“La construcción social de lo espacial habitable es un fenómeno fundamentalmente cultural”

Entrevista a Gustavo Romero (*) 

Académico mexicano de dilatada trayectoria, Gustavo Romero nos invita a conocer y pensar lo local y lo global: las particularidades de las problemáticas de vivienda en el vasto territorio de su país, hasta lo que denomina como “la construcción social de lo espacial habitable”, que implica cómo los seres humanos construimos nuestra materialidad del hábitat en sus diversas dimensiones, desde la rural y la urbana, pasando por la individual y la colectiva, hasta la material y cultural. Fundamentales para entender que, “para la gente, la vivienda supone emociones, deseos, situaciones, percepciones”.

Esta entrevista es parte de una serie que se produjo en el marco del XXVIII Encuentro de la Red Universitaria Latinoamericana de Cátedras de Vivienda/Hábitat (ULACAV), realizado en la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) entre septiembre y octubre de 2022.

Este dossier, integrado por artículos y entrevistas a referentes académicos de toda América Latina, busca materializar uno de los ejes centrales de ese encuentro: la importancia de compartir y profundizar los sentidos y bases de las prácticas académicas, comprendiendo todo el espectro de posibilidades de los diferentes espacios formativos y valorizando -particularmente- los procesos y experiencias de trabajo territorial en el multidimensional y complejo campo de la vivienda y el hábitat. Los textos aquí reunidos, entonces, confluyen en el esfuerzo por reflexionar sobre las particularidades de cada lugar, al tiempo que señalan los puntos de contacto entre los países de la región, indispensables para una “integralidad del hábitat y sus fundamentos”.

 

México: de los problemas de suelo y transporte a las prácticas culturales de los sectores populares

Gustavo Romero: Desde el grupo de investigación que integro hemos planteado la existencia de un fenómeno que se llama “construcción social de lo espacial habitable”, que implica cómo los seres humanos construimos nuestra materialidad del hábitat. Porque el hábitat tiene muchísimas dimensiones, y una de ellas es la material. En el caso mexicano hemos tenido dos dimensiones en esta situación, una es la propiamente urbana de las ciudades y la otra rural, aunque hay muchas mezclas entre una y otra, porque evidentemente todos los poblados rurales que están cerca de las ciudades tienen una enorme influencia sobre ellas y, a su vez, atraviesan ellos mismos procesos de transformación.

Desde el punto de vista de las ciudades y las diferentes maneras de organizar el espacio, tenemos problemas serios respecto al transporte y el tráfico. Se venden muchos autos nuevos cada año, es casi imposible producir una infraestructura para dar respuesta a eso y las ciudades están a punto de colapsar. La pandemia frenó ese proceso, pero ahora está volviendo a recuperarse y entonces la movilidad afecta en gran medida a las cuestiones del hábitat urbano, en todas las ciudades mexicanas -inclusive las chicas y medianas-. Los vehículos son baratos, se producen muchísimos, y también hay un fenómeno de contrabando de autos viejos desde Estados Unidos, por lo que en la zona norte del país está lleno de ellos. Esto afecta la vida de las ciudades y también a un factor importante, que es el costo del suelo, uno de los problemas claves que tenemos. 

Las grandes ciudades tienen ya una cierta saturación de distancia y, por lo tanto, no es fácil seguir incorporando nuevos lugares en la periferia. Esto es efectivamente una limitación en Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, cuya periferia es muy lejana , lo que dificulta el movimiento vehicular. Allí empiezan otra serie de fenómenos internos de movimiento. El área urbana de la Ciudad de México está formada por la ciudad propiamente dicha -la parte más antigua, lo que se llamaba Distrito Federal- y casi 50 municipios de tres estados, que están alrededor. Hay mucha expulsión desde la Ciudad de México -que se ha vuelto más cara- hacia la periferia, un movimiento de expulsión de quienes tienen menos recursos. Eso implica una lucha social, a través de una lucha por los espacios, lo que genera muchos problemas de demanda. ¿Cuáles son las demandas habitacionales que se están generando? La población de bajos recursos demanda viviendas, y entonces las políticas públicas y la opinión pública creen que el problema es darles casas en propiedad, producidas por el mercado o por el Estado, mediante un gran error histórico ¿Cuál es el gran error histórico? Se propone, de acuerdo con las ideas del movimiento moderno, lo que se llama una equivocada “política de los ladrillos”. Pero no es solo eso el problema, sino que las construyen ideológicamente. ¿Cuál es la ideología? La vivienda para la familia nuclear, pero ocurre que en México la familia nuclear no es la tipología fundamental, especialmente en los sectores de bajos ingresos. Las familias populares en México viven en una espacialidad económica-social que requiere la vida cercana de toda la familia, no necesariamente en el mismo lugar, pero sí de manera muy cercana, y eso está ya muy estudiado. Por ejemplo, desde los años setenta hasta finales del siglo XX, el 70% de las viviendas que se les dieron a estos grupos de bajos ingresos fue luego vendida, y esas familias se fueron a comprar un terreno en una colonia popular, una casa a su gusto. Este tema no lo entienden los arquitectos, ¿cómo que a su gusto? Los arquitectos nunca han entendido que hay una tipología familiar, una estructura antropológica, sobre la que no tienen la menor idea, no les importa, como tampoco al gobierno y a la opinión pública. 

