Por Marcelo Nazareno (*)
Para el autor, “la actual coyuntura política excede lo meramente electoral. Lo que está en disputa no es sólo quién gobernará la Argentina a partir de diciembre de este año, sino, sobre todo, si y en cuál sentido se reconfigurarán sustancialmente un amplio abanico de relaciones y ámbitos sociales”. En ese contexto, expone las diversas “olas neoliberales” que han intentado poner en crisis una “matriz Estado céntrica” —desde la última dictadura hasta el gobierno macrista— y considera que la propuesta de Javier Milei es una nueva etapa en ese sentido. “Su meta es clara: arrasar, como un tsunami, de una vez y para siempre, con toda capacidad de los sectores populares de bloquear la instauración social y política de la ‘razón’ neoliberal. La viabilidad de este proyecto no es segura, pero no debe tomarse a la ligera”, plantea Nazareno. Ante ello, observa que “la viabilidad o no de este ‘definitivo’ proyecto neoliberal, más allá de quien gane las elecciones, se decidirá por la consistencia, potencia y congruencia de un proyecto nacional y popular que le dispute a La Libertad Avanza la salida del empate hegemónico, ya sea desde el gobierno o la resistencia”.
Lo que está en juego
La actual coyuntura política excede lo meramente electoral. Lo que está en disputa no es sólo quién gobernará la Argentina a partir de diciembre de este año, sino, sobre todo, si y en cuál sentido se reconfigurarán sustancialmente un amplio abanico de relaciones y ámbitos sociales. Una apertura de opciones a esta escala sólo puede darse por la crisis de lo “viejo” que, si aún no termina de morir, parafraseando el genial aforismo de Antonio Gramsci, da muestras claras del inevitable fin de su ciclo vital. Para apreciar la naturaleza de la actual crisis se la debe ver como parte de un desarrollo histórico de largo plazo, del cual es su última fase.
El largo empate hegemónico: tres olas neoliberales y la resistencia popular
Este desarrollo histórico se inicia con otra crisis, la de la “matriz Estado-céntrica” (como la llamó Marcelo Cavarozzi). En esta matriz, consolidada durante el primer y segundo gobierno peronista, gran parte de las relaciones sociales estaban mediatizadas por la acción y la fuerte presencia del Estado en sus múltiples modalidades y niveles. Su derrumbe final se inició con el llamado “Rodrigazo”, que implicó una fuerte devaluación del peso, aumento de los servicios públicos, transporte y combustibles de hasta el 180%, y topes a los aumentos salariales. La inflación pasó del 24% en 1974 al 182% en 1975. Cincuenta años después (y salvando diferencias claves a la que nos referiremos luego), la agenda socio-política gira en torno a los mismos problemas: inflación, valor del peso respecto al dólar, salarios, precios de los servicios públicos, más la “novedad” (introducida y potenciada por las oleadas neoliberales) de la deuda externa. Mi interpretación es que aquella crisis aún no ha sido superada. Los últimos cincuenta años han sido los del despliegue de un gigantesco, múltiple y “largo” empate hegemónico, concepto (con origen en la noción de “equilibrio catastrófico” de Gramsci) que designa una situación en la que dos fuerzas con proyectos antagónicos no pueden derrotarse y se bloquean mutuamente.
El neoliberalismo intentó una salida a la crisis de la matriz Estado-céntrica través de una sucesión de “olas neoliberales”, diferentes en su contenido, sus objetivos y sus estrategias políticas. Los sectores populares, por su parte, consiguieron bloquear, hasta ahora, el embate de cada ola, haciéndolas retroceder. No obstante, cada una de ellas generó sucesivos y acumulativos daños y transformaciones sociales que fueron reconfigurando sustancialmente el paisaje socio-económico y cultural, no sólo por los elementos arrancados por el oleaje al paisaje original, sino por la emergencia de nuevos elementos que hoy son parte constitutiva del terreno en el que se despliegan los antagonismos sociales. Que la crisis de la matriz Estado-céntrica no haya aún sido resuelta, no quiere decir que la disputa hegemónica iniciada en aquel momento se dé en el mismo terreno y con los mismos instrumentos que existían al inicio de la misma.
