La paradoja del cordobesismo

Por Andrés Daín (*) y Fernando Chávez Solca (**) 

¿Qué supuestos conforman aquello que se conoce como “cordobesismo”, introducido en el léxico político provincial por el exgobernador José Manuel De la Sota? ¿Cuáles son sus condiciones de posibilidad? ¿Qué debates abre y cuáles obtura? Estos interrogantes motorizan el artículo de Daín y Chávez Solca, quienes exponen a su vez lo que llaman la “paradoja” del cordobesismo: se construye en un radical cuestionamiento de un sistema federal, que es su misma condición de posibilidad; existe, por aquello que niega.

“Hoy estamos dando un paso gigante en el sentido correcto, le estamos poniendo nombre a todo esto más grande que estamos haciendo entre todos, aquí y desde Córdoba. Este modelo de crecimiento, que sigue produciendo cambios y transformaciones enormes se llama cordobesismo y nació esta noche aquí. (…) A la nación le digo lo que ya saben, cuenten con Córdoba para unir y no para dividir, cuenten con Córdoba para la construcción de un federalismo en serio, para resolver problemas y no para crearlos artificialmente” (07/08/2011).1

Con esas palabras pronunciadas en la celebración de su tercer triunfo electoral, José Manuel De la Sota introducía un nuevo término que se volvería parte del léxico político provincial: cordobesismo. Sea como categoría que define un modelo de gestión cuyo supuesto éxito sostiene su pretensión de ser “exportado”; o bien como un capítulo de la historia cordobesa donde se evidencia su rebeldía, su orgullo local y su fuerza identitaria que justifican la proclama de autonomía; dicho término no ha parado de producir diversas interpretaciones.

En esta dirección, esta breve intervención aspira a exponer una paradoja que habita en el corazón mismo de este discurso: el cordobesismo se construye en un radical cuestionamiento de un sistema federal que es su misma condición de posibilidad. Culpa de sus males a un deficitario funcionamiento del federalismo argentino, pero a su vez es precisamente ese federalismo lo que hace posible la emergencia y el reforzamiento de una identidad política provincial. Sin federalismo no habría cordobesismo posible. Y así, la misma existencia del cordobesismo evidencia que el federalismo tan mal no funciona.

Para llegar a mostrar la paradoja será necesario detenernos previamente en el modo en que el discurso cordobesista se presenta y da forma al escenario político. La construcción de una identidad política implica, ante todo, el trazado de una frontera que determine qué queda dentro y qué fuera. La construcción de un adversario que queda excluido del “nosotros” es lo que permite producir una relación de equivalencia entre los diferentes elementos que conforman esa identidad. En este sentido, el cordobesismo se estructura a partir de la delimitación de un “otro” que, en otro pasaje del citado discurso, José Manuel De la Sota define con toda nitidez: “El cordobesismo somos todos los que estamos a favor de Córdoba y todos los que estamos dispuestos a defenderla de los que quieran atacarla. Es una idea más grande, superadora de las diferencias entre los partidos y de las peleas feroces entre sus dirigentes. Es el camino hacia una Argentina unida, hacia un país fuerte que precisa de provincias cada vez más fuertes y cada vez más autónomas”. El cordobesismo se opone a todos aquellos que quieran hacerle daño a la provincia de Córdoba, a cualquiera que quiera hacerle mal o quitarle lo que le corresponde. Casi tautológicamente, el otro del cordobesismo es quien busca dañar a Córdoba, de lo cual se deriva que ser cordobés y defender a Córdoba son uno y lo mismo.

De este modo, cualquier distinción que pudiera surgir al interior de Córdoba se vuelve secundaria. Mientras defiendas a Córdoba, estás de este lado. Mientras defiendas a Córdoba, serás cordobés. Como sucede en toda identidad política, la intensidad de una unión depende en buena medida de la intensidad de la amenaza de la alteridad y, por lo tanto, mientras mayor es la amenaza del otro, mayor nivel de indiferenciación interna. Esta lógica identitaria presenta como autoevidente la necesidad de defender la provincia de un -supuesto- ataque exterior y, así, desplaza el conflicto interno despolitizando cuestiones obvias y centrales: ¿Qué es un ataque a Córdoba? ¿Defender a Córdoba es unívoco? ¿Hay un solo modo posible de hacerlo? ¿Un ataque a la provincia afecta a todxs lxs cordobesxs por igual? ¿No hay antagonismo hacia el interior del debate público provincial?

