Por Isabella De Marchi (*)
Desde los diferentes espacios que conforman las universidades públicas de Latinoamérica se ha ido intensificando la postura colectiva de defensa de la educación superior como un bien público, frente a los intentos de transformarla en un servicio comercial con fines de lucro. En este contexto, Isabella De Marchi —estudiante de la Facultad de Ciencias Sociales— aborda interrogantes como ¿dónde están participando las y los estudiantes universitarios? ¿qué espacios de organización habitan?. Este artículo presenta algunas de sus respuestas personales, una primera forma de “ponerle nombre” a las sensaciones y reflexiones que la atravesaron en el marco de su participación en las acciones de lucha por la educación pública, gratuita y de calidad en la ciudad de Córdoba, que culminaron en la marcha del pasado 23 de abril.
A partir de la inédita situación que están sufriendo las universidades nacionales de todo el país, que tiene que ver principalmente con el recorte presupuestario, pero también con las acusaciones de adoctrinamiento y malversación de fondos del discurso oficialista, intento pensar el panorama estudiantil universitario en la provincia de Córdoba. Las preguntas rudimentarias e iniciales que guiaron la escritura de este texto, como una primera forma de “ponerle nombre” a esos sentires y pensamientos, que me sucedieron en la participación en las diferentes instancias de resistencia por la educación pública, gratuita y de calidad en la ciudad de Córdoba, se pueden resumir en: ¿cómo tejer lazos colectivos y construir objetivos comunes que interpelen a lxs estudiantes? ¿Qué tan resquebrajado y roto está el tejido social que no nos permite pensar en conjunto? ¿Cómo desafiamos las ideas de libertad y adoctrinamiento? Como dos ideas de moda que circulan en este momento. ¿Qué lugar están ocupando las organizaciones estudiantiles? ¿Se experimenta una crisis entre las organizaciones sociales y lxs estudiantes militantes/simpatizantes? ¿Cuáles están siendo las preocupaciones y ejes de los centros de estudiantes? ¿Quiénes son lxs estudiantes universitarixs? ¿Dónde están participando, habitando? ¿En que están pensando? ¿Con qué se identifican?. Es imposible abarcar todas las dimensiones que aparecen aquí, pero si es posible reflexionar sobre algunas cuestiones y articular con lo que está sucediendo.
En primer lugar, es importante destacar que este contexto particular es parte de uno más amplio, dado que se está llevando adelante un plan económico de ajuste “actualizado” que tiene su fundamento en el clásico manual neoliberal. Esta receta de ajuste promete ser la salida de los males de la sociedad argentina y convierte a la “casta política” en el nuevo enemigo. Sin pretensión de extenderme en este punto, se renueva la receta neoliberal de los años noventa, con nuevas promesas y nuevos enemigos, pero con un ajuste igual o más feroz. Este disfraz repercute en el recorte de los derechos de la población argentina, particularmente en la educación pública, gratuita y de calidad, enmarcada como derecho en la Ley 26.206 y en la Constitución Argentina.
Hay algunas frases que están circulando mucho en redes, a modo de chicana: “No hay plata” o “No la ven”, dos consignas que funcionan como puntapié para pensar la situación del presupuesto universitario. La cuestión es: hay Estado al igual que siempre; hay política social, sólo que en los periodos neoliberales con gobierno derechistas liberales están signadas por ello e interfieren con el sentido común de lo que entendemos por políticas sociales. En términos mas sencillos: hay plata, pero hay plata para lo que el gobierno oficial considera necesidades básicas, lo que disputa el sentido común establecido de lo que entendemos generalmente cuando hablamos de necesidades básicas (Danani, 2009). Claro está que la educación pública, gratuita, federal y de calidad no es un tema prioritario a financiar si revisamos la situación del presupuesto de las universidades nacionales y el ya avanzado ajuste sobre la educación secundaria. En esta instancia, mis preocupaciones llevan a preguntarme por la respuesta, las consecuencias, los sentires y experiencias de esta avanzada derechista liberal sobre la educación pública argentina.
