Por Ludmila da Silva Catela (*)
Esta reseña del libro de Santiago Garaño —“Deseo de Combate y Muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres”— fue escrita en abril de 2024 y presentada en la Facultad de Ciencias Sociales (FCS). Ludmila da Silva Catela presenta a dicho libro como un trabajo que conjuga “un denso recorrido histórico con una detallada mirada etnográfica sobre las huellas burocráticas del Estado y las memorias de los soldados”. Explica, además, que Garaño recupera una pregunta ya clásica en los estudios sobre el pasado reciente —¿cómo fue posible el surgimiento del terrorismo de Estado en Argentina?—, pero que le incorpora un giro importante, al abordar las condiciones emocionales y afectivas para el ejercicio de la represión política por parte del personal del Ejército argentino, centrando su mirada específicamente en el Operativo Independencia en Tucumán desde febrero de 1975. Según la autora, el autor del libro propone “que más allá de la ‘masacre administrativa’ hubo ‘algo más’. La experiencia corporal y afectiva que atravesó al grueso del Ejército y lo volvió capaz de cualquier cosa: hubo, dice Santiago Garaño, deseo de muerte y deseo de venganza”.
La presentación de un libro siempre es un buen motivo de encuentro y diálogo. Presentar el libro de Santiago Garaño es, sin dudas, un espacio de reflexión en medio de un panorama hostil, cuando 15.000 trabajadores han sido despedidos y, como vimos en diferentes imágenes, instituciones públicas tomadas por las fuerzas de seguridad, trabajadores imposibilitados de ingresar a sus puestos si “estaban en una lista” y policías mostrando sus armas abiertamente frente a una protesta pacífica. No estamos en un momento cualquiera, estamos en un momento de incertidumbre y angustia, de desolación y desconcierto. Repetimos una y otra vez que seguimos con las actividades “fingiendo demencia”. No tengo dudas de que hay que seguir haciendo nuestro trabajo, y hacerlo como un modo de resistencia, pero también creo que necesitamos ser reflexivos sobre cada una de las cosas que nos están pasando, desde lo psicológico a lo político. Este momento nos afecta, tal como indica mucho del análisis que presenta Santiago en su libro.
Por estos días recordé profundamente las entrevistas que realicé a las madres de plaza de mayo en los años 90. Ellas, entre muchas cosas de las que siempre me hablaban, me contaban la desazón que les generaba que, mientras buscaban a sus hijos e hijas y vivían el dolor en su propio cuerpo, la vida diaria seguía como si nada. Salvando todas las distancias, esas palabras volvieron y me hicieron reflexionar sobre cómo mientras hay despidos masivos, desocupación extrema y pobreza cada vez mayor…. la vida diaria sigue, como si nada.
Así, presentar el libro “Deseo de combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres” en este contexto, es un gran desafío. Por un lado, implica concentrarme en su contenido; por otro, inevitablemente observar entre líneas los problemas de este presente que pueden ser iluminados en y por este libro.
Mientras iba avanzando en la lectura, tuve dos sensaciones encontradas. Por un lado, la posibilidad de comprender un momento histórico en profundidad, aquel del Operativo Independencia. Por otro lado, la extraña sensación de que hubiera preferido que este libro nunca se hubiera escrito. No por lo que el autor consiguió en términos de su narrativa, sino porque lo que describe es insoportable: el deseo de combate y muerte. Insoportable por las experiencias de los soldados en el monte, pero también por las “afectaciones” que nos provoca. No es una lectura fácil, como tampoco fue para Santiago escuchar a los soldados.
Pongamos el foco en el libro. El autor lo organiza con maestría, articulando un denso recorrido histórico con una detallada mirada etnográfica sobre las huellas burocráticas del Estado y las memorias de los soldados. El epílogo —clave para entender todo el recorrido que realiza como investigador— va desde su tesis de doctorado del año 2012, titulada “Entre el cuartel y el monte. Soldados, militantes y militares durante el Operativo Independencia, sobre la experiencia de los soldados conscriptos entre 1975 y 1977”; su declaración en el año 2016 como testigo de contexto en el juicio de lesa humanidad; y la culminación con este libro, en el año 2023, como síntesis de ambas. Sugiero a quienes lean este libro que comiencen por el epílogo, que además es un gran aporte metodológico sobre los lenguajes académicos y su difusión en diferentes esferas dónde se habilitan otras escuchas y otras narrativas —más allá de los papers, los congresos o los libros— y nos permite comprender el poder de una investigación sistemática, sostenida en el tiempo, con acceso a fuentes y testimonios diversos, que una vez solicitados en el ámbito de la Justicia pasan a adquirir otro estatus, que es el de la verdad jurídica.
