Pasado y presente del lugar de Córdoba en la historia nacional

Por Marta Philp (*)

La coyuntura actual es un escenario propicio para analizar distintas representaciones que se realizan del papel que juega Córdoba en el país. En este artículo, la historiadora Marta Philp —docente de la Facultad de Ciencias Sociales— centra su trabajo en Enrique Martínez Paz y Francisco Jurado Padilla. Lo escrito por estos autores le brindan los elementos para interpretar el lugar de Córdoba en la historia nacional, entendiendo que “la historia no se refiere sólo al pasado, sino que es también un impulso hacia el futuro, una invitación a la acción en los diferentes presentes”.

La misión histórica de Córdoba

El 21 de junio de 1941, Enrique Martínez Paz, protagonista de la Reforma de 1918, leía en Buenos Aires en la Academia Nacional de la Historia su conferencia titulada “La misión histórica de Córdoba”, que contenía la tesis principal de su obra “La Formación histórica de la provincia de Córdoba”, publicada el mismo año por el Instituto de Estudios Americanistas, institución del que fue su primer director.

¿Cuál era la misión histórica de Córdoba según Enrique Martínez Paz? Comenzaba su conferencia destacando que “cada generación forma, con los hechos del pasado, una historia en la que proyecta los rasgos de su propia personalidad y forja, con ellos y con las imágenes del presente, la representación de su porvenir”. (Martínez Paz, 1941, pp. 831). La relación entre pasado y presente es clave en su interpretación de la historia concebida como una corriente de vida más que como una sucesión de acontecimientos.

El autor seleccionó dos elementos dominantes que sirven de hilo conductor para interpretar la historia argentina: democracia y federación. Destaca que el principio democrático tomó un giro distinto en cada una de las regiones del país; por eso la tragedia de nuestra historia se juega entre la democracia individualista, enciclopedista, protestante del Puerto y la democracia social, teológica, católica de Córdoba; y entre la Federación libertadora del Interior y el centralismo del Puerto. Esta distinción entre las dos democracias, no sólo expresa una verdad histórica, sino que es la llave de interpretación de nuestros procesos. La cultura tradicional, que se irradiaba principalmente desde Córdoba, contenía un fuerte principio democrático; la filosofía y las luchas políticas medievales habían desarrollado una concepción de pueblo, como unidad o masa. Frente a esta concepción, los filósofos de la Revolución Francesa, que se introducían como novedades por el Puerto, enseñaban para sus fines de demolición, otra democracia, que exaltaba el valor del individuo. La democracia de Córdoba tomó un sentido popular, fue abrazada por todas las clases de la sociedad; la enciclopedista se conservaba en las logias, en las sociedades literarias, se alimentaba en las lecturas, se cultivaba en los viajes y en los salones elegantes y se propagaba entre las gentes más cultas de las ciudades. Esta democracia era irreligiosa y liberal; aquella era de raíz teológica y autoritaria y pudo alimentar los símbolos político-religiosos del espíritu popular. El proceso de los acontecimientos parece haber ido ahondando este antagonismo. Así Martínez Paz recorre distintos momentos que ejemplifican esta dicotomía: desde la caracterización sarmientina de Córdoba como una ciudad-claustro encerrada entre barrancas; el papel desempeñado por el general Juan Bautista Bustos; el Congreso de 1824 que finalizó en la Constitución unitaria de 1826; el asesinato de Facundo Quiroga; el gobierno de Manuel López, lugarteniente de Rosas.

En su relato hay un reconocimiento a los caudillos que han realizado en el interior el proceso previo, indispensable de la organización política, y destaca que cabe a un caudillo —Urquiza— el honor de haber constituido la unidad nacional. Este reconocimiento de los caudillos va acompañado de la memoria en torno al lugar de Buenos Aires en los momentos de la organización nacional, cuando la ciudad puerto se separó de la Confederación. Las razones: egoísmo, ambición, plantea Martínez Paz al tiempo que parece comprender que “sus hombres temen que la provincia pueda ser subyugada, que pierda su personalidad y se resisten con patriotismo. La unión definitiva del país se aproximaba, el gobierno de la Confederación comienza a debilitarse; los hombres de Córdoba comprendieron la necesidad de apoyar la política nacional de Buenos Aires que había aprendido, en el aislamiento, a amar su propia personalidad y respetar la personalidad de los otros”.

