¿Por qué comparamos?

Por María Verónica Basile (*)

sin semejanza no es posible la comparación, y sin diferencia,

el ‘Otro’ se convierte en una proyección de uno mismo”

Eduardo Grüner1

Un campo de estudio académico – disciplinar está definido por los problemas y temas que trabaja, las principales teorías consideradas como confiables y científicas y las metodologías utilizadas en el mismo. En este artículo de reflexión María Verónica Basile expone una síntesis de la experiencia comparativa en la producción de conocimiento. En las ciencias sociales —sostiene— una de las potencialidades de la comparación se halla en la posibilidad de trazar hilos —relaciones— no siempre visibles. Así como advertir excepciones o singularidades en lo que se estima aparente; o cercanía y semejanza en lo que se considera distante. ¿Qué es comparar? ¿para qué se compara?, interrogantes sustanciales que abren un debate sobre los efectos éticos, epistemológicos y políticos que involucra a la producción del conocimiento.

Las siguientes líneas, a modo de ensayo y sin pretensiones academicistas, buscan indagar sobre algunas aristas de la experiencia comparativa en la producción de conocimiento.

La comparación, como actividad humana, es una forma de interpretar la realidad. Está presente tanto en las decisiones cotidianas y ejercicios de reflexión personal como herramienta para la comprensión de la realidad o de fenómenos sociales, culturales, políticos e históricos complejos. Se recurre de manera constante, de modo explícito o tácito, para organizar ideas, tomar decisiones y entablar relaciones con los demás y con el mundo. Como metodología, comporta una estrategia de investigación y análisis que se fundamenta en el reconocimiento de semejanzas y diferencias, en la capacidad de captar unidad y diversidad, de encontrar sentido en lo múltiple. En su carácter científico emerge como una herramienta relevante en los procesos de conocer, describir, interpretar y explicar. Puede hallarse, en sus sinónimos, en operaciones como equiparar, parangonar, confrontar, cotejar, examinar, comprobar, verificar, contrastar.

Al menos dos preguntas básicas que podrían plantearse serían: ¿Qué es comparar? ¿Para qué se compara? En primer lugar, podríamos responder que es un acto cognitivo consistente en establecer relaciones entre dos o más elementos. No obstante, se distingue en sus alcances, tanto en su carácter amplio como forma de pensamiento, o en un sentido estricto como procedimiento que involucra operaciones complejas para el estudio de problemas de conocimiento. Podría reconocerse que fueron la sociología y las ciencias políticas las que le dieron el estatus de “método científico”. Comparar implica observar fenómenos, estructuras o dinámicas en contextos diversos, buscando comprenderlos en profundidad mediante su contraste. Es más que una simple observación, propone una confrontación explícita y consciente que, como herramienta metodológica, permite sistematizar, organizar el conocimiento, desarrollar teorías y generar interpretaciones. Segundo, podría pensarse que se compara para poder entender la diversidad, identificar las regularidades que trascienden contextos específicos, para matizar generalizaciones o reconocer en lo ajeno dinámicas propias o locales. En gran medida, toda investigación incluye alguna forma de comparación, pero eso no significa que sea un principio fundamental del conocimiento científico. Puede involucrar el estudio de grupos o condiciones que permitan reconocer factores o contemplar diferentes momentos en el tiempo para analizar (dis) continuidades. Permite detectar discrepancias o tendencias, reconocer alcances y limitaciones de distintos enfoques. Sin embargo, el abordaje comparado no ha quedado exento de críticas y revisiones que advierten sobre los riesgos y limitaciones.

Cuando se piensa en “comparar-nos” como “el acto de mirar a otros para mirarnos” se abren una serie de interrogantes sobre los efectos éticos, epistemológicos y políticos que involucra. En esa acción se despliegan categorías que no son aleatorias, neutrales o meramente descriptivas. Hay un determinado lente desde el cual se mira y, en ese marco, la comparación puede arrojar luz o teñir la comprensión. Se puede correr el riesgo de que los juicios derivados de la comparación comporten sesgos y resabios, como lo fueron las experiencias coloniales que marcaron relaciones de poder desiguales y en las que lo diferente fue visto como “exótico”. Lo percibido como distinto suele generar curiosidad y atención. Sin embargo, al definir eso “otro” se construye una imagen que no sólo remite a lo observado, sino a la propia imagen de quien observa. Además, aunque los propósitos de conocimiento sean claros, se puede correr el peligro de caer en la subordinación o imposición de las propias perspectivas sobre realidades ajenas. Incluso llegar a confirmar supuestos y creencias sin reconocer la realidad observada. En tanto construcción cultural e histórica, a veces se nos ofrece más como un modo de conocer a quienes “miran” que a quienes son mirados.

La figura metafórica del espejo ha sido utilizada para pensar la comparación. Este sólo puede reflejar si hay algo frente a él y así su capacidad de mostrar una imagen global, como diferentes ángulos de una misma realidad. Sin embargo, dependiendo de su forma (cóncava o convexa) también puede distorsionar; lo que en las ciencias sociales podría traducirse como los efectos de la subjetividad en los procesos de conocimiento.

En ocasiones, los enfoques comparados han implicado un sesgo positivista en la producción de un conocimiento nomotético al establecer leyes generales y universales, patrones o proyecciones de estadios a alcanzar, de futuros posibles. Desde una perspectiva crítica, se convoca a la valoración de la pluralidad y de un análisis situado que interpele y revise la tendencia a caer en reduccionismos o simplificaciones.

Otro recurso ha sido el de oposiciones binarias, sobre las cuales han sido ampliamente difundidas sus limitaciones. La reducción de la complejidad en pares dicotómicos obtura la diversidad, los matices y las zonas grises que caracterizan un fenómeno. Además, suelen ser proclives a reproducir estereotipos que perpetúan jerarquías implícitas. Pueden desconocer relaciones de complementariedad o coexistencia. Así, como omitir el carácter dinámico y contextual, asumiendo aspectos rígidos, estáticos y universales. Asimismo, puede llevar a desconocer redes, entramados o intersecciones existentes.

Sin embargo, una de las potencialidades de la comparación se halla en la posibilidad de trazar hilos —relaciones— no siempre visibles. Así como advertir excepciones o singularidades en lo que se estima aparente; o cercanía y semejanza en lo que se considera distante. La mirada comparada, tanto como práctica cotidiana que se percibe natural y se realiza casi de manera intuitiva o como método o tipo de investigación sujeta a criterios rigurosos, mantiene vigencia y efectividad para brindar una mayor comprensión del mundo que nos rodea.

(*) Investigadora del Centro de Estudios Avanzados (CEA) de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).


1 Grüner, E. (2020). El “otro” en las Ciencias Sociales. Debate Público, 10 (19), 6.

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