El libro se divide en tres partes: “Afectos, emociones y sentimientos”; “Mostrar y ocultar”; y “Entre fuleros, héroes y traidores”. Estas tres partes se articulan en la pregunta ¿cómo fue posible el surgimiento del terrorismo de Estado en Argentina? Una pregunta ya clásica en los estudios sobre el pasado reciente, pero, sin embargo, Santiago se propone un giro en torno a esto, abordando las condiciones emocionales y afectivas que, para el ejercicio de la represión política por parte del personal del Ejército argentino, se articuló desde mediados de la década del 70, centrando su mirada específicamente en el Operativo Independencia en Tucumán desde febrero de 1975. Corre, así, dos márgenes: primero el temporal, ya que pone el foco en mirar hacia atrás de la fecha del 24 de marzo de 1976; y también gira el eje de lo “militar” a las emociones y afectos construidos para generar odio y deseo de venganza contra el pretendido “enemigo interno”. Plantea que más allá de la “masacre administrativa” hubo “algo más”. La experiencia corporal y afectiva que atravesó al grueso del Ejército y lo volvió capaz de cualquier cosa: hubo, dice Santiago Garaño, deseo de muerte y deseo de venganza.
Y se pregunta: ¿cómo se construyó un código moral y emocional en el interior del Ejército en tiempos del OI? ¿cómo operaron esos mandatos emocionales y afectivos entre quienes fueron enviados al monte tucumano? ¿cómo se expresaron esas emociones y se tradujeron en actos de violencia de Estado?
El libro recorre en diferentes niveles analíticos y de registro tanto histórico como etnográfico. Desde casos específicos que permiten mostrar cómo se fueron construyendo las ideas del enemigo, hasta rituales de pasaje que debieron atravesar los soldados, junto a las representaciones visuales sobre las que se construyó al enemigo, el “otro” a matar. El autor recurre a muchísimas fuentes históricas para reconstruir los pasos que fueron dando las fuerzas armadas en la construcción de la represión en el monte tucumano, así como los episodios históricos que permitieron construir representaciones, emociones y afectos de una comunidad de muerte. Para esto comienza el libro con el caso Viola y cómo este episodio dio inicio a una construcción donde el deseo de venganza se transformó en el arma esgrimida para vencer al enemigo.
Abro aquí un paréntesis. Justo comencé la lectura del primer capítulo cuando la Casa Rosada presentó el video con motivo del 24 de marzo. Fue muy impactante poder constatar cómo la demanda de memoria completa se ancla en la mentira, la falsedad de datos históricos y jurídicos. Más allá de la demanda de memoria —expresada allí en la voz de la hija de Viola— ella pide justicia y justamente todo este capítulo muestra y analiza cómo se llevó adelante el juicio que terminó condenando a “los culpables”. Da cuenta de los pasos llevados adelante por la acusación, el desarrollo de la condena y la apelación por parte de la Justicia Federal, así como los procedimientos dudosos y las declaraciones bajo tortura.
Como bien analiza Santiago Garaño, este acontecimiento de violencia (el asesinato del capitán Humberto Viola y su hija María Cristina, el 1 de diciembre de 1974 por el ERP) sirvió al poder militar para construir un código moral, basado en el mandato de sacrificio de la propia vida y deuda con los camaradas caídos. Este episodio constituyó, además, un marco pedagógico especialmente construido y dirigido para los soldados. Enmarcado en una serie de conceptos que se transmitieron para constituir el deseo de venganza: abnegación, valor, lealtad, iniciativa y entusiasmo. A partir de discursos, publicaciones y arengas, se iniciaba a los soldados en el valor para morir y matar.
