La memoria en tiempos de olvidos por decreto

Por Tamara Liponetzky (*)

El artículo de Tamara  Liponetzky tiene la responsabilidad y el desafío de pensar sobre las memorias y los olvidos en relación con el espacio urbano, y el papel que dentro de esto asume la universidad y la educación pública. Las preocupaciones y preguntas compartidas por la autora encuentran su unidad en relecturas de textos de Héctor Schmucler y Nicole Loraux, que no buscan dar respuestas definitivas, sino abrir líneas de indagación y proponer debates que, a 40 años del retorno de la  democracia y con la amenaza del sostenimiento de la educación pública, nos muestra que entre espacio y memoria hay trabajo y conflicto, hay destiempos y decisiones políticas, hay articulaciones e indiferencias. En otras palabras, hay un proceso social y político abierto, siempre en riesgo y sin garantías.

Cuenta la leyenda, o la historia, que en el año 403 antes de nuestra era, el olvido fue la base de la estrategia ateniense orientada a restablecer la unidad en la ciudad. Parece que, luego de una guerra civil larga y dolorosa que permitió a los demócratas retomar el poder, se decidió no recordar más los males del pasado. Es así como en Atenas se decretó el olvido como estrategia de reconciliación que, por supuesto, no funcionó, según consta en los registros. La ciudad donde se inventó la política, tenía como objetivo el olvido.  Se ruega olvidar, decía la enunciación y para afirmarlo se procedía a la eliminación de la fecha del calendario ateniense. De cómo funciona el olvido al servicio de la memoria, es de lo que trata el libro de Nicole Loraux, La ciudad dividida, que viene tan a cuento en estos días. Al decretar la necesidad del olvido, los atenienses, sugiere Loraux, no quisieron hacer tabla rasa sino, antes bien, lanzaron negativamente una invitación al recuerdo: los conflictos pasados, la compulsión a la amnesia, la amnistía en nuestras sociedades se ha promovido otras veces como estrategia. Olvidar para pacificar. Ni el olvido por ley, ni la memoria completa han funcionado para suturar heridas   ¿Se debe entonces fingir el olvido para hacer un buen uso de la memoria? Dicho de otro modo: ¿sería la amnesia más eficaz que la conmemoración oficial? ¿Se puede olvidar por decreto? Al forzar  a un pueblo a olvidar, ¿no estamos recordando aquello que se nos impone? ¿Qué hacemos si, en nombre de la democracia, se nos inflige un olvido para la reconciliación? La memoria como una herida, el olvido como un bálsamo pero también el imperativo de recordar y dar batalla a la amnesia. Son dos perspectivas que se superponen y se entremezclan sin solución de continuidad. La memoria, alejada de los dispositivos de almacenamiento es más una guía para la conducta, una ética , que la puntual rememoración de acontecimientos, va a decir Héctor Schmucler. Sin embargo, acá también viene a cuento la frase de Lyotard para quien una de las más eficaces políticas del olvido puede consistir en elevar monumentos recordatorios. La política se funda sobre algunos acuerdos más o menos amplios sobre qué olvidar; Si se puede olvidar todo, es el fin de la política.

Para Shcmucler, el crimen de la desaparición se asienta en el olvido, hacer desaparecer es pretender la no existencia. El crimen, carente de objeto sensible, solo existe si no se lo olvida. La peligrosidad del olvido es casi tan riesgosa como la memoria de bronce que nos impide seguir revisitando el pasado. En este escenario, la memoria, la universidad y la educación pública, que otrora se pensaban como dados, están en serio riesgo de desaparición. Las propuestas de campaña que aspiran a “restaurar una memoria” o a imponer un modelo de educación donde el Estado no participe garantizando ese derecho entre otros, nos invitan a reflexionar sobre estos mecanismos autoritarios que intentan, discursivamente por ahora, instaurar estos temas sobre los cuales parecía haber un consenso. 

Con respecto a la universidad y su papel en nuestra sociedad va a decir Héctor Schmucler en una editorial de la revista Estudios: “Nuestra Universidad ha sido un espacio donde la memoria ocupa, todavía, un lugar cómodo y fecundo, en una vocación constante por la búsqueda del saber sin claudicaciones y que, simultáneamente, estimula el conocimiento del pasado que lo alimenta”. Si aún resuena algo de la “comunidad” como impronta fundacional de la Universidad —y es difícil que el concepto no aparezca aunque sólo sea en el registro de la nostalgia— toda universidad es pública. La imagen de propiedad privada le es ajena. Si la vocación de la Universidad es el saber –la permanente agitación derivada de una búsqueda sin punto de llegada—, si ese saber incorpora la proliferación ininterrumpida de pensamientos encontrados, si la Universidad se constituye como una apuesta apasionada a favor del saber por el saber mismo —¿qué otra cosa es lo humano sino el inmotivado preguntarse?—, dice el intelectual . La memoria y la universidad como ideas no necesariamente regidas por la instrumentalidad, comparten la pregunta como eje que orienta las discusiones. 

La memoria colectiva resulta impiadosa. Muestra al desnudo el presente de las sociedades que eligen recordar determinadas experiencias y no otras.  No hay otra posibilidad, pues el olvido es implacable ; la memoria, al elegir qué recordar, señala  que la posibilidad de perder para siempre determinadas cosas resulta insoportable. La voluntad de memoria es la expresión de un estado colectivo de pensar que decide sobre el tipo de raíces  en los que el presente se sostiene. En ella se asienta cualquier forma de identidad que afirme la trama de nuestro vivir colectivo, de nuestro reconocimiento del otro, primer requisito para existir en común, dirá Toto Schmucler.

La urgencia de la memoria en el presente, aunque parezca una contradicción, tiene que ver con poner la reflexión en agenda frente a la instrumentalidad y sosteniendo la función crítica de la universidad y la educación. La idea de comunidad, ligada a la de universidad, se sostiene porque es con otros. La universidad y la memoria existen porque hay otros con quien estar, con quien aprender . El verdadero drama de la Universidad, su verdadera crisis, es el olvido de que su razón de ser se reconoce en la sabiduría, va a decir, otra vez,  Schmucler. 

Que oportunas estas cuestiones, estas reflexiones que nos trae el pensamiento de nuestro querido Héctor Schmucler a 40 años de democracia y con la amenaza del sostenimiento de la educación pública entre otras barbaridades que se dicen por ahí.

La memoria como hecho moral y nuestro deber de actuar en consecuencia, sacando del olvido lo que debe constituir memoria y recordando el pasado que no cesa y se impone en el presente de nuestra existencia  colectiva.

(*) Integrante del Programa de Estudios sobre la Memoria del Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales.

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