Lo que está en juego: el derecho a la historia y la memoria

Por Marta Philp (*) 

La autora reflexiona sobre la historia, la memoria y los olvidos en un contexto de coyuntura electoral, pero también signado por los 450 años transcurridos desde la fundación de Córdoba y los 40 años desde la recuperación democrática. “En este presente donde resurgen los discursos negacionistas que cuestionan las verdades construidas desde la Historia y la Justicia, lo que está en juego es nuestro derecho a la Historia y la Memoria. Es un derecho, pero también un deber a ejercer desde los lugares que ocupamos”, propone.

1.

Quiero compartir algunas reflexiones sobre los significados y las relaciones entre dos conceptos claves —Historia y Memoria—, en un contexto muy particular, signado por los 450 años de la fundación de Córdoba y los 40 años de la recuperación democrática. A primera vista, pareciera que todas y todos estamos de acuerdo con sus significados, pero si hacemos un poco de historia, estos significados y las relaciones entre los mismos fueron cambiando a lo largo del tiempo. Si tomamos un punto de partida canonizado por la tradición occidental, nos remontamos a Heródoto, en el siglo V a. c., cuando decía que escribimos historia para que no caigan en el olvido los hechos importantes; esta tarea va acompañada de una primera y fundante selección: ¿cuáles son los hechos importantes? En su caso, las hazañas de los griegos frente a los primeros bárbaros, los persas. Así, el mito de los orígenes de nuestra profesión de historiadoras e historiadores se funda en esta selección, que es a la vez una operación de rescate y de olvido, que elige qué recordar y qué olvidar. Como nos dicen autores clásicos en los estudios sobre la memoria, la cuestión no es sólo memoria contra olvido, sino diferentes memorias que se construyen en base a estas selecciones, a estas elecciones que hacemos como historiadoras e historiadores —decimos ahora, en este presente más diverso—.

Entonces, cuando hablamos de Historia nos referimos a las intervenciones sobre el pasado, a través de operaciones historiográficas, que se hacen desde un determinado lugar y con métodos particulares. Cuando hablamos de Memoria, nos referimos a las lecturas del pasado desde el presente. Y entonces, ¿hay diferencia entre ambas, ya que la Historia también la escribimos desde el presente?. En este punto, se dividen las interpretaciones. Para simplificar, podemos decir que aún perdura el punto de vista que sostiene que la Historia profesional está separada de la construcción de memorias sociales y colectivas; y otra posición, dentro de la que me ubico, que sostiene que las historiadoras e historiadores profesionales participamos en la construcción de memorias, de sentidos sobre el pasado, a través de las interpretaciones que construimos. 

2.

Historia. Memoria. Olvido. Palabras íntimamente vinculadas, que tienen un significado colectivo, no sólo individual. Nadie recuerda en soledad, por eso hablamos de memorias colectivas, ya que recordamos desde determinados marcos sociales que, como nos ha enseñado el sociólogo francés Maurice Halbwachs, se nutren de las propias experiencias, pero también de los diálogos, de las historias interrumpidas pero no olvidadas, de los proyectos pasados y futuros de la sociedad en su conjunto. Pero pensemos en el anclaje material de estas palabras en nuestro país, donde la escritura de la Historia se hizo de la mano de la política. ¿Hay algún país dónde no haya sido así? Desde mediados del siglo XIX, y fundamentalmente de la llamada “organización nacional”, después del fin de las guerras civiles que sucedieron a la Revolución de Mayo de 1810, comenzó la construcción hegemónica de la interpretación liberal de la historia nacional, que podemos ejemplificar a partir de dos libros fundacionales escritos por Bartolomé Mitre, político y militar argentino, presidente de la Nación entre 1862 y 1868; nos referimos a la Historia de Belgrano y de la independencia argentina e Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana. Estos libros fueron claves para construir este relato hegemónico alrededor de la centralidad de Buenos Aires en un país proclamado federal y vivido como unitario. Federales y unitarios, porteños y provincianos, palabras omnipresentes en nuestro pasado y nuestro presente. A partir de estos textos, Argentina ya contaba con una historia nacional —léase central—, con sus héroes, protagonistas claves para construir una memoria colectiva, para contar con ejemplos a seguir. Historia que sería conocida por las distintas generaciones en las escuelas, en los actos escolares, rituales claves para sentirnos argentinos. Este proceso no fue lineal, ya que la Historia es un territorio en disputa, es un recurso clave en los procesos de legitimación política. En los distintos períodos históricos, las conmemoraciones y homenajes fueron escenarios de estas disputas; protagonistas marginados del poder político, económico y social lucharon para encontrar un lugar en la Historia y esas luchas tuvieron diferentes finales aún abiertos; se sumaron nuevas conmemoraciones al calendario nacional, además de las ya existentes (25 de mayo; 20 de junio; 9 de julio; 17 de agosto); solo por nombrar algunas podemos citar: 17 de octubre; 20 de noviembre; 2 de abril. Podemos hacer el ejercicio de preguntarnos qué recordamos en cada una de esas fechas; por qué son dignas de recordar. Con estos ejemplos, sólo quiero insistir en el punto de partida: la escritura de la historia nacional, vinculada a la política, al presente y el vínculo de ambas con la memoria y la identidad.

