El colapso ambiental y la disputa por lo posible

Por Sabrina Villegas Guzmán (*)

La autora advierte: “Vivimos tiempos críticos, tiempos en los que la vida en el mundo se encuentra amenazada y se especula sobre la idea de fin”. En este escenario se vuelve trascendental el debate ambiental, que plantee la necesidad de un “cambio civilizatorio: lo que hay que transformar es toda una forma de vida y un estilo de creación de mundo”. Pero de lo que se trata, sobre todo, es de convertir la impotencia en posibilidad. “Transitar este sendero supone retejer la trama de la vida, volver a unir lo separado, redefinir el vínculo entre lo humano y lo no-humano para que el fin de este mundo de desolación y devastación sea capaz de alumbrar un nuevo mundo donde otro posible sea efectivamente posible”. La tarea parece vasta, pero empieza a la vuelta de cada esquina.

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Vivimos tiempos críticos, tiempos en los que la vida en el mundo se encuentra amenazada y se especula sobre la idea de fin. Tiempos en que la extensión desmedida de cierta ontología de muerte y devastación hace imposible seguir desconociendo la crisis ambiental que nos atraviesa. Para significar la gravedad del fenómeno y sentar posición sobre un tema que ya no admite más dilaciones, Svampa y Viale (2021) dicen, justamente, “el colapso ecológico ya llegó”. Con esto quieren decir que no es un fenómeno discutible que se ubica en un futuro lejano sino que somos testigos de sus efectos todos los días.

Antes de que se desatara la pandemia, un informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU fijaba al año 2030 como la fecha límite para una catástrofe global sobre el cambio climático, y advertía que de no tomarse medidas urgentes estaríamos frente a un punto de no retorno. Poco tiempo después, sobrevino la propagación del Covid-19 y con ella la profundización de la incertidumbre acerca de la deriva de un modelo civilizatorio destructivo, desigual e insustentable (Llano en llamas, 2020). Por si fuera poco, ahora que la peste parece por fin estar apagándose, se suma otra alarma a partir de la guerra.

Sabemos que en torno a la crisis ambiental, no basta con la acción de tal o cual agencia intergubernamental o de tal o cual Estado (aunque, por supuesto, las medidas que tomen las élites políticas y económicas sean absolutamente cruciales para reducir, mitigar o reparar los daños y debamos seguir exigiéndolas), sino que la situación exige un cambio civilizatorio: lo que hay que transformar es toda una forma de vida y un estilo de creación de mundo.

Llegamos hasta acá de la mano de un pensamiento dualista que desde la modernidad a esta parte se ha erigido como el componente ideológico central de todos los sistemas de dominación de la sociedad occidental. Uno de los núcleos principales de esta interpretación sobre el mundo consiste en la tajante separación que se establece entre el sujeto/razón y el cuerpo/objeto.

El triunfo de esta concepción en la que lo humano y la naturaleza (o lo no-humano) se comprenden como ámbitos ontológicamente separados y en la que la función del conocimiento no es otra que la de ejercer un control “racional” sobre el mundo, viene siendo -como decimos- uno de los fundamentos de la gran expansión del capitalismo y de la empresa extractiva. Desde esta perspectiva, la naturaleza-objeto-cuerpo puede ser afectada sin problema al despilfarro y al gasto sin reservas porque en el imaginario es algo que (nos) excede.

Tal es la trascendencia que adquiere este paradigma antropocentrado que ha llevado a algunxs especialistas a postular la existencia de una nueva era geológica -conceptualizada como antropoceno, capitaloceno, tecnoceno o más provocativamente como antropobsceno por Parikka (2021)- para dar cuenta de las transformaciones ecológicas que desde el siglo XVIII hasta el presente viene produciendo el paso humano sobre el planeta.

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La preocupación ante la crisis ecológica global ha llevado, entre otras cuestiones, a plantear un Green New Deal1 que consiste básicamente en una reestructuración de la economía a partir de la reducción de carbono, la renovación de estructuras y la apuesta por la eficiencia energética.

Cabe decir que la idea de un capitalismo verde no es del todo novedosa -hace tiempo que viene señalándose la necesidad de apostar a un crecimiento económico sostenible, capaz de respetar el medioambiente y luchar contra la contaminación- pero ha conseguido dar un verdadero salto a partir de la situación generada por la pandemia.

De aquí en más, el discurso que veremos repetirse como un mantra indica que nuestra posibilidad de futuro descansa en este nuevo arreglo, aunque los puntos críticos que este acuerdo necesita para poder funcionar queden en la sombra. Voy a mencionar aquí solo uno de ellos y es que cuesta encontrar el “verde” de las aparentemente inmateriales tecnologías digitales.

La cultura digital, trayendo nuevamente a Parikka (op.cit.), tiene una importante dimensión material. Las máquinas digitales necesitan electricidad para funcionar, diversos metales raros y escasos para ser fabricadas y conllevan montañas de chatarra digital como consecuencia de la obsolescencia programada, entre otros aspectos. De modo que no es posible pensar en el entramado digital sin reparar en la inmensa infraestructura que demanda y en el hecho de que esa infraestructura no es etérea, sino que se asienta sobre la materialidad de nuestro planeta.