Ante la angustia y el enojo, distintos políticos de la oposición proponen organizar la bronca, pero considero que estamos en una sociedad diferente a la que produjo la crisis social del 2001, como también diferente a la que sufrió el periodo neoliberal del 2016-2019, por referir a dos momentos coyunturales de Argentina desde la vuelta de la democracia, donde transitamos experiencias similares. La apertura comercial, la apreciación cambiaria, el endeudamiento externo, la caída del empleo y del salario real, todas piezas de un modelo de acumulación centrado en la valorización financiera que la generación de los años noventa sufrió en consecuencia. La segunda experiencia fue del partido liberal-republicano encabezado por Mauricio Macri, que implicó para los argentinos el retorno a la era neoliberal impulsada por Carlos Menem a finales del siglo XX. Como era de esperarse, se desarrollaron políticas de endeudamiento y “shock”, otro concepto que es sinónimo de ajuste. En este marco, ¿cómo pensar las sociedades juveniles atravesadas por estas experiencias neoliberales-liberales que se nos presentan en la actualidad? ¿Cómo leer las experiencias históricas previas para confrontar el presente?. Estoy pensando en lxs jóvenes en general, desde mi condición de joven en particular y en lxs jóvenes compañerxs de la Universidad Nacional de Córdoba en específico.
Lxs jóvenes en un contexto donde predomina una visión individualista, proveniente de la creencia de que los desarrollos personales se deben sólo a los propios esfuerzos y no a la acción del Estado; donde la meritocracia, el emprendedurismo y “ser tu propio jefe” son ideas exponencialmente difundidas por las redes sociales, en un marco de globalización, aceleración e inmediatez galopante que atraviesan las sociedades juveniles y, considero, permean la participación política. La idea de autoajuste —tiene sentido decirla así—, porque está en continuidad con estas formas –que ya veníamos viviendo– de precarizar y fragmentar lo colectivo, poniendo la responsabilidad en lo individual.
En este sentido, las formas de organizarse están íntimamente relacionadas con los discursos que se están construyendo sobre la política y la realidad. Intento problematizar los espacios de diálogo social y debates entre pares, porque se observa una gran dificultad de convocar y colectivizar a lxs jóvenes. Hago referencia al proceso de configuración de la marcha federal en defensa de la educación pública realizada el pasado 23 de abril de 2024 en Córdoba Capital.
Lo que comenzó con grupos de WhatsApp de estudiantes que se organizaron en asambleas denominadas autoconvocadas, se materializó en barredoras y carteles con la consigna “estudiantes autoconcovadxs/independientes” y la Facultad a la que pertenecían en la marcha del 23A. Existió una necesidad de diferenciarse de las organizaciones sociales o los centros de estudiantes de las facultades a la que pertenecen. Las organizaciones y centros estudiantiles fueron la masa organizadora más movilizante y convocante en los ámbitos universitarios, donde las y los estudiantes se aglutinaban para discutir, hacer y sostenerse en su paso por la universidad; sin embargo, en la marcha del martes 23 el debate que circuló entre les estudiantes fue si era una marcha política, partidaria o genuina. Esto es, si era una marcha en contra del gobierno o en defensa de la universidad pública. Estas tensiones se reflejaron desde el principio en las reuniones con autoridades, gremios y centros de estudiantes para resolver horario, columnas y espacio de la movilización.
Puedo referenciar, entonces, que los cuadros políticos tradicionales a los que responden las organizaciones sociales estudiantiles ya no son suficientes para pensar en este contexto e interpelar y activar a la diversidad de estudiantes que asisten a la UNC. No obstante, las organizaciones y los centros fueron agentes claves para el acompañamiento a las medidas de resistencia de las y los docentes y la articulación con centrales obreras, sindicatos y movimientos sociales que se sumaron a la marcha del 23. Esta experiencia hace de la movilización un hito histórico, porque renueva la alianza entre estudiantes, trabajadores y movimientos sociales, como sucedió en 1969 en el Cordobazo. La principal característica de la movilización fue que genuinamente nació, se configuró y sucedió desde las bases sociales, si bien participaron diferentes figuras políticas y protagonistas icónicos; no existe hoy en Argentina una fuerza política partidaria con poder de tal convocatoria. En este sentido, la lucha en defensa de la educación publica fue policlasista y multitudinaria, pero también política, porque todo acto social es político y se observó en la cantidad y diversidad de consignas que aglutinaron y confluyeron en la marcha. La movilización marcó un momento de crisis, al mismo tiempo que produjo esperanza y exigió un cambio que sostenga la universidad pública.
