Por María Victoria Dahbar (*)
La autora se propone discutir las figuras temporales del avance y el retroceso en tanto coordenadas útiles para comprender nuestro presente. Para ello, avanza en dos secciones. En la primera se vale de la reflexión de Walter Benjamin en sus tesis “Sobre el concepto de historia”, a la hora de pensar en las ocasiones en las que el presente se equivoca en la consideración que tiene de sí mismo, y en los modos en que los marcos temporales que enmarcan nuestra experiencia muchas veces la constriñen. En la segunda sección, en cambio, la autora ofrece algunas pistas sobre la figura de la desorientación y su siguiente tarea, la reorientación, no sin atender a ese espacio temporal que goza de mala reputación: la demora.
Yo voy andando y cantando
que es mi modo
de alumbrar
Luna tucumana, Atahualpa Yupanqui
Mi propósito con este texto es triple: que construyamos un diagnóstico colectivo del presente, que ese diagnóstico nos colabore con la transformación de lo que deba ser modificado, y que echemos mano, para ello, de lo que las Ciencias Sociales y Humanas ya han ofrecido en ese camino1. Es ambicioso, sí, pero la época así lo exige.
La primera impresión que tuve con el cambio de gobierno fue que el diagnóstico derrotista del presente se había acelerado y se había vuelto unívoco. Estábamos ante una derrota, y esa derrota no tenía fisuras. La segunda impresión que tuve, natural consecuencia de la primera, fue que nos encontrábamos implicadas en un típico caso de sociología espontánea, esa manera del saber con la cual, decía Bourdieu, había que polemizar de manera ininterrumpida. ¿Pero con qué se polemiza? “Con las enceguecedoras evidencias que presentan, a bajo precio, las ilusiones del saber inmediato y su riqueza insuperable” (2002, p. 27). Lo inmediato del saber es tentador pero, decía el viejo, el hecho se conquista contra esa ilusión. Repito, y no hago más que citar un título suyo: el hecho se conquista contra la ilusión del saber inmediato.
¿Pero acaso polemizar es negar, echar por tierra, desestimar, rechazar, subestimar, ignorar, hacer de cuenta que no? Nada de eso. De hecho entendía Žižek (que en lo demás se equivoca) que la reducción del antagonismo a la polaridad no es sino una de las operaciones ideológicas elementales.
Polemizar, en cambio, es debatir, involucrarse en una controversia, argumentar, volver sobre lo dicho, revisarse, volver a la carga, poner en cuestión los propios puntos de partida. A la ilusión del saber inmediato se le opone, creo, la reflexión –que a veces demora– y la construcción colectiva del conocimiento –que a veces demora más.
Y la tercera impresión que tuve fue que no podía ser. No puede ser. Por qué nos plegábamos con tanta rapidez, docentes, estudiantes, investigadoras, gente que trabaja con el pensamiento y la palabra, a la idea de que el mundo se había vuelto de nuevo de derecha, totalitario, antidemocrático y –la palabra que ronda– cruel. No es que mi sorpresa negara la evidencia de lo fáctico, es que el mundo no podía agotarse en esa evidencia.
El presente se equivoca
Fue entonces que me topé con un afiche de la Imprenta Rescate, hecho en el barrio porteño de Villa Crespo, un pequeño grabado que advertía: EL CINE ES UN INVENTO SIN FUTURO, una frase atribuida a los Hermanos Lumière y que, al parecer, estaba también escrita en los estudios de cine italianos Cineccitá. Pese a que les iba bien, los hermanos Louis y Auguste Lumière estaban convencidos de que la industria cinematográfica iba a tener un futuro poco prometedor y de que sería olvidada con el paso del tiempo. Esa certeza los llevó a abandonar la producción fílmica en 1905. De manera que el gesto de Cineccitá, al sostener aquella frase escrita en un espacio de efectiva producción de películas, ese gesto irónico, parece estar advirtiendo que el presente se equivoca. Que el presente muchas veces se equivoca en la consideración que tiene respecto de sí mismo.