Nuevamente Córdoba era dominada como en mayo de 1810, ya que el autor destaca que el presidente Derqui advirtió que para dominar el interior era preciso someter a Córdoba y así el ejército pacificador —a las órdenes de Paunero— vino también a Córdoba.

En su interpretación, producida en los años cuarenta del siglo XX, la misión histórica de Córdoba está aún vigente, ya que continúa siendo un espacio diferenciado del Puerto, donde tuvieron “asiento y persistencia” los dos elementos dominantes que sirven de hilo conductor para interpretar la historia argentina: democracia y federación. Pero esos elementos han tenido en la ciudad mediterránea caracteres diferenciadores: frente a la democracia individualista del puerto, Córdoba proponía un tipo de democracia social cristiana, al tiempo que fue la clara expresión del principio federativo.

La misión histórica de Córdoba, sostenida para el pasado, el presente y el futuro se asentaba en la fortaleza de su cultura, en cuya gestación la Universidad ocupó un papel clave. Universidad donde el autor de esta representación de Córdoba ocupó diferentes lugares: como reformista en 1918; como protagonista de los procesos de institucionalización de la historia en los años treinta; como interlocutor de los cultores de la historia liberal, producida desde el puerto, criticada pero aceptada como línea hegemónica en los momentos de escritura de la primera historia argentina integral, la de la Academia Nacional de la Historia, de la que participará en su capítulo sobre Córdoba. Las críticas se hacen desde un espacio de pertenencia a las élites ilustradas de mediados del siglo XX. Su representación de Córdoba como espacio con una personalidad singular y diferenciada del puerto será una matriz interpretativa de larga duración, vigente hasta nuestros días en las distintas operaciones de memoria.

Peronismo y después: Córdoba como capital de la libertad.

El 25 de octubre de 1955, Francisco Jurado Padilla, quien se desempeñó como secretario de Cultura de la provincia de Córdoba durante la autodenominada “Revolución Libertadora”, pronunció su conferencia titulada “Córdoba: fortaleza de la libertad y el espíritu de Sarmiento”, en el marco de su incorporación como miembro del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia de Buenos Aires. Esta conferencia fue publicada en 1956, denominado como Año 1 de la Liberación Nacional, un nuevo comienzo, una nueva etapa fundacional de la historia argentina, el nacimiento de una dicotomía de larga duración: peronismo-antiperonismo. El conferencista comenzaba su alocución con un homenaje al “pueblo de Buenos Aires, que habría preferido, en su decisión heroica, ver mil veces destruida su ciudad querida antes que ver triunfante la tiranía”, en referencia al peronismo. (Jurado Padilla, 1956, p. 5) En este escenario, el protagonista se autodefinía como un trabajador intelectual y reunía dos figuras centrales de la historia argentina: Sarmiento y San Martín

Vuelve Sarmiento victorioso al frente de un ejército inmenso de la civilidad argentina, arrollando de nuevo a la barbarie entronizada y a la tiranía como sistema de gobierno. Las enseñanzas del formidable luchador han sido coronadas por la victoria y el pueblo argentino ha saludado en la espada sanmartiniana del heroico soldado de la Revolución Libertadora, al genio de la civilización que hace retomar de nuevo a nuestra patria el camino de la dignidad internacional por tantos años oscurecida y mancillada. (Jurado Padilla, 1956, pp. 7-8).

Se resignificaba y actualizaba la dicotomía sarmientina: civilización y barbarie, a la que sumaban otras: dignidad o corrupción; libertad o despotismo, donde el peronismo derrocado era la fiel expresión de la Argentina a superar. Frente a este diagnóstico, el camino era posible ya que el país contaba con inmensas reservas de fuerzas morales. En este sentido, afirmaba: “…la República se ha salvado por el patriotismo verdadero de sus hijos, y debemos ahora tener la necesaria lucidez de saber conservar ese espíritu que nos permitió, unidos, derribar la más violenta tiranía”. (Jurado Padilla, 1956, p. 13).