La primera ola neoliberal fue impulsada por la dictadura cívico-militar de 1976, y se orientó. a través de un plan criminal de exterminio, a destruir la capacidad de reacción política de los sectores populares. La segunda ola neoliberal se inicia con el gobierno de Carlos Menem, y consistió en una serie de medidas neoliberales orientadas a reducir drásticamente el rol socio-económico del Estado. La tercera ola se desplegó durante el gobierno de Mauricio Macri. Más sutil, y al mismo tiempo más insidiosa que la ola menemista, la ola macrista intentó, a través de una combinación de gradualismo, una hábil estrategia discursiva-comunicacional y la persecución mediática-política-judicial de los líderes populares, construir un nuevo “sentido común” basado en una concepción individualista-competitiva de lo social.
Un factor clave para que estas olas retrocedieran fue, además de sus inconsistencias, la resistencia de los sectores populares expresada en las calles y las urnas. No obstante, este retroceso fue relativo. Como dije más arriba, cada ola dejó huellas y heridas profundas en el cuerpo social y político que eran profundizadas por la ola subsiguiente. Quizás nada expresa más claramente esta dinámica de deterioro social que la evolución, en estos cincuenta años, de los niveles de pobreza, hoy diez veces más altos que al inicio de la última dictadura. No obstante, la resistencia impulsó también la emergencia de nuevos actores que revitalizaron al campo popular: movimientos de derechos humanos, feminismos, trabajadores de la economía popular, pueblos originarios, etc.
Milei: la cuarta (súper)ola neoliberal
Este es el contexto de la cuarta ola neoliberal que impulsa Javier Milei. Es en realidad una súper ola que combina los objetivos y las herramientas socio-políticas, simbólicas y culturales de las olas neoliberales previas: represión (cambio del paradigma de Seguridad Interior), destrucción del Estado (dolarización y mercantilización masiva), impulso a la supremacía de una subjetividad neoliberal (potencia afectiva del significante vacío “libertad”). No casualmente su discurso revindica la dictadura militar, elogia como el mejor gobierno de la historia al menemismo y rescata a Macri como un líder visionario arruinado por inútiles y/o traidores. En esta combinación de objetivos e instrumentos y en la radicalidad que imprime a sus propuestas en cada dimensión reside la “vieja” novedad del mileismo. Su meta es clara: arrasar, como un tsunami, de una vez y para siempre, con toda capacidad de los sectores populares de bloquear la instauración social y política de la “razón” neoliberal. La viabilidad de este proyecto no es segura, pero no debe tomarse a la ligera. No sólo está encabezado por un líder de indudable carisma cuyas convicciones claramente superan los límites del fanatismo. Juega también la “fatiga social”, tras décadas de un juego político que parece haber ido desgastando las herramientas tradicionales de los gobiernos populares para sostener y promover efectivamente los derechos que forman parte de su ideario.
Un proyecto popular para un nuevo pueblo
La viabilidad o no de este “definitivo” proyecto neoliberal, más allá de quien gane las elecciones, se decidirá por la consistencia, potencia y congruencia de un proyecto nacional y popular que le dispute a La Libertad Avanza la salida del empate hegemónico, ya sea desde el gobierno o la resistencia.
