Adoctrinar o hablar sobre la complejidad del mundo que nos toca

Por Valeria Brusco (*)

La autora —docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales— define la coyuntura argentina marcada por el programa ideológico de Javier Milei: “derecha neoliberal radical”. Desde esta conceptualización, intenta desandar los senderos materiales y simbólicos de una realidad bifurcada que demanda “la búsqueda, el intercambio, la pregunta, la apertura y la esperanza”.

Lo que hacen en las universidades de Florida (Estados Unidos) desde hace ya dos años es censurar, vigilar, regular qué se dice en clases, cómo se abordan temas y cuáles no se pueden abordar. Son unas leyes que han sido llamadas “anti woke”, término que viene de awake, despertarse, estar alerta ante las injusticias raciales. Una amiga me cuenta que tiene estudiantes LGBT que proponen discusiones que cruzan la ciencia política y la sociología, y que ella les debe responder: “Perdón, pero eso no lo podemos hablar en clase”. Mi amiga ha declinado responder una encuesta (denominada “Intellectual Freedom and Viewpoint Diversity: Employee Survey” —Libertad intelectual y diversidad de puntos de vista—) que les mandan a las y los empleados sobre su orientación política e ideológica y ya evalúa dónde mudarse, porque enseñar así no es lo que ella considera adecuado. Otro proyecto en el mismo lugar del mundo propone incluir obligatoriamente en los programas de estudio del secundario la historia del comunismo, para que estudiantes conozcan “sobre masacres y el daño”1.

En el mismo sentido se avanza sobre otro aspecto: la historia no tiene que ver con las diversidades étnicas y su sojuzgamiento2. Está prohibido contar la historia de las personas negras o afroamericanas, como le dicen allá. “‘Ellos hicieron cosas malas también. Hay que contar la historia completa”.

Claro que estos movimientos no provienen sólo de gobiernos democráticamente elegidos con programas conservadores. En Venezuela se aprobó una ley contra el fascismo, neofascismo y expresiones similares. Para el gobierno se legisló contra “el racismo, el chovinismo, el clasismo, el conservadurismo moral, el neoliberalismo, la misoginia y cualquier tipo de fobia contra el ser humano”3.

En Argentina estamos viviendo la recepción que hace el gobierno de Javier Milei de un programa ideológico que hemos denominado de “derecha neoliberal radical” (Nazareno y Brusco, 2023), pero aún no hay una conceptualización sobre qué significa “adoctrinar”. Consecuentemente sólo nos queda hacer las preguntas, pensar con otras y otros.

¿Cómo abordamos los asuntos del mundo, de la ciencia política, de la sociología, si no contamos sobre los fragmentos de las interpretaciones que tienen chicos/as/xs de diversos barrios, orígenes y orientaciones?. Si le damos cabida a un relato desapasionado y doloroso a la vez, que habla sobre las no sólo precarias sino desesperanzadas salidas laborales de jóvenes en el Chile pobre4, que pasa por colaborar con narcos y hacerse un OnlyFans —dependiendo si son hombres o mujeres—, ¿estamos manipulando la realidad?.

¿Qué hacer cuando registramos manifestaciones sociales de ansiedad y frustración que se refugian en construcciones identitarias que llegan hasta el sentirse “‘seres transespecie”, pero no humanos, y que están relacionadas con la escasa significancia que tiene el otrora tradicional proceso de construcción de una identidad política?.

Los chicos/as franceses/as que crecen juntos/as con chicos/as que llegan de países de África y otros países más pobres, y que sufren el terror de los atentados, escuchan a un joven líder de la derecha radical francesa, Jordan Bardella. Les parece ridículo el muy formado Jean-Luc Mélenchon. En Alemania no sólo los más jóvenes sienten miedo al cambio de condiciones de vida, a los precios muy altos y a resignar su estilo de vida; se enojan con quienes buscan votar al partido AfD (Alternativa para Alemania, por sus siglas en alemán). No sé en España que ocurre con las generaciones jóvenes, pero parece que el debate público está tan crispado que sólo asoma alguien que diferencia a las “personas decentes de las no decentes” en el Parlamento. Es difícil articular políticas si solo tenemos esas categorías. ¿Deben pagar más impuestos las más decentes?.

En Argentina, tenemos un mercado laboral tan heterogéneo como la sociedad, no solamente con trabajadores formales e informales, privados y públicos. Como dice Ofelia Fernández5, exlegisladora de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hay quienes son empleado/as públicos que son policías y que son jueces, entre los que no son públicos hay emprendedores que son Uber, que venden medias o que hacen uñas. ¿Cómo es representada esa impresionante heterogeneidad, que no tiene la vida fácil, exceptuando quizás a la judicatura? Parece además que existe una tendencia creciente en las posiciones políticas que hace que los hombres jóvenes tengan posiciones más conservadoras y apoyen partidos de derecha radical en varios países del mundo6. ¿Eso es adoctrinamiento feminista?

Adoctrinar no incluye la duda en sus indicadores. Es un verbo que requiere una actitud de certeza absoluta, otorgada por esa “doctrina”, y desde esa posición de poder, busca imponer sobre otro sujeto una idea o creencia, la “doctrina”, y por tanto descarta otras posibles. Quien adoctrina usa estrategias para el éxito de su cometido, como por ejemplo aislar o infundir temor entre las personas, e impedir así su reflexión crítica.

Eva Illouz —socióloga y escritora franco-israelí— recomienda retomar a Adorno y “captar con más firmeza que él el entrelazamiento del pensamiento social con las emociones. Sólo las emociones tienen el poder multiforme de negar la evidencia empírica, dar forma a la motivación, desbordar el propio interés y responder a situaciones sociales concretas”. Illouz aborda el problema que tenemos si desconocemos el efecto que las emociones tienen en la vida social (en su libro “La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia”) ¿Podemos aprovechar estas preguntas para hablar de las democracias frágiles de nuestro tiempo, o eso es adoctrinar?.

Para pensar estos problemas, se necesita que no abandonemos la búsqueda, el intercambio, la pregunta, la apertura y la esperanza. Y todo eso sin olvidar que se necesitan condiciones materiales de vivienda, salarios, precios de comida y energía que habiliten esas esperanzas para chicos y chicas que viven con sus familias, que no aspiran a mucho más que un viaje, que están exigidos/as a “disfrutar” todo el tiempo y mostrarlo en las redes y que muchas veces se cansan.

En una asamblea gremial de docentes universitarios/as de Córdoba tratábamos dos problemas, el material y simbólico. El descuento en salarios, la no actualización de los mismos y que se corte la energía eléctrica porque no hay plata, que ya hay menos empleados de limpieza, y un profesor de arquitectura contó una actividad en semana de paro activo. Escribían en tarjetas cómo se verían afectado/as con estas medidas. Las respuestas fueron de la época: “tenemos que hacer un esfuerzo”, “nos turnemos para limpiar”. La amenaza simbólica era, como este texto, sobre la prohibición de adoctrinar. ¿Como se construye ciudadanía en las aulas en este tiempo?, se pregunta la secretaria adjunta del gremio, y propone actividades de demanda al rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) para que haya reacción ante la gravedad de la situación presupuestaria y las amenazas de censura y persecución a docentes. ¿La tarea de organizar acciones para demandar condiciones de trabajo adecuadas, sin autoajuste ni autocensura, se derivan de profesores adoctrinadores?.

(*) Docente e investigadora de Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).


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