Como muestra el autor en el libro, diversos elementos se ponían en juego, como la afirmación que se enunciaba en la Revista de Educación Militar:
“Si Tucumán, cuna de la independencia argentina, constituye el escenario propio para mostrar al pueblo entero cual es el coraje de sus hombres en armas, también lo ha sido y probablemente lo seguirán siendo, las calles de las ciudades argentinas, dando claro testimonio del índice más alto del valor: el valor para morir” (Citado en la Pág. 87)
En cada una de estas construcciones se transmitía la idea de actos sacrificiales, donde los jóvenes soldados pasaban a ofrendar sus vidas a la nación y a sus camaradas muertos. Acción que se volvió a repetir en la guerra de Malvinas, dónde los jóvenes soldados fueron sacrificados en pos de la nación y defensa de la Patria. Por otro lado, estos mecanismos de construcción de afectos y sentimientos fueron calando hondo en quienes estaban haciendo el servicio militar obligatorio, al punto de “desear” ir a combatir al monte.
Ese deseo de ir a combate vuelve a repetirse de alguna manera cuando comienza la Guerra de Malvinas. Podemos así permitirnos una comparación para indagar sobre el origen de estos jóvenes y sus cuerpos disponibles para la guerra. En su mayoría estos jóvenes —tanto en el monte tucumano como en Malvinas— provenían de clases populares del interior del país, tanto como de pertenencia a pueblos originarios. Y aquí se gestaba un doble juego por parte de las Fuerzas Armadas: por un lado “valoraban” a estos jóvenes en tanto encarnaban cuerpos a ser sacrificados en nombre de la nación; y, por otro lado, los “denigraban” constantemente por considerarlos “gente ignorante”. Vemos cómo el racismo atravesó la experiencia de los soldados y fue una constante en uno y otro momento. Y esto, es lo que se silencia, una y otra vez.
El Operativo Independencia funcionó, como se muestra en este libro, como un rito de iniciación desarrollado por el Ejército para involucrar al personal de carrera con la campaña contrainsurgente. Estos rituales de iniciación son mecanismos que, de manera periódica, “convierten lo obligatorio en deseable, al poner las normas éticas y jurídicas en estrecho contacto con fuertes estímulos emocionales y afectivos” (pág.163-4). Y es muy interesante pensar cómo ese ritual se actualiza en el presente, donde vuelve a ponerse en escena este núcleo duro de pensamiento: la idea de guerra (represión), los valores morales como muertes heroicas y el compromiso militar como actos de sacrificios, característicos de ese período. Estos elementos articulan las posturas políticas que demandan “memoria completa”, constituyendo un acontecimiento al que se vuelve una y otra vez para distinguir y demandar, contraponer y disputar sentidos en el campo de las memorias y los derechos humanos “del otro lado”.
¿Pero qué era lo que se estaba tramando en términos políticos durante el Operativo Independencia, más allá de la idea de valores morales en torno a vengar las muertes de los “camaradas”?
Este libro trae al debate el tema de la doble acción que, durante el año 75 y luego a partir del 76, las fuerzas armadas construyeron de cara a la sociedad. Por un lado, mostraban sus acciones de aniquilamiento del accionar subversivo, amparadas en un decreto nacido en contexto democrático. Y por otro lado, ocultaban sus acciones clandestinas. Ensayaban, en ese teatro de operaciones, lo que luego sería aplicado en todo el país: secuestros, desapariciones, centros clandestinos de detención. Ensayaban de qué manera “hacer sentir” a toda la población que estaba expuesta a un derecho de muerte por parte del Estado.