Abro un paréntesis para abandonar por un momento el plano abstracto y centrarme en algo concreto. En marzo de este año una delegación de la Corporación Tesla (propiedad del multimillonario Elon Musk) estuvo visitando el Salar del Hombre Muerto en la provincia de Catamarca2. La mega compañía se encuentra fundamentalmente interesada en una planta productora de litio llamada Livent Corporation que anunció que triplicará su producción en el país, pasando de 20 mil a 40 mil toneladas de carbonato de litio y en una tercera etapa a 60 mil toneladas. El ministro de Minería de esta provincia ha calificado el hecho como “una oportunidad histórica”, asegurando también que “garantizarán los estándares internacionales en minería responsable”.

El níquel y el litio son materias primas clave para el desarrollo de las baterías de autos eléctricos como los que fabrica Tesla y el litio es además un mineral muy escaso del que quedan pocas reservas en el mundo.

Sobre las explotaciones de litio existentes en nuestro país y en la región, distintas investigaciones3 vienen dando cuenta del silenciamiento que existe alrededor de los efectos que las mismas producen en los territorios y poblaciones, así como de la disputa que la puesta en marcha de estos proyectos extractivos importa en términos de apropiación y uso de los bienes comunes.

No nos resulta posible extendernos demasiado, pero en pocas palabras podríamos decir que la energía limpia que promueven algunas automotrices como Tesla, no es para nada inocua y de su huella ecológica podrán dar acabada cuenta las poblaciones que habitan los territorios ricos en estos minerales.

Cerrando el paréntesis y retomando lo planteado párrafos atrás, observamos que mientras los países centrales se perfilan hacia paradigmas de sustentabilidad y a una transición ecológica4, Argentina sigue debatiéndose en la disyuntiva que ubica en un polo del debate la necesidad del crecimiento económico, mientras que en el otro polo, y en un nivel mucho más bajo, el cuidado del ambiente.

Pareciera que siempre nos enfrentamos a cuestiones más urgentes y no estamos negando que existan problemas socio-económicos acuciantes que requieran la inmediata atención de los poderes públicos, sino que los últimos podrían perfectamente articularse con las cuestiones ambientales si estuviéramos de acuerdo en reconocer la gravedad del problema. ¿Por qué tenemos tantas dificultades para (con)movernos por los desastres ambientales que se producen día a día y por las afectaciones de todo tipo que dejan como saldo? Quizás porque todavía nos cuesta trabajo atribuirles un significado claro y sopesar la asignación de responsabilidades: ¿son maldiciones bajadas del cielo, productos del azar o de la mala fortuna o hechos previsibles que deberían prevenirse?

Sobre el silencio y el (no) debate ambiental, resulta cuando menos llamativo que en un momento en el que la crisis ambiental no puede ya ocultarse, la discusión pública en torno a este tema haya estado prácticamente ausente en las últimas elecciones legislativas de noviembre del pasado año. De hecho, un grupo de intelectuales, académicxs, activistas y personalidades de la cultura firmaron una solicitada5 demandando un cupo socioambiental del 25% en los debates políticos. Este documento señala que “es urgente pensar una agenda socioambiental con participación ciudadana (…) Lxs representantes políticxs tienen una agenda de desarrollo atada al pasado, caduca, que no contempla ni el presente ni el futuro de lxs niñxs y lxs jóvenes”.

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El antropoceno, esta nueva era generada por la acción antrópica sobre el planeta, está marcado por las narrativas de fin. Si lo pensamos detenidamente, no parece descabellado especular sobre el fin si percibimos que nuestro mundo se encuentra cada vez más disminuido. Al fin y al cabo, como dice Despret, “cuando un ser deja de existir, el mundo se encoge de repente, y una parte de la realidad se derrumba6” y si atendemos a los dolorosos conteos que arrojan las estadísticas, nos damos con que “en los últimos decenios la tasa de extinción de las especies ha sido 1000 veces superior a la normal geológica” (Svampa y Viale, 2021 p. 27). Repito, 1000 veces superior. ¿Cómo no hacer conjeturas sobre el apocalipsis bajo estas circunstancias?

Entre los múltiples imaginarios de fin de mundo que circulan, uno de ellos resulta especialmente cautivante por el tono optimista en el que es formulado. Se trata de pensar la continuidad del mundo sin nosotrxs, esto es, sin la presencia de lxs agentes responsables, entre otras cosas, de la deforestación, de la contaminación de la tierra, del aire y del agua y de la desaparición de otras especies. Desde esta perspectiva, cuando la humanidad como especie se haya extinguido producto de su propio accionar, la vida por nosotrxs negada tendrá finalmente su revancha.

