Por Tamara Liponetzky (*)
Una historia de un cementerio argentino, pero no cualquiera: el único radicado en las Islas Malvinas; y también un relato de la identificación de los cuerpos de los soldados caídos en la guerra. La autora del artículo –investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales- nos propone un libro para conocer de una manera incómoda, sin juzgar, desde las voces de las y los entrevistados, de la mano de la gran cronista argentina Leila Guerriero. Una obra imprescindible para vislumbrar y comprender los vericuetos de la memoria.
Recuerdo que Héctor Schmucler comentaba siempre que el tema de Malvinas era un pendiente de la discusión política intelectual argentina. A veces, las efemérides nos permiten “meternos” con un acontecimiento en particular, sobre todo las fechas redondas abonan el terreno para pensar acerca del pasado. En el mismo sentido, la reciente publicación en abril de 2021 y la reedición en agosto de 2021, del libro de Leila Guerriero, La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas, parece un espacio para poner visible los derroteros de un tema espinoso, difícil y que requiere un abordaje cuidadoso de las historias de las víctimas, sus familiares, sus muertos y los cuerpos de esos muertos.
Eso es precisamente lo que hace Guerriero, una cronista que intenta esconder su subjetividad bajo el respeto a las personas que entrevista. Y lo logra, poniendo el eje del libro en la historia de la identificación de los cuerpos de los soldados caídos en Malvinas, un tema que -visto de esa manera – no debería tener muchas vueltas.
Pero sí las tuvo; hubo un ir y venir de los expedientes y un paciente y amoroso trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) con cada familiar de las víctimas para intentar llegar a la verdad en torno a las identidades de esos 122 cuerpos que no tenían nombre y que descansaban en el cementerio Darwin de las islas Malvinas.
Hablando de los nombres y de la nominación, la trampa semántica que nubló durante tanto tiempo este tema gira en torno a que las consultas oficiales británicas incluían en el texto la palabra “repatriación”, algo inadmisible para la Argentina en tanto considera a las islas parte de su territorio. Así las cosas, un fantasma semántico parecía acechar a les familiares con la idea de que esto iba a ser un “festival de huesos”. Algunos temían que se quisiera traer los cuerpos al continente y veían eso como una traición, como abandonar el lugar donde cayeron, “dejarlo al enemigo”. Decían que era un plan de los británicos para vaciar el cementerio y sacar la presencia argentina de las islas.
La autora dice que ella pregunta y escribe sin juzgar y en este libro se puede escuchar el relato de las madres y otras familiares, mayormente mujeres, que a lo largo de los años se negaron a brindar muestras de ADN para identificar a sus muertos allá en las islas en una fosa común, bajo una cruz de madera que decía “soldado argentino solo conocido por Dios”.
Este libro narra la omisión de un Estado que ocultó el informe del oficial inglés Geoffrey Cardozo, a quien le encargaron la tarea de identificar a los soldados argentinos fallecidos en ese territorio y darles sepultura. Narra también los esfuerzos por restituir una memoria opacada por la inacción institucional, el orgullo nacionalista y la sombra de la dictadura, dice en su portada. Yo agregaría la burocracia, el egoísmo partidario y la construcción mediática de un enemigo.
A lo largo de todo el país, el Equipo fue intentando reconstruir la memoria cosida con los años, los retazos de relatos dolorosos que les contaron a los familiares algunos sobrevivientes y que fueron lo único que quedó de esos jóvenes soldados muertos en las islas. Estas madres, hermanas, novias, nunca habían recibido una notificación oficial acerca de los fallecimientos. Algunas tenían la versión de algún compañero, a veces ni eso.
Una de las hermanas de un soldado caído, Adriana, dice en el libro que le quedaron muy pocas fotos de su hermano -eran caras en esa época- y de Malvinas no se pudo traer nada, ni una piedra -tenía algunas en el bolsillo y se las sacaron- Le queda en la memoria, el perfume de su hermano y un manojo de cartas que le mandó.
Esta obra resulta imprescindible para conocer y comprender los vericuetos de la memoria, desvanecida a veces como el sutil rastro de un perfume.
(*) Integrante del Programa de Estudios sobre la Memoria del Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales.