Un fresco sonoro que evoca los sonidos de la última dictadura militar

Por Irina Selene Bedis (*)

Satisfaction en la ESMA”, un trabajo de Abel Gilbert, aborda las relaciones entre música y sonido durante la última dictadura militar argentina, centrándose de un lado en los modos de escucha del horror y, por el otro, en las obras que dan cuenta de la experiencia bajo el terrorismo estatal. Irina Selene Bedis —a través de la obra de Gilbert— reconstruye un fresco sonoro, donde la música funciona de manera sistemática como medio para humillar, torturar, ejercer castigo y poder durante la última dictadura cívico militar en Argentina.

Satisfaction en la ESMA, música y sonido durante la dictadura (1976-1983) de Abel Gilbert, presenta una investigación en profundidad acerca de los sonidos que habitaban en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) —el centro clandestino de detención más grande de Argentina, que funcionó durante la última dictadura cívico militar— y la música que circulaba por esos años. Fue en sus comienzos una tesis doctoral de la Facultad de Periodismo y Comunicación de La Universidad de La Plata (UNLP), luego se amplió y se transformó en este libro fundamental publicado por la editorial Gourmet Musical.

En las primeras páginas, el autor plantea que escasean las investigaciones sobre el sonido en la vida cotidiana durante la última dictadura cívico militar en Argentina. Por eso, en el libro analiza, indaga, pone en relación, los lazos que mantiene la música con una época marcada por el vínculo entre sonidos, violencia y política. En este sentido, el autor construye un espacio para pensar sonoramente el vínculo que la música tiene con una época y con el horror. En consecuencia, plantea abordar los sonidos ocultos de un contexto cotidiano que desconocemos porque no nos detuvimos (o atrevimos) a escuchar. A la vez, expone los diferentes paisajes sonoros que se manifestaban a través de los músicos locales, como Charly García, quien en Instituciones canta: “y sí me escuchás bien, creo que comprenderás”.

Para pensar más profundamente, recordemos al filósofo francés Jean-Luc Nancy quien en su libro A la escucha se refiere al acto de escuchar como parte de un acto humano de trascendencia ligado a diferentes procesos, como la comprensión o a la conformación de las sociedades. Ahora bien, y retomando lo anterior, en el acto de escuchar, ¿qué ocurre cuando nos esforzamos por captar la sonoridad y no tanto el mensaje? ¿Qué secretos se revelan y, por lo tanto, se hacen públicos?, (Nancy, 2002, p.15)

En el contexto de la ESMA, Abel Gilbert plantea dos aspectos centrales. El primero, es la dimensión instrumental de la música; es decir, la música como herramienta que se pone al servicio de la humillación de la persona cautiva y como instrumento para tapar lo que ocurría dentro de ese centro clandestino de detención. En segundo lugar, los modos de escucha del horror puertas afuera del campo clandestino de detención y tortura. Además, cómo se podían escuchar los síntomas de esta violencia en la música que circulaba en aquella época: Charly García, el flaco Spinetta, Palito Ortega, músicos y artistas que sonaban en simultáneo y formaban parte del mismo paisaje sonoro de una época marcada por el horror. Frente a esto, el autor señala que “una sociedad se refleja en su producción sonora” a través de síntomas y detalles que sirven para percibir lo opinable y lo que se debe callar. (Gilbert, 2021, p. 17 )

El poeta checo Rainer Maria Rilke opinaba que la música era algo que debía mantener lejos, porque la consideraba una trampa y algo cruel. Lo cierto es que, desde tiempos remotos se recurre a la música como instrumento de castigo. Por ejemplo, a los prisioneros de Guantánamo se los introducía en celdas pequeñas y oscuras a las que irónicamente llamaban “cajitas musicales”. Allí adentro los bombardeaban con sonidos y con ruidos ensordecedores. En la ESMA, una de las sobrevivientes declaró que uno de los métodos de tortura frecuente que utilizaban con las mujeres era hacerles escuchar el llanto de un bebé para que pensara que era su hijo, con el fin de debilitarlas psíquicamente antes de los interrogatorios. Gilbert nos aproxima a la dimensión sonora de la última dictadura militar a través de un fresco auditivo donde plasma una época que retrata sónicamente el poder a través de la experiencia del horror.

Finalmente, lo que propone Albert Gilbert en su libro es un espacio para abordar los sonidos, la música, los ruidos que se superpusieron y otros que sonaban en simultáneo durante los años de la última dictadura militar: otorgarle un papel más activo a la facultad de oír. Como señala el propio autor, reconstruir “la producción y recepción de sujetos que oyen y escuchan” (Gilbert, 2021, p. 34) a través de la fusión entre escucha y memoria.

Que la música funcione como ejercicio de la violencia puede parecer inaudito, sin embargo durante la última dictadura cívico militar en Argentina se desempeñó de manera sistemática como medio para humillar, torturar, ejercer castigo y poder. Este es un libro que reúne una exhaustiva información, trabajos y análisis de archivos y variopintas referencias que dialogan entre ellas. Es una obra cuya lectura resulta fundamental para conocer la interrelación entre el sonido y la violencia sobre una época que deja en la memoria del inconsciente colectivo un paisaje sonoro distópico de desolación y muerte.

(*) Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

Previous post Sobre las condiciones de posibilidad
Next post Las calles de la memoria: un podcast sobre la Cervecería Córdoba
Instagram
WhatsApp