En este modo de construcción de un sistema de miedo, pero también de un sistema simbólico eficaz: el monte, como metonimia y como realidad, fue el espacio donde se libraba esa batalla bélica, ideológica y cultural contra la “subversión”. Un monte oscuro, extraño, lleno de espacios desconocidos. Un territorio a descubrir y conquistar. Y aquí surge un elemento central que, si bien no es trabajado en el libro, es bueno para pensar las memorias largas. Me refiero a otra gesta militar a inicios de la constitución de esta nación argentina, como fue la denominada Conquista al Desierto. Allí, en nombre de la “civilización”, se llevó adelante el exterminio de lo que se denominó “salvaje” como forma de extensión de las fronteras. Durante el Operativo Independencia, vuelve a repetirse, con variaciones (ya que la violencia se metamorfosea siempre de forma diversa), manteniendo elementos análogos: la conquista, el exterminio, la escenificación, la patria como vector de defensa, el sacrificio de los cuerpos como puesta en escena de una guerra contra “otros”, a los que hay que despojar de todos sus derechos. Pero fundamentalmente, la idea de que esos otros eran ajenos. O dicho en las nociones utilizadas en la jerga del Operativo Independencia: “fuleros” y “traidores”.
Si recorremos la tercera parte de este libro, la más etnográfica, la lectura cambia de registro. El foco ya no está puesto en las huellas burocráticas del Estado que permitían comprender el Operativo Independencia como “cosa de hombres”, sino que realiza un giro con la mirada “desde abajo”, que analiza cómo se fue constituyendo simbólicamente ese teatro de operaciones a partir de un mecanismo ideológico de composición de categorías de personas/no personas. Dicho en otras palabras, de estigmatizaciones basadas en rumores y mitos, para construir efectos de sospecha y delación constantes que garantizaban que la represión violenta y simbólica se expandiese como una red en la trama de lo social. Nombrar pasó a constituirse en un arma simbólica. Fuleros y traidores pasaron a ser enunciados que construían al enemigo.
En esta parte del libro, se apela a las herramientas clásicas del oficio antropológico, como son las entrevistas e historias de vida, para dar voz a los soldados, sus padecimientos y lógicas en las que fueron sumergidos en medio del monte, la desolación y el miedo. Entre el dato histórico y el trabajo etnográfico, teje de manera muy profunda, como se fueron construyendo las relaciones personales y los lazos de camaradería y lealtad masculinas, que sustentaron la desaparición forzada de personas en todo el territorio nacional y selló el pacto de sangre y silencio.
Con mucha densidad analítica esta parte del libro muestra, a partir del testimonio de los soldados, el trabajo de memoria que ellos tuvieron que realizar para comprender los mecanismos por los cuales fueron considerados traidores, así como las herramientas históricas y de vida, que les permitieron ser críticos de lo que había pasado en el monte y reivindicar otras memorias que pasaron a contradecir los valores morales defendidos como estandarte por el Ejército.
En la lógica castrense, los soldados considerados héroes luego pasaban a ser sospechosos y finalmente traidores. Esto generó lo que el autor denomina “grados de pureza”, ya que mientras se reprobaba al soldado traidor, se castigaba al sospechoso, se alentaban los comportamientos heroicos de aquellos dispuestos a sacrificarse en defensa de los cuarteles. Estos últimos, eran considerados verdaderos hombres. En esta lógica, la sospecha se constituía con diferentes elementos: ser del lugar, tener ideas raras, ser ignorante, ser testigo de jehová, haberse defendido, etc. Contra estas construcciones los soldados, muchos años después, debieron luchar simbólicamente para comprender el sufrimiento, las estigmatizaciones y la marca que esta violencia dejó en sus cuerpos y memorias.
De esta manera, el pasaje de héroes a no ser “dignos de nada”, fue una de las formas de aniquilar cualquier disidencia social y política. Actos de soberanía, en palabras de las fuerzas de seguridad, basados en la producción del terror, dirá Santiago en este libro. Así este libro, más allá de su contenido específico, nos permite mirar con el prisma del pasado este presente. Observar los ciclos, donde los ejercicios y prácticas de denigración y estigma se repiten en nombre de la nación “civilizada”, la “buena sociedad” o, como se enuncia actualmente, “la gente de bien”. Mecanismos de clasificación y estigmatización, con los cuales, en el extremo, se elimina al otro y otra (subversivo, piquetero, pobre, militante, feminista, empleado público), física o simbólicamente, por no ser dignos de la Patria. Mecanismo al que lamentablemente estamos muy acostumbrados en este país y que hoy transitamos en un nuevo ciclo, donde la peculiaridad es que el enemigo es el propio Estado.
(*) Investigadora del Instituto de Antropología de Córdoba (IDACOR) dependiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).