Algunos de los rasgos de este proyecto ya están delineados y el mismo tiene, en la actual candidatura de Sergio Massa, una expresión electoral relativamente sólida. Sin embargo, este proyecto aún no tiene sus contornos bien definidos y debe superar el desafío de constituirse plenamente para dar cuenta de las nuevas condiciones sociales. Estas nuevas condiciones fueron reconocidas por Cristina Kirchner en 2019, cuando decidió no encabezar la fórmula presidencial para apostar a la construcción una coalición que pudiera gobernar bajo las nuevas restricciones impuestas por el contexto global y nacional. Su apuesta, en una muestra de visión estratégica de gran alcance, fue la articulación político-electoral y gubernamental de dos “discursos”, entendidos en el sentido que les diera Laclau como composiciones de sentido que no se limitan a lo meramente lingüístico, sino también al conjunto de elementos simbólicos, materiales e institucionales que dan consistencia a una identidad política. En efecto, el Frente de Todos fue el intento de combinación de una identidad populista de izquierda y otra liberal-progresista (vale recordar que Alberto Fernández señaló en la campaña que el inauguraría la “rama liberal progresista del peronismo”), que fuera capaz de desmontar la potencialidad política de la alianza entre las identidades neoliberales y liberal-conservadoras que habían llevado a Mauricio Macri al poder. Es notorio que al día de hoy esta estrategia no fue exitosa. Sin embargo, su fracaso no fue conceptual. La complejidad de las sociedades actuales impide la constitución hegemónica de una única identidad política (liberal, movimientista, populista o neoliberal), por lo que la disputa hegemónica sólo es posible hoy a través de la meta-articulación de identidades políticas diferentes. Su fracaso fue de implementación; se debió a la falta de una decidida y efectiva articulación discursiva. Cada parte de la coalición (el “albertismo”, el “cristinismo” y la tercera pata coalicional, los movimientos sociales) habló su propio “lenguaje”, sin que se generara una instancia de combinación discursiva (retórica, política e institucional) que se expresara en las acciones del Estado y, con ello, en la constitución performativa de una identidad popular multidimensional (progresista, populista y movimientista). No se trata de acordar desde el principio. El desacuerdo original entre las diferentes identidades políticas de una coalición de este tipo es no sólo inevitable, sino el sustento de su propia dinámica y potencia. No obstante, el esfuerzo político consiste, para usar no del todo fielmente la distinción de Ranciere, en pasar de un desacuerdo en el que la palabra del otro no tiene reconocimiento, a otro desacuerdo, en el que ambas partes coinciden en la relevancia de la palabra del otro, aunque no coincidan, inicialmente, en lo que esa palabra designa. En este desacuerdo la instancia dialógica no está clausurada, sino que tal desacuerdo pasa a ser la condición misma de elaboración de un discurso común que pueda interpelar y representar performativamente la multiplicidad actual de lo popular que, como tal, está en disputa.
Las señales, en el actual contexto electoral son auspiciosas. Pongamos nombres propios sólo por mor de síntesis metafórica: Cristina, Massa y Grabois son los sintagmas de un meta-discurso en proceso de construcción que hoy contiene a vastos sectores populares, pero que debe dar la disputa por tantos otros componentes sociales del pueblo que el discurso libertario interpela, por ahora, con relativo éxito. Los desajustes discursivos son y serán inevitables. Entiendo, no obstante, que hay implícito en este intento de constitución discursiva un diagnóstico común sobre el fracaso del gobierno de Alberto Fernández que creo certero. No fue el fracaso de una persona o un estilo, sino el de un diseño confiado en su propio y mecánico autodesarrollo. La reorientación del rumbo del gobierno que Cristina, Massa y Grabois impulsaron, no sin disputas, desde hace poco más de un año, abrió una nueva posibilidad de desacuerdo creativo que en pocos meses generó una discursividad con posibilidades ciertas de interpelar a variados sectores populares. La suerte de este proyecto se decide en la voluntad, patriotismo y sensibilidad política de quienes lo encarnan para receptar y traducir políticamente las demandas de un pueblo vital y plural que busca, una vez más en nuestra historia, construir su destino.
(*) Profesor Titular de Teoría Política en la carrera de Trabajo Social y Profesor Adjunto a cargo en Procesos políticos latinoamericanos en la carrera de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Coordinador del Área de estudios sobre política y sociedad en el Instituto de Política, Sociedad e Intervención Social (IPSIS) de la FCS.