A setenta años de su publicación, recuperamos la conferencia magistral del psiquiatra argentino Gregorio Bermann en el Ateneo de Madrid en septiembre de 1937, en plena Guerra Civil Española. En este fragmento de su obra Problemas Psiquiátricos (1965), Bermann se niega a la simplificación de ver en el fascismo una mera manifestación de locura o criminalidad. Desde una trinchera intelectual, el autor dialoga con la vanguardia antifascista de Madrid para comprender la “Dialéctica del fascismo y su psicopatología” y problematizar las armas del pensamiento contra la barbarie. Este texto, que forma parte del Archivo Bermann del CEA-FCS es una posibilidad que invita a la reflexión constante sobre un interrogante fundamental: ¿cómo fue posible?
Capítulo III 3. Dialéctica del fascismo y su psicopatología 1
Agradezco profundamente la distinción que me hacéis al invitarme a ocupar esta tribuna prócer, y desde ella rindo fervoroso homenaje a los que en esta casa han defendido la causa de España y de su pueblo, la causa de la libertad y de la justicia de todos los pueblos. Emocionado he seguido su trayectoria intelectual desde su iniciación, hace cien años, y sobre todo en los últimos decenios, en este período dramático, en que ha abierto anchamente todo lo que tiene y todo lo que es a la inmensa empresa revolucionaria de la redención de España. En esta tribuna acompañé y escuché a don Miguel de Unamuno cuando, al regreso del destierro, hace siete años, el gran viejo señalando su estilográfica, dijo: “Esto vencerá a aquello”. Aquello era la espada. El pensamiento vencerá a la fuerza. Y halagó mis sentimientos de argentino cuando las dos únicas citas que hizo fueron cubiertas por compatriotas míos, y una de ellas, ésta: “¡Bárbaros, las ideas no se matan!’’.
Creedme, pues, si os digo que no incurro en la ingenuidad de venir a daros lección de antifascismo, a vosotros que unis a vuestra ejecutoria intelectual la hombría de estar combatiendo contra tan feroces enemigos en la descomunal empresa. Vengo a conversar con vosotros de problemas de interés común, y a aprender una vez más, en vuestro ambiente y compañía, cómo aguzar nuestras armas en la lucha contra estas fuerzas regresivas. Pensar de otra manera sería incurrir en falta de respeto a Madrid — a este Madrid, prefrente de la libertad, al que tuve el honor de ser destinado—, a los luchadores españoles, y a los que de todas partes del mundo vienen a librar batalla hazañosa. Tantos de vosotros habéis recibido heridas gloriosas, cicatrizadas cada día por vuestro fuego interior, y cada vez reabiertas y renovadas por la agresión incalificable.
Nos interesa de manera vital la comprensión de la verdadera naturaleza del fenómeno fascista, así como de sus instrumentos y medios de dominación. Su conocimiento cabal hubiera ahorrado a España y al mundo dolores inauditos. Oculto tras nubes de palabras y de promesas, el fenómeno fascista no libra entero sus secretos sino a los que se empeñan en conocerlo por un estudio ahincado. Pese a lo intrincado del problema, y a sus aparentes incoherencias, el conocimiento de sus verdaderas causas y manifestaciones no es algo inaccesible. Hace mucho que lo habían anunciado y comprendido observadores sagaces, y en especial lo entrevieron los creadores del materialismo histórico y sus actuales continuadores.
Como psiquiatra y psicopatólogo he debido tomar muy a menudo posición ante el planteo psiquiátrico o psicológico de la naturaleza del fascismo. He tenido que responder a la difundida afirmación de que el fascismo y sus variantes son simplemente la creación de locos y criminales, de grupos de anormales y degenerados, cosa que suele repetir el profano y el culto. Así, un difundido escritor, Eduardo Zamacois, decía recientemente en uno de vuestros periódicos: “Quien vea en un fascista un semejante, se falta al respeto. El fascista, por la estrechez de su ángulo facial, su salacidad simiesca, sus crueldades y su inclinación a andar en cuatro patas, debe ocupar en la escala zoológica un capítulo aparte.
Bárbaro y refractario a toda cultura, este bimano se parece físicamente al hombre moderno, pero desde el punto de vista moral no le recuerda en nada”. Aquí tenemos dos artículos del doctor Antoni Bruck, del semanario barcelonés “Mirador” de fines de 1936, que con los títulos “El Feixisme Malaltia Psiquica” e “Idiotes”, incurre en similar punto de vista. En la prensa francesa encontraréis a menudo artículos que presentan al nazismo como una locura propagada por un agitador mediocre. Cuán fácil es adherir a tales afirmaciones; qué barato suscribirlas. Comprendo que los daños horribles que está produciendo a vuestro pueblo el nazifascismo invasor provoque indignadas reacciones. ¿Pero no consideráis que, aun en estas circunstancias, es conveniente no perder la serenidad?
Durante mucho tiempo me resistí a comprender al fascismo como un fenómeno patológico, a pesar de que algunas de sus manifestaciones lo eran. Los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas que han intentado aproximarse a su conocimiento no me satisfacían. Me parecían ligeros, y superficiales sus análisis del fascismo, sus interpretaciones psicologistas, la pretensión de explicar el fascismo por los rasgos personales de alguno de sus caudillos. O de una psicología de masas, o por desviaciones de orden sexual, o por cosas parecidas. Debo confesar que me costó ubicar el problema. Tuve que salir del ámbito de la especialidad, del saber profesional y técnico, que aunque no queramos, se impone a través de los años con fuerza a nuestro espíritu. La transposición del conocimiento psiquiátrico al campo social, es un camino enteramente falso2. Los problemas políticos y sociales tienen su propia metodología, y a ella hay que atenerse. Sólo una vez en posesión del verdadero proceso social, de su conocimiento científico, podrá aproximarse el psiquiatra o el psicólogo para interpretar une u otro aspecto, algún detalle. El conocimiento del problema social es aquí absolutamente indispensable, y previo al del hecho psicológico y psicopatológico.
Encarar el nazifascismo sólo como un fenómeno psicopatológico, no sólo es un error teórico, sino también práctico, que puede perjudicarnos gravemente, y que tal vez nos lleve a hacer el juego al fascismo mismo. No estamos ya en la época en que era permitido enunciar teorías unilaterales o falsas sobre los movimientos sociales. Una desviación o una incomprensión de la línea que adopte un pueblo o un gobierno en estos momentos de agudización de los conflictos nacionales e internacionales, puede significar la pérdida de muchas vidas, y aun poner en peligro nuestra causa. Si queremos contribuir a abatir este enemigo poderoso e implacable, es necesario un conocimiento lo más exacto posible de las condiciones en que fue engendrado y se desarrolla, así como de los medios de que se vale para imponerse.
