“Nuestra vida en libertad, con voz propia”

Por María Lidia Piotti y Letizia Raggiotti

Más de 1200 mujeres pasaron por la cárcel de Devoto durante la última dictadura, les dijeron que sólo saldrían de allí “locas o muertas”. Como otras veces, se atrevieron a una locura: elaborar colectivamente, en plena pandemia, desde los más diversos puntos del país, un libro virtual que recupera las historias de sus vidas en libertad, la forma en que reconstruyeron sus proyectos y sostuvieron sus sueños tras pasar por las experiencias más oscuras. Desde CDC convocamos a Letizia Raggiotti –docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación- y María Lidia Piotti –exdocente de la Facultad de Ciencias Sociales-, quienes participaron del libro, para mirarnos en esos espejos y armar nuestras propias imágenes, sobre todo quienes ya han o hemos nacido “con la libertad en los ojos”, como dijera la poeta Candelaria Rivero.


“Ninguna lucha por la vida y la libertad fracasa”

Por María Lidia Piotti

La idea de este libro, “Nosotras en libertad”*, surgió de un grupo de compañeras que estuvieran presas en la cárcel de Devoto, en Buenos Aires. En mi caso, estuve en prisión durante la dictadura de Onganía –dos meses y medio- y la dictadura del ‘76 –7 meses-, pero no en el penal de Devoto, sino en el Hospital San Roque y en la Cárcel del Buen Pastor primero, y luego en la D2 Centro de Torturas y en el Hospital Neuropsiquiátrico.

Pero una compañera me invitó a participar del libro. Allí opté por relatar mis experiencias de trabajo comunitario después de salir de la prisión, en el Taller Julio Cortázar y en la Red Buhito. Me hubiera gustado también agregar la experiencia colectiva de organizar el gremio de docentes universitarios, que no existía, algo que no fue posible por falta de espacio, como también todas las iniciativas de prácticas comunitarias que hicimos con alumnos de la universidad.

Recuperar nuestras historias y nuestros proyectos al salir de la cárcel, como se propuso el libro, es muy importante, porque ninguna se quedó en su casa, a pesar de haber atravesado la espantosa vivencia de la prisión y la tortura, algo que nunca imaginé que iba a ocurrirme en la vida. Salimos y volvimos a construir, desde diferentes lugares, para que eso no vuelva a pasar nunca más, y para que la desigualdad de la pobreza y la miseria sea derrotada para siempre. Esa lucha, para mí, era y sigue siendo fundamental.

Por ese objetivo, en el pueblo en que nací y aún vivo, La Calera, siempre me interesó participar en el espacio social para construir solidaridad y comunidad, incluso antes de entrar a la facultad. Mi madre nos había inculcado ese tipo de participación, desde una perspectiva religiosa. Por eso me fui a Bolivia a trabajar, a los 17 años, como docente a una zona pobre de Cochabamba. Y cuando retorné seguí siendo maestra y elegí estudiar la carrera de Trabajo Social, porque quería encontrar las formas de resolver la pobreza; hasta que me di cuenta que eso servía, era útil, enseñaba muchas cosas, pero que no bastaba, sino que la cuestión era tratar de cambiar la realidad política y económica del capitalismo que todavía vivimos. Entonces empecé a militar en la Universidad Católica, donde estudiaba, y a trabajar en los barrios. Participaba de un grupo estudiantil y de un movimiento social y político ligado al peronismo. Ahí me llevaron presa por primera vez. Después, en 1976, detuvieron a mi esposo, quien estuvo casi diez años pasando por varias cárceles del país, y a mí me volvieron a detener en 1978. Los dos pasamos por la tortura, pero yo pude volver con mis hijitos, que eran muy pequeños, después de siete meses de estar encarcelada por segunda vez, aunque la tortura me dejó varias secuelas en mi salud, que aún padezco.