En este marco, cobra relevancia otra de las frases del discurso, cuando el electo gobernador enuncia: “ya no soy un peronista cordobés, sino que ahora soy un cordobés peronista.” El movimiento que el gobernador sostiene haber experimentado es particularmente sugerente para lo que intentamos señalar. La primacía geográfica por sobre la identidad política da forma al discurso cordobesista instituyendo un criterio de diferenciación singular. Con ese desplazamiento, el gobernador posiciona al cordobesismo por encima de cualquier distinción partidaria, disputa ideológica o polémica dirigencial. El cordobesismo asume un carácter pospolítico, cuya única credencial para ingresar es defender los intereses de la provincia.

Ahora bien, ¿de qué se debe proteger a Córdoba? ¿Quiénes son los que la atacan? ¿Dónde están esos agresores a quienes todo cordobesista debe enfrentarse? ¿Por dónde pasa la división entre atacantes y defensores de Córdoba que tan central resulta en este discurso? Buena parte de la respuesta a estas preguntas pueden encontrarse en la voz del actual gobernador, Juan Schiaretti: “Seguimos siendo un país unitario, donde el Estado nacional gobierna fundamentalmente para el AMBA, que tiene privilegios en detrimento del interior profundo de la Patria. Estos privilegios se profundizaron en los últimos años” (Schiaretti, 01/02/22)2. O en otro pasaje de la misma alocución al señalar que “los cordobeses no le debemos nada a la Nación, al contrario. Es ella quien nos mete la mano en el bolsillo con las retenciones a las exportaciones desde hace más de 15 años y ni nos paga las obras que firmó.” Podríamos aludir también a la campaña electoral de 2021 donde las candidatas de Hacemos por Córdoba pedían el voto diciendo que quieren “defender a Córdoba en Buenos Aires para terminar con las desigualdades3.

Estas declaraciones muestran cómo el discurso cordobesista coloca la frontera política hacia afuera de la provincia, con el consecuente efecto de negar el antagonismo hacia el interior provincial. Pero, a su vez, también determina que el antagonismo principal es entre un Gobierno federal poderoso que extrae recursos y no los distribuye equitativamente contra un interior confiscado que estaría defendiendo la bandera de un federalismo que agoniza. Estos movimientos devienen centrales para entender el funcionamiento de la lógica cordobesista: al hacer preponderante la distinción geográfica por sobre cualquier división política, el cordobesismo es capaz de amalgamar en su interior una diversidad de posiciones en nombre de la defensa de Córdoba. El corolario de esta lógica es que quienes pretenden introducir el conflicto político hacia el interior provincial (por ejemplo, cuestionando la lectura cordobesista de la relación nación-provincias) son cuestionados en su legitimidad al punto de poner en duda su pertenencia a Córdoba. En esta línea, resulta sintomático el modo en que Córdoba es presentada como una entidad que existe al margen de Argentina, a distancia de ella, que no solo no depende sino que justamente sobrevive a pesar de ella, una Argentina que es vista como una entidad foránea que se lleva lo que es de los cordobeses.

El movimiento retórico del cordobesismo claramente encuentra su condición de posibilidad en una diseminada mirada condenatoria sobre el federalismo argentino. Está instalado como parte del sentido común que se producen injusticias en el vínculo nación-provincias como consecuencia de la falta de apego al cumplimiento de las instituciones federales, al punto que el propio Schiaretti sostiene que “va siendo hora de que acabe el manejo unitario del país”. Concretamente, es una verdad autoevidente que el federalismo en la Argentina no funciona o lo hace de manera deficitaria. Argentina sería un país federal solo desde lo formal. Según el cordobesismo, en definitiva, el gobierno nacional pretende someter a Córdoba, atacándola, buscando controlarla y, sobre todo, quitándole recursos y discriminándola al priorizar la CABA y el AMBA en la distribución de los mismos.

Sin embargo, buena parte de la politología argentina de los últimos 20 años se ha encargado abundantemente de desmentir este mito tan instalado. A distancia de ese mantra del “federalismo de cartón” que se repite de manera incesante, una multiplicidad de trabajos ha evidenciado que el federalismo en la Argentina nos devuelve un sistema institucional cuya morfología obedece mucho más al cumplimiento de las instituciones federales antes que a su manipulación y que el devenir de este proceso ha producido provincias políticamente fuertes (Leiras, 2013; Lodola, 2011; Jones & Hwang, 2007; Calvo y Escolar, 2005). Es verdad que desde el punto de vista económico, muchas provincias argentinas dependen de los recursos federales. Pero Córdoba, sin duda, está entre las menos dependientes ya que cuenta con recursos propios.