El conferencista dedicó un lugar especial a Córdoba en esta lucha contra el despotismo y al lugar de los historiadores en la reconstrucción de este período de la historia nacional. Sostenía:

El historiador de estos años terribles no ha de ir exclusivamente a buscar en las páginas de los diarios sojuzgados o serviles, la verdad de los hechos argentinos que acaecieron en toda la República. El documento cierto, la palabra pura y sinceramente verdadera, la hallará en esos panfletos que la inquisición postal no pudo poner dique en forma alguna y que, circulando con rara rapidez por todas partes, hizo sentirnos seguros en la confianza recíproca de esa obra común por la liberación nacional. (Jurado Padilla, 1956, p. 14).

Jurado Padilla identifica a los protagonistas de esta lucha contra el despotismo: los estudiantes universitarios y secundarios; los maestros de la universidad; la juventud de la Aeronáutica de Córdoba y del ejército, al tiempo que se pregunta ¿por qué Córdoba?

¿Por qué en esta ciudad, situada en el centro meridiano del país, ha sido posible esta conjunción de tantas fuerzas espirituales, que han podido realizar el prodigio de convertirse en una fortaleza inexpugnable de la liberación nacional? ¿Dónde reside la razón que dé luz a este estado colectivo salvador, cuando todas las instituciones han zozobrado, el imperio de la fuerza es dominante y los maestros se hallan ausentes de las cátedras que honraron con sus luces y sus conductas? (Jurado Padilla, 1956, p. 16).

La respuesta está en la Universidad, su lugar en la ciudad culta, en “su influencia irradiadora de su espíritu inextinguible” y en una tradición de la que forman parte figuras cumbres, como el Deán Funes, representante de la fe; el general Paz, del heroísmo y la inteligencia del soldado organizado; y Vélez Sarsfield, de la tradición jurídica y la organización civil de la nación.

Esta tradición fundamenta y justifica que Córdoba haya sido el lugar del pronunciamiento contra la “tiranía”. Así afirmaba:

A Córdoba se la vio transformada en el campo propicio para todos los heroísmos, y el soldado victorioso de la Revolución Libertadora eligió a ese pueblo para confiarle el honor de iniciar en ella la cruzada redentora, descontando, desde luego, que habría que ceñir sobre la frente de Córdoba o la corona del martirio o el laurel de la victoria. (Jurado Padilla, 1956, p. 22).

Termina su intervención de esta manera: “Pueblo porteño: si Córdoba ha sido la cuna y la fortaleza inexpugnable de la revolución libertadora, sea Buenos Aires quien afiance para siempre los frutos sagrados de la victoria”. (Jurado Padilla, 1956, p. 36).

Cierre y apertura

¿Qué tienen en común las diferentes intervenciones sobre el pasado desde distintos presentes? En primer lugar, lo que se destaca es el lugar de Córdoba como espacio diferenciado respecto al puerto y como alternativa siempre vigente a los esquemas políticos hegemónicos desde el siglo XIX hasta el presente. Esta imagen está presente en pensadores de todo el arco ideológico, desde la izquierda a la derecha; me refiero al reclamo del lugar de las provincias en el proceso nacional, tanto en la escritura de la historia como en las acciones políticas del presente.

En la primera coyuntura, Martínez Paz considera que Córdoba ha cumplido —y cumple— a lo largo del tiempo una misión histórica como referente de caminos alternativos al hegemónico liderado por Buenos Aires. En segundo lugar, la intervención de Francisco Jurado Padilla, después del derrocamiento del peronismo, destaca el papel de Córdoba como fortaleza de la libertad, al tiempo que rescata la figura de Sarmiento. Ambas coinciden en destacar el lugar de la universidad en esta ciudad culta, institución que junto con la iglesia forma parte de las reservas morales que le permitieron ser protagonista en las distintas coyunturas a lo largo de su historia: su papel diferenciado en la Revolución de Mayo; el impulso de la democracia y la federación en los tiempos de las guerras civiles y la organización nacional, en palabras de Martínez Paz; la capital de la libertad en la autodenominada “Revolución Libertadora”

En estas lecturas, la historia no se refiere sólo al pasado, sino que es también un impulso hacia el futuro, una invitación a la acción en los diferentes presentes, que interpelan a distintos protagonistas, dentro de los que se cuentan los productores de representaciones del pasado.

(*) Docente de posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) y docente e investigadora de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

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