Quien vio de manera lúcida y sensible esa equivocidad, ese carácter fallido o fallado del presente en su propio diagnóstico temporal, fue un intelectual de los márgenes del marxismo, nuestro querido Walter Benjamin. Se equivocaba el progresismo, creía Benjamin en el ‘40, al ver oscurecido su cielo por el Pacto Ribentropp-Mólotov, se equivocaba al indignarse o asombrarse [staunen] de que aquello ocurriera “a esta altura del Siglo XX”. Cuántas veces nos escuchamos diciendo lo propio. Cómo es posible que ciertas cosas ocurran a esta altura del siglo XXI, que estas cosas sean “aún posibles”. ¿Y dónde entendía que estaba el error? En suponer que las cosas necesariamente van hacia mejor, lo que se conoce como una idea progresista de la historia, o su opuesto, suponer que las cosas necesariamente van a peor. ¿Qué le dice esta intuición a nuestro presente? Es, creo, una invitación a pensar en las ideas del tiempo que enmarcan actualmente nuestras prácticas, a pensar qué nos hacen. Benjamin entendía que aquella indignación ante “lo aún posible” partía de una idea de la historia equivocada. Porque no había, no hay, ninguna ley histórica que nos permita afirmar que las cosas van a mejor, que las sociedades “avanzan” o “retroceden” en términos totales. Qué le hacen, insisto, estas reflexiones a nuestro presente y a nuestra experiencia del presente.
Comparemos. Imaginemos por un momento qué idea del presente teníamos en 2018, y qué idea del presente tenemos en 2024. Hay varias trampas en mi propuesta: la asunción de un nosotros, el salto extemporáneo, la coordenada común. Pido caridad hermenéutica para avanzar.
En 2018 estábamos, aunque algunas más que otras, genuinamente convencidas de que el patriarcado se iba a caer. El convencimiento poseía evidencia, la antesala de la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (27.610), un acontecimiento impensable pocos años atrás, y adelante. Para la misma época, nos asombraba (¿nos indignaba?) el avance de las TERF, nos sorprendía que un colectivo proclamado feminista reivindicara posiciones esencialistas acerca del sexo y el género ya discutidas por la propia biología. ¿Por qué? Porque quizás en algún momento se volvió de sentido común que esa lucha ya se había dado, que esa fase estaba ya superada. Si pensamos, como pensábamos en 2018 que vamos hacia mejor, que el patriarcado se va a caer, necesariamente, como ley histórica, qué herramientas, qué abordajes tenemos para hacerle frente a la evidencia de que no sólo no se cayó, si no que el presente ha empeorado nuestras condiciones de vida. La narrativa progresista no sólo se equivoca a la luz de los acontecimientos, como es el caso de los acontecimientos de Barracas2, si no que no permite articular políticamente aquello que queda por fuera de esa lógica triunfalista, cuando los vientos son prósperos. Cuando todo aquello que pensábamos como excepcional, sucede, y vaya si empezó a suceder, no tenemos herramientas para interpretarlo y para hacerle frente.
2024, entonces. Ahora posiblemente, en un clima políticamente hostil, nos resulta más evidente que estas cosas, y cosas aún peores, claro que pasan. Y lo que creo que nos está diciendo Benjamin es que ni en el 2018 teníamos razón pensando en términos absolutos que íbamos hacia mejor, ni en el 2024 tendremos razón si pensamos que todo va hacia peor. No sabemos si se va a caer. Esto no quiere decir que no vaya a suceder, quiere decir que la historia está abierta. La advertencia que encuentro entonces para el presente es que el hecho de que el presente tenga su cuota de desastre no implica leer la historia en una lógica derrotista, y la advertencia para el futuro indica que cuando cambien los tiempos, que ojalá cambien, y haya viento a favor, no nos demos por triunfadas.
Nuestra consideración del presente depende de unos marcos temporales según los cuales somos capaces de inteligir o, lo que es peor, sentir una época. Esas ideas de tiempo, esos marcos temporales son los que tenemos que poder poner en discusión porque, como ya ha sido dicho, el presente se equivoca. Al menos desde mi trayectoria doctoral vengo trabajando y sí, tratando de volver operativa esta noción que alumbró, como la zamba, una manera de entender la complejidad de lo real que aloja tanto la repetición de las normas temporales como su posibilidad de falla. En la noción de marcos temporales reconozco como fuentes a Gayle Rubin, Judith Butler, Kathie Weeks, Sara Ahmed. De manera ampliada, Walter Benjamin, Jacques Derrida, Michel Foucault, y mi propio trabajo al respecto. Sigo pensando que es útil. Porque nos permite pensar en esa serie de normas temporales que enmarcan la experiencia según un horizonte que en esta coyuntura se revela como progresivo, exitista, acumulativo, productivista, heterosexual o heteronormado, según el caso.