Cuando terminó la dictadura, en 1984, se armó el Taller Julio Cortázar, una experiencia creada colectivamente, que estuvo dedicada a la contención y el apoyo de los hijos y las hijas de las víctimas del terrorismo de Estado, desde los cuatro hasta los dieciocho años. Participé cuatro años de ese proyecto, para después seguir trabajando en la Universidad Nacional. En esta experiencia sin antecedentes, participaron miembros de la Comisión de Familiares de Presos Políticos, ex presas y presos políticos ya liberados -entre las que me encontraba-, colaboradores profesionales y expertos en distintas áreas de educación y atención a la infancia. Además, concurrieron familiares de las niñas y los niños y adolescentes que participaban, fundamentalmente padres, madres y abuelas, que quedaron a cargo de ellas y ellos después de la desaparición de sus progenitores.

Volver a la universidad también fue muy difícil, pero pude terminar la carrera y luego también una especialidad. Las primeras veces que nos tomaban exámenes –junto a una compañera- no nos acordábamos de nada, pero volvimos a vencer lo que nos quisieron inculcar: el fracaso, el no servir para nada, que no valía la pena lo que hubiéramos hecho. Como los pueblos, tuvimos que recoger nuestra historia, porque ninguna lucha por la vida y la libertad fracasa.

Cuando empezó la democracia, tras las dos experiencias de la cárcel, fui a la universidad para anotarme a alguna carrera y allí Nora Aquin –exdocente en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC- me llamó para trabajar con niños y jóvenes, dado que me había desempeñado en La Calera como maestra de primaria y secundaria, y tenía desde los 14 años la experiencia de participar en la organización de grupos comunitarios juveniles e infantiles. Así empecé a enseñar en la universidad, donde tuvimos la suerte de conectarnos con compañeros que trabajaban en Perú – vinculados al Movimiento de Niños Trabajadores de Latinoamérica- y en Córdoba. Todo ese aprendizaje y labor pudimos plasmarlo en la Red Buhito, creada desde las experiencias de la práctica académica de la universidad con niñas, niños y jóvenes en los barrios, villas y escuelas de lugares de la ciudad de Córdoba y la provincia.

Esa es nuestra forma de derrotar la cárcel y la tortura como herramienta de dominación de los dictadores, pero también tenemos que seguir militando un proyecto de país con distribución de sus riquezas, fraternidad y educación en valores humanos, para encontrar el sentido de la vida y crear oportunidades para todes los seres humanos que vivimos y van a vivir en este planeta.

Tuvimos que superar lo que pasamos en la cárcel, todas y cada una, para que nunca más exista. Pero sobre todo nos propusimos seguir trabajando para un mundo mejor -no solo sin ninguna cárcel ni tortura- para enseñar a niñas, niños y jóvenes en América Latina, para que aprendan a defenderse, a luchar por lo que es digno y por lo que es justo y a vivir en comunidad, la mejor forma de disfrutar de la vida.


“Otra de nuestras muchas victorias”

Por Letizia Raggiotti

El motor del libro “Nosotras en libertad” fue una idea en la que ya muchas veníamos pensando, desde hace tiempo: hablar con voz propia de nuestra vida en libertad. Fue elaborado por doscientas expresas políticas que estuvimos en la cárcel de Villa Devoto –algunas en otros penales-, entre 1974 y hasta 1983, en ciertos casos hasta 1987. Fuimos aproximadamente 1300 quienes permanecimos detenidas en ese lugar. Cuando se dispuso la concentración de mujeres fuimos trasladadas a Devoto, permaneciendo allí gran cantidad de tiempo, algunas hasta 10 años. Pero ese período de cárcel fue retratado en otro libro, cuyo nombre fue “Nosotras, presas políticas”, editado en 2006, en el cual se relatan nuestras prácticas de sobrevivencia dentro del instituto carcelario. Llegábamos allí desde los cuatro puntos cardinales, veníamos de un secuestro, de campos y de cárceles, en muchos casos en condiciones ilegales.

A millares de personas se les practicaron tormentos físicos y psicológicos, creando para ello centros clandestinos de detención en casi todas las provincias del país. Al secuestro le siguió el asesinato masivo, o bien el envío a la cárcel, ocultando a las víctimas y -junto con ello- las huellas del delito. Esta metodología tuvo como emergente principal la figura del “desaparecido/a”. El horror de este procedimiento opacó el interés por conocer y comprender otras estrategias ideadas por el régimen militar para formular líneas de consenso social, que le permitieran seguir operando sin mayores sobresaltos en su actividad clandestina. La dialéctica entre lo oculto y lo visible terminó de delinear el Estado terrorista. Las personas que perdieron la libertad desde mediados de 1975 en adelante sufrieron un tratamiento similar al de las personas “desaparecidas”. Su periplo carcelario, que comenzaba con una detención ilegal que sucedía a altas horas de la noche, entre golpizas y capuchas, finalizaba con el paso por casas para interrogatorios, centros de detención clandestinos o algún sótano de aplicación de tormentos ilegales en jefaturas policiales. Aunque quienes caían presas y presos en cárceles legales tenían mayores posibilidades de sobrevivir, incluso estos espacios de encierro reproducían la ilegalidad de los “chupaderos”.