En estos momentos, en que aparentemente no hay fascistas entre nosotros, es comprensible que nuestro enfoque difiera de la época en que nos codeamos o convivimos con ellos, que tal vez se sentaban a nuestra propia mesa y hasta formaban en nuestra misma familia. ¿Es que han enloquecido súbitamente? ¿Es que han sufrido de golpe una transformación radical? O bien, ¿es que anteriormente no los veíamos en su verdadera luz, desconocíamos lo que estos semejantes representaban y eran, como sucede tantas veces, aun con los que nos son más próximos, y que suele revelarnos de golpe? A veces el descubrimiento de la verdadera naturaleza de nuestros semejantes se pone de manifiesto por la agudización de las condiciones de existencia, pero responden a un proceso que se había ido incubando desde hacía largo tiempo. Y sin embargo… Hace pocos días tuve ocasión de examinar y conversar con algunos de los prisioneros italianos, de las legiones fascistas que fueron tomadas en las victoriosas batallas del Jarama y de Guadalajara. No son personas tan radicalmente diferentes del común de la gente. Ni presentan los caracteres bestiales a que se refiere la opinión vulgar antedicha. No puedo, por lo tanto, suscribir tales puntos de vista, y menos – explicar el fascismo por las explosiones histéricas de un Hitler, por la megalomanía del Duce, por la morfinomanía de Goering, por la inversión sexual de Roehm, o por el desequilibrio y la perversidad de algunos o muchos de sus colaboradores y cómplices. Tampoco podremos comprender el nazifascismo si intentamos atribuirlo a una transformación de pueblos enteros como el italiano, el alemán y el japonés, de quienes se hubiera apoderado súbitamente la locura chauvinista y racial, el ardor guerrero, el odio contra la cultura. Afirmar que el fascismo es locura, es cerrarse el camino de una verdadera comprensión.
II. NO HAY NEUTRALIDAD POSIBLE
Antes de entrar directamente al tema, considero conveniente salir al paso de ciertos intelectuales y hombres de ciencia que pretenden, para comprender al fascismo, colocarse por encima de la contienda. Adoptan una primera postura de neutralidad y pretendida imparcialidad. De otra manera, dicen, es imposible ser objetivo, es decir científico. Esta postura académica está impregnada de ignorancia, de hipocresía y de debilidad. En ningún caso, y menos en las circunstancias en que vivimos, nadie deja de tomar partido, aun sin pretender tomarlo. Nadie puede hurtarse a la presente lucha. Qué podríamos decir de un hombre si se presentara ante nosotros y dijera: “Soy un hombre de ciencia y para enjuiciar objetiva e imparcialmente lo que está sucediendo no estoy ni con los fascistas ni con los que los combaten”. Ni aun como espectador lo admitiría, y es probable que adoptaría actitudes más contundentes. Frente a los que pretenden enjuiciar lo que acontece, desde el cenit, se entendería fácilmente muestra reacción, ¡Se han conducido los fascistas de manera tan miserable y criminal! ¡Se han ensañado, no sólo con los combatientes, sino con toda suerte de personas indefensas, por poco que fueren sospechadas de simpatía por la causa popular! No sólo con adultos, sino también con ancianos, mujeres y criaturas. Siguen las enseñanzas de Thiers, cuando decía con motivo de la bestial represión que hizo de la Comuna de París: “Hay que exterminar al lobo, a la loba y a los lobeznos”. Los horrores de la Inquisición y de las persecuciones a las ideas en el curso de los siglos, son pálidos frente a los que cometen estos “defensores del orden y de la civilización”.
Nadie puede quedar sin militancia por mucho que lo pretenda. Ya hemos sufrido demasiado como para confiar en los pretendidamente imparciales y neutrales. Son muchos los sociólogos que declaran no estar con las derechas ni con las izquierdas, ni con los fascistas ni con los republicanos, so pretexto de contemplar lo que ocurre desde la cumbre de su cátedra. A muchos de ellos los vemos en el campo contrario, otros están oscilando entre ambos campos, tal vez a la espera del que gane. Y si recurrimos a los escritores que popularizan este punto de vista, vean lo que pasa con un John Gunther o con un Emil Ludwig. Vean ustedes cómo procede Ludwig en su libro sobre Mussolini. Prepara bien el conocido escritor liberal el escenario de sus Conversaciones. Se dispone a estudiar a Mussolini con estricta objetividad. Va a suministrar los elementos para la comprensión del hombre que ha entronizado el fascismo en Italia. No quiere inclinarse ni a uno ni a otro lado. Y ¿qué sucede? El lector que se atiene a lo que Ludwig dice, queda desorientado y confuso, tal es el abismo entre lo que describe de Mussolini y lo que sabemos y sufrimos por causa del fascismo italiano y de su Duce. Ludwig es pacifista, y le afecta que el hombre cuyo retrato está haciendo sea un desenfrenado guerrerista; llevado por la simpatía hacía su protagonista, ¡le hace confesar hasta su pacifismo…! ¡Le hace decir que, “en el fondo”, siempre estuvo en contra de la guerra! No cabe mayor ingenuidad, ya que suponemos a Ludwig hombre de sana intención, es un antifascista, como lo puso de manifiesto en su buen discurso del congreso internacional de escritores de los Pen Clubs de Buenos Aires en 1936.
Hay que desconfiar de esta pretendida objetividad. Para los intelectuales retardados que se creen con derecho a enjuiciar los acontecimientos desde su sillón de catedráticos, les vendría bien sacudirse del polvo de sus bibliotecas, mezclarse a la vida de su pueblo y sacar de sus sufrimientos y luchas las enseñanzas correspondientes. Verían cómo sus pretensiones se desmoronan y cuánta es la debilidad de su aparente fortaleza racional. La vida a todos nos envuelve, incluso a los hombres de estudio —pues, ¿por qué privilegio divino estaríamos excluidos los intelectuales?—. Las luchas sociales y políticas a todos nos arrastran y nos imponen la ley de la militancia. En los medios intelectuales de latinoamérica se creyó por un tiempo que el nuevo mundo podía escapar de tal lucha. ¡Qué extravío y qué engaño! ¡Qué visión superficial y pueril! Para los últimos rezagados, “la guerrita del Chaco” con sus ciento cincuenta mil jóvenes muertos, las dos naciones arruinadas, y las consecuencias que se saben, demostró cómo nuestros países, pretendidamente libres, siguen los vaivenes y el juego de los grupos imperialistas en conflicto. ¡No! La vida nos envuelve a todos y nos impone la ley inexorable de la militancia conforme al legendario Heráclito: “La vida es lucha”. Quien no lucha, se complica.
Por mi parte no puedo contemplar ni siquiera con indiferencia la posición del magister, sino con repulsión. Ni puedo ni quiero permanecer ajeno a la lucha, sino participar en ella, en este tremendo drama contemporáneo, y no de una manera fría, sino apasionada. Si hablo en este momento en tono personal es porque intento plantear a través mío el problema metodológico del que estudia el proceso, que quiere saber lo que pasa. El hecho de participar con todo calor, desde la posición que he adoptado, ¿viciaría los resultados de este estudio? En manera alguna. Por el contrario, estarán más cargados de verdad, acen- tuarán nuestro vehemente deseo de saber y de poder, si sabemos conservar el equilibrio.
Más que la pasión, puede cegar la tibieza y el poco amor, que al fin no fecunda, sino que engendra una ciencia magra y equívoca, de escasa sustancia. Para ellos la palabra del Apocalipsis: “15. Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente.¡Ojalá fueras frío, o caliente! 16. Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré en mi boca.” (Apocalipsis III). No faltará quien me reproche: Usted hace lo mismo que Stoddard en su libro La rebeldía contra la civilización (editado por Revista de Occidente), cuando atribuye todos los horrores y penas de los actuales momentos a los “rojos”. En manera alguna somos pasibles de la misma objeción. Stoddard, a la par de voceros intelectuales de la reacción y del fascismo no sitúa los problemas, ofrece hechos fragmentarios como expresión de la realidad entera, y cuando se ahonda en su conocimiento se comprueba cómo falsea los hechos.
