Por Paula Hunziker (*)
Esta reseña del libro de Santiago Garaño —“Deseo de Combate y Muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres”— fue escrita en abril de 2024 y presentada en la Facultad de Ciencias Sociales (FCS). Paula Hunziker lo considera “un aporte y una novedad respecto de las investigaciones sobre el pasado reciente en la Argentina”, en especial con relación a la indagación del “mundo de los represores”, un espacio “atravesado por la clandestinidad, por el secreto y por lo que, a esta altura, sin problemas podemos llamar un ‘pacto de silencio’ que, se sugiere en este libro, fue también un pacto de masculinidad, de fratría masculina, que hizo y hace difícil cualquier investigación sobre las condiciones subjetivas para el surgimiento y la ejecución de la violencia represiva del terrorismo de Estado”.
En primer lugar, quiero agradecer a Jaschele Burijovich, y, con ella, a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, por la invitación a participar en la presentación de este excelente libro, Deseo de Combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres, de Santiago Garaño, publicado recientemente por la editorial Fondo de Cultura Económica.
Para comenzar, dado el contexto sumamente preocupante en que nos encontramos por las políticas del actual gobierno respecto de las universidades y el sistema de ciencia y técnica, subrayo que este libro y sus importantes resultados no hubieran sido posibles sin el apoyo y compromiso de estas instituciones en la formación de investigadorxs y en la promoción de investigaciones de calidad, tareas que hoy están francamente en peligro. Y que, por ello, hay que defender y hacer visibles en cada lugar en el que nos toque estar.
Sobre el tema que nos convoca he preparado un comentario breve (el resto queda para lxs lectores futuros), con algunos de los aspectos, a mi entender destacables, del enfoque general del texto de Garaño.
Este libro, sin dudas, constituye un aporte y una novedad respecto de las investigaciones sobre el pasado reciente en la Argentina, en especial respecto de ese difícil y resbaloso terreno que es el del “mundo de los perpetradores” (o, en categorías nativas de nuestro país, el mundo de los represores). La palabra “mundo”, usada por el autor, es importante, porque precisamente alude a un horizonte de sentidos —no estrictamente intelectuales o conceptuales— que hay que explorar. La tarea no es sencilla por una serie de razones que Garaño expone muy bien: se trata de un mundo atravesado por la clandestinidad, por el secreto y por lo que, a esta altura, sin problemas podemos llamar un “pacto de silencio” que, se sugiere en este libro, fue también un pacto de masculinidad, de fratría masculina, que hizo y hace difícil cualquier investigación sobre las condiciones subjetivas para el surgimiento y la ejecución de la violencia represiva del terrorismo de Estado. Siempre es necesario recordar que esta violencia involucró la desaparición forzada de personas, la implementación de un sistema nacional de centros clandestinos de detención y un régimen de terror desplegado centralmente entre 1976 y 1983, pero que el libro de Santiago, como muchos otros, reconduce al menos al Operativo Independencia llevado adelante en Tucumán en 1975.
Valentina Salvi y Claudia Feld, entre otras, han mostrado que, nos obstante este “pacto de silencio”, los represores no han dejado de hablar en público, en diferentes contextos. Además, como muestra Deseo de Combate y muerte, esa pulsión estatal escópica de registrar sus actos nos ha dejado un conjunto de documentos fundamentales de diferente tipo. Por supuesto, esta constatación, que no es menor, es el inicio de una investigación y no el final. Porque hay que trabajar con estos testimonios y documentos de una manera, como dice Garaño, detestivesca, entre líneas, con buenas preguntas y con una buena lente de interrogación. Esto es fundamental para cualquier fuente, pero lo es más para el análisis del mundo de los perpetradores, los que, desde el inicio del ejercicio del terrorismo de Estado, que el autor de este libro sitúa precisamente en Tucumán, crearon un complejo modo de ejercicio del poder que consistió en “mostrar” y “ocultar”. Esta es una hipótesis estructurante de la investigación: que el Operativo Independencia representó la cara visible de lo no mostrable del terror, por medio del montaje de una “guerra contra la subversión” en el monte tucumano. Todo el vocabulario de la “guerra”, de los enfrentamientos, etc., es lo que hizo aceptable, o tolerable, algo que estaba pasando en los márgenes de la luz pública.