Los marcos temporales, según como los conceptualizó Judith Butler, consisten en una serie de normas que reproducen ciertas ideas sustantivas acerca del tiempo, particularmente las normas progresistas del esquema civilizatorio occidental frente a la cultura islámica, que estandariza unos criterios para quienes cuentan como humanos y para quienes no cuentan en absoluto, en el sentido de que aún no son humanos, todavía no han llegado a serlo. El problema no tiene que ver con el progreso ni con el futuro, sino con las normas exclusivistas y persecutorias alojadas en esas narrativas de desarrollo (Butler, 2010, p. 175). En mi desarrollo ampliado de esta categoría, cuando pensamos en marcos temporales aludimos, como mencionaba, a una serie de normas productivas y reproductivas (Thompson, 2019; Deutscher, 2019; Briales, 2017; Edelman, 2014; Butler, 2000; Bourdieu, 1999; Coriat, 1982) que funcionan enmarcando a los sujetos según se acerquen más o menos a esos criterios cuya teleología se ve realizada en el éxito, la familia, la herencia, la acumulación, según una orientación heteronormativa (Halberstam, 2018). Es tarea de la crítica, entonces, reconocer tanto la reproducción de esos marcos temporales como sus posibles fallas, y es tarea también, reconocer cuando reproducimos o fallamos en la reproducción de esas normas al interior de nuestras prácticas intelectuales mejor arraigadas, ese legado de la teoría queer que siempre se está actualizando (Sedgwick, 2018; Haraway, 2016).
Perdida en las cerrazones. Ante la desorientación
Entre la reproducción de las normas y su falla aparece una figura quizás característica de este tiempo: la desorientación. En la figura de la desorientación, pero más precisamente, en la experiencia de quien se ha desorientado e incluso, de quienes se han (¿nos hemos?) desorientado conjuntamente, parece haber algunas claves hacia esa otra consideración del presente que el momento exige.
La desorientación junta tiempo y espacio, aún en su pérdida: la primera resonancia que tuvo en mí la figura de la desorientación fue una resonancia musical, cifrada en la zamba de Yupanqui que oficia de epígrafe de este texto, Luna Tucumana. Hacia el estribillo de esa zamba, recordemos, se cantaba “perdido en las cerrazones/ quién sabe vidita por dónde andaré/ más cuando salga la luna/ cantaré, cantaré”. La imagen de alguien perdido o perdida en la cerrazón es contundente: tanto en su sentido literal cuando la niebla no te deja avanzar, como en su sentido figurado, cuando nos obstinamos3 en una idea o en algún supuesto que nos hace perder no el norte si no el oriente. En la zamba resuena la desorientación que produce la cerrazón o la niebla, la manera en la que a veces andan juntas la pena y la esperanza (“con esperanza o con pena/ en los campos de Acheral”), la pregunta acerca de por dónde andará quien camina la niebla o se detiene por su causa –y esto me parece importante– la certeza de que aún en esa incertidumbre, se seguirá cantando cuando la luna salga. Secundariamente, la desorientación tiene una resonancia también evidente atada a la coyuntura. La desorientación como la pérdida de las coordenadas temporales y espaciales se ha hecho presente más que nunca en las condiciones materiales de buena parte de nuestra comunidad: cualquier conversación actual, casual comienza con unas nuevas preguntas elementales: qué vas a hacer, y dónde vas a vivir. De modo que, de nuevo, desorientación liga tiempo y espacio, aún en su pérdida. Hablo del avance de esta nueva reformulación de las derechas en nuestras condiciones de vida. Discutíamos hace poco en nuestro grupo de estudios (GETCSO) que, de una parte, pareciera estar la velocidad que juega en favor del poder; de la otra, una comunidad que no logra articular una respuesta fuerte, o bien, que está generando esa articulación en otros tiempos. El poder parece tener una dirección clara mientras una explora los efectos de ese cataclismo. De modo que surgen algunas preguntas: ¿podemos perder el tiempo en explorar la desorientación, o conviene ir cerrando filas?
Cuando nos desorientamos eso tiene consecuencias prácticas: no saber quién es la persona que se me acerca4, no ver más allá de la palma de la mano, no saber cuándo va a terminar la niebla. Cuando la desorientación es colectiva, inducida, eso también es la vida material: dónde vivir, con quiénes, de qué, qué hacer en este tiempo. El estado puede ser angustiante, es verdad, pero en esa angustia puede aparecer ese otro modo de alumbrar que promete la zamba, y que tiene que ver con andar y cantar, pero también, cada vez, con escuchar. Escuchar, escucharnos, dice Gabriel Giorgi, es una herramienta clave para la tarea de reorientación que nos toca emprender. En su texto “Contra el aturdimiento. Notas de escucha” Gabriel Giorgi (2024), y ya en el horizonte de la reorientación considera, evocando a Brandon LaBelle y su idea de justicia acústica que:
“La escucha valida o desconoce: dice qué es palabra y qué es ruido. Reclama ese poder. Pero cuando esa distribución dominante de lo audible entra en crisis la propia escucha se moviliza al máximo como sentido político y también como canal de afecto y de relación. Se enfrenta también a sus límites y busca reinventarse. Se vuelve, en cualquier caso, herramienta clave para la tarea de reorientación que nos toca emprender.”