La presunta ‘‘verdad objetiva” es por lo común el reflejo de sus temores o preocupaciones subjetivas, en que el wishful thought ocupa el lugar de una consideración exacta. No es poca la gente de buena fe que deviene en servidor vergonzosamente inconsciente de una causa o de un partido, o de una tercera posición a menudo imposible. Sin tiempo para fundar las posibilidades del conocimiento objetivo, científico, en el orden social y político, interesa puntualizar: 1) Que ante los problemas políticos y sociales no existe, no puede existir un estudioso, ni uno solo, que no tome partido. 2) Que la toma de posición y la participación en la lucha no excluye la posibilidad del conocimiento objetivo. 3) Que en cuanto nos atañe, este conocimiento objetivo depende del conocimiento concreto de las condiciones en que ha nacido y se ha desarrollado el fascismo, llevado con método severo sobre la base de materiales cuidadosamente seleccionados y analizados3.
III. EL FASCISMO, OPERACIÓN IMPERIALISTA DE ALTA ESTRATEGIA
Para comprender las insanias del fascismo, hay que saber lo que es, qué fuerzas lo han engendrado, qué partidos políticos y grupos económicos han contribuido a su desarrollo, qué formas ha ido adoptando, hasta incendiar países, continentes, el mundo entero. Lo importante, pues, si no queremos caer en confusión o en extravío, es situar el fascismo dentro del mundo contemporáneo. Pero tema de tanta magnitud, de tan diversas raíces, no se puede conjugar en unos minutos. Sólo podré limitarme a dar en pocas palabras su semblanza a nuestro objeto, tal como deriva de largos estudios y comprobaciones.
Es creencia muy difundida que el fascismo es un movimiento de la clase media, con la ayuda de grupos de desclasados y de lumpenproletarios. Después de la primera guerra mundial toda la estructura social se resquebraja y cruje. La marcha fúnebre de la decadencia de occidente, trompeteada por Spengler, coincide con la rebelión de los pueblos. Sobreviene la revolución rusa y la contraofensiva imperialista Se acentúa entonces el descontento de las masas obreras, la angustia de la clase media, el pánico de la clase capitalista y de los restos del feudalismo. En este momento entran en escena Mussolini y Hitler. Es indudable que grandes sectores de la pequeña y mediana burguesía europea, que fueron muy duramente afectados, se volcaron al fascismo. Es cierto que reclutó su ejército entre artesanos, comerciantes, campesinos, estudiantes, empleados, militares, policías.
Pero ello no significa que estos sectores sociales, que como la historia de las Iuchas sociales ha demostrado acabadamente— están inhabilitados para asumir un papel dirigente en materia política, hayan tomado el poder para servir sus objetivos. El hecho de que obreros, artesanos y mucha gente desclasada, hayan formado en las filas fascistas, tampoco quiere decir que fue un movimiento proletario. El fascismo ha utilizado y encauzado el descontento, animado las esperanzas, capitalizado las ansias de tales o cuales sectores; pero esto no es decisivo para su ubicación.
Más fundado es el argumento de que el fascismo surgió para luchar contra los obreros manuales e intelectuales de izquierda, los más combativos en la defensa de los derechos humanos. “Pero no es verdad que el fascismo haya salvado a Italia del bolchevismo” afirmó Matteotti, gran protagonista de las horas decisivas, de quien dijo Filippo Turati que su mirada vítrea ilumina un mundo de infamia. En el congreso internacional socialista, de 1923, en Bruselas, afirmó Matteotti: “Es con el espectro del bolcheviquismo que el fascismo logró obtener la adhesión completa de la burguesía italiana… El día en que, después de la guerra, la burguesía fue llamada a pagar los gastos, se rebeló y buscó sostenerse mediante la dictadura”. El escritor alemán Alfredo Kurella traza, en 1930, un cuadro patético de la condición de parias a que quedaron reducidos los obreros y campesinos con el advenimiento del fascismo, sin que mejorara la de la pequeña burguesía. Hay que leer en su libro Mussolini desenmascarado (Cenit, 1931), los capítulos que llevan estos títulos: “Mercado de esclavos”, “La mitad de la cosecha al amo”, “Mano libre a los industriales”.
La crisis iniciada en 1929 acentuó las contradicciones sociales e internacionales y la inestabilidad del capitalismo. El capitalismo no pudo utilizar más las fuerzas productoras, restringió sus actividades dejando sin trabajo a millones de hombres. Ciertamente, los magnates de la industria y de las finanzas hubieran preferido arreglar los asuntos alrededor de la mesa de conferencia, en una especie de consejo de administración del mundo, cómo en las mesas de sus directorios. Pero la lucha de clases se hizo más intensa, hizo estallar todas las formas legales de la convivencia democrática, y para conservar el poder empleó métodos de represión y coacción nuevos y más feroces.
Sólo mencionaré tres autoridades inglesas, socialistas, que coinciden en este punto de vista. Dice J. Strachey (La amenaza del fascismo, 1934): “El fascismo aparece únicamente cuando la situación económica está madura, cuando las condiciones del momento se hacen intolerables. . . El fascismo no se produce cuando el capitalismo es fuerte, sino cuando está agonizando. Es una transfusión de sangre que se hace al capitalismo; con esta operación se introduce sangre fresca y renovada de los trabajadores en las arterias endurecidas de un organismo moribundo”” (pág. 287). Y. R. Osborn: “El fascismo es el nuevo método por el cual el capitalismo de monopolio intenta mantener su dirección de las sociedades humanas, a despecho (y tal vez por esa misma causa) de la creciente decadencia y desorganización de su sistema económico” (The Psychology of Reaction). Comentando el libro — del profesor Robert A. Brady, Spirit and Structure of German Fascism, dice Harold J. Laski “que surge del estudio… sobre todo la conclusión de que el fascismo no es sino el capitalismo monopolista que impone su voluntad a las masas, que ha transformado deliberadamente en esclavas. Para comprenderlo es esencial tener presente que todos los órganos de defensa de la clase obrera han sido destruidos… que la sociedad ha sido sumida en un estado de cosas cuya característica es la imposición de la voluntad (del capitalismo monopolista) por la coerción”.
La crisis de 1929 hizo brotar en numerosos países grupos y partidos fascistas, con camisas de todos colores. También en la Argentina tuvimos un fascismo impuesto por el golpe militar de 1930, aunque atenuado por las circunstancias. Como señalan para Inglaterra los autores que acabo de mencionar, buena parte de su clase capitalista actuaba como fascista, como el aliado del fascismo interno y exterior, aun sin estar constituida en partidos fascistas, lo que da la ventaja de no ofrecer blanco. Esto es evidente sobre todo durante la actuación del gabinete Chamberlain, de cuyo ministro de relaciones exteriores, Lord Halifax, se aseveraba que era íntimo amigo y admirador de Hitler. Afirma Osborn que el peligro del fascismo en Inglaterra debía ser medido, no por la fuerza del partido fascista de Mosley, sino por las tendencias acentuadamente antidemocráticas de la clase dirigente.
