“Los problemas no vienen en frascos disciplinares, y por lo tanto no deben abordarse así”

Entrevista a Paula Boldrini (*)

Paula Boldrini hace pie en Tucumán para visibilizar un problema que atraviesa a toda la región: la fragmentación socioespacial, un fenómeno tanto físico como inmaterial, que se vincula con la fragmentación de los vínculos y los enfrentamientos al interior de las comunidades. El papel profesional y la formación académica, con sus logros y falencias, es una preocupación constante y subyacente de Boldrini, que se manifiesta a lo largo de todas sus reflexiones.

Esta entrevista es parte de una serie que se produjo en el marco del XXVIII Encuentro de la Red Universitaria Latinoamericana de Cátedras de Vivienda/Hábitat (ULACAV), realizado en la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) entre septiembre y octubre de 2022.

Este dossier, integrado por artículos y entrevistas a referentes académicos de toda América Latina, busca materializar uno de los ejes centrales de ese encuentro: la importancia de compartir y profundizar los sentidos y bases de las prácticas académicas, comprendiendo todo el espectro de posibilidades de los diferentes espacios formativos y valorizando -particularmente- los procesos y experiencias de trabajo territorial en el multidimensional y complejo campo de la vivienda y el hábitat. Los textos aquí reunidos, entonces, confluyen en el esfuerzo por reflexionar sobre las particularidades de cada lugar, al tiempo que señalan los puntos de contacto entre los países de la región, indispensables para una “integralidad del hábitat y sus fundamentos”.

 

El hábitat mirado desde las provincias: fragmentación socioespacial, exclusión productiva y violencia

Paula Boldrini: En muchas ciudades de Latinoamérica, y sobre todo en las argentinas, se advierte que el problema puede identificarse como “fragmentación socioespacial” que es tanto física como inmaterial, vinculada a la fragmentación de los vínculos, al enfrentamiento hacia dentro de la comunidad. Dentro de la producción del hábitat, una manifestación clara es la división social del espacio residencial, cuando se visualizan grandes áreas homogéneas de urbanizaciones cerradas, o de viviendas públicas del Estado, o de barrios populares, y va quedando cada vez más restringido el espacio destinado al barrio tradicional que conocíamos en Argentina. Y eso pasa en todas las provincias. 

Acabo de caracterizar un ámbito urbano, pero en el espacio rural se ha naturalizado una situación de migración permanente; el hecho de que las y los jóvenes no puedan sostenerse en el espacio en el que han nacido, en un ámbito campesino, muchas veces indígena. En Tucumán, tenemos una cantidad de población muy importante de ascendencia indígena, que lucha por sostener su identidad y sus formas de organización.

Esos son los problemas que más aquejan, que se replican a toda escala, y que tienen como origen el dominio de intereses de mercado, de la reproducción del capital y la rentabilidad, que empujan a un segundo plano la resolución de las necesidades concretas de la población. Eso implica algo tan elemental como que la tierra o el agua dejan de ser bienes de uso, para ser bienes de cambio. Y eso impacta sobre las dinámicas vinculadas al hábitat.

Todo esto está asociado, además, a la falta de planificación, que debería ser parte del rol del Estado en todas sus formas institucionales. Nos hemos acostumbrado a escuchar que el Estado es débil y no puede contra el mercado. En ocasiones es así, pero sobre todo y estructuralmente existe una suerte de asociación entre el Estado y el mercado, que permite que estas necesidades privadas se impongan por encima de las sociales. Y eso genera que las políticas públicas -que son las maneras en las que el Estado se manifiesta y expresa-, sean insuficientes e inadecuadas, vayan tomando algunas demandas populares o académicas, pero nunca en profundidad, ni considerando su complejidad. Los problemas de hábitat no se van a resolver solo con viviendas, sino con algunas cuestiones estructurales, buscando la integración socioespacial, teniendo en cuenta además el aspecto productivo como elemento clave, incluyendo a la población en un mercado de trabajo generalizado. Se tiende a pensar que el hábitat es solo la vivienda, y así obviamos las dimensiones más profundas de lo que realmente significa la producción del hábitat, y por lo tanto seguimos reproduciendo sin ningún tipo de resistencias el modelo dominante. La vida cotidiana de las personas incluye fundamentalmente el espacio familiar, el trabajo y el tiempo libre; todos esos ámbitos se desarrollan en un lugar determinado y por lo tanto cada uno de estos espacios -que no son solo físicos, y lo sabemos- es el hábitat.