Además de lo interesante de esta hipótesis como lente para interrogar la voz pública de los represores, el texto aporta su originalidad en lo siguiente: pone el acento en las condiciones emocionales y afectivas que hicieron posible el ejercicio de la represión política por parte del ejército argentino. Como el mismo autor se encarga de señalar, este enfoque se desplaza respecto de dos orientaciones dominantes: una que pone el acento en la formación ideológica de las FFAA y de Seguridad, en la Doctrina de Seguridad Nacional estadounidense y la Contrainsurgente francesa desde 1955; y otra que, siguiendo toda la literatura sobre la Shoah, acentúa la dimensión burocrática del terror y de los funcionarios despersonalizados. Sobre esto último tendría algunas cosas que decir, en especial, sobre los abusos de la idea de “banalidad del mal” de Hannah Arendt (menciono rápidamente dos: que todos llevamos un Eichmann dentro de nosotros y que todos los agentes del mal totalitario pueden ser banales). Es un asunto para una discusión que excede esta presentación, pero no quiero dejar de celebrar este texto como uno que pone límites a un concepto, el de banalidad del mal, cuya utilidad analítica depende de que se aplique a un universo específico, en el marco de una reflexión mucho más amplia sobre el universo concentracionario y sobre los diferentes tipos y agentes del mal que habitan y han habitado ese mundo.
En este marco general, destaco cuatro dimensiones de esta investigación, que suponen, además, opciones teórico metodológicas interesantes.
En primer lugar, no se trata de negar ni las dimensiones ideológicas ni la racionalidad burocrática para explicar la violencia política, sino de complementar este estudio con otro: de explorar el mundo de los perpetradores a partir de un enfoque centrado en la forma en que se fue creando, entre los miembros del ejército, un clima propicio para involucrarse personal, grupal y corporativamente con la represión, sobre la base de fuertes emociones y sentimientos: el odio, el deseo de combate y el deseo de venganza contra un pretendido y contraído “enemigo interno”, la ira, la furia, el recuerdo de los compañeros caídos. Sin esa movilización de los afectos, que no sólo va de arriba hacia abajo, sino que atraviesa los cuerpos de manera horizontal generando afectos intensísimos de fraternidad, dice Garaño, no hubiera sido posible cometer delitos tan terribles. Recupero las preguntas del autor, en esta dirección:
¿Cómo se construyó un código moral y emocional en el interior del ejército, en tiempos del Operativo Independencia? ¿Cómo operó ese mundo emocional y afectivo en los que fueron enviados al monte tucumano? ¿Cómo se expresaron esas emociones y se tradujeron en actos de violencia de Estado? (Garaño, 2023: 24).
Para cada una de esas preguntas, el libro va abriendo una serie de puertas que nos sumergen en los contornos de una experiencia ejemplar, o ejemplarizada, que fue la de Tucumán. Así, las memorias castrenses, las que, insistimos, no se refieren en la gran mayoría de los casos al ejercicio directo del terrorismo de Estado, ni dan información sobre el destino de los cuerpos, ofrecen no obstante, entre líneas, aspectos fundamentales. En especial, las memorias militares en el caso del Operativo Independencia hacen lugar a esos aspectos más mostrables de la supuesta guerra y de sus efectos, y dan testimonio de una experiencia represiva vivida en y través del cuerpo individual y colectivo en el “teatro de operaciones” de Tucumán. La novedad del libro es que logra identificar los efectos-afectos implicados en el “cuerpo vivido” de los agentes del ejército, un cuerpo abierto a una experiencia que no es claramente racionalizable, pero que va configurando un mundo, el mundo de los que fueron enviados al “monte tucumano”.