Cuando las viviendas las produce el mercado, aparece una nueva situación. En el censo de 2010, se detectaron cinco millones de casas no habitadas, por distintas razones. Tenemos, por ejemplo, una población golondrina norteamericana, un millón y medio de ciudadanos de Estados Unidos que viven en México, pero al menos un millón son golondrinos, vienen en las épocas de invierno -de octubre a marzo- y luego se vuelven. Ellos tienen las casas, después las rentan, o las deshabitan. Y tenemos el fenómeno de los inmigrantes mexicanos, millones en Estados Unidos, que mandan dinero y hacen casas en México, que también están deshabitadas. Pero además el mercado tenía un millón y medio de viviendas que no podía vender, porque los genios del sector privado produjeron el 80% de esa oferta para el 30% de la demanda. Y las hicieron lejísimo: crecieron doce veces las ciudades, mientras la población se duplicó, saturaron todos los terrenos de la periferia y no había infraestructura de transporte para satisfacer esa demanda; había familias que tardaban tres horas en llegar a la Ciudad de México para trabajar. Entonces, evidentemente, esas viviendas quedaron vacías y todavía hay 500 mil que no se pueden vender. De todas maneras, como decía, el mercado ha empezado a retirarse de los sectores de bajos ingresos y está enfocado en los sectores medios y medios altos. Los ricos siguen haciendo sus viviendas en autoproducción. La situación es que seguimos teniendo entre 8 y 10 millones de viviendas con carencias de tipo urbano y arquitectónico. 

Con respecto a los sectores populares, la solución no es darles vivienda, eso ya se ha hecho. Para ellos es más lógico venderla, porque no pueden pagarla, ni mantenerla. Y vuelven a vivir a su condición anterior, eso tiene lógica. Nosotros decimos que la vivienda debe ser apropiada y apropiable. Pero aquí ocurre como si yo tuviera un tío rico que me regala una mansión de 18 habitaciones, que luego no voy a poder mantener; si me regala un Porsche, tampoco lo voy a poder usar. Eso mismo le pasa a la gente pobre, es esa lógica la que no se entiende muchas veces.

 

La producción social como propuesta

Gustavo Romero: Nosotros hemos planteado, desde hace ya muchos años, la necesidad de la producción social de viviendas, basada en que los propios habitantes controlen el proceso de producción. Eso implica conseguir terreno, recursos, trabajadores, etc., en eso consiste el control. Pero para eso hay que facilitarlo. Y allí aparecen dos dimensiones: la individual y la colectiva. La dimensión colectiva permite alcanzar mejores resultados, pero también puede trabajarse la individual. Esa producción social del hábitat debe tener un sistema de apoyo. Requiere, en primer lugar, leyes, reglamentos e instituciones que la operen, que den financiamiento, requiere programas y procesos.

Desde los años ochenta se logró, por ejemplo, con Enrique Ortiz y el Fondo Nacional de Habitaciones Populares, dar 150 000 créditos a familias en grupos organizados. Pero como luego el Consenso de Washington estableció que solo podía otorgarse la vivienda en propiedad privada, ha sido difícil trabajar con las cooperativas o asociaciones civiles. Es necesario crear un sistema adecuado a las condiciones reales de nuestra población, y no adecuado a lo que suponen las clases dominantes sobre lo que debe ser un país. Porque en México tenemos el “problema” de que el 70% de la población tiene otra manera de pensar el mundo y la vida; para ellos el tiempo es otra cosa, la realidad es otra cosa, el trabajo es otra cosa; para ellos, por ejemplo, la fiesta es fundamental, la vivienda no es una prioridad. En una fiesta de 15 años se gastan 5 o 10 mil dólares, con los cuales podrían obtener una vivienda, pero para ellos la fiesta es fundamental, le dan otro valor. Si no entendemos esta gran diferencia cultural que existe, estamos pensando desde nosotros y no desde ellos. 

Entonces, existe la producción social de viviendas, hay una mayor apertura, pero todavía es pequeña. Y el gran problema es ideológico. Siempre digo: “Los arquitectos que están formados en las escuelas ni se acerquen a los barrios populares. Los arquitectos son peligrosos”. No es cierto que posibiliten que las construcciones sean más baratas, eso es falso, no han logrado abaratarlas con ninguna tecnología, se sigue construyendo igual, eso es puro cuento de la tecnocracia. Muchos profesionales quieren estar a la vanguardia tecnológica, pero el mundo no está ahí. Los acentos en la tecnología o en las formas de la vivienda son una forma equivocada de darle respuesta al asunto.

 

La centralidad de la dimensión cultural en la construcción del hábitat

Gustavo Romero: El primer problema que tenemos para intervenir sobre las problemáticas de hábitat y vivienda está vinculado al entendimiento del fenómeno, a la construcción social de lo espacial habitable. Debemos entender que es fundamentalmente un fenómeno cultural que tiene muchas dimensiones -entre ellas, la material, pero no únicamente-. Para la gente, la vivienda supone emociones, deseos, situaciones, percepciones que hay que respetarla, hay que construir con ellos, no contra ellos.

El otro punto fundamental es la crisis medioambiental. Tenemos que recuperar la idea de una casa autónoma, de un barrio autónomo, de un vecindario autónomo, pero eso tiene que ver con las formas de vida y no las decidimos desde la arquitectura, sino desde la gente. Hay que cambiar las formas de organizar el espacio, diseminar la ciudad y hacer que cada uno de los núcleos urbanos autoproduzca gran parte de sus necesidades para disminuir la movilidad y el gasto energético; pero eso son formas de vida, los arquitectos no creamos esas cosas. ¿Cómo vamos a cambiar entonces? Es una discusión que tenemos que dar entre todos y los cambios hay que hacerlos con la participación de la gente.

(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro de la Coalición Internacional del Hábitat – América Latina (HIC-AL). Integrante de la Red Universitaria Latinoamericana de Cátedras de Vivienda/Hábitat (ULACAV). 

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