En este orden de ideas se ha publicado recientemente una investigación psicológica muy demostrativa, que vale la pena mencionar. En la universidad de Akron (Ohio), EE UU, Ross Stagner se ha interesado en explorar desde el punto de vista psicológico la actitud ante el problema del fascismo, con la técnica de Thurstone, que mide dicha actitud mediante determinada escala. A tal fin ha ofrecido tests a ciento veinticuatro estudiantes universitarios, primero, y después, una vez lograda la escala, a otros doscientos estudiantes y a cuatrocientos adultos empleados y no empleados. Se valió, no de un brusco interrogatorio sobre el fascismo, sino de siete conceptos que caracterizan al fascismo italiano y alemán (nacionalismo, imperialismo, antirradicalismo, prejuicio de raza, militarismo, conciencia de clase burguesa y despotismo benévolo). El investigador llega a la conclusión de que el análisis de los resultados indica que la simpatía hacia el fascismo puede ser identificada con el conservatismo político y económico. En las filas de los partidos, tanto de los republicanos como de los demócratas, de los dueños de propiedad inmobiliaria y hombres de negocios, en los empleados y profesionales superiores, la simpatía hacia el fascismo da proporción elevada. Lo inverso ocurre en los miembros de los partidos de izquierda, en los sindicatos, en miembros de la pequeña burguesía, en campesinos y trabajadores manuales y profesionales de pocos ingresos4.
En los países en que se entronizó el fascismo, el turbio movimiento fue y es sostenido y fomentado por los privilegiados de todos los matices, incluso la Iglesia, este extraordinario capitalista, dueño de inmensas riquezas, pilar de la España negra. Vosotros lo sabéis demasiado bien para que abunde al respecto. Primero aplastan la resistencia interior por todos los medios del terror que pone a su disposición un Estado policíaco. Las bandas fascistas obtienen entonces su parte del botín, como socios mayores o menores del capitalismo de monopolio. Después reclaman el “espacio vital”, fuera de sus fronteras, pero como encuentran en su camino lo que llaman las demoplutocracias, les presentan batalla. En cuanto pueden, tratan de arrancarles de a trozos las ricas presas coloniales de que se están nutriendo. Arrojaron sus huestes para devorar como fieras a la nación y pueblo abisinios. Ahora están sobre España. El mundo es Abisinia, son razas o clases inferiores, en decadencia, y como ya han conquistado patente de corso, ante la confabulación de intereses, lenidad o cobardía, los piratas acechan los puntos débiles para lanzarse sobre los pueblos indefensos. Las presas que les arrojan las plutocracias para atenuar sus apetitos, los ceban más. La embriaguez nacionalista, el cesarismo o el pangermanismo, les sirve tanto para apoderarse del país como para volverse contra los vecinos, y más tarde contra sus cómplices de ayer. Apenas han empezado su recorrido de llamas y lágrimas. Incendiar el mundo, como han arrasado sus propias patrias, tal es su objetivo. El fascismo es la guerra. No tiene otro camino, otra salida que la guerra; una guerra inauditamente total.
La característica mundial más relevante de la segunda mitad del siglo XIX y de lo que va del actual, es la expansión y afianzamiento de potencias imperialistas, regidas por una oligarquía financiera inimaginablemente poderosa, dueña del capital del monopolio. ¡Y se quiere hacer creer que los diversos fascismos nada tienen que hacer con este fenómeno fundamental de nuestra era! No es por mera coincidencia que los grandes señores de la industria y del comercio, de las finanzas, los restos de la nobleza y del feudalismo, han dado todo su apoyo a los movimientos encabezados por Mussolini y Hitler. Y así estamos viendo que los sectores dirigentes de Inglaterra, Estados Unidos y Francia —las grandes potencias capitalistas— están dando también su apoyo al fascismo en Occidente y Oriente, a veces a regañadientes, otras desembozadamente. ¿Qué otra cosa significa el acto de no intervención que dar carta blanca en España al fascismo asesino?
Los procedimientos del capitalismo para conservar y aumentar su poder tienen ya larga historia. Recuerda Bernard Shaw que el siglo XIX lo reveló en toda su atrocidad. En su afán por acumular ganancias y acrecentarlas a través de la detentación del poder, el capitalismo demostró hasta la saciedad que no se detiene ante nada, ni siquiera ante las mutilaciones, matanzas y esclavitud de negros y de blancos. A cuántas personas de oídos delicados les he oído protestar, como si se tratara de una estridencia de mal gusto, tal vez el fruto de una extraviada concepción política, los calificativos que daba Lenin hace veinte años al imperialismo guerrero y conquistador: bandidos, asaltantes. ¿Y qué español digno no los repite hoy con exaltada indignación, pensando que Lenin quedó corto, ante los procedimientos fascistas? Es cierto que recurren a las lindas palabras, por ejemplo, al acuerdo de caballeros entre Chamberlain y Mussolini, al convenio de Mussolini y Laval sobre la guerra de Abisinia, al pacto de no intervención entre los señores ingleses con Hitler y Mussolini.
Las plutocracias emplean en sus guerras coloniales y en su política imperialista procedimientos gangsteriles, que los fascismos heredaron y acentúan al máximo. Se desenvuelven en esta atmósfera de depredación, corrupción y crimen, que aquéllos les han abierto. Se ha dicho justamente que la naturaleza y procedimientos de las guerras imperialistas y del terror blanco persiguen los mismos fines. Los furores de la guerra van contra el “enemigo” exterior, mientras el terror se ensaña con el “enemigo” interior del régimen. En ambos casos se trata de consolidar el poder de una minoría, para explotar y esclavizar a la inmensa mayoría de trabajadores manuales e intelectuales, estén dentro o fuera de las fronteras de tal o cual país. En estas condiciones, todo es lícito. La criminalidad del fascismo dentro del propio país se conjuga con el gangsterismo internacional.
De mil maneras puede evidenciarse el rol profundamente antidemocrático, antipopular, reaccionario, del fascismo. Lejos de representar una fuerza que se opone a la descomposición del capitalismo, es la manifestación más aguda de la aceleración de este proceso. El fascismo es hijo directo del capitalismo en descomposición, sintetiza Palme Dutt. Cuando éste no puede prolongar su dominación por los métodos clásicos, utiliza los del terror. Su estudio a fondo demuestra que sólo comprenderse a través de las fuerzas dominantes de la economía y de la técnica, de las que las formas sociales y políticas —el fascismo incluso— no son más que los reflejos. No pueden oscurecer esta verdad fundamental las miríadas de hechos fragmentarios, en libros y artículos que no cuajan en una explicación coherente, y que antes que claridad, si mal interpretados, arrojan confusión.
El fascismo es un fenómeno, antes que nada, económico y político, y nada debe apartarnos de este justo enfoque. Pero ¿quién puede negar que al mismo tiempo ofrece aspectos antihumanos, insanos? Recuerda a propósito Clara Zetkin la frase del poeta: “si es que hay locura, tiene sus métodos”. Y comenta que lo que un espíritu inculto puede tomar por locura, no es otra cosa que una consecuencia fatal del principio de la economía y de las relaciones sociales en el régimen capitalista.
Ahora hemos ubicado el problema, ahora sí, podemos entrar con pie firme al estudio de algunos de los aspectos psicopatológicos del fascismo.