Nuestro orden federal pone en manos de las provincias una serie de atribuciones nada despreciables. Por ejemplo, la capacidad de definir sus propios calendarios electorales, el hecho de que el distrito electoral coincida con las provincias, el anclaje territorial de las estructuras partidarias, el poder del gobernador de armar las listas, las carreras políticas de los dirigentes ligadas a su provincia, la disciplina de los legisladores nacionales ante sus respectivos jefes provinciales y los recursos de los que disponen los gobernadores a la hora de ejecutar efectivamente las políticas públicas. Todo ello convierte a los gobernadores y sus fuerzas provinciales en actores clave del juego político y, lo que es más, actores con una cuota de poder muy grande. Si a eso le agregamos la consecuente desnacionalización del sistema de partidos, que tiene por efecto la preponderancia de las fuerzas políticas provinciales y la generación de un sistema de clivajes e identificaciones provinciales que no están anudados a lo que ocurre a nivel nacional; y además vemos el altísimo índice de reelección existente en la mayoría de las provincias argentinas en elecciones de relativa baja competitividad (solo para recordar, el peronismo cordobés gobierna hace 24 años en Córdoba), el cuadro con la centralidad de las provincias y los herramentales políticos, simbólicos y administrativos a cargo de actores provinciales se torna innegable.

En consecuencia, nos encontramos con un sistema federal que lejos está de producir provincias débiles y sometidas. Por el contrario, tenemos gobernadores poderosos, con recursos de disponibilidad altamente discrecional, con alta capacidad de maniobra para negociar políticamente, con bajas posibilidades de ser desafiados, con fuerte control sobre los intendentes y dirigentes locales y con amplias capacidades para definir la agenda. Lejos de la caricatura que el discurso cordobesista insiste en querer instalar, ligada al sometimiento provincial por parte del Ejecutivo nacional que solo piensa en los electores del puerto. Un cuadro completo de la situación nos permite contemplar la existencia de provincias políticamente poderosas, con un fuerte anclaje identitario y fuerzas políticas provinciales con altos márgenes de maniobra. Así, la emergencia de identidades provinciales singulares que funcionan con independencia de lo que acontece en la arena nacional y se traducen en espacios políticos con marcada raigambre local no son una excepcionalidad cordobesa, sino el efecto mismo del funcionamiento exitoso de los incentivos del sistema federal-institucional existente.

En definitiva, el discurso del cordobesismo se estructura en rechazo de un centralismo que revela el mal funcionamiento del federalismo pero, al mismo tiempo, es precisamente ese mismo federalismo el que produce las condiciones institucionales de posibilidad para la emergencia de un discurso provincial con poder suficiente para dar dicha disputa con la Nación. Es decir, el cordobesismo existe por aquello que niega, he allí su paradoja.

(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM) y docente de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC)

(**) Investigador del Centro de Conocimiento, Formación e Investigación en Estudios Sociales (CONICET-Universidad Nacional de Villa María)



Referencias bibliográficas

Calvo, E. y Escolar, M. (2005) La nueva política de partidos en la Argentina: crisis política, realineamientos partidarios y reforma electoral, Buenos Aires, Prometeo.

Jones, M. y Hwang W. “Jefes provinciales de partido: piedra angular del congreso argentino” en Emiliozzi, S., Pecheny, M., Unzué, M. (comp.) (2007) La dinámica de la democracia, Buenos Aires, Prometeo. pp. 217-250.

Leiras, M. (2013) “Las contradicciones aparentes del federalismo argentino y sus consecuencias políticas y sociales.” en Acuña, C. (comp.) ¿Cuánto importan las instituciones? Gobierno, Estado y actores en la política argentina, Buenos Aires, Siglo 21 editores, pp. 209-245.

Lodola, G. (2011). “Gobierno nacional, gobernadores e intendentes en el período kirchnerista”, en Malamud, Andrés y Miguel de Luca (eds.), La política en tiempos de los Kirchner, Buenos Aires, Eudeba.

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