En la demora todavía propia de la desorientación, seguimos preguntando: ¿Qué hace alguien que se ha desorientado? Como cree la zamba, espera. Como indica Giorgi, escucha. ¿Qué hace alguien que se ha desorientado? Como enfatizó alguna vez Emma Song, canta. ¿Qué hace alguien que se ha desorientado? Como bien nos enseñó Kant5, recuerda, distingue. Esperar, escuchar, distinguir, cantar cuando salga la luna, recordar, son acciones todas ellas quizás tímidas, no evidentemente soberanas donde el sujeto que las habita no es un sujeto ejemplar. ¿Qué proponía Benjamin en lugar de indignarnos? Poner a trabajar el ingenio, un ingenio previsor y transformador del presente. Ese ingenio va a aceptar que estamos desorientadas, pero también va a acompañarnos a saber que cuando salga la luna, cantaremos, cantaremos.
Comencé este texto poniendo en valor la necesidad de polemizar con la ilusión del saber inmediato. Uno de los modos de esa polémica sea posiblemente la escucha. En tiempos donde pareciera contraintuitivo pegar la acción de polemizar a una igualmente importante como la de escuchar, oír, sentir, es necesario volver a acoplar esas prácticas, especialmente porque, como he insistido a lo largo de este texto, el hecho se conquista contra la ilusión del saber inmediato. La escucha es, de hecho, condición para la polémica, y no una debilidad, y no su natural antagonista. Ojalá seamos, en lo que viene, capaces de discusión, esto es, capaces de escucha.
(*) Investigadora del Instituto de Humanidades (IDH-CONICET) y docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
1 La forma de la reflexión que aquí presento se fue gestando en este 2024 en algunos ámbitos públicos de discusión, entre ellos: las clases del Seminario “Género, Sexualidad y Derechos Humanos” del Doctorado en Estudios de Género del CEA (FCS); el Simposio XX del XII Encuentro Interdisciplinario de Ciencias Sociales y Humanas “Democratizar el presente: desafíos epistémicos, interpelaciones políticas” (CIFFYH, FFYH); el equipo de investigación y escritura “Materialismos cuir. Laboratorio de pensamientos feministas entre el roce, la carne, el cuero”; el panel organizado por Católicas por el Derecho a Decidir “Músicas para un futuro transfeminista” (CCEC); y, por supuesto, el valioso espacio de debate que es GETCSO. Sasha Hilas ha trabajado este asunto con relación al animé, su gran obsesión, y la indefinición del deseo.
2 La noche del domingo 5 de mayo de este 2024 Justo Fernando Barrientos, vecino de un hotel familiar del barrio porteño de Barracas, abrió la puerta de la habitación que compartían las parejas Pamela, Roxana, Andrea y Sofía, arrojó un explosivo casero y bloqueó la puerta para que no pudieran salir. Pamela, Roxana y Andrea murieron, Sofía es la única sobreviviente. Pese a la contundencia de los elementos probatorios, hasta la fecha la calificación de los crímenes no ha sido entendida como delitos de odio por la orientación sexual, lesbicidio en este caso.
3 Agradezco a Javier Cristiano quien me remarcó también este sentido del término, donde la cerrazón en tanto cierre de la razón se liga precisamente a la obstinación intelectual.
4 Hay una tercera resonancia que aquí no trabajo pero que menciono, y es la desorientación en los guiones sexo-afectivos. Y cuando me refiero al guion hago referencia tanto a la guía sobre cómo sentir o llevar adelante ciertas prácticas sexoafectivas, como al guión en tanto signo que separa a la vez que une, el sexo y el afecto.
5 La revista Santander publicó en 2017 el famoso texto de Kant “Cómo orientarse en el pensamiento” (1786), donde el autor acude a la experiencia sensible, y procede por analogía para llegar a su propósito último, que se vincula con tener por guía a la razón libremente empleada: “para orientarme en la oscuridad de una habitación que conozco, me basta con asir un solo objeto cuya localización esté presente en mi memoria. Evidentemente, aquí no me ayuda sino la facultad de determinar la situación según un fundamento subjetivo de diferenciación, ya que no veo de modo alguno los objetos cuya ubicación debo encontrar”.
Referencias bibliográficas
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