IV. EL TRIUNFO DEL FASCISMO
Naturalmente que hay una psicopatología del fascismo. Negarla porque el fascismo fue creado y se ha desarrollado por otros factores que la decisión de sus iniciadores, es negar la evidencia, como veremos en seguida. Es necesario saber además en qué medida, en qué límites, una estructura social ha sacado a la superficie, ha puesto en movimiento de sus líderes, sus cómplices y la masa que los ha seguido. Cómo en el clima desenvuelto por el fascismo estos elementos psicopatológicos de sus líderes se exaltaron y adquirieron rango y fuerza.
Otra cosa importa adelantar. Y es que sus aspectos psicopatológicos,los de su insanía mental y moral, a menudo son los más repulsivos. La revelación de éstos pone de relieve que su fachada y realizaciones ocultan el sepulcro en que los gusanos van devorando su cuerpo “egregio”, en la calificación de sus partidarios. Lo que quiero decir es que, con la descripción de sus características morbosas, no pretendo cubrir todo el panorama del fascismo.
El triunfo del fascismo fue probablemente decidido en las mesas de conferencias de banqueros e industriales, en las secciones políticas calor de los altos intereses monopolistas, pero fue cocinado en las calles, al calor de las refriegas por conquistar la plaza pública. Porque nada hacerse sin las masas o fuera de ellas, y sobre todo de las multitudes de trabajadores. En el clima caliginoso de la postguerra, todavía con hedor a sangre, se desencadenaron las pasiones de toda clase, desde las más turbias hasta las sublimes. En las condiciones de inseguridad, de inestabilidad, de desesperación de las masas de un país, es más fácil apoderarse de ellas. Para conquistar el poder, el fascismo tenía que empezar por quebrar la espina dorsal de la resistencia democrática y popular, que estaba predominantemente en los partidos obreros. En un principio se apoderó de sus lemas reivindicatorios y socialistas5 que conjugó con místicas doctrinas raciales e históricas.
No hubo demagogos más furiosos que los fascistas en sus diferentes especies. “La demagogia, dice Palme Dutt, es el arte de jugar sobre las esperanzas y los temores, es el arte de jugar sobre las emociones y la ignorancia de los pobres y de los desgraciados, en provecho de los ricos y de los poderosos. Es la más vil de las artes.” Para prevenir el desarrollo de los movimientos progresistas y de la revolución proletaria, pusieron en escena una revolución de carnaval, bautizándola de ‘‘revolución socialista”. Para mantener sus privilegios —continúa Palme Dutt—, los terratenientes, los agiotistas, los magnates de la industria, los aristócratas, se colocaron a la cabeza de bandas de malhechores, gritando: “¡Abajo los provechos ilegítimos! ¡Abajo las rentas parasitarias! ¡Nacionalización de los trusts! ¡Nacionalización de los bancos! ¡Socialización de todas las empresas en condiciones de ser socializadas!”, etc. Los monopolistas y sus tropas deben proclamarse hoy socialistas y enemigos del capitalismo, a fin de ser escuchados y poder salvar al capitalismo. Leed lo que ha escrito Mussolini sobre las bellezas y virtudes del fascismo. Haced la prueba6 y sentiréis un escalofrío, de la misma especie que el protagonista del drama ante la vista de la descomposición cadavérica de la amada, hasta entonces fresca y hermosa. Esto es el fascismo: un cuerpo en putrefacción. ¿Cómo no lo ven y no lo huelen tantas personas? Ya señalaba Marx que cuanto más en peligro se encuentran, cuanto más se desarrollan los antagonismos entre las fuerzas productivas crecientes, tanto más se impregna de hipocresía la ideología de la clase dominante. Y cuanto más devela la vida la naturaleza mentirosa de esta ideología, tanto más sublime y virtuoso se hace el lenguaje de esta clase.
¿No decía el filósofo Gentile que “Lo stato fascista… e una creazione tutta spirituale”’?
¡Cuándo no! Una vez más las viejas meretrices del pensamiento ponen los ojos en blanco ante el “espíritu”.
Naturalmente, uno de los primeros pasos del fascismo es consumar el monopolio de todos los órganos de información, transmisión y propaganda dentro del Estado. La prensa, radiofonía, cine, espectáculos públicos, etc., pasan a sus manos para convertirse en instrumentos del engaño y de la domesticación. En estos últimos lustros la bestia fue a la universidad y se ha perfeccionado. Desde la escuela elemental hasta la enseñanza en todos sus grados, una doctrina cívica envenena a criaturas y jóvenes, imponiendo su impronta a las futuras generaciones7. Desde la cuna hasta la tumba rige un monstruoso aparato de espionaje, delación y represión, que caracteriza al Estado policial. Suprimidas todas las libertades, toda posibilidad de diálogo democrático, de crítica, tiene libre curso su prédica demagógica. ¿Y qué es lo que han dado hasta ahora? Hitler solicitó a sus compatriotas un plazo de cuatro años para cumplir el programa nacionalsocialista. Acaba de cumplirse este plazo, y Dimitrov resume los resultados: había prometido trabajo a los desocupados, y los ha sometido a tormentos aún peores que los del hambre, a un trabajo forzado de esclavos, los ha transformado en parias privados de los derechos que tenían en la sociedad capitalista. Había prometido a los obreros un salario conveniente, y su nivel es hoy más bajo, un nivel de vida miserable. A los intelectuales funcionarios y a los empleados del Estado les prometió asegurar su existencia, frente a la omnipotencia de los trusts y del capital bancario, y en la actualidad viven en una incertidumbre aún mayor bajo la dictadura de los trusts, sembrando la corrupción a través de la burocracia de los funcionarios nazis.
Había prometido a los campesinos arruinados liberarlos del yugo de sus deudas, y de hecho los ha sometido a una servidumbre mayor todavía: de los terratenientes, bancos y usureros. En cuanto a los jóvenes que habían puesto ingenuamente sus esperanzas en el programa del nazismo, que tanto prometía remediar la tremenda situación por la que pasaron en la postguerra, su nivel de vida bajó considerablemente. A pesar de utilizar en los trabajos forzados, con el lindo nombre de “servicio del trabajo”, a un ejército de un millón de jóvenes, todavía hay centenares de miles de desocupados. La Joven Alemania, órgano oficial de la juventud hitleriana, calcula en cerca de medio millón a los jóvenes desocupados. Sobre el medio millón de jóvenes que en 1937 terminaron sus estudios, 125.000, o sea el 25 por ciento, fueron señalados como “no del todo aptos para ejercer una profesión”. El número de estudiantes admitidos en el primer año en las universidades alemanas en 1934, fue de unos diez mil, mientras que tres años antes, en 1981, fue tres veces mayor, de treinta mil ochocientos. Un diario de Roma del 29 de diciembre de 1935 revela que liras por mes, se habían presentado tres mil candidatos, de los cuales más de mil eran bachilleres o doctorados… La explotación de la juventud alemana es muy grande por la rebaja de sus salarios, el aumento de impuestos, la prestación de servicios, el costo de vida. Esto ha tenido serias consecuencias sobre su salud: de un 15 a un 18 por ciento son enfermos del corazón, la mayor parte por trabajo excesivo y surmenage militar (Correspondencia internacional, 1937).