Mientras permanecíamos unidas solidariamente, resistíamos haciendo todo lo posible por mantenernos físicamente bien a pesar de que nada era permitido, psicológicamente bien aunque todo estuviera prohibido. Se nos detallaron los deberes del “delincuente terrorista” detenido: “Abstenerse de cantar, silbar, gritar, mantener conversaciones furtivas por señas o indecorosas o de elevar la voz”. La intrusión en la subjetividad implicó una humillación corporal similar simbólicamente a la de una persona esclavizada. Las presas y presos no eran dueños ni de su propia carne y debían estar dispuestos a visibilizarla para favorecer el control del personal penitenciario. A los presos y presas les correspondía: “Someterse integralmente a las requisas de sus personas, sector de alojamiento y efectos, debiendo quitarse las prendas de vestir para una revisada minuciosa cuando así se lo requiera”. Se controló de este modo la comunicación y el cuerpo individual, pero también se planeó una vigilancia entre los sujetos.

Pero nuestra resiliencia se enlazó con la resistencia. Así, como contrapartida, compartíamos comida, dinero, historias, conocimientos, que fueron edificando y sosteniendo nuestro buen convivir. La clave fue la tenacidad colectiva y la obstaculización a las medidas del penal, implementando para ello notas de reclamo y de denuncia, rechazo de comidas, gritos, campañas de habeas corpus y recursos de amparo, gestiones masivas de visas y el rechazo a acceder a ciertas imposiciones -como las requisas vejatorias y tener que caminar con la cabeza baja y las manos atrás-. La organización que adquirimos nos permitió coordinar productivamente el tiempo carcelario. Las experiencias del “economato” (una caja de dinero común, con el que intentábamos resolver problemas sanitarios, de alimentación, etc.), los cursos de alfabetización, las lecturas de cartas en común, la circulación de información por diferentes medios, nos concedió una gran entereza intelectual, psíquica y física. Rechazar la desmoralización, la parálisis y la inactividad implicó hacer lo imposible para estar informadas, inventando permanentemente formas de trabajo con la palabra escrita y hablada. Tanto era lo prohibido que el Jefe de Seguridad del penal de Villa Devoto. -Horacio Martín Galíndez, imputado por crímenes de Lesa Humanidad-, cual oráculo carcelario, a los gritos pronosticaba que al salir sólo íbamos a estar locas o muertas. Y nosotras, como dijera Sartre, “somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotras”. Y decidimos vivir, a pesar de todo, ser felices y dar testimonio.

No se cumplieron esos pronósticos, algo íbamos a hacer, y así fue. Salimos y comenzamos a reinsertarnos, pero con nuestra historia siempre sobre los hombros, por nosotras y por nuestras compañeras y compañeros, memoriosas, y en búsqueda de una justicia basada en una oculta y desconocida verdad. Ante la reiterada pregunta sobre qué había sido de nosotras después de la dictadura, decidimos dar una respuesta, que estuvo cimentada en nuestra vida, la búsqueda de una profesión, de una familia, de un trabajo. El momento nos fue adverso; existían, aún en democracia, restos del sentido común cimentado en la dictadura. Todavía sobrevivían en los discursos y en la justicia transicional resabios del poder dictatorial.

Mi experiencia personal, como la de muchas, fue que salí azorada de la cárcel de Devoto, sin saber para qué lado tomar. Sin dinero. Recuerdo que hice seña a un taxista y él me llevó sin pago hasta la casa de una compañera. Gracias infinitas le debo. Y comenzar la lucha por la inserción en un mundo plagado por dedos acusadores. Y así fue que continúe militando dentro de un síndrome urgente por volver a integrarme a la sociedad y a la vez estudiar.