En segundo lugar, quisiera subrayar de esa configuración de mundo en la que ocupan un lugar fundamental los afectos, algunas cuestiones que me quedaron resonando y que son una invitación a leer.
Por un lado, la centralidad (y yo diría la actualidad, dado el video emitido por la Casa Rosada el 24 de marzo) que ocupan los muertos en manos de la guerrilla —tal el resonante caso del capitán Viola y su hija— como motor para alentar el compromiso militar con la violencia y el deseo de venganza. El libro empieza con esa muerte, y con el discurso de Luciano Benjamín Menéndez ante esa muerte, un discurso con una fuerte carga de movilización emotiva —“Vamos a usar esta rabia y este dolor que nos ahogan para vencer. Porque venceremos, mayor Viola y María Cristina” (citado en Garaño, 2023: 49), dice el jefe militar—, y que muestra, además, el foco de esa movilización afectiva: una “guerra” contra la subversión identificada en la guerrilla rural, la compañía de monte Ramón Rosa Jiménez, que ha osado atacar no sólo al personal de carrera, sino a la familia militar.
Por otro lado, el análisis de los rumores, mitos y estigmas que ayudan a construir el enemigo interno, así como a propagar, a hacer circular los afectos contra los guerrilleros, activistas y opositores transformados en “fuleros”, “monos”, “extremistas” (caps. VII, VIII y IX).
Por último, quisiera hacer una mención especial al Capítulo V, en el que se muestra la importancia del espacio como vector de poder: para ejercerse como tal, éste debe cartografiar un territorio de manera simbólica y moral. Me parece muy impresionante la afinidad entre la construcción del “monte” como escenario de una guerra mostrable, pero en la que, a la vez, aparecen sus márgenes no mostrables —el monte como ventana al campo de concentración—, y la mirada densa y ambigua, tan plagada de simbolismos, de los soldados ante un escenario en el que se oculta un enemigo no convencional, amenazante, difuso. Sobre esa mirada densa y ambigua, y su construcción, no quisiera dejar de traer a esta presentación a otro etnógrafo famoso —permítanme esa referencia y provocación—: me refiero a Joseph Conrad, y al narrador fundamental de El Corazón de las Tinieblas, expresión inigualable, a la vez, de la mirada imperial y de su crítica. Quisiera tender un puente entre la mirada de Marlow, en su viaje africano a través del río Congo, y el testimonio de Coco, ex conscripto de la clase 1955, entrevistado por Garaño. Dice Marlow en unas páginas increíbles de Conrad, como si la mirada imperial inquieta e inquietante sobre la costa africana pudiera ser retratada desde dentro, captando esa abigarrada trama de afectos hechos cuerpo que supone el ejercicio efectivo de la violencia: “Era la inmovilidad de una fuerza implacable que abrigaba una intención inescrutable. Lo miraba a uno con aire vengativo. Más adelante llegué a acostumbrarme” (Conrad, 2021: 111). Dice Coco, nativo de Tucumán, sobre la transformación de su propio territorio en “monte” (que ellos no llamaban así, dice: “porque estaban allí, ¿cómo le voy a decir el monte?” [Garaño, 2023: 209]): “La cuestión es que yo veía cuando se iban todos armados. Y fíjate vos, y nosotros íbamos también en el camión todos armados, y decía: ‘Pensar que antes yo andaba acá, sin nada, y no tenía miedo. Y ahora que estoy armado hasta los dientes, me he muerto de miedo’ (…) Sabés lo que pasa, hay unos relatos que son muy buenos en algunos libros, realmente: es como si te miraran de todas partes. Vos sentís así, como (que) hay una sensación así, hasta que vos te vas acostumbrando un poco, acostumbrando, acostumbrando, acostumbrando” (210).