3.

Historia. Memoria. Olvido en el pasado: los años sesenta y setenta del siglo XX también fueron escenarios de disputa de diferentes visiones históricas. Y si de memorias dominantes hablamos, no podemos dejar de mencionar a un historiador que ha marcado y marca las lecturas históricas en nuestra provincia. Nos referimos a Efraín Bischoff que, el 22 de noviembre de 1967, interpelaba a los presentes en el auditórium del Rotary Club Córdoba y se preguntaba: ¿Qué haremos con la historia de Córdoba? Allí decía: “Desde nuestro ángulo de observación provinciana, si es que continuamos entreteniéndonos con las hebras con las que muchas veces tejimos el cañamazo histórico, seguiremos proclamando que el impulso del comercio libre, desde 1810, fue benéfico, cuando en realidad desarticuló groseramente nuestras pequeñas industrias de tierra adentro; continuaremos teniendo en la lista de los réprobos a quien fue maestro del federalismo argentino, general José Gervasio Artigas, cuando bien es sabido que Córdoba comprendió hondamente su ideario; mantendremos en la sombra a figuras como el Marqués de Sobremonte, que le dio a Córdoba gallardía y perfil de gran ciudad y desparramó pueblos en sus campañas, habiéndole negado una estatua que merece justicieramente; colocando en el comentario denigratorio a hombres como el general Juan Bautista Bustos, que se plantó frente a la hegemonía porteña, en 1820, y desde el gobierno hizo obra de valía indiscutible”. Estas ideas forman parte del discurso del actual gobernador de Córdoba y candidato presidencial en 2023. 

En este contexto, otros actores políticos y sociales reclamaban su lugar en esta Córdoba mística y doctoral. A modo de ejemplo, podemos citar a los estudiantes de la UNC; un documento, publicado en la prensa local, da cuenta del cuestionamiento a la tradición establecida. Bajo el título “Barrio Clínicas será hoy en el festejo ‘Territorio Libre de Deudas de América’”, en tono irónico expresa: 

“Comentan las malas lenguas que don Jerónimo no tenía la más mínima intención de fundar esta ciudad. Lo hizo obligado por las circunstancias pues su detención a la vera del primoroso Suquía obedeció a que la medicina de aquellos tiempos tenía para los molestos callos un solo remedio: ablandarlos con agua preferentemente dulce, sin contaminación de cloacas, y después un certero golpe de hacha con mango de guatambú. En eso estaba el fundador cuando se le ocurrió la peregrina idea —por estar de paso— de aprovechar el tiempo fundando un poblado para beneplácito de la indiada que vio llegar de esta forma la ins-ti-tu-cio-na-li-za-ción a sus tierras, castigadas por el flagelo económico que significaba el permanente contrabando de patay, bolanchau y quesillo proveniente de Santiago del Estero”.

La nota continúa con una caracterización de la ciudad que se aleja de la imagen tradicional de una Córdoba definida como docta y santa. La comisión organizadora, autodefinida como integrada por estudiantes crónicos, aplazados, libres, regulares y vecinos del sector, afirma que “ha resuelto una amnistía de morosos bajo el lema ‘Barrio Clínicas, territorio libre de deudas de América Latina’”. Lejos de toda solemnidad, anunciaban la tercera fundación de Córdoba, en este sector de la ciudad que fuera escenario del Cordobazo y donde las y los estudiantes de distintas provincias se vinculaban con los habitantes de este barrio popular. Si el homenaje promovido por un grupo de estudiantes en Barrio Clínicas le quitaba solemnidad a la conmemoración del IV Centenario, otros sectores destacaban la imagen de una ciudad consolidada a lo largo de los años, guiada por instituciones claves como la Universidad Nacional de Córdoba y la Iglesia Católica. 

4.

Historia. Memoria. Olvido en el presente: hoy, a 450 años de la fundación de Córdoba y a 40 años de la recuperación de la democracia, mi intervención es una invitación a inventariar todo lo realizado para comprender y explicar la historia de nuestra ciudad, de nuestra provincia y de nuestro país desde las herramientas que nos brinda la Historia como profesión y la Memoria como deber y como derecho. En este presente donde resurgen los discursos negacionistas que cuestionan las verdades construidas desde la Historia y la Justicia, lo que está en juego es nuestro derecho a la Historia y la Memoria. Es un derecho, pero también un deber a ejercer desde los lugares que ocupamos.

(*) Docente de posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) y docente e investigadora de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

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