La demagogia fascista corre pareja con sus vaguedades políticas y pseudofilosóficas, así como con la incoherencia intrínseca de toda su prédica. La falta de sistema permite los virajes que se quieran. Los sistemas, decía Mussolini, son ilusiones; las teorías, cárceles. Esto le permite un oportunismo extremo, y la mayor arbitrariedad. Se desembaraza de sus promesas con el desenfado cínico de quien no le importan las ideas, sino el provecho que pueda sacarse de ellas. Un irracionalismo a gran orquesta corre por las páginas de sus periódicos, libros y revistas. Son enemigos jurados de la razón y de la inteligencia, de cuanto se opone a sus planes sangrientos. Necesitamos que el hombre tenga instinto y voluntad, dice Hitler. “En el alemán, el animal inteligente ha de vencerse a toda costa”. Y naturalmente, dar lugar a la bestia… El curso de pedagogía política de la universidad de Berlín comienza con estas palabras: “Podemos resumir el significado del nacionalsocialismo en el dominio espiritual, en una palabra: La sustitución del tipo del intelectual por el tipo del soldado”. ¿Y qué es este tipo? Ilya Ehrenburg da la respuesta en Estampas de España, al interrogar a un sargento alemán prisionero. Intenta en vano llamar a su conciencia por el crimen de la invasión a España. “Pero, ¿usted 10 ha pensado?”, le pregunta. Y el sargento alemán le contesta: “Un soldado alemán no piensa nunca””…
V. ALGUNOS ASPECTOS DE SU PSICOLOGÍA
Desde el advenimiento del fascismo hemos sido testigos de la despiadada persecución a la cultura, a la crítica, a la ciencia, en tanto no sirven a los propósitos del fascismo8. Han sido y son inauditos los sufrimientos de escritores, artistas, periodistas, hombres de ciencia, que han permanecido fieles a la responsabilidad de su inteligencia. Esta persecución no se reconoce finicamente en el aniqulamiento, tortura, prisión y destierro de los más libres y combativos, de los que se han colocado al lado de su pueblo y de la paz, sino también en la media vuelta o vuelta entera de centenares y millares de altos dignatarios de la ciencia y de la técnica en los países fascistas. Palme Dutt recuerda que los sabios oficiales y condecorados se han desplazado abiertamente al campo del irracionalismo. La ciencia oficial proclama la reconciliación de la religión y de la ciencia, el abandono de los “errores” del materialismo, el límite del conocimiento científico, la supremacía espiritual que es imposible de alcanzar por vía de la ciencia y de la razón. La cobardía de tantos académicos les ha hecho renegar de lo que es característico de la inteligencia y de la ciencia. Y así vemos que, aun en los países que en el presente no están dominados por el fascismo, pero en los cuales es una amenaza inminente, se va produciendo el mismo proceso de mistificación y de deformación del conocimiento científico9. Los fascismos viven y se nutren de incoherencias y sinrazones, de espiritualismo decadente, de incongruencias entre sus ideas y actos, de la anarquía mental y moral.
Pero ni los hombres, ni la razón humana se rinden fácilmente. Para impedir el desarrollo de las fuerzas progresistas y quebrar toda veleidad revolucionaria, el fascismo ha creado un terror sangriento, más bestial que nunca. el terror blanco de los países fascistas ha utilizado el incendio, los asesinatos, dentro y fuera del propio territorio nacional, individuales y en masa, el confinamiento y la muerte lenta en campos de concentración y prisiones, la traición y la corrupción, los métodos de tortura más variados, la destrucción económica y moral de los opositores. No voy a hacer el catálogo de sus crímenes contra la democracia, sus orgías de crueldad, que pueden verse en la excelente recopilación del simposio Diez años de terror blanco en los desgraciados países que sufren, hecha por A. Chiarini. O en el Libro pardo, recopilado por dos combatientes de las brigadas internacionales, los prestigiosos escritores Gustav Regler y Kantorowiez, o los que recoge
Strachey en el primer capítulo de la Amenaza del fascismo. De su bestialidad ¡qué he de decir, que no lo sepan ustedes, que están sufriendo los horrores del fascismo español e internacional con vuestros millares y millares de mártires! Ya se tuvo el prenuncio de su desenfreno en la represión de los mineros y trabajadores asturianos, que prefirieron morir en 1934 con las armas en la mano, o correrse a los refugios de sus montañas indomables, antes que sufrir los vejámenes y el terror en el bienio negro. En todos los casos, “cualquiera que sea la forma que tome este terror, dice Clara Zetkin, bajo cualquier máscara que se presente, y cualquiera que sea el país donde se haya aplicado o se aplique aún, siempre, y en todas partes, tiene por objeto reprimir los movimientos y las Inchas de los explotados y oprimidos contra sus opresores”.
El Estado burgués que se muestra tan severo en la represión de las reivindicaciones y derechos populares, fue blando y paternal con la delincuencia fascista. Esta impunidad dio paso a la delincuencia sistematizada y al gangsterismo. Los camisas negras, convertidos en instrumentos del Estado, en milicia nacional-fascista, siguieron practicando los mismos métodos terroristas. Hasta el filósofo Gentile hace su apología, cuando señala que “las escuadras de acción son las fuerzas de un Estado virtual”10. Los squadristti, muchos de los cuales fueron reclutados en los bajos fondos del fascismo, fueron oficializados, elevados a la categoría de “policía de costumbres”. Ejecutaban la orden de Mussolini, “‘hacer la vida difícil”, que los esbirros cumplían a menudo hasta el fin. Imponían una parálisis completa en las actividades del señalado, llevaban la desconfianza y el terror a sus amigos y parientes, le hacían el vacío, lo sumergían en la desesperación.
El fascismo da rienda suelta a los instintos agresivos. Apenas hay algo que se libre del odio fascista. En sus conversaciones con Mussolini, Ludwig recuerda a Bismarck cuando decía: ““Esta noche no he dormido, me la he pasado odiando.” En Hitler, el odio llega hasta el paroxismo, sobre todo cuando se refiere al comunismo y a los judíos, a la democracia y al pacifismo, es decir, a los mayores obstáculos para su acción imperialista. Quién no ha leído las expresiones de furor con que se expresa a este respecto en los congresos y mitines nacional- socialistas, que conducen a sus adeptos a un fanatismo sangriento. Decía bien el gran luchador antifascista recién desaparecido Vaillant-Couturier, hace dos años, en su patética convocatoria a los Estados generales de la inteligencia francesa, que el fascismo, el puñal a la cintura, arma hasta a los niños, glorifica al máximo la guerra en sus aspectos más sanguinarios, es la organización internacional del odio: odios raciales, odios religiosos, odios a las instituciones democráticas, odios personales.
El odio fascista no es simplemente la pasión animal con que sus conductores alimentan a sus bandas. Es el poderoso impulso dinámico, es el arma que manejan para la destrucción de sus adversarios. Hacen cantar a los millones de balillas,
-..Y a los enemigos de Mussolini uno por uno los mataremos.
Para los hitleristas, los veinticinco puntos de su programa pueden resumirse en cinco : 1) Lucha contra los marxistas. 2) Lucha contra los pacifistas. 3) Lucha contra los judíos. 4)Lucha contra los católicos. 5) Lucha contra los extranjeros. Y sumerge este odio en una mística racial y nacional, de un violento fanatismo, que adorna con palabras altisonantes. Alfred Rosenberg, su portavoz, lo dice de esta manera: “Hoy despierta una nueva fe: el mito de la sangre, basado en la convicción de que hay que defender con la sangre la esencia divina del hombre en general. Es una fe encarnada en el más claro saber, el de la sangre, misterio que ha sustituido y superado a los antiguos sacramentos…”
Otro rasgo psicopatológico es la exaltación del orgullo nacional con caracteres tan desmesurados, que llega a convertirse en delirante. Deniro de las muchas menciones que podría hacer, recordaré sólo las palabras de un teórico nazi, Schanwecher, a las que podrían acoplarse las del fascista Soffici: “La Nación goza de una comunión profunda y directa con Dios… Alemania está en el alma flamenca; Alemania está en las novelas de Cervantes; Alemania está en los dramas de Shakespeare. Alemania es el centro del mundo, y el mundo no puede existir sin Alemania. Alemania es el Reino de Dios.”” No pocos alienados son más sensatos que este paranoico, ¡que demuestra acabadamente sus tesis con citas tomadas de los Evangelios!
