Arte, política y memorias. Entre el debate sobre el pasado y las encrucijadas del presente

Por Eva Alberione (*)

A 40 años de la recuperación democrática, nos encontramos frente a un tiempo histórico donde los consensos alcanzados en torno al pasado reciente parecen tambalear, o al menos son puestos en tensión por algunos sectores que aspiran llegar al poder. Un tiempo donde parece volver a abrirse el debate acerca de la condena al terrorismo de Estado y la necesidad de sostener las luchas por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Estas disputas en torno al sentido que le otorgamos al pasado no son las primeras, ni —creemos— serán las últimas. En este marco, Eva Alberione —docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales— indaga acerca de cómo enfrentar “este nuevo embate de los discursos negacionistas que insisten en minimizar lo que implicó el terrorismo de Estado, reflotando una aggiornada teoría de los dos demonios” y el rol que “podría jugar el arte en las encrucijadas de este presente convulso y complejo”.

A 40 años de la recuperación democrática, nos encontramos hoy frente a un tiempo histórico donde los consensos alcanzados en torno al pasado reciente parecen tambalear, o al menos son puestos en tensión por algunos sectores que aspiran llegar al poder. Un tiempo donde parece volver a abrirse el debate acerca de la condena al terrorismo de Estado y la necesidad de sostener las luchas por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Estas disputas en torno al sentido que le otorgamos al pasado no son las primeras, ni —creemos— serán las últimas. ¿Cuál sería, entonces, la novedad de esta coyuntura? ¿Cómo hacerle frente a este nuevo embate de los discursos negacionistas que insisten en minimizar lo que implicó el terrorismo de Estado, reflotando una aggiornada teoría de los dos demonios? ¿Qué rol podría jugar el arte en las encrucijadas de este presente convulso y complejo? 

Volver a las fuentes

Si algo queda claro por estos días es que en este terreno nada puede darse por ganado, ya que aún aquellos consensos que creíamos indiscutibles hoy están siendo cuestionados. Por eso, en momentos, donde fogoneados por la desilusión y el desencanto —incluso por las promesas incumplidas de la democracia—, estos discursos parecen haber tomado un nuevo impulso, quizás sea oportuno volver a algunas reflexiones que resultaron fundantes.

Recordar por ejemplo que no cualquier Estado es un Estado terrorista, sino que se trata de una configuración particular que implicó no sólo el uso de la fuerza, sino la implantación de un “terror de Estado” (Duhalde, 2013 [1984]) a partir de la doble actuación de los aparatos coercitivos —un accionar público, sometido a la ley, y otro clandestino y al margen de toda legalidad—. Un Estado cuyo método fundamental de disciplinamiento fue el uso del miedo, el crimen masivo y el ejercicio de una violencia sin precedentes sobre las tramas sociales y familiares —incluidas las infancias—. Es importante precisar también que no se trata de una simple continuación de prácticas anteriores, ni de un desborde incomprensible; sino del surgimiento de una nueva configuración del poder. Como señalaba Calveiro ya en 1998: “No hay campos de concentración en todas las sociedades. Hay muchos poderes asesinos (…). Pero no todos los poderes son concentracionarios” (1998: 16). 

Ahora bien, aún habiendo recorrido un largo camino de luchas por la memoria, a pesar de los juicios de lesa humanidad llevados adelante, del accionar incansable de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, de las marchas de cada 24 de marzo, del gran acervo intelectual y teórico que los argentinos hemos logrado construir en estos 40 años de democracia, nos vemos sin embargo ahora frente a la necesidad de sostener el sentido de estos acuerdos iniciales, de encontrar nuevos modos de transmitir las memorias de un pasado doloroso y de dar cuenta de sus continuidades en el presente. Y con esto me refiero no solo a las continuidades de esos discursos que creíamos lejanos, sino a la continuidad de delitos que siguen ocurriendo: ausencias que no caducan, dolores que no pasan, personas que siguen desconociendo su identidad, familias que continúan desmembradas (tanto por la muerte, la desaparición o la apropiación de alguno de sus miembros, como por la distancia a veces nunca saldada que impusieron el exilio y el desarraigo). 

El arte frente a los dilemas del presente

¿Qué aportes puede hacer entonces el arte y sus múltiples lenguajes, ante la urgencia de mantener vivas las memorias y transmitirlas a las nuevas generaciones? Nelly Richard, reconocida intelectual y crítica cultural chilena en su libro Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa (2017), planteaba una lúcida advertencia acerca de ciertos rasgos del presente que consideraba problemáticos:

… ¿cómo manifestar el valor de la experiencia (la materia vivida de lo singular
y lo contingente, de lo testimoniable) si las líneas de fuerza del consenso y del mercado estandarizaron las subjetividades y tecnologizaron las hablas, para que le costara cada vez más a lo irreductiblemente singular del acontecimiento histórico dislocar la uniformidad pasiva de la serie? ¿Dónde grabar lo tembloroso del recuerdo (…)?” 

