Por Eva Da Porta
La conmoción que genera la lectura de una obra intelectual es difícil de explicar, algo así como si nos prestaran las llaves del mundo por escasos minutos. En esas sensaciones abreva la autora –docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales- para exponer la vigencia de la obra del pedagogo brasileño y recordarnos algunos de los nudos centrales de su pensamiento, aquellos que no pierden vigencia ni en las más crudas o diversas realidades.
¿Qué poder tiene la palabra de Paulo Freire que no dejan de sucederse homenajes en su nombre a 100 años de su nacimiento? ¿Por qué nos interpela hoy, a casi 25 años de su muerte?
Para intentar responder a esta pregunta voy a traer algunas situaciones que me tocaron vivir como docente universitaria, situaciones no únicas ni ejemplares, sino escenas cotidianas que se repiten con otras palabras y otros modos desde siempre en mi experiencia enseñando a Paulo Freire. Luego avanzaremos con algunas de sus ideas, que siguen encendiendo fueguitos -diría Galeano- y tienen el poder de desarticular un discurso hegemónico (político, mediático, publicitario) que intenta naturalizar la desigualdad, la inequidad y la injusticia como efectos no deseados de un modelo económico, político y cultural excluyente, que se muestra como único camino a seguir. La palabra de Paulo Freire puede poner en evidencia que ese camino no es un destino y que otros mundos más justos son posibles.
Freire en presente
La primera situación que quisiera compartir se dio al finalizar un examen oral, en un seminario de educación que dicto en la carrera de Cine y TV, cuando una joven estudiante me dijo:
– “Profe, ¿le puedo decir algo ahora que me puso la nota?
-Sí, claro.
– A mí leer a Paulo Freire me sirvió para saber quiénes eran los oprimidos, pero también para conocer cuánto de oprimida fue mi propia vida, toda mi vida, mi educación escolar, familiar, todo. Y también, gracias a sus palabras, pude descubrir lo hermoso que es liberarse -hizo una pausa-, en todos los sentidos”.
La segunda situación se dio en un curso en modalidad virtual con estudiantes de posdoctorado cuando, en una clase donde estábamos trabajando la mirada de Freire sobre la educación, un estudiante escribió por el chat: “Ahora que escuché esto no puedo ver a la educación de otro modo, hago esfuerzo y no sé qué pensaba antes”.
La tercera situación se repite todos los años cuando estamos en instancia de exámenes finales y les digo a mis estudiantes que comiencen con el autor o con las ideas que más les afectaron, aquellas que se van a llevar para siempre, las que les hicieron ver de otra manera el mundo y, de modo invariable, sus exposiciones comienzan con ideas de “Pedagogía del oprimido”, una de las obras centrales del maestro brasileño.
También debería decir que cada año, cuando en el programa de nuestra asignatura aparece el tema “Educación popular: la propuesta de Paulo Freire”, las clases toman una belleza inusitada, algo del orden de una conmoción nos afecta a docentes y estudiantes, el mundo adquiere nuevos sentidos y también nuestro lugar en él.
¿Quizás sea esa potencia liberadora la que tanto teme el gobierno brasileño de ultraderecha de Jair Bolsonaro quien, en 2019 y aún en campaña, dijo que iba a “entrar al Ministerio de Educación con un lanzallamas para eliminar a Paulo Freire”? Imagen dantesca difícil de olvidar, pero también síntoma de la impotencia de quien sabe que esas palabras generan una fuerza emancipadora ingobernable para un gobierno autoritario y violento. A propósito de esta situación Sofía Freire Dowbor, nieta de Paulo Freire, nos da algunas claves para seguir avanzando en esta tarea de comprender por qué hoy su obra nos interpela. Ella dijo: “Bolsonaro propuso entrar con un ´lanzallamas´ al Ministerio de Educación para erradicar hasta el último vestigio que nos dejó mi abuelo. Quiere anular el pensamiento crítico y el trabajo grupal. La crisis educativa en Brasil es un proyecto político: una educación de calidad, consciente y liberadora sería una gran amenaza para la clase dominante de uno de los países más desiguales del mundo”.
Paulo Freire encontró en la educación la posibilidad de lucha contra las opresiones y el camino para transformar el mundo; o mejor aún, como él decía, el camino para cambiar a las personas que cambiarán al mundo. Por eso su obra, en parte trasciende e incluye las cuestiones pedagógicas para convocar a quienes, no aceptando las situaciones de opresión social, económica, política y cultural, se comprometen en las luchas por la liberación.
Y entonces, ¿por qué nos interpelan hoy sus palabras?
Hay palabras que tienen la capacidad de implicarnos, de encender la escucha y generar nuevas preguntas e inquietudes. Palabras que pueden interpelarnos y convertirnos en sus interlocutores. Palabras que necesitan de nuestra presencia para completarse, aunque hayan sido dichas en otras geografías y en otros tiempos. Palabras que se vuelven actuales justamente por eso, porque al ser leídas o dichas nos convocan, nos esperan.
La obra entera de Paulo Freire tiene esta capacidad dialógica. Tanto en sus libros sobre pedagogía, como en sus escritos, conferencias o entrevistas donde tematiza acerca de la relación entre educación y emancipación, siempre es posible reconocer la figura del diálogo. No sólo porque abre un franco espacio en sus palabras para que ingrese quien escucha, sino porque él mismo se posiciona como un interlocutor comprometido con lo que dice y con quien lo escucha. Nos habla. No enuncia verdades en abstracto, sino que argumenta, ejemplifica, interroga, interpela pensando en la escucha. Cuando leemos a Paulo Freire, dialogamos también con él. Por eso, leerlo es una experiencia que nos involucra. Hay una poética en ese tono dialógico, que nos llama a ser parte de lo que enuncia.