La consigna que se construyó en los medios —“no queremos ser la generación que venda la universidad”— es válida para interpelar y responsabilizar a las juventudes estudiantiles en tanto defensa de la educación publica y gratuita. Sin embargo, instala una perspectiva adultocéntrica exigiendo a un determinado sujeto político que se haga cargo de la situación, bajo los ideales, desde una mirada generacional, de un deber ser histórico e instalado de la juventud cordobesa.
Llegado a este punto es necesario una “solidaridad” con las juventudes; esto significa que es necesario comprenderlas para acompañarlas. Los discursos adultocentristas y generacionales reproducen sentires y experiencias que no tienen mucho que ver con la juventud cordobesa de hoy. Es imprescindible pensar en jóvenes en su contexto de estudiantes, en la provincia de Córdoba, de 18 a 30 años de edad, atravesados por situaciones coyunturales inéditas, como la pandemia por Covid19 y la situación actual que activa modos de supervivencia y administración de recursos por necesidad. En este sentido, dónde hay lugar a pensar en la continuidad de los estudios si tienen la incertidumbre constante de no saber si llega a fin de mes; en sus cabezas hay preocupaciones más básicas que resolver, ¿la educación universitaria se volvió un lujo?.
Esta generación de estudiantes universitarios no concibe una idea de país clara, un horizonte prometedor, la materialización de sus sueños y deseos una vez culminados los estudios. Una seguidilla de gobiernos construyó una experiencia política particular y una conciencia política que tiene que ver con los contextos de crisis en Argentina mencionados anteriormente. La salida parece no tener luz, cualquier destello de esperanza es arrebatado. Desde este recóndito lugar puede que la promesa de las fuerzas libertarias haya increpado a las juventudes cordobesas. Los objetivos colectivos comunes se desdibujaron, la competencia volvió a ser la regla, el diálogo político es adoctrinamiento y la ideología un problema. La grieta se profundizó, porque no se trata de profesionalizar la política, sino de destruirla. Cuando el discurso generaliza es más difícil ver lo que sucede en la realidad. En este contexto es que estamos pensando lxs jóvenes.
La apatía es una característica de este tiempo, pero no nos impide pensar y “solidarizarnos” con las luchas juveniles. Es necesario resignificar el contexto de crisis de la educación universitaria para repensar las formas de transitarla y sostenerla. Es una discusión transversal a todos los actores. Desde la universidad pública se pueden formar ciudadanos de la democracia, parte del rol de la universidad es construir pensamiento crítico, dar debates y pensar la coyuntura. Esto es fundamental para construir genuinamente un modelo de país y sociedad, con lxs jóvenes adentro y construyendo a la par. La universidad como espacio para abandonar o, mejor dicho, hablar al margen de las redes sociales que tipifican y simplifican las discusiones políticas y construyen realidades llanas, lisas, poco concordantes con lo que sucede.
El Estado es un reflejo de la sociedad, y también ocurre al revés. La tecnología es aliada de esta construcción, debemos permitirnos debatirla y habitarla. Para consensuar objetivos comunes intergeneracionales es necesario compartir las experiencias, difundir, publicar, dialogar. La universidad es un espacio clave para pensar lxs estudiantes universitarixs como sujetxs políticos. El presente es un momento bisagra, refleja los deseos, construcciones y culminación de una generación que ya transitó su lucha, como estudiantes y jóvenes somos parte, estamos atravesados y nos constituye, pero también estamos a tiempo de construir otro tipo de horizonte posible donde la universidad sea gratuita, pública, de calidad, laica y federal.
Somos estudiantes, los actores de hoy en presente, que elegimos y defendemos la Universidad Nacional de Córdoba, como todas las universidades nacionales, un consenso desde la vuelta de la democracia. La gratuidad asegura el ascenso social de la población argentina, habilita las oportunidades y configura sueños posibles. La educación promueve la discusión y el desarrollo de herramientas para deliberar colectivamente sobre qué consideramos valioso como sociedad. Sin educación no hay orientación democrática de la vida.
(*) Estudiante de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).