Crueldad, pillaje, cinismo, mistificación, corrupción… Muchos otros elementos de juicio sería facilísimo aportar para poner en evidencia al fascismo en lo que tiene de insano y antisocial, la profusión y riqueza de sus manifestaciones psicopatológicas. El estudioso podría señalar innumerables síntomas y cuadros histéricos, paranoides, sadistas, de perversión moral y sexual, psicopáticos. Y aquí está precisamente el peligro en que caen los hombres de ciencia ““puros”, los que sólo ven el aspecto psiquiátrico, y toman el síntoma por el todo. Los que prescinden de los factores y procesos sociales que condicionan su advenimiento y desarrollo. Los rasgos y síntomas de anormalidad, que no han dejado ni dejan de existir, adquieren fuerza y significación cuando se presentan las condiciones propicias.
Sin duda que los líderes utilizados para llevar a cabo la maniobra fascista están dotados de ciertas cualidades. Son Pasionales, osados, ben jugar el todo por el todo. Tipos de condottieri en quienes se dan al máximo las características que hemos señalado: impulsos agresivos, crueldad, frenética demagogia, exaltación del sentimiento de potencia, falta de estímulos, cinismo. Difieren el uno del otro. En su megalomanía, dice jocosamente Benavides, Hitler juzga que el mundo es pequeño para su cabeza; Mussolini cree que su cabeza es la medida del mundo. Y señala en esto la diferencia entre un loco y un payaso.
Los jefes reclutan sus partidarios en los grupos políticamente más retardados e indecisos, así como en los que se sienten amenazados por el avance creciente de las fuerzas democráticas y populares: los magnates, la casta nobiliaria y terrateniente, la jerarquía militar y eclesiástica, la burocracia. La pequeña burguesía ha jugado en el advenimiento del fascismo un rol no despreciable. También ha contado con el concurso de las capas menos organizadas y pobres del proletariado y el campesinado (los
lumpen-proletarios). Y aun de no pocos — trabajadores, hasta de líderes sindicales, que ante los golpes fascistas — Empezaron por titubear, iniciaron después la retirada, y finalmente se pasaron al campo enemigo. Un parágrafo aparte correspondería a aquellos elementos de reconocida delincuencia política, y que han jugado un importante papel como sujetos de acción y de avería.
Véanse, por ejemplo, los que en España le han dado la mano al fascismo. En vuestras filas no caben los cavernícolas, sobre los que se ha ejercitado el ingenio español, pero que ahora hacen tantas víctimas: las “dignidades” del trono y del altar, los señoritos, los privilegiados que se pasan la vida haciendo zalemas ante Mammon, los chulos, los débiles de mente que ponen sus esperanzas en un cielo de teatro, la gente cobarde e indecisa, en fin, las columnas y adeptos de cuanto significa la España Negra. Que no es leyenda, sino impresionante realidad. El fascismo es la barbarie, por adornado que esté con oropeles, frases y posturas.
Habría varias maneras de encarar el estudio del fascismo en sus aspectos psicopatológicos. Así, por ejemplo, se podría tomar, aisladamente, al caudillo, o en su relación con las masas; sus secuaces, las masas fascistas, el vínculo entre el caudillo y sus masas. O bien se podría encarar su estudio de la manera como resuelve algunos problemas. Así: el análisis de una teoría sociológica (p. ej. la incitación al crecimiento de la población en países superpoblados, como Italia, Alemania, Japón) ; el análisis de las ficciones nacionalistas (mística racial, mística nacio- nal) ; el de algunas de las campañas
que realizan (contra las institu- ciones democráticas, contra el pacifismo, la masonería, el marxismo, los católicos o los judíos, etc.); el estudio del terror blanco; el análisis de su política internacional. Otra manera sería el estudio de la sociopatología comparada entre los diferentes fascismos, como en la historia del pasado. O bien, por fin, el conocimiento de algunas de las personalidades anormales de actuación más sobresaliente. Pero no disponemos de tiempo para agotar ninguno de estos caminos. So pretexto de un conocimiento profundo, abisal, los psicoanalistas centran el estudio de la guerra y del fascismo, trasponiendo a estos grandes fenómenos sociológicos e históricos lo que creen haber descubierto o comprobado en sus pacientes. Véase el gravísimo error en que incurre el más destacado de los psicoanalistas británicos, Edward Glover, en su libro War, sadism and pacifism, que en ningún momento se llega a preguntar sobre la naturaleza y génesis de los procesos que engendran las guerras. Y quiere entender mediante algunos mecanismos de los instintos agresivos lo que son las guerras. Lo mismo le pasa a Schitlander en su escrito “Agressionstried und Riistung”. Una crítica similar puede hacerse a Freud cuando pretende atribuir las neurosis de guerra, que en su concepto disgregaron el ejército alemán, a una protesta más o menos inconsciente por el rol que se había asignado a las tropas. La rudeza con que eran tratadas por sus jefes serfa una de las principales causas de tales neurosis. Si se hubieran atenido más a las aspiraciones legítimas de los soldados, si los hubieran tratado mejor, dice Freud, los jefes militares alemanes no hubieran visto quebrarse en sus manos el magnífico instrumento de que disponían (Psicología de las masas, Trad. castellana, págs. 41-42).
Pueden aprovecharse, sin embargo, algunas de las enseñanzas del psicoanálisis para explicar ciertos aspectos de la relación del caudillo con la masa. Para algunos, el caudillo es el padre. Así, Primo de Rivera, después de una visita de media hora a Mussolini, en 1933, dice: “ Qué aparato de gobernar, qué sistema de peso y balanza, consejos y asambleas, pueden reemplazar a esa imagen del héroe hecho padre, que vigila junto a una lucecita perenne el afán y el descanso de su pueblo.” Muchos se identifican con su ídolo, lo idolatran, lo siguen hasta entregar su vida. Es su Yo ideal. Los sinceros componentes de la masa fascista están unidos por el culto al caudillo, en él colocan su ideal del Yo. Es el resumen de su fórmula afectiva en el orden moral e intelectual. Cuanto les ordena ya les parece grandioso, y a los fanatizados, los actos de bandidaje se les antojan hechos gloriosos; sus fechorías, hazañas. El contagio en las leproserías fascistas se propaga por el conocido proceso de la psicología de las muchedumbres, fáciles a la sugestión, a las emociones, al automatismo, dóciles a la voz que ha sabido uncirlos al yugo. Cuando empiezan a vislumbrar la verdad, a desengañarse, y tienen veleidades de independencia, entonces el garrote o la cárcel. Ya está lista la red policial y de espionaje para saltar sobre el incauto. El caudillo siente por la masa lo mismo que el hombre del pasado por su mujer.