Y el último problema que menciono -que no es el menos importante, sino la última manera en la que se nos muestra todo esto-, es la violencia, que empieza a naturalizarse. Tal vez si alguien me lee o escucha en Colombia o Ecuador puede decir: “Está hablando de mí”, pero estos elementos que he mencionado caracterizan lo que pasa en Tucumán, el lugar en el que vivo y trabajo. En esas relaciones de ruptura de los vínculos está el germen más profundo de los modelos de hábitat, desde el más chiquito hasta el más grande. Eso es preciso modificar, y no se hace solo con empatía, sino yendo a una estructura que resuelva necesidades básicas generales. Soy arquitecta de profesión, después me formé en psicología social y en ciencias sociales, pero hubo un momento en el que haciendo un mapeo por barrios populares de Tucumán advertimos que el peor de los problemas, el más sentido y doloroso para las familias, eran las adicciones. Entonces me dije: “Ay, qué pena, no voy a poder hacer nada, no me toca  a mí”. Sin embargo, hoy trabajamos como dispositivo complementario clave con los equipos de tratamiento de adicciones en los pocos barrios en que el Estado financia este tipo de intervenciones, porque en definitiva estos jóvenes necesitan cambiar las condiciones del espacio en el que viven. Y ahí, por ejemplo, trabajamos sobre el espacio público, porque ellas y ellos van planteando que ese lugar violento, el espacio en el que les venden la droga y se reúnen a consumir, tiene que transformarse, por ellos y por sus hijos; o sea, estamos hablando de jóvenes que están pensando, ya ni siquiera en ellas y ellos porque sienten que su vida está perdida, sino en sus hijas e hijos. Entonces todo eso tiene que ver con el hábitat y parte del esfuerzo por construir de manera interdisciplinaria está vinculada a pensar de esta manera los problemas porque, por supuesto, nunca vinieron en frascos disciplinares, por lo tanto tampoco deben abordarse así.

 

Desde la academia: una intervención a contrapelo de las fragmentaciones

Paula Boldrini: La interdisciplinariedad es una falencia en la formación académica, pero trascendental al momento de pensar la intervención desde las universidades. Sucede que cada espacio disciplinar tiene un edificio, y cada docente o investigador o estudiante se conoce fundamentalmente con quienes estudian lo mismo, y ahí empieza el problema. Pensar interdisciplinariamente es dejar de concebir los problemas en términos de campos disciplinares – “esto me toca a mí y esto no me toca”, “acá soy un complemento y acá soy protagonista”-, sino pensar que todas las demandas y necesidades sociales tienen algo de uno, que tenemos que estar atentos a ver cómo se combina. No está mal tener especificidades disciplinares, lo que está mal es que eso sea lo único que tengamos. Mencioné que los problemas del hábitat estaban vinculados a la fragmentación y, en este caso, estaríamos cayendo en una fragmentación del conocimiento, por lo tanto este concepto sirve para explicar buena parte de los problemas que tenemos.

Y otro aspecto, también vinculado con la fragmentación social a gran escala, es la división entre sectores y grupos sociales: los académicos por un lado, los movimientos sociales por el otro; dentro de los grupos técnicos, entre quienes somos de la academia y quienes estamos trabajando en instituciones públicas del Estado en el territorio. No hay articulaciones aunque, por supuesto, es algo que combatimos con fuerza. Y esto permite dos cosas: por un lado, una lectura apropiada de las necesidades sociales, para que efectivamente los conceptos y los instrumentos del mundo académico sirvan para potenciar la lectura de esas necesidades y la manera de resolverlas, pues ninguna de ellas puede hacerse sin la comunidad, que es quien mejor sabe qué necesita y cómo resolverlo; con nuestros instrumentos mejora y se potencia radicalmente la respuesta que se puede dar. No dejamos de existir, tenemos un rol importante, pero ese rol no puede desplegarse sin la comunidad. Y, por otro lado, es lo único que garantiza políticas públicas apropiadas, no homogeneizadas para todos los lugares y momentos. Pueden decirme que no es posible tener políticas públicas tan diversas, porque necesitaríamos cientos de miles de profesionales trabajando en el territorio. Pues bienvenidos, justamente eso es lo que necesitamos y lo que hay que sostener. 

 

Las preguntas incómodas

Paula Boldrini:  Voy a apropiarme de un debate que ha surgido dentro de la Red Universitaria Latinoamericana de Cátedras de Vivienda/Hábitat (ULACAV). Antes del encuentro en Córdoba, coincidimos con compañeras y compañeros en plantearnos ¿por qué después de tantos años de trabajo en la Red, de tantos años de esfuerzos de los movimientos sociales y del ámbito académico que los acompaña, no vemos soluciones? ¿Por qué las soluciones siguen siendo insuficientes e inapropiadas? ¿Cómo ese esfuerzo puede cristalizarse en la realidad concreta?

Respecto a esas preguntas, considero que nuestra tarea es estar pendientes de cómo se reacomoda este modelo dominante a partir de nuestras luchas, reivindicaciones y logros. Por ejemplo, ya nadie niega en la actualidad que los procesos tienen que ser participativos, es algo que figura en todas las agendas, aunque de forma absolutamente vaciada en términos institucionales, porque se ha reducido la participación a una serie de pasos en el territorio, estereotipados, una suerte de tips y recetas alejadas de un método acabado, profundo y riguroso. Y al decir esto no quiero afirmar que es imposible de aprender o implementar. En realidad, es difícil con nuestras matrices de aprendizaje, que están acostumbradas a la receta, pero cuando podemos trascender esa modalidad e incorporar un método de trabajo participativo para escuchar y construir con la comunidad ese modo de resolución de la necesidad, aparece una acuñación profunda de este concepto. 

Existen muchos avances, de todas maneras. Como, por ejemplo, la Ley de Hábitat en Buenos Aires o el Registro Nacional de Barrios Populares, que los visibiliza y propicia políticas públicas específicas para la mejora de la integración de estos barrios. El registro ha sido una bandera que han llevado adelante muchos grupos académicos y los movimientos sociales, allí hay un avance claro.

 (*) Docente e investigadora del Instituto de Investigaciones Territoriales y Tecnológicas para la Producción del Hábitat de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT – CONICET). Integrante de la Red Universitaria Latinoamericana de Cátedras de Vivienda/Hábitat (ULACAV).

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