No fue fácil, había perdido el trabajo y también me encontraba expulsada de la Facultad. Para reincorporarme me pidieron que llevara un certificado. Y allí fui, rumbo al Tercer Cuerpo del Ejército y conseguí que me lo dieran, en los últimos días de marzo y principio de abril de 1982, entre maniobras, porque ya habían declarado la guerra de Malvinas. Allí iba a buscar mi certificado. Lo conseguí. Pude rendir la reactualización que me pedían para ingresar. Finalmente, me admitieron, pero me dijeron que había un cambio de plan y que debía empezar de nuevo. Y lo hice.

Era una democracia endeble y, en medio de ello, nosotras continuábamos nuestro camino de reinserción. Y esto constituyó la base de nuestro libro, que da cuenta de nuestro proceso de volver a encontrarnos en libertad y en la sociedad en plena vigencia de los discursos y prácticas de la teoría de los dos demonios. En ese contexto, teniendo en cuenta lo aprendido, nos refugiamos en nichos colectivos que aún persistían para sostenernos en la intemperie. Entonces, teniendo en cuenta aquellas preguntas formuladas en las distintas presentaciones del primer libro, en plena pandemia elaboramos un texto, en formato digital, gratuito, colectivo -de otro modo no podía ser- y dedicado a nuestras hijas e hijos, nuestras nietas y nietos, las y los jóvenes, y también a aquellas y aquellos que hoy no están. Así quisimos hilvanar recuerdos y dejárselos a las futuras generaciones.

En marzo de 2020 las ideas se pusieron en marcha, pero al poco tiempo llego la pandemia; el aislamiento social, preventivo y obligatorio y el distanciamiento social iban a poner puntos suspensivos en nuestras vidas. Pero no en las palabras, que estaban ya echadas a rodar y, entonces, a través de mails, de mensajes de whatsapp y reuniones virtuales, iban y volvían construyendo textos, historias y sentidos. Un grupo de compañeras, de diferentes regiones y orígenes, con las que habíamos compartido años en la cárcel, fue convocando a otras expresas de cada provincia y ciudad. Y como experiencia abundaba, lo construimos en plural y autofinanciándonos. Haciendo gala una vez más de organización, solidaridad e independencia. Y en el medio de las búsquedas, lo compartimos con gente que es experta en lenguajes virtuales. Así recurrimos a Claudia Bernazzi, quien nos ayudó en la empresa digital. Y a esto se suma la frescura que acompaña al disparador de este libro –la libertad-, que también se refleja en su diseño: en formato web, novedoso, interactivo y de acceso gratuito, desarrollado por un equipo de trabajo integrado por Laura Chuburu, Mariana Ardanaz y Darío Doria.

“Nosotras en libertad” es otra de nuestras muchas victorias, como respuesta a la violencia de que saldríamos de Devoto “locas o muertas”.


Inventarios y algo más, un poema de Letizia Raggiotti

Cuando el tiempo de descuento

acabó,

vacía y muda transitaba

anotaba en un cuaderno

lo que iba conquistando.

Tengo trabajo

cobro tanto

compré la cama

alquilé la pieza

adquirí la sábana

tengo almohada,

y ese fue mi tesón sostén.

¡Qué lindo es tener un lugar propio!

… Abrir puerta por uno mismo

respirar el olor del sol!

-tiene olor-,

¡la calle!

sus ruidos, su andar.

Luego no era pieza,

era casa

y mesa

y cubiertos

y ropa.

Pasó el tiempo

en una acumulación de años,

con altos y bajos

ya no pude hacer inventarios.

Me llegó el tiempo

de hacer balances

incorporé amigos

incorporé alumnos

incorporé experiencia

tendí puentes.

Y aunque parezca

una triste y fría

columna contable

esto fue valía propia

esto fue amor

esto fue renacer

esto fue el volver a la vida,

ganada en apuesta firme.

No lo hice sola

aún recuerdo

aún tengo en mi corazón

las múltiples gracias

por lo recibido

y…. la luz, colores, amores y alas

que empezaron a mi cuerpo poblar.

* El libro digital “Nosotras en libertad” puede consultarse en: https://nosotrasenlibertad.com/libroweb/

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