blatt.
La disciplina se afincó en la tradición de quienes tenían ansiedad por mantener a los pobres y a los pueblos colonizados en su lugar. Por eso una de las minorías a proteger fueron los ricos. Dicho gesto se internalizó en la propia identidad de la democracia, tomando el recaudo de que no se pudiera decidir sobre qué y cómo producir, y cómo distribuirlo. La separación entre economía y política, rasgo fundamental del pensamiento liberal, debilitó severamente los poderes de la democracia.
La revolución conductista de mediados del siglo XX y la expansión de la teoría de la elección racional circunscribieron la manera en que se piensa y se ejerce la política, contribuyendo a estrechar las ambiciones democráticas aún más (Hauptmann, 2023; Amadae, 2016). Mientras tanto, desde la década de 1970, el neoliberalismo —como paquete de políticas, como forma de vida, y como mecanismo de gobierno— avanzaba a pasos agigantados, pero la ciencia política convencional se negaba a abordarlo, pues consideraba que hacerlo era ‘ideológico’. Esta fue la decisión más destructiva que una comunidad intelectual dedicada a comprender la contemporaneidad pudo haber tomado.
Sin duda que ahora estamos frente a un paisaje con aspectos novedosos, que es preciso comprender. No ofrezco las pinceladas de arriba —gruesas, sí, pero no por ello imprecisas— para absorber lo que aún no conocemos dentro de lo conocido. Tampoco propongo aferrarnos a categorías como la de neoliberalismo, aunque ésta ha probado ser una herramienta potente para captar aspectos relevantes de nuestra sociedad. El punto aquí es otro: a la luz de estas trayectorias históricas y disciplinarias, tiene pleno sentido que, cuando Milei fue interrogado sobre las críticas a su agresividad y desequilibrio, respondiera que no le importaban: “Vendí un producto, la gente lo compró y me convertí en presidente” (El Peluca Milei, 2024, 7min00s).
Tiene razón. Al final y al cabo de eso se trata esta democracia.
Javier Milei: run-run, la motosierra viaja al norte
Tal como lo había propuesto en un discurso privado Russell Vought,3 coautor del Proyecto 2025 y actual director de la Oficina de Gestión y Presupuesto de los Estados Unidos, Elon Musk está ejerciendo terror sobre los empleados públicos con despidos masivos y amenazas. Vought había dicho que el objetivo era generarles trauma. Atacar su sentido de realidad. Esta especie de terrorismo desestructurante parece estar también presente en las idas y venidas en torno a los aranceles impuestos a Canadá.
Nótese que Javier Milei ya venía implementando desde antes y con una consistencia ideológica inusual esta ‘terapia de shock’ contra ciertas funciones del Estado —el término “terapia” resulta irónico dado el objetivo de enloquecer al otro. La imagen de la motosierra utilizada en su campaña también desestabiliza y evoca daño. Remite a los recortes estatales, pero en redes sociales, en el discurso público y en la calle se convierte en sangrientos cortes al cuerpo individual y social. Mientras escribo estas líneas, la motosierra se expresa en los cuerpos lastimados de jubilados y manifestantes, y en un fotógrafo debatiéndose entre la vida y la muerte. Para el ejercicio de esta represión brutal ciertamente se usó al Estado.
Disponible en: https://x.com/ElTrumpista/status/1764858473815126309
En un gesto cargado de simbolismo y materialidad, en el más reciente evento de CPAC Milei le pasó la motosierra a Musk. ¿Quién está aprendiendo de quién? ¿Qué conexiones podemos trazar entre experiencias y discursos; y entre geografías y tiempos? ¿Qué significaría “comparar” en este complejo contexto?
Hay que recordar que el neoliberalismo fue impuesto en el Sur Global a través de regímenes autoritarios antes de su adopción generalizada en el norte. La virulencia de la ultraderecha hoy actualiza una violencia estructural, antigua, e imperial. Claro está que reconocer continuidades no implica desconocer cambios.
Milei parece ser un viajero del tiempo que nos visita desde un futuro distópico (Ravecca, Robaina y Zannier, 2024). El extremismo económico es un fenómeno global que no tiene lenguaje en los estudios sobre el extremismo. Ese dato diagnostica un estado de situación y quizá una formación cultural entera, atrapada aún en el discurso liberal.
¿Cómo parar esto? Y más importante aún: ¿cómo ir a otro lugar?
Este es el trasfondo económico y político de la motosierra que Milei regaló a Elon Musk | WIRED
Este tiempo de crisis es una invitación —desesperada— a la creatividad ideológica y política. La pregunta no es cómo las fuerzas progresistas pueden volver a ganar las elecciones. Cuando menos no solamente: el electoralismo reduce dramáticamente el campo de la autorreflexión y la conversación política. Además, el paquete de reformas moderadas de las administraciones anteriores no parece haber tenido los efectos esperados. Más bien parecen habernos dejado encerrados en la realidad asfixiante de “los ciclos” de avance y retroceso. La algarabía alrededor de triunfos como los de Orsi y Lula dura poco, quizá sólo extendiéndose para las tecnocracias felices por la superposición entre tener buenos sueldos y “trabajar duro para el pueblo”.
Al mismo tiempo, militancias sociales que se preocupan solo de quienes son semejantes en términos de género, raza, experiencia, nacionalidad o lo que fuera no conducen a una sociedad más justa. La deriva esencialista de la política de la identidad mina la solidaridad y la generosidad política entre las subalternidades. El atrincheramiento en una identidad es un gesto que cierra posibilidades emancipatorias. Por otra parte, la centralidad de la violencia, del abuso y del dolor como lugares privilegiados de politización en la contemporaneidad circunscribe posibilidades y subjetividades y tampoco anuncia un futuro más amable. Un simple retorno a “la política de clase” también suena irrisorio… la multidimensionalidad del poder y la diversidad de causas e identidades no tiene vuelta atrás y en todo caso tal retorno es indeseable. Por último, el apego a los liderazgos individuales (intelectuales y políticos) se opone a la reinvención de la política y de la praxis intelectual (si se quiere apreciar a la jerarquía en acto, basta con presenciar un panel con algún académico poderoso, de izquierda o no, o un acto político de uno de los líderes —o lideresas— mesiánicos/as a los que estamos tan habituados en nuestra región).
La renovación de la imaginación democrática es una tarea urgente. El escenario actual pide a gritos cuestionar la opresión allí donde se manifieste, así como ensayar nuevos modos —igualitarios y antiautoritarios— de estar juntes. Por ahora, ese horizonte solo puede entreverse en el paisaje turbio de la contemporaneidad.
(*) Docente e investigador de la Universidad St. Mary (Canadá).
1 El sesgo esencialista de la crítica antirracista estadounidense se olvida de que el color y la nacionalidad de opresores y oprimidos varían en la historia, y que de hecho los términos mismos de conversación pierden sentido cuando se exportan de forma brutal como suele hacerse. Es trágico cómo las categorías estadounidenses se repiten en América Latina y cómo la alternativa más ruidosa a esto es una totalización “decolonial” carente de rigor e igualmente esencialista.
2 Estados Unidos construyó su democracia mientras destruía democracias y economías a lo largo y ancho del mundo, de lo cual América Latina está tristemente bien informada.
3 Disponible en “We Want the Bureaucrats to Be Traumatically Affected”.
Referencias
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X y YouTube
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EL TRUMPISTA (@ElTrumpista). 2024. Se viene… audiencia y auditoría de Aysa. X, 5 March 2024. Available at: https://x.com/ElTrumpista/status/1764858473815126309