El principal inconveniente de esta fantasía alrededor de un mundo sin nosotrxs es que no rompe la dualidad en la que se asienta el pensamiento moderno. En este sentido, mucho más interesante resulta el planteo de ciertas mitologías indígenas, recuperado por Danowski y Viveiros de Castro, para quienes es impensable la posibilidad de un mundo sin humanidad, porque para ellxs “la humanidad es consustancial al mundo o, mejor dicho, es objetivamente correlacional con el mundo, relacional con el mundo” (2019, p. 198).

De modo convergente, nos encontramos también con la propuesta de Escobar (2017) de postular una noción de relacionalidad fuerte o radical en la que las distintas entidades del mundo no son preexistentes a la relación sino que ésta las constituye, porque todo es mutuamente constituido, desactivándose de este modo la separación occidental de naturaleza y humanidad; o la de Haraway (2019) de imaginar un mundo donde la intra e interdependencia de todas las especies sea tomada como una característica fundante.

Desde todas estas visiones, no puede haber un mundo que siga girando después de nuestra desaparición porque sencillamente no hay mundo por fuera de la relación y de la alteridad.

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Durante la pandemia empezó a circular una frase cuya autoría es anónima y que dice: “otro fin del mundo es posible”. Según Bifo Berardi (2021), fueron palabras escritas en un muro de Mineápolis al momento del estallido insurreccional que siguió al asesinato de George Floyd. ¿Qué sentimiento abriga esta expresión y cómo podría ser interpretada?

Creemos que el principal problema en torno a la idea de fin de mundo es que trae aparejada una ideología de la impotencia a partir de la cancelación del futuro y, por ende, de toda posibilidad. De lo que se trata, empero, es de dar vuelta esa idea. La cada vez más cierta noción de que este mundo tal como lo conocemos no puede continuar y la conciencia de estar tocando ese umbral más allá del cual ya no habrá retorno, antes que a la impotencia y a la resignación, debería darnos fuerza para emprender otros caminos, otros horizontes de posibilidad.

Si nos abrimos a lo posible, recuperamos también el futuro y eso es lo que hacen distintos movimientos sociales y políticos que se ocupan de imaginar lo posible en momentos en que esa probabilidad parece negada (Ahmed, 2020). Si prestamos atención a experiencias concretas, muchos de los pueblos involucrados en luchas territoriales contra la globalización extractivista cultivan formas de vida no dualistas y relacionales; valga solo como ejemplo la demanda de distintas organizaciones en Colombia para salvaguardar el río Atrato y que sea considerado con derechos propios, como las personas7.

Para cerrar, entendemos que las batallas que tenemos por delante se juegan en distintos planos y uno de ellos es el terreno de lo sensible. Transitar este sendero supone retejer la trama de la vida, volver a unir lo separado, redefinir el vínculo entre lo humano y lo no-humano para que el fin de este mundo de desolación y devastación sea capaz de alumbrar un nuevo mundo donde otro posible sea efectivamente posible.

(*) Dra. en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Mgter. en Antropología (UNC) y Abogada (UNC). Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC.


Referencias bibliográficas

Ahmed S. (2020) La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría. Buenos Aires: Caja Negra Editora.

Argento M. y Puente F. (2019) “Entre el boom del litio y la defensa de la vida. Salares, agua, territorios y comunidades en la región atacameña” En B. Fornillo (Coord.) Litio en Sudámerica. Buenos Aires: El Colectivo; CLACSO; IEALC – Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Págs. 173-216.

Berardi F. (2021) La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis. Buenos Aires: Caja Negra Editora.

Danowski D. y Viveiros de Castro E. (2019) ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires: Caja Negra Editora.

Haraway D. (2019) Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni.

Llano en llamas (2020) La foto revelada. Informe sobre la situación social, conflictividad y medidas gubernamentales en la Córdoba de la pandemia. Córdoba: Fundación El llano (CEPSAL).

Parikka J. (2021) Una geología de los medios. Buenos Aires: Caja Negra Editora.

Svampa M. y Viale E. (2021) El colapso ecológico ya llegó. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Villegas Guzmán, S. (2021a). “Notas sobre la necesidad de reinventar el tiempo por-venir”. Crítica y Resistencias. Revista de Conflictos Sociales Latinoamericanos, (12), 112-120. Recuperado a partir de https://www.criticayresistencias.com.ar/revista/article/view/186

Villegas Guzmán S. (2021b) “Después de la tormenta”. En Bordes. Revista de Política, Derecho y Sociedad. Año 6, Número 22, agosto-octubre de 2021. José C. Paz: EDUNPAZ. Págs. 141-146. ISSN: 2524-9290. Disponible en: http://revistabordes.unpaz.edu.ar/despues-de-la-tormenta/


3Argento y Puente (2019); Svampa y Viale (2021).

4La transición hacia un paradigma más sustentable en estos países no ocurre sin contradicciones. De hecho, distintos informes constatan que la recuperación económica tras la crisis producida por el Covid-19 ha generado un récord histórico de emisiones de dióxido de carbono. Al respecto, se puede consultar: https://www.eldiarioar.com/sociedad/medio-ambiente/recuperacion-economica-post-covid-paga-crisis-climatica-emisiones-co2-baten-record_1_8821077.html

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