En tercer lugar, el autor identifica, entre esas condiciones afectivas de las que hablábamos, una que ocupa incluso parte del título del libro: “el terrorismo de Estado como cosa de hombres”. Así, se suma a otros estudios que intentan hacer el cruce entre represión política y género, pero atendiendo a un aspecto poco estudiado: el de las “masculinidades”, tanto de las víctimas, como, sobre todo, de los perpetradores. Así, el paso de los jóvenes oficiales y conscriptos por el Operativo Independencia aparece en este libro como una instancia de iniciación o rito de pasaje —en el que el ejercicio de la violencia ocupa un lugar productivo de subjetividad, de un cuerpo represivo masculinizado (Garaño, 2023: 126). Me parece interesante la hipótesis: la lucha en Tucumán será presentada, dice Garaño, como una cosa de hombres, se narra como una confrontación con otro masculino, que amenaza con despojar al ejército de su valentía, heroísmo y hombría. Por eso, no era sólo una venganza sino una forma de reconquistar su masculinidad amenazada por acciones guerrilleras.
En cuarto lugar, quiero resaltar, y aquí se nota el trabajo etnográfico de años de Garaño, su exploración del mundo de los conscriptos, expuestos por la narrativa del Operativo Independencia a ser protagonistas de una gesta, pero que en el propio relato de Garaño aparecen en su rol de víctimas y espectadores. Algo que la reapertura de las causas de lesa humanidad a partir de 2006 ha permitido a los sobrevivientes —hablar como víctimas y ser reconocidos como tales—, pero que es más complicado en el caso de los conscriptos que participaron en el ejercicio de la violencia, y que, efectivamente, de los entrevistados por Garaño, tuvieron casi nula participación en esos juicios. Por eso mismo, esta dimensión de análisis me resulta aún más interesante, sobre todo teniendo presente que la última parte del texto de Garaño relata su experiencia como “testigo de contexto” en uno de los juicios sobre el Operativo Independencia. En ese capítulo final, el autor se pregunta por la especificidad de las Ciencias Sociales y las Humanidades en el marco de los procesos judiciales por crímenes de lesa humanidad. Dice algo importante: estas disciplinas desarrollan una investigación que ofrece un espacio para la verdad, más allá del vocabulario judicial y también del vocabulario militante, y que, en esa medida, pueden contribuir a la justicia en un sentido específico. Estoy de acuerdo. También habría que decir que muchas de las “fuentes” y documentos respecto del pasado reciente, así como de los testimonios, no estarían disponibles sin esas escenas judiciales que habilitan reconocimiento de los crímenes, de los criminales, de las víctimas. Me parece que eso da una singularidad al caso argentino también en materia de nuestras investigaciones sobre el mundo de los perpetradores. Los juicios de lesa humanidad parecen ser una institución postotalitaria indispensable para acceder —sin dudas de una manera no completa y en general no querida por los perpetradores— a la representación de lo no representado en su palabra pública, que, como sabemos en el caso argentino, está atravesada por pactos de silencio, de sangre y de masculinidad. Se trata de una lectura de los silencios, de las cosas dichas a medias, de los documentos de procedimientos, de los testigos liminares como los ex soldados conscriptos, y, por supuesto, de la voz de los sobrevivientes. En el caso de los entrevistados de Garaño se trata, es cierto, de una figura anómala en los procesos judiciales que estamos considerando, y que, por ello, propone un nuevo foco también para los juicios. Podemos concluir, así, que los procesos jurídicos y la comprensión histórica, política y filosófica, con sus modos de veridicción específicos, no son incompatibles, pero que esta articulación no es el punto de partida, sino de llegada, de un lento trabajo de la justicia y de la investigación, para dar lugar y hacer aparecer al perpetrador en el testigo, y al testigo en el perpetrador. Una tarea de la que este libro es, y será, pionero.
(*) Docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Citas:
Conrad, J. (2021). El corazón de las Tinieblas. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Garaño. S. (2023). Deseo de Combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres. Buenos Aires: FCE.