Sin embargo, esa no es la única razón por la cual sus palabras son actuales. Esa es quizás la razón comunicacional, razón que no es menor porque la idea del diálogo articula conceptual y políticamente su obra. El diálogo es para Freire un fenómeno de comunicación característico de lo humano, a través del cual el mundo adquiere sentido, se puede pronunciar. Si bien el diálogo no es el único modo de interactuar porque la comunicación puede ser monológica, autoritaria, vertical o manipuladora, la elección del diálogo como eje de su propuesta pedagógica, es también una opción política, porque implica el encuentro y la construcción colectiva o grupal del mundo. Pronunciar el mundo es existir humanamente, dice Freire. Para el autor, el diálogo es “el encuentro que solidariza la reflexión y la acción de los sujetos orientados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado”.
Y aquí, en esta cita, se encuentran las otras claves para comprender por qué Paulo Freire hoy nos sigue interpelando. Sus palabras, el modo de pronunciarlas, además de constituirnos como destinatarixs de su estilo dialógico, logran tocar la realidad, hacer chispas con el mundo en el que vivimos, y por eso quizás nos conmocionan. Leer a Freire es un viaje de ida, sin retorno al lugar inicial, porque logra nombrar las capas más profundas de la existencia y volver tan evidente la injusticia de la desigualdad que ya nuestra mirada del mundo y de nuestro lugar en él no volverá a ser igual. ¿Y esto por qué es posible? Porque, como bien señala, la palabra es reflexión, pero también es praxis, es práctica, es hacer, hacer el mundo con otrxs. El modo de nombrar el mundo, de pronunciarlo, lo construye o lo reconstruye, y una vez que la opresión puede ser nombrada, ya no es posible ignorarla. El modo que tiene Paulo Freire de nombrar la existencia nos compromete éticamente, nos vuelve parte de esa realidad injusta que (de) enuncia, porque en un mundo con oprimidos hay agentes que son opresores o que colaboran con la opresión, al aceptarla, callarla o ignorarla. Su obra entera es un llamado ético y político, una pedagogía que busca la toma de conciencia frente a la injusticia, no sólo de quienes la sufren de manera directa sobre sus vidas, sino también de quienes, sin ser despojados de todo, no pueden aceptarla. En el inicio de su “Pedagogía del Oprimido” dedica el libro “a los desarrapados del mundo y a quienes, descubriéndose en ellos, con ellos sufren y con ellos luchan”.
La mirada de Freire se posiciona con toda claridad desde el lugar de los oprimidos, como se denominaba en los años setenta a los sectores empobrecidos, a los “desposeídos”, los “condenados de la tierra”, “los abandonados de la vida”. Desde ese lugar de destitución de lo humano, interpela éticamente al compromiso con la lucha por la recuperación de la “humanidad despojada”. Y aquí también hay una nueva clave para encontrar la potencia del pensamiento de Paulo Freire en el presente.
Cuando nos interpela frente a un mundo injusto, desigual, opresivo, también nos convoca a transformarlo. Y esa es, quizás, una gran diferencia entre el pensamiento freireano y otros que analizan, comprenden, explican y denuncian la desigualdad. No alcanza con conocer, es necesario lograr transformar esas situaciones de opresión identificadas, es un imperativo ético, político, de compromiso de y con quienes sufren. Aunque parezca que el desafío es inalcanzable por la fuerza de la opresión, siempre hay una esperanza, un “inédito viable”, como llama a la búsqueda de alternativas de transformación de las condiciones de existencia en su último libro, “Pedagogía de la Esperanza”.
Ese es el núcleo de la pedagogía freireana: el desarrollo del pensamiento crítico a través la problematización de la realidad, que permite identificar las formas de opresión en el diálogo colectivo. La posterior toma de conciencia de las situaciones opresivas y la acción comunitaria, colectiva, a través de la búsqueda y desarrollo de alternativas de cambio, para volver a un nuevo proceso reflexivo que siempre es dialógico, problematizador, colectivo y creativo. Acción / reflexión / acción, praxis / pensamiento crítico / praxis, caras de un proceso de transformación subjetivo y colectivo que no termina y que encuentra en el diálogo su único modo posible de realización.
Finalmente, y como una condición para la transformación del mundo, la obra de Freire nos abre una posibilidad, casi perdida en el contexto actual: la de construir utopías, de abrir la trama del presente y proyectar futuros. Sin una apuesta a otros mundos mejores, más justos, la mirada crítica del presente sólo genera desasosiego, impotencia, desinterés o cinismo. Condiciones subjetivas que hoy nos acosan.
Nos dice Freire: “La desesperanza es también una forma de silenciar, de negar el mundo, de huir de él. La deshumanización que resulta del ´orden injusto´ no debe ser razón para la pérdida de la esperanza sino que, por el contrario, debe ser motivo de una mayor esperanza, la que conduce a la búsqueda incesante de la instauración de la humanidad negada en la injusticia”.
En ese contexto es que comprendemos por qué estos procesos de liberación, a los que nos convoca la obra de Paulo Freire, sólo pueden ser entendidos como “actos de amor”. Actos que, en cada contexto, en cada situación se actualizan según las luchas, los poderes y las pasiones puestas en juego.