(Richard, 2017) 

Reparaba así sobre algunos dilemas y disputas acerca del modo de volver sobre el pasado en su país, formulando una crítica a lo que percibía como una creciente estandarización de las subjetividades, es decir la existencia de unas subjetividades cada vez más moldeadas, normalizadas, por una retórica del consenso y la “reconciliación”. También señalaba el impacto de la tecnologización de las hablas, la consolidación de cierto modo específico de “explicar” el pasado asociado a una racionalidad tecnocrática y de mercado. Ello se manifestaba en la proliferación de gramáticas, formas y tonos recurrentes, marcados por un pragmatismo de corte neoliberal, así como por un idioma “neutro” de consenso que de algún modo ejercía una “sutura”, monumentalizando el pasado.

Se preguntaba entonces dónde, de qué manera conservar el registro absolutamente singular de la experiencia: los temblores del cuerpo, los sonidos, los colores, el miedo y el sudor; esos detalles que diferenciaban lo vivido por unxs u otrxs; eso cuya presencia era capaz de desbordar las memorias instituidas, irrumpir intempestivamente rompiendo toda serie para así lograr conmover. De este modo colocaba en el centro de la escena algunos ejes que pueden servir para pensar también nuestra coyuntura: las memorias (y sus tiempos), la política (y sus estrategias), el mercado (y sus formas), el arte (y sus lenguajes). Aspectos todos que se articulan en una preocupación por la transmisión y por cómo mantener vivas las memorias. 

En este punto quizás resulte pertinente atender también a las “temporalidades de la memoria” (Arfuch, 2016) para historizar estos movimientos o corrimientos de sentido. Reparar en los contextos que hacen posible la emergencia de ciertas memorias por sobre otras, en los sutiles modos en que el presente “opera” (siempre lo hace) sobre ellas. También para dar cuenta de los modos en que los límites de lo decible se van modificando, así como de los contextos que mediante diversas operaciones obturan o buscan “clausurar” el pasado, que dificultan los desbordes y nuevas emergencias.

¿Qué estrategias estéticas y discursivas es posible poner en juego entonces, frente a un escenario tan complejo? Sabido es que no se puede traspasar sin más la experiencia, pero sí es posible acercarla, hacerla comprensible para los más jóvenes. Y el arte con su multiplicidad de lenguajes, con sus metáforas, alegorías y rodeos, con su apertura a nuevas lecturas e interpretaciones, quizás sea un lugar potente de inscripción para esos recuerdos temblorosos, un modo de hacer transmisibles estas vivencias para que conmuevan a las generaciones venideras. 

Esto presenta no obstante un doble desafío: por un lado, cómo mantener vivas las memorias, para que sigan interpelando desde lugares y formas nuevas; y por el otro, cómo sostener una escucha abierta a aquellas nuevas expresiones que pudieran surgir. En este sentido, las obras producidas en los últimos años por hijas o hijos —de desaparecidos, muertos, presos, exiliados— marcan un rumbo, al permitir un abordaje más “irreverente” (Blejmar, Mandolessi y Pérez, 2018) que se anima a la ironía, el humor, la hibridez de géneros, la autoficción. Estrategias que hacen posible bordear lo traumático, decir sin decir. Son ejercicios activos de memoria que accionan sobre la propia historia y habilitan corrimientos subjetivos, al tiempo que se constituyen también en espacios de reconocimiento colectivos. Pueden así ofrecernos herramientas para transitar la coyuntura, tender puentes entre las generaciones.

Pasado y presente

Por último, uno podría preguntarse cuál sería el sentido de recordar, de salvaguardar estas memorias dolorosas para el futuro. Quizás simplemente intentar allanar el camino, preservar a las nuevas generaciones de ciertas experiencias, brindarles marcos de intelección, ayudarlas a sobrellevar las pérdidas y las frustraciones, anticipar posibles riesgos. Las disputas en torno al sentido del pasado adquieren entonces una dimensión ética y política por su profundo impacto prospectivo. 

Por eso resulta tan importante en este momento el trabajo de las generaciones en la transmisión de las memorias. No sólo para no olvidar lo sucedido durante el terrorismo de Estado, sino para que no vuelva a ocurrir. Esta pervivencia requiere no sólo de una voluntad de transmisión y de una preocupación en torno a los modos de hacer asequible esta experiencia, sino también de una voluntad de escucha, de dejarse conmover por el relato y las experiencias de vida de “otres”. De un trabajo conjunto de escuchar, sostener el diálogo, dejarse conmover. De mirar hacia atrás desde las inquietudes y preocupaciones del presente, no para quedar anclados allí, sino para que esa historia nos ayude a proyectar nuevos futuros.

(*) Magister en Comunicación y Cultura Contemporánea y doctoranda en Ciencias Sociales. Docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) y la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

 


Referencias:

Arfuch, Leonor (2016) “Los 40 años: la tenacidad del recuerdo y el sinfín de los relatos”. En Afuera, N°16.

Blejmar, J; Mandolessi, S. y Pérez, M. (2018) El pasado inasequible. Desaparecidos, hijos y combatientes en el arte y la literatura del nuevo milenio. Buenos Aires: Eudeba.

Calveiro, Pilar (1998) Poder y Desaparición: los campos de concentración en la Argentina. Buenos Aires: Colihue.

Duhalde, Eduardo Luis (2013 [1984]) El Estado Terrorista argentino. Buenos Aires: Colihue.

Richard, Nelly (2017) Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa. (Chile: 1990-2015). Villa María: EDUVIM.

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