Necesita dominarla, engañarla, mantenerla encadenada, siente placer en su violación, la quiere y desprecia alternativa- mente o al mismo tiempo. La multitud, decía Mussolini a Ludwig, es una mujer. “El alemán ignora que es preciso engañar al pueblo, cuando se busca la adhesión de las masas”, afirma Hitler.
Todas estas explicaciones e interpretaciones, a lo sumo fragmentarias, y que no se pueden generalizar, están lejos de agotar el conocimiento del fenómeno fascista. Explicar el fascismo por la megalomanía de Hitler o la morfinomanía de Goering, es como querer entender un momento importante de la historia de Egipto y del mundo por la nariz de Cleopatra. El fascismo aparece únicamente cuando las condiciones sociales están maduras, cuando se torna insuficiente para los privilegiados el dominio del viejo Estado liberal. La creencia pueril de que el movimiento fascista ha sido engendrado por un genio se desvanece ante el análisis más ligero. ¿Qué otra cosa hubiera sido Mussolini sino un agitador fracasado, y Hitler un pobre diablo con rasgos paranoideos, si no hubieran hallado las condiciones propicias para su advenimiento? Los jefes cuajan cuando el proceso social engendra las condiciones necesarias para su exaltación.
Si los adeptos del fascismo han adquirido los rasgos señalados y sus características reacciones antisociales, más viles aún son las estructuras sociales que los han engendrado y dado tales poderes. Merecen la agonía y el reemplazo a que las ha condenado la Historia.
Envío
Hemos pasado revista a este mundo fascista marcado por la perversión, el horror, la mistificación. Inútil que lo adornen con retóricas, flores pestilentes de una agonía que se prolonga. Frente a él se levantan, en las filas de los trabajadores manuales e intelectuales, las poderosas y robustas fuerzas creadoras de los tiempos nuevos, de una estructura en que se pueda vivir decentemente, bella y humanamente. Con acendrada fe en la razón, en la vida, en las fuerzas morales. No es que pretenda revivir la antítesis del bien y el mal, del Ángel y Satanás. Pero esta antítesis, en toda su extraordinaria complejidad, está presente en cuanto he visto y vivido junto a vosotros.
Aquí, en España, y sobre todo en este Madrid legendario, se están mellando las huestes del nazifascismo. En las trincheras de la España Republicana se rompe su espada, su brazo se cansa, se descubren sus mentiras. Les pareció fácil la empresa de pillaje, y es la primera vez que en vuestra resistencia, sostenida por la ayuda del mundo democrá- tico, encuentran un obstáculo verdadero. Aquí el fascismo está jugando su destino, aquí está jugando su cabeza. Confío en que todas las fuerzas unidas de la paz y del progreso harán cuanto sea posible para que la pierdan. Esta es la razón de por qué el mundo entero guarda al pueblo español una gratitud inexpresable.Es la gratitud de la humanidad al Cristo, que carga y purga los pecados de los hombres. ¡Ay de todos si lo dejamos sucumbir!
1 Conferencia en el Ateneo de Madrid, en septiembre de 1937.
2 Tal, por ejemplo, la pretensión del doctor Félix Martí Ibañez, en su reciente Psicoanálisis de la revolución española, de calcar las etapas de la revolución (que clasifica arbitrariamente) sobre las presuntas etapas de un proceso neurótico.
3 7 Refiriéndose al verdadero carácter de la guerra, dice Lenin en el prólogo a las ediciones francesa e inglesa, de su obra clásica del imperialismo, fase superior del capitalismo, que éste no se encontrará en la historia diplomática de una guerra, “sino en el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todos los países beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay que escoger ejemplos y datos aislados (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida social, se puede siempre encontrar un número cualquiera de ejemplos o datos aislados, susceptibles de confirmar cualquier tesis), sino referirse indefectible- mente al conjunto de los datos que ilustran los fundamentos de la vida económica de todas las potencias beligerantes y del mundo entero”.
4 Ross Psychology. Stagner, Fascist Attitudes: An Exploratory Study. The Journal of Agosto de 1936. Td. Fascist Attitudes. Their Determining. Nov. 1936.
5 Estos eran algunos de los puntos del programa primitivo del fascismo mussoliniano: Abolición de la monarquía, del senado y de la nobleza, República y sufragio universal para elegir una asamblea constituyente, que sería la sección italiana de la asamblea constituyente internacional de los pueblos: Abolición del servicio militar obligatorio y desarme internacional, Confiscación de las propiedades de la Iglesia . Confiscación de los beneficios de guerra e impuestos sobre el capital; expresión de la bolsa y disolución de todas las sociedades anónimas y bancos. La tierra para los campesinos.
Control de la industria por sindicatos de técnicos y obreros. Y ya sabe cómo los ha cumplido…
6 Por ejemplo El fascismo, por Benito Mussolini. Traducción de Primo Rivera y Ruiz de Alda. Págs. 53, 56, 79 y 82.
7 La Dottrina Fascista. Prefacio de Augusto Turati. Librería del Littorio, Roma.
8 Los fascismos destruyen las conquistas más preciadas de los hombres, Decía uno de los mejores argentinos, Deodoro Roca (Los anglo-argentinos en el Chaco norteamericano, Buenos Aires, 1935): “Esta civilización que ha costado tanto y que se viene abajo, con estrépito, entre hierro, gas y sangre, no la derriban los humildes, los despojados de sus bienes a cambio de los ilusorios e ilusionados ahorros del cielo, los seres humildes y sufridos, sobre euya domesticidad y conformismo secular, se asientan los poderosos Estados modernos, no la derriban los que la sufren, sino los que la aprovechan, no los humildes, sino los magnates de la tierra. Al frente de los Estados, en los puestos de comando de la burguesía, está, visible o no, el equipo más seleccionado de sus dirigentes. Y no son los criminales, los Al Capone de cada país, los que realizan la abominable y estúpida obra de de que se enorgullece esa misma civilización. Son sus sabios, sus técnicos y hasta sus filántropos. Todas las ciencias, todas las técnicas, todas las disciplinas humanas, puestas a contribución para la muerte y la devastación, ¿Qué se esconde en esta paradoja? Se esconde la agonía de la Sociedad Capitalista. La quiebra definitiva de esta civilización que para subsistir necesita mantener la relación parasitaria de las clases sociales. Porque a pesar de todos los ensayos de superación —por ambiciosos que sean— ésta es la voltereta final. Pero no del mundo, sino de un régimen que ha cumplido ya sus fines históricos, que ha perdido su razón y su justificación históricas —y aun su propia justificación vital— mediante las cuales, y sólo por ellas, se explican las formas de convivencia social entre los hombres”
9 “La rebelión contra la ciencia que esta sociedad burguesa estimula en el dominio ideológico, en el mismo momento en que se sirve de la ciencia en el domi- nio práctico, no es sólo la de una clase social condenada y en agonía; es una parte de la eampaña reaccionaria, Es la base sobre la cual se puede preparar el terreno para las boberías y engaños chovinistas, para las teorías racinles, el antisemitismo, los antepasados arios, las esvásticas misticas, las misiones divinas, los salvadores, los hombres fuertes, y todos los absurdos 2 través de los enales el capitalismo de hoy intenta prolongar su dominio.” (Palme Dutt, obr. cit., pág. 101).
10 Origine e Dottrina del Fascismo, Librería